Disclaimer: Ni hetalia, ni ninguno de los personajes, ni Los Juegos del Hambre son míos. . Si lo fueran… mejor si no lo son xD.

Advertencia: Solo lo diré una vez. Sangre, violencia, yaoi o yuri y posibilidades de lime y lemon. Si en algún capitulo creo que me he pasado describiendo alguna muerte o alguna escena lemon pero no me hace mucha gracia cambiarlo lo voy a avisar por si acaso pero supongo que si estáis leyendo esto ya os lo esperéis.

Nota: Espero que disfrutéis con el fic. Lo escribo intentado que los que no se hayan leído el libro puedan entenderlo y disfrutar con él aunque no sé si voy a conseguirlo igualmente a todos los que no hayan leído la trilogía de Suzanne Collins se la recomiendo.

Ahora sí. Disfruten de la lectura mis pequeños tributos.

El día de la cosecha de Lovino Vargas

Abro los ojos y solo por la luz que entra por la ventana puedo saber que aún es muy temprano, jodidamente temprano, y refunfuño cabreado mientras me levanto. Me levanto únicamente por que como siga dando vueltas en esa mierda de cama voy a acabar volviéndome un idiota como Feliciano o el abuelo, no tiene nada que ver con que hoy sea día de cosecha y la idea no deja de darme vueltas por la cabeza.

Me acerco al armario sin sufrir por despertar al idiota de mi hermano, si en algo nos parecemos todos los Vargas es en nuestro sueño profundo, ahora mismo podría arder la casa y Feliciano no se enteraría. Cojo la primera camiseta que veo y unos pantalones cualquieras, hoy no estoy de humor para ponerme a combinar la ropa y eso es raro, normalmente puedo pasarme cómo una media hora para escoger la ropa pero esta mañana no está el horno para bollos.

Recuerdo que la última vez que no me paré a conjuntar mi ropa fue el día en que mi padre murió. Esa mañana me había levantado de mala leche por culpa del inútil de Feliciano que no dejaba de llorar sin ningún motivo, así que salí de la cama y cuando mis pies tocaron el suelo frío, congelado mejor dicho, inconscientemente supe que ese sería un día horrendo. Recuerdo que ese día mi madre me hizo cambiarme porque había salido con unos pantalones rojos y una camisa morada y como buena mujer Vargas no podía permitir que uno de sus hijos saliera a la calle vestido de esa forma. Al final Feliciano escogió mi ropa, algo muy sencillo, camiseta blanca y pantalones negros.

-Hoy no creo que toque llevar un atuendo colorido – me suelta.

-¿Por qué dices eso?

-No lo sé…

Por lo visto ese día yo no era el único que pensaba que ese iba a ser un mal día, y ninguno de los dos se equivocó.

Todo el mundo sabe que las máquinas de las fábricas de textil son bastante peligrosas, es muy fácil que a una mujer se le enganche el pelo o la falda y acabe malherida o muerta. Ese día a una mujer se le soltó la trenza que llevaba hecha un moño en lo alto de la cabeza, no se dio cuenta y al pasar cerca de la máquina donde estaba mi padre la trenza se enganchó y la máquina empezó a tirar de ella, mi padre que no podía ver como una compañera moría en frente sus ojos no dudó en coger de la trenza y tirar pero la máquina pudo más y él… él se quedó sin brazos, nadie pudo hacer nada para evitar que se desangrara y murió allí mismo.

Yo no me enteré de nada hasta que llegué a casa y me encontré con mi madre sollozando en la cocina, Feliciano corrió a abrazarla sin preguntar ni nada, a él se le da bien consolar a la gente, a lo mejor después de tantas veces que se lo han hecho a él, consolarlo digo, a acabado por aprender o a lo mejor es solo eso que dicen que a los tontos se les da bien el rollo sentimental y eso. Por otra parte, yo, me quedé en la puerta de la cocina y empecé a llorar sin saber siquiera porque lo hacía. Siempre le dijimos a papá que dejara la fábrica, que podíamos vivir tranquilamente con lo que le daban al viejo cada mes pero él, el muy idiota decía que no quería vivir de algo que el Capitolio nos daba por que el abuelo ganó los malditos Juegos del Hambre. Siempre lo admiré por eso, él soñaba por un país libre en el que los Juegos no existieran y todos pudiésemos vivir tranquilos sin ser esclavos de una panda de gente rara que nos veía más como salvajes o animales en vez de como a sus iguales.

Entonces tenía 12 años, acababa de participar en mi primera cosecha. Cuando vi como la hija del vecino se subía a la tarima con los ojos anegados en lágrimas empecé a entender la ideología de mi padre pero no la hice mía hasta que vi como esa niña moría a manos de uno de los Profesionales en la arena.

Normalmente mi madre no me dejaba ver los juegos aunque fuera obligatorio, decía que no quería que viéramos cosas tan horribles, por eso mismo la imagen de la niña con la que había jugado de pequeño con un tajo sangrante en cuello me afectó tanto. Deseé que mamá estuviera bien, que no se hubiera vuelto loca por la muerte de mi padre, que siguiera cocinándonos esa pasta tan rica que solo ella sabía cocinar, que comiera, deseé que no estuviera a las puertas de la muerte y que ese día me hubiera hecho ir a dormir temprano sin dejarme ver los juegos pero no fue así.

Oigo la cafetera silbar en la cocina y me saco todo eso de la cabeza, doy un vistazo a la cama de Feliciano y me da rabia ver que él duerme tan profundamente. Pienso en despertarlo con un grito o algo pero al final decido dejarlo dormir, seguro que si lo despertara me tocaría soportarlo hasta que pasara la cosecha, el ambiente en casa se relajara un poco y acabara por dormise.

Salgo sin peinarme y acabando de ponerme la camiseta. En la cocina me encuentro a mi abuelo, me mira con ojeras pero sonríe. Seguro que él también sabe que hoy no va a ser un día precisamente bueno.

-Buenos días Lovi.

-Callate viejo.- Lo gruño más que decirlo.

Él me conoce, sabe que no se lo digo con mala leche, que es mi jodida forma de ser. Me sirve una taza de café con leche y mucho azúcar, yo la acepto con el ceño fruncido y le doy un largo trago que me baja ardiendo por el cuello.

-¿Tu tampoco podías dormir?- niego con la cabeza- ¿Preocupado por la cosecha?

Entorno los ojos y le doy otro trago a mi café

-Yo, preocupado por esa chorrada. No. ¿Para qué? Mi nombre esta unas pocas veces allí dentro mientras que hay gente que tiene su nombre unas 20 veces.- Lo digo con tono pasota pero aun así el viejo me despeina con mimo antes de levantarse y salir al jardín.

Se ha dado cuenta de que tengo miedo aunque no me extraña, la voz me ha temblado y la taza que tengo entre las manos no se ve muy estable que digamos, la dejo en la mesa y cojo una galleta que termino por hacer trizas entre los dedos. Miro las migas con desprecio y las tiro al suelo, alguien lo limpiará tarde o temprano.

Feliciano y yo tenemos suerte de tenerlo, si no fuera por si pensión como vencedor nos hubiéramos muerto de hambre. Por suerte no tenemos nada de lo que preocuparnos, nada de lo que preocuparnos excepto de los jodidos Juegos aunque nosotros tenemos suerte, comparadas con las veinte papeletas de un chico de la zona más pobre las ocho papeletas que sumamos entre Feliciano y yo no son nada.

Agobiado por el flujo constante de pensamientos fatales que pasa por mi cabeza bufo y apoyo la frente en la mesa. Pasada una hora el inútil de Feliciano entra en la cocina y se deja caer pesadamente en una silla enfrene la mía.

-Ve~ ¿Hay pasta?

-Solo café.

Me mira con ojos de cachorrito y yo aparto rápido la mirada. No voy a caer.

-Por mucho que me mires así no va a haber pasta para desayunar.

Le doy una taza de café y me dirijo a la habitación.

-Fratello no te vayas. Quédate conmigo un rato más. Ve~. Por favor.

Normalmente lo hubiera mandado a la mierda sin remordimiento alguno pero en un día señalado como hoy no soy capaz de decirle que no por lo que pongo los ojos en blanco, bufo y me siento de nuevo.

-Si quieres que me quede sírveme más café.

Al cabo de unas horas nos dirigimos a la plaza. Cuando llegamos ya está llena por lo que tengo que abrirme camino a codazos para llegar hasta la zona en donde los posibles tributos rezan para que su nombre no salga del maldito bombo.

La plaza es grande, muy grande, jodidamente grande, pero ni así cabemos las 10 000 personas y pico que somos en el distrito 8 y a muchos les toca ver el espectáculo por los monitores gigantes que hay en la calle principal. Me gustaría poder estar entre esos infelices que no han podido entrar en la plaza pero como soy un puto tributo me toca estar a primera fila, muy cerca del escenario para que así no pueda huir si sale mi nombre de ese maldito bombo.

Los chicos a mí alrededor se saludan con exageradas muestras de cariño, se nota que están todos histéricos y que quieren salir de allí cuanto antes, no los culpo, daría lo que fuera por poder quedarme en casa preparando la pasta que habrá para la cena. Me mantengo con cara de mala leche y los brazos cruzados en una pose de constante enfado que me libra de todos esos bastardos que se acercan a saludar y a desear buena suerte, pobres desdichados, ellos que han tenido que firmar teselas para mantener a su familia con vida y tienen su nombre repetido un montón de veces en el bombo, ellos son los que necesitan mucha más suerte que yo.

-Mira fratello, el abuelo nos saluda.

Miro asqueado hacia la tarima, el viejo nos saluda des de allí sentado entre de la chica que ganó hace unos años y un drogata que ganó hace ya bastante. Nuestros únicos vencedores, solo tres. Que mierda.

Emma se sube a la tarima con su bonita sonrisa dibujada en los labios.

La mujer que todos los años viene y se lleva a dos chicos para enviarlos a una muerte casi segura, aun así no puedo negar que es preciosa. Rubia, el pelo por debajo de las orejas adornado con una bonita cinta de color verde, a conjunto con sus grandes ojos del mismo color.

Siempre va de verde, verde esperanza, a lo mejor intenta hacernos sentir bien vistiendo de ese color, cómo si con eso nos quisiera decir que hará todo lo posible por devolver a uno do los chicos al menos.

El alcalde se pone a recitar las mismas chorradas de todos los años que por supuesto ignoro, no voy a escuchar al maldito viejo ese aunque parece que mi hermano sí, lo miro y me hago la pregunta de siempre. ¿Se puede ser más tonto?

Es la misma historia de todos los años, en la que habla de la creación de Panem, el país que se levantó de las cenizas de un lugar antes llamado Norteamérica. Enumera la lista de desastres, las sequías, las tormentas, los incendios, los mares que subieron y se tragaron gran parte de la tierra, y la brutal guerra por hacerse con los pocos recursos que quedaron. El resultado fue Panem, un reluciente Capitolio rodeado por trece distritos, que llevó la paz y la prosperidad a sus ciudadanos. Entonces llegaron los Días Oscuros, la rebelión de los distritos contra el Capitolio. Derrotaron a doce de ellos y aniquilaron al decimotercero. El Tratado de la Traición nos dio unas nuevas leyes para garantizar la paz y, como recordatorio anual de que los Días Oscuros no deben volver a repetirse, nos dio también los Juegos del Hambre. Las reglas de los Juegos del Hambre son sencillas: en castigo por la rebelión, cada uno de los doce distritos debe entregar a un chico y una chica, llamados tributos, para que participen. Los veinticuatro tributos se encierran en un enorme estadio al aire libre en la que puede haber cualquier cosa, desde un desierto abrasador hasta un páramo helado. Una vez dentro, los competidores tienen que luchar a muerte durante un periodo de varias semanas; el que quede vivo, gana.

Paso el rato vigilando todo en cuanto me rodea, un chico que está a unos pocos metros de mí llora desconsolado, otro lo mira con lastima mientras lucha por mantenerse en pie por que sus rodillas tiemblan muchísimo, los gemelos de los de la carnicería se cogen de la mano con fuerza y se susurran palabras cálidas de apoyo al oído mientras una niña que debe tener los doce justos los mira a ellos y después a nosotros, Feliciano se abraza a mi brazo pero yo sigo con mi pose de no te acerques, la niña parece decepcionada y no dudo en articular una palabra sin sonido cuando vuelve a fijar los ojos en nosotros. Imbecil.

El alcalde se calla por fin y Emma toma el mando del asunto.

-¡Hola a todos y felices juegos del hambre!- Lo dice sonriente, como si esos jodidos juegos realmente pudieran gustarle a alguien de fuera del Capitolio. Es bonita pero sigue siendo uno de los insectos del capitolio, por un momento la odio con todo mi ser.

Se acerca al bombo contoneando la cadera en un movimiento rematadamente sexy y mete dentro la mano, hace un poco el subnormal, para darle emoción supongo, y saca la primera papeleta.

-El primer tributo es…

Chaaaan! Espero que os haya gustado este primer capítulo. Pido disculpas por que no estoy muy segura de que Lovino haya quedado muy bien, estoy más acostumbrada a llevar personajes más alegres como Toño o Alfred o alguien más… feliz. xD.

La verdad es que el párrafo del discurso del alcalde (la historia del país y eso) es un copia y pega del libro de Suzanne Collins, los siento pero es que no me salía de otra manera y me gustaría que incluso los que no se han leído el libro puedan entenderlo y disfruten de la historia.

Para los que hayan leído el libro (si alguien lo ha hecho) quiero aclarar que es posible que alguna cosa relacionada con los distritos esté mal como por ejemplo a que se dedican y es que hay algunos (5, 6 y 9) de los que no he sabido encontrar nada y otros (1 y 2) que me lo he inventado un poco así que si alguien sabe a qué se dedican esos distritos que me lo diga porfas. También quiero aclarar que los sorteos en este fic no separan los chicos de las chicas, no se lo prefiero así.

En el próximo capítulo voy a anunciar quien es el pobre que ha sido nombrado en el sorteo y voy a acabar el desastroso día de la cosecha del pobre Lovi.

Quedan abiertas las votaciones para escoger a los 2 tributos que protagonizarán mi historia. La idea es ir contando las historias de los que salgan en el sorteo de la misma forma que ahora cuento el día de Lovi. No sé si se me entiende…

Bueno, lo estoy alargando mucho así que me despido por el momento mis tributos y os pido que dejéis algún que otro review plis ^^.