Disclaimer: tooodo esto pertenece a Jotaká, pero me lo deja los fines de semana.

Notas: dedicado (y sí, es tardísimo y tal) a Stephie Lovegood Black. Por tu paciencia por todas esas cosas; espero que lo disfrutes. Supuestamente iba a ser un one-shot, pero, como yo soy yo, lo meteré en un par de capítulos. O tres.

La vie est belle

Victoire tiene quince años, el pelo largo y rojo, y los ojos de un bonito azul cielo. También tiene un novio maravilloso, absolutamente, que la pone de los nervios con su constante preocupación y sus paranoias.

Lewis es un poco histérico, eso hay que admitirlo. Bueno, un poco, no; un mucho. Pero está bien, porque es fantástico estar con él, después de todo. Es guapo, inteligente, y está en su mismo curso, aunque parece mayor. Además, juega al quidditch. A Victoire le gusta el quidditch. También le gusta Lewis, y cómo se le marcan los músculos de los brazos al sujetar el bate. Aunque, si alguien la presionara mucho, casi podría admitir –en voz baja- que no es a Lewis al único al que mira en los partidos.

Pero, supone Victoire, mirar a un primo tampoco está mal. No es como si se fijara, por ejemplo, en Smith, que es feísimo, pero tiene un culo estupendo. No, no es eso. El único, además de su novio, que llama su atención en un partido, es su primo Ted.

Vale, ahí entran las especificaciones. Porque Ted no es su primo. Pero casi. Y Vic no va a cambiar la costumbre de toda su familia sólo para que su novio pueda sentirse celoso a gusto, ¿no?

Así que no está mal mirar a Ted. Además, ella lo hace con buena intención, para asegurarse de que el chico está bien. Por si acaso.

Por eso no le molesta nada, pero nada nada, que, al terminar cada entrenamiento y/o partido, cada jugador se vaya con sus amigos, o su pareja, en caso de Lewis y de una de las cazadoras, Anette. Ted se junta con todo un grupo de admiradoras, o eso es lo que le parece a ella, aunque la proporción de chicas en su grupo de amigos sea mínima. Bajo cero, casi. Pero es que Victoire tiene que ser paranoica con el chico, porque es de la familia, y nadie quiere que la familia sufra. Así que se preocupa, lógicamente, por cómo reacciona Ted a las atenciones. Por si acaso.

Esas Navidades, Vic ha decidido pasarlas en Hogwarts. No por nada; es sólo que no la atrae demasiado la idea de juntarse con tantísimos primos y primos de primos y gente a la que casi no conoce. Porque, sinceramente, a ver quién mandaba a Molly invitar a medio Reino Unido a la Madriguera, por esas fechas.

Además, no cree que a sus padres les hiciera mucha gracia tenerla todo el día colgada del teléfono –porque sí, los Weasley tienen teléfono; la culpa es de la tía Hermione, que se alió con el abuelo-, llamando y llamando a Lewis y susurrando cosas de las que los adultos no se deben enterar. No, no les haría ninguna gracia; especialmente a su madre, que es una histérica con esas cosas. Ya le advirtió a principios de curso: nada de chicos, Victoire. Lo dijo con ese acento francés tan suyo, elegante y un poco desdibujado por los años.

Vic entiende a su madre, un poco, o eso cree. Sabe que, de joven, Fleur no tenía tanto problema con los chicos. El tío Harry le ha dicho, en confidencia, que, cuando la conoció por primera vez, su madre era toda una rompecorazones, aunque no llegó a nada serio con ningún muchacho; al menos, no que él sepa. Pero una cosa es meter la pata tú solita, y otra es que la meta tu hija. O eso supone Victoire; es lo único que explica el porqué de esa obsesión. El miedo a que se deje llevar, porque la pelirroja es atractiva, y lo sabe, y resulta difícil resistirse a ciertos encantos, de tanto en tanto.

Sea como sea, lo mejor es quedarse en Hogwarts este año. Los elfos preparan un banquete delicioso, dicen.

-¿Vic? ¿Te pasa algo? –y no, por supuesto que no le pasa nada, así que Victoire sólo le da un sonoro morreo a su novio, porque un beso vale más que mil palabras. Y él se lo devuelve; empieza una batalla de lenguas y manos y más lenguas, y acaban ambos apoyados contra el muro más cercano, temerosos de que el suelo desaparezca, como ha hecho el aire.

-Voy a quedarme en Hogwarts, estas vacaciones –dice Vic, al final, y la sonrisa de Lewis parece achicarse un poco. O quizás es sólo su impresión.

-¿Por?

-No sé –responde ella, y sonríe, juguetona-; a lo mejor me apetecía estar contigo.

Y en eso se queda todo. Bueno, en eso y en un par de besos más, castos y puros, o casi.

&&&&&&&&

El día diecinueve acaban las clases. Tienen toda una tarde libre para dar vueltas y vueltas por el castillo; algunos, afortunados, consiguen escapar hasta Hogsmeade, con o sin permiso. El pueblo es indudablemente más interesante que Hogwarts en sí mismo, pero Victoire no está en situación de quejarse; hacía cerca de semana y media que no conseguía tiempo para estar con Lewis. Cualquiera podría pensar que la está evitando, pero Vic lo conoce mejor que eso; el chaval es un tanto histérico con los exámenes, aunque no sean los finales.

Así que, ahora que por fin ha conseguido acorralarle en un aula vacía, no piensa dejarle escapar. No otra vez. Y Victoire se emplea a fondo, besa y muerde y acaricia, y Lewis gime, llegado un momento, antes de abrir los ojos, malicioso, y devolverla el favor. Vic se deshace, o eso cree, y al principio ni siquiera oye ese carraspeo molesto que intenta abrirse paso por entre la nube de sensaciones en que se encuentra.

-¿Tenéis que hacer eso aquí? –la verdad, Vic no está muy acostumbrada a las interrupciones, pero acaba de decidir que no le gustan. De ningún modo. Y aún menos le gusta el hecho de que Ted Lupin parece aún más furioso que ella misma, o que Lewis, y que la mira con algo parecido a la decepción, o a la ¿lástima?

No. No puede ser.

-¿Se puede saber qué haces, Lupin? –salta Lewis, a la defensiva. Casi parece que vaya a atacarle, aunque Victoire lo duda; por lo que sabe, ambos se llevan relativamente bien. Aunque hay que tener en cuenta la situación, claro.

-Lo mismo podría decirte, Hickman –declara su casi primo, en tono frío y furioso. Es extraño; Vic nunca les había oído llamarse por sus apellidos. En realidad, Lewis llama a casi todo el mundo por su nombre; una costumbre que ha acabado por pegarle, al final.

-Ted, esto es exactamente lo que parece –con estas palabras, la chica pone punto final a la incipiente discusión; acaba de decidir que, sea lo que sea que pase entre ambos muchachos, a ella no la afecta; por tanto, que les den, a los dos. Tiene cosas más interesantes que hacer-. Ahora, si te vas, puede seguir siendo lo que parece. Si no, ya nos buscamos otro sitio, no te preocupes.

Al principio, casi parece que Ted vaya a decir algo. Casi, pero no; en el último instante, el chico se muerde la lengua, y se da la vuelta.

-Imbécil –murmura Lewis, cuando se ha ido. Y es extraño, porque al chico nunca le ha importado decir a la cara lo que piensa, aunque, como Ted, el receptor sea mucho mayor y mucho más fuerte. Y más rápido con la varita, también.

Pero Victoire tampoco le da muchas vueltas. No tiene necesidad. Al fin y al cabo –y eso es lo que a ella le interesa- acaban de regresar a la actividad anterior, sin que les interrumpan, esta vez. Y es realmente agradable.

&&&&&&

A los dos días de las vacaciones, Vic se da cuenta de que echa algo en falta. Probablemente sea el bullicio de la Madriguera, en estas fechas; entre chillido y chillido, allí, una no se oye pensar. Pero en Hogwarts todo está silencioso, tranquilo, y más a esas horas de la noche. O, bueno, puede que en realidad sea al revés, porque los chavales un poco más mayores del colegio de magia son seres nocturnos, que se cuelan por cualquier sitio con tal de tener oportunidad de… Bueno, de eso.

Lewis no aparece por ningún lado. Y eso sí que es raro –muy raro-, porque, después de todo, es su novio, un novio que se queda durante las vacaciones, como ella, y que, como ella, tiene necesidades físicas, y apetitos. Y a Vic no le gusta nada, eso de tener que pasear sola, cruzándose únicamente con parejitas. Así que, cuando decide volver a la Torre de Gryffindor, está cabreada. Muy cabreada. Lo bastante como para interrumpir a todas las parejas felices que se cruzan a su paso, y que la dedican miradas de odio total. Más o menos las que le dedica ella a ellos, pero eso es lo de menos.

Justo frente al cuadro de la Señora Gorda hay otra pareja más. Un chico de séptimo y una chavala de sexto, si no se equivoca. Y no, no lo hace, por lo menos, no con él.

-¿Te parece un buen sitio para hacer estas cosas, Ted? –pregunta, malhumorada. Él le dirige una sonrisa de esas que desarman, y Victoire maldice los genes que le permiten tenerla. Porque hay que reconocer que la sonrisita de niño bueno le sienta bien a Teddy –probablemente en eso coincide con la chica que lo acompaña-, y que ni siquiera ella es inmune.

Pero hoy está de mal humor.

-Deberíais dejarlo. Si os ve un Prefecto… -y claro, entonces cae: la muchacha esa, que, si no se equivoca, se llama algo así como Julia Davis, es Prefecta. Y no está quitando puntos.

Habrá que pasar al Plan B.

-Además, molestáis a los niños pequeños.

-¿Como tú? –se burla Teddy. Curioso, que la considere una niña, teniendo en cuenta que es él el que tiene nombre de osito de peluche.

-No. Aunque a mí también me molestáis –admite.

-Déjalo, ¿quieres, Weasley? –pide Julia, entonces, con expresión hastiada- Algún día tú también...

-¿Dónde te has dejado a Lewis, Vic? –vale, mala pregunta, Ted. Muy mala pregunta. Porque entonces Victoire se pone roja, y se muerde el labio, y suelta:

-No te importa en absoluto –y le pega un empujón. Que a saber a qué venía.

Y se larga. Cruza el retrato de la Señora Gorda con lágrimas de rabia en los ojos, y casi choca con otra parejita.

-Lo siento –murmura, sin levantar los ojos.

-No pasa nada… -le responde otra voz. Una voz conocida. De hombre; bueno, de adolescente hormonado. Y traidor.

-¿Lewis?

Y, joder, normal que no lo encontrara. Es perfectamente normal, porque nadie se deja ver medio en pelotas por mitad del castillo. Y, menos, dos nadies, una chica y un chico, por muy bien que estén los dos.

Por supuesto, él no responde. Se limita a mirarla, ojos muy abiertos y sorprendidos, y, por puro instinto, se coloca bien los pantalones.

-¿Victoire? –ah, y, para mejorar la escena, Teddy Lupin acaba de decidir que lo mejor que puede hacer es seguir a su medio prima. Y ver su humillación de cerca, ya puestos.

Por su parte, Vic no sabe muy bien si llorar, gritar o pegarle una patada a Lewis en sus partes bajas. Porque es su novio, es su novio y se la está pegando con otra.

Así que, al final, deja escapar algunas lágrimas. Pero pocas. Y le pega una señora bofetada.

-Gilipollas –murmura. Y corre hacia su habitación.

Media hora más tarde, más o menos –una eternidad, si le preguntan a ella-, la puerta de la habitación vuelve a abrirse.

-Hey, Vic –saluda Teddy.

-¿Cómo has conseguido entrar? –pregunta, más que nada por dar conversación. Porque ella no es una de esas niñitas mimadas que no aguantan un engaño, no señor. Ella es una Gryffindor, y si Lewis cree que se va a pasar la vida llorando por él, pues está muy equivocado.

Bueno, a lo mejor no tanto.

-Soy metamorfomago. Engañé a las escaleras –dice él, despreocupadamente, y se tiende con ella en la cama-. Es algo muy útil, ¿sabes? –confiesa, guiñándole un ojo.

-Tiene que serlo –admite Vic, y finge una sonrisa. No le sale muy bien, la verdad.

-Hickman es un imbécil, Vic –le dice, y ella hace como si no le importara.

-Ya lo sé.

-Pensé que la había dejado, después de que… hablé con él –y la abraza. La abraza como a una niña pequeña, para que llore en su hombro. Pero ella no llora.

-¿Hablaste con él?

-Me pareció que era lo justo. Me dijo que te quería, y que había sido un error –suelta una risita amarga-. Al parecer fueron más de uno.

Se quedan así un rato más, abrazados. Respiran a la par, con los ojos cerrados, y Victoire se siente bien, por una vez. Se siente a gusto, protegida y querida, porque Teddy Lupin siempre ha estado ahí, para ella, y acaba de dejar tirada a una rubia guapísima y Prefecta para consolarla. Y eso es algo que no todos los primos del mundo harían, mucho menos los medio primos.

-Gracias, Ted –le dice, y se abraza más fuerte a él.

-No hay nada que agradecer. Además –añade, y se ríe. Victoire lo siente vibrar, todo el cuerpo, contra ella; es una risa que le sacude, por dentro, grave y varonil. Ted parece más adulto, así, con los ojos cerrados-, ya le debía una o dos. Sólo me has dado una excusa.

-Ah. Me alegra descubrir que tus motivos son siempre altruistas, querido primo –bromea, y querría morderse la lengua, en la última frase. Ted la aprieta un poco más contra sí.

-Por supuesto. Ya sabes; el valor y la defensa de los ideales, y todo ese rollo Gryffindor –sigue él. Ambos ríen, esta vez; Lewis parece cada vez más lejano, y le cuesta pensar en él. Para qué hacerlo, de cualquier manera. No lo merece.

-¿Ted?

-¿Sí?

-¿Por qué crees que lo ha hecho?

Y él se queda callado, ahí. No sabe muy bien qué contestar; es una pregunta difícil, comprometida, casi, y Victoire lo sabe, pero… pero tiene que saber. Necesita hacerlo.

-¿El qué? –de nuevo, esa voz más grave. Vic jamás se había dado cuenta de lo que ha crecido su medio primo, en apenas unos años- No sé a qué…

-Por qué se ha liado con otra –aclara. Lo dice de forma sencilla y clara, para que no haya malinterpretaciones voluntarias, para que Ted no se escape y conteste cualquier otra cosa.

Se hace el silencio. Un silencio largo, realmente, y cargado de algo así como tensión. Pero que no es tensión, en absoluto, porque Victoire sabe lo que él va a decirle –Eres guapa, Vic, no te ofendas, dirá, pero un poco… ya sabes, estrecha- antes de que lo diga. Sabe perfectamente lo que Teddy Lupin va a confesarle, en un tono grave y ronco que se parece un poco al de su padre, Bill, y que lo hace parecer casi salvaje, animal. Un lobo domesticado.

-Probablemente es gilipollas –dice, y es algo así como lo que ella esperaba, sólo que no lo es. No lo es, porque Ted ha apoyado los labios en su oído, y su aliento le hace cosquillas, y suena casi asustado, casi niño-. Yo nunca te habría hecho eso –y la besa. Despacio, suave, al principio. La besa en la boca; sabe dulce, sabe a Ted, y debe de ser un hechizo o algo así, porque le manda descargas eléctricas por todo el cuerpo, ese beso.

Victoire querría hablar, decir algo, pero sólo le sale un gemido, y abre los ojos.

Teddy Lupin la está mirando, mientras la besa, la mira con una intensidad extraña, tierna. Le cambian de color, las pupilas, azul y negro y gris y verde, y azul, otra vez, color cielo. Como los suyos, los de ella.

Se separan demasiado pronto, demasiado tarde, tal vez.

-Ted…

Un dedo en sus labios.

-Shhh. No hables, Vic –le pide, de nuevo al oído-. Lo siento. Lo siento, de verdad; es sólo… -y no sabe con qué seguir, qué dejar caer, allí. No dice que ha sido un calentón, porque no es tan buen mentiroso, porque los labios de Victoire Weasley siempre han sido suyos, de algún modo, y ella se aparece en sus sueños cada noche, y le besa, pero ningún beso ha sido como este, tan sólido.

Así que se levanta. Se siente extraño separarse de ella; es casi doloroso. Pero tiene que hacerlo, y lo hace. Sin pensarlo, casi.

-Ted… -ni siquiera se vuelve. No está preparado para ver el reproche, en los ojos de ella, el rechazo y el dolor, porque la ha traicionado. No tenías que hacer eso, estúpido; sólo consolarla, hacerla feliz. Eso era lo importante, y ahora lo has jodido, Teddy Lupin.

Cierra la puerta suavemente, al salir, y Victoire no tiene fuerzas para seguirle.


Y aquí me quedo. De momento. Luego habrá más, digo yo.

Danny