Comentarios iniciales:

Un saludo cordial, estimados lectores. Una vez más, les doy la bienvenida a un nuevo proyecto.

Esta historia es una que tuve en mente por bastante tiempo, solo como una posibilidad sin forma pero en las últimas semanas le he logrado dar forma de forma extraordinariamente rápida.

Haré referencias a varios juegos de la saga de distintas vías temporales, principalmente SS, OOT, TP, FS, BOTW, ALBW, WW, e incluso usare de base la trama del spin-off Hyrule Warriors. La trama se ubica en una línea temporal alterna y ficticia a las tres que conocemos, en la que hipotéticamente el Héroe del Tiempo fue capaz de derrotar a sellar a Ganon con la ayuda de los sabios, pero con el alto costo de su propia alma que fue arrastrada a esa prisión en el Reino de las Tinieblas como se vio al final de Ocarina of Time. Se usará términos de distintas dimensiones, un multi-universo, Steampunk y el desplazamiento temporal. Y principalmente, usaré bastante de la terminología metafísica.

Con esta historia deseo abordar a un desarrollo argumental bastante maduro y complejo, habrán situaciones sexualmente explícitas (Lemon), temas no apropiados para menores, lenguaje soez, y violencia gráfica (Aunque no llegaré al gore). Por eso la censura de este fanfic será de M. Sus géneros serán: Fantasy/Adventure/Romance. ZeLink.

Sin más nada que decir, GOGOGO:

Discleimer: The Legend of Zelda es propiedad de Nintendo. Esta obra es sin fines de lucro, sencillamente es por el deseo de entretener, de fan para fans. Todos los derechos reservados.


Diosa del destino

Por: ZeekLaerers


Capítulo I:

Prólogo


Un antiguo maestro, el héroe de otro de tiempo de un mundo alterno al que pertenezco, hizo un proverbio de las palabras de su mayor némesis. Que hoy en día, milenios después de su última exhalación, siguen vigentes y con un profundo significado.

La vida del mortal es una neblina matinal que pasa con el tiempo. Una sombra fugaz, que va dejando atrás gran vacío y sufrimiento. Génesis y extinción, leyes que nos esclavizan son. De cada ser, de cada alma, sacan lo óptimo, o lo atroz. Y solo el valeroso y sabio, es el que relucirá su luz entre desgracias y desazón.

Y lastimeramente, es de las palabras más ciertas que he escuchado y meditado en mis numerosas vidas de existencia. Lo sé, porque experimenté en mí misma lo verídicas que eran las palabras de ese guerrero ungido, quien en esa época y en esa dimensión, también fue mi sirviente más fiel, mi aliado incondicional, y el amor de mi vida. La desgracia y desazón que hostigaron mi actual encarnación iniciaron décadas antes de que siquiera las Diosas concibieran la posibilidad de mi renacimiento.

Inviernos previos a mi era, hubo una cruenta guerra, el mayor derramamiento de sangre que ha habido en la tierra creada por las Diosas, aún más violenta que la batalla de los cielos, la guerra civil en la era del tiempo, o la invasión crepuscular a mi reino en antaño. Inquietante era, que el conflicto inició no por intervención directa de la encarnación del mal, sino de simples individuos que anhelaron la grandeza de los dioses, y desencadenaran la conflagración más violenta en la existencia de la vida. Y como es la naturaleza mortal, pocos o ningunos recuerdan hoy en día el cómo comenzó todo, solo se recuerda los objetivos, las metas, y los supuestos triunfadores que el único galardón para su lucha egoísta fue una tierra abatida y desértica a modo de despojo. El supuesto triunfador a la final terminó siendo más desdichado que los derrotados, y pereció, sin llevarse nada de lo que había conquistado a su sepultura. Solo un legado de muerte y miseria.

La guerra y sus secuelas se extendieron durante años, hasta los días del nacimiento de mi actual reencarnación, siendo solo una indefensa infante en el seno de una familia real, externa a la intensa matanza y al baño de sangre que inundaba las llanuras que alguna vez fueron sagradas...

El Reino de Hyrule por milenios había sido aclamado como un faro alumbrador para todas las especies que habitaban el vasto e inmenso mundo. Una potencia en todo sentido existente de la palabra. Desde tiempos inmemoriales había sido el primer cimiento sagrado de las providenciales intervenciones de las creadoras de la vida, el tiempo y el espacio, amas del poder, la sabiduría y el valor. Una cuna de incontables sabios con sapiencias inigualables, nobles y monarcas de corazón puro que siempre guiaban a la nación y sus tierras vecinas a una era de prosperidad. El origen de cientos de curtidos y poderosos guerreros que pasarían a ser leyendas y hasta mitos e historias fantásticas en las culturas del oriente y occidente circundantes a Hyrule.

Pero si por algo sería recordado ese Reino, sería por ver en cada era el nacimiento de los ungidos de las Diosas, destinados a traer orden, equilibrio al mundo desaforado y sumido en la miseria. Ese por siempre ha sido y sería el rezo con el que los mortales rogarían a las Diosas cuando tribulaciones y nubes oscuras y tormentosas sumieran sus tierras. Sin falta, ambos elegidos despertarían, con la fuerza de defender lo que con tanto orgullo sentían como suyo, con el valor de enfrentar al mal que amenazara a lo que juraron proteger, y con la sabiduría de guiar a sus semejantes a un sendero de luz.

Pero no se vio señal alguna de esperanza en el horizonte cuando la oscuridad volvió a cubrir toda la creación. Nación contra nación, se alzaron en una cruenta guerra por la envidia y el odio, por no ser santificadas como Hyrule, por anhelar la prosperidad perpetua, y obligar a sus semejantes a postrarse ante ellos. Atacaron a los hyruleanos sin ningún ápice de cordura, todos los reinos en una cruda y egotista alianza. Las armas que utilizaron ambos lados de la contienda no tenían similitud alguna con algo originado por manos humanas. Usaron para sí artefactos que superaban al entendimiento de los mortales, y que tal poder los hacía posicionarse como dioses, lejos de que su terquedad y orgullo les hiciera ver el grave error que estaban cometiendo al manipular tal tecnología que superaba con creces sus conocimientos. Pocos conocían el paranormal origen de este poder con el que se hicieron, ni les importó, solo usaron como suyos esa mortífera plaga cegadora de vida.

Como en toda guerra, jamás hubo un triunfador o un perdedor, solo víctimas, de una forma a otra, pero era lo que todo individuo había recibido por inmiscuirse en tales batallas de desalmada violencia, pérdidas. Todo un mundo desbastado. Sus tierras consumidas por la estupidez de algunos, un total retroceso, arruinar lo que con tanto esfuerzo se había construido en milenios de duro esfuerzo y superando obstáculos. Macharon totalmente los esfuerzos y los ideales de sus antepasados que tanto dieron de sí, con tal de dejar un palpable legado a sus generaciones. Y ahora ellos se habían labrado su propio legado para ser recordados con repudio por sus descendientes, desolación, hambre, desnudez y muerte.

El conflicto no acabó porque algún bando apelara a la paz, a la persuasión, ni mucho menos que la piedad impulsara algo en sus inexistentes corazones. No. Todo acabó sencillamente porque no quedó soldado que derrotar, pelotón que emboscar, tierra que conquistar, u oponente que eliminar. El clímax aconteció, cuando todas las fuerzas disponibles se aproximaron en un encuentro sin reservas, dispuestos a lo que fuera, ya sin ningún escrúpulo o estrategia que seguir, solo comportándose como animales salvajes luchando por territorios. También sería la última vez que se verían esas horrorosas armas de destrucción que habían dado inicio a todo lo sucedido, al darles aires de grandeza a sus portadores. Esos artefactos que pudrían desde el tuétano de los huesos hasta la piel, desintegrando toda forma de vida que entrara en el rango de su alcance de sus pulsos de energía. Tecnología que jamás debió llegar a manos de ningún mortal.

El encuentro fue nefasto, una explosión marcaría el fin de la contienda, cuando tales armas se erradicaron entre ellas. Su efecto fue inmediato, la onda desintegró todo a su paso, sin importar de qué bando fuera, dejó como charcos de sangre pestilente a los cadáveres inertes de esa batalla. Arrasó con incontables civilizaciones, civiles y guerreros por igual, consumiéndolos lenta y tortuosamente. Esa energía se propagó por toda la faz del suelo que hubiera en cada hemisferio, con consecuencias hasta ese momento desconocidas.

No quedó nada, solo inocentes que a duras penas habían sobrevivido, ocultándose en agujeros tal como bestias, asustadas y desamparadas, no siendo capaces de contemplar lo que alguna vez fue una bella tierra. Ahora era un páramo teñido de carmín...


Con el pasar del tiempo, Hyrule fue reestableciéndose de una manera lenta, pero progresiva. Eran demasiadas heridas y en extremo profundas. Tanto la tierra bendecida por las Diosas como las naciones menores que la rodaban, participantes activos de las innumerables batallas, buscaron de manera desesperada la estabilidad entre el caos resultante, y la detener escasez de todo lo básico por el sostén de cualquier población. Hambrunas horrorosas, disturbios desmedidos, y saqueos despiadados se dieron entre todas las civilizaciones, enfermizamente deseosos de poseerlo todo, así el costo fuera pasar sobre todos y todo.

Sin dudas, fue de los lapsos más sombríos que las presentes generaciones habían presenciado. Pero muchos creyeron ingenuamente que, excluyendo la anarquía que cada pueblo debía enfrentar, el conflicto armado entre naciones había cesado y cesaría durante un prolongado tiempo. Que equivocados estaban. Hyrule una vez más se había establecido como un reino notablemente superior, logrando restablecer parte de su sociedad, pero con un creciente y voraz apetito de poder entre sus altos mandos, liderados por el vengativo y prepotente Rey Harkinian de Hyrule. Deseosos de colmar sus deseos megalómanos, y con la hipócrita filosofía que la paz absoluta sería posible únicamente bajo el control total, el recientemente reinstaurado ejército de las Diosas tomaron una postura opresiva, invadiendo a las naciones vecinas que a duras penas podían oponer resistencia en la minoría de los casos. Un nuevo baño de sangre se efectuó, y todo atribuido al "nombre de las Diosas", acusando a los foráneos de peligrosos. El Reino que alguna vez fue de las creadoras se había convertido en una violenta tierra, un imperio imparable que imponía su orden, y alimentaba el ego de sus integrantes con el pensamiento de superioridad que comenzó a esparcirse entre nobles y plebeyos hyruleanos.

Con el pasar de una década, Harkinian había reconquistado gran parte de los espacios perdidos en los conflictos, y había triplicado el dominio territorial del reino. Fue adulado como un dios, exaltado con la misma honra que a las Diosas. Pero el prominente Emperador tuvo la más patética caída y derrota. Su imperio comenzó a quebrarse, los oprimidos a revelarse, y a exigir lo que creían les pertenecían. Poco a poco, la terquedad del Rey le costó todo, al perder parte de su ejército. La traición fue su perdición, cuando fue sacudido con un golpe de estado sin precedentes. No podía ser más palpable el dicho de que un hombre no hace un ejército, y que en la unión, está la fuerza. En poco tiempo Harkinian había perdido de su control, ante el descontento de muchos de súbditos. Horrorizado y humillado, este poderoso guerrero acabó siendo una víctima de su propia mente, cayendo en la total demencia. Su final, siempre sería algo que nadie jamás mencionaría, un suceso macabro que nadie tenía el deseo de siquiera rememorar.

El Imperio se esquebrajó, naciendo múltiples entidades que se dividían en forma de facciones, Hyrule Oriental, Occidental, Norte y del Sur. Las culturas extranjeras forzadas a unirse a la devoción trioteísta de Hyrule por las invasiones también buscaron su libertad e independencia, hartos de ser identificados por un símbolo, un idioma y una religión que no les pertenecía, que buscaba aplastar sus propias creencias e ideales. Desastre, solo esa palabra lograba describir al menos por encima lo que acontecía entre las naciones.

La situación seguía en creciente tensión, hasta que de entre las zonas norteñas de lo que alguna vez fue el organismo más prominente del mundo surgió una nueva figura que comenzaba a tener fuerza y aceptación, seguida por un séquito de beneficiarios convencidos de que en ella estaba la solución para tratar de traer finalmente orden a todas las naciones. A los cuatro vientos y sus diagonales comenzó a oírse de esa joven, rumores de ser dotada con una sapiencia e inteligencia superior, pero no solo eso, muchos habían sido persuadidos por su carisma, sus sorprendentes habilidades de oratoria, un aplomo soberbio, y una convicción de acero. Los que sabían a más detalles de esta individuo comprendían instantáneamente el por qué era tan aclamada como líder. Era digna hija de su padre. La princesa Zelda XLVIII Harkinian de Hyrule era esa mujer detrás de la fama como la nueva voz de orden en el reino, pese a su joven edad de diecisiete años de edad. La grandísima mayoría de sus simpatizantes, al igual que ella, eran las generaciones de jóvenes, el futuro, quienes estaban hartos y totalmente asqueados de ver todo lo causado por sus antecesores, quienes seguían al poder, si es que se le puede llamar poder a tener cierta seguridad entre el desafuero de una civilización. La princesa Zelda representaba justamente lo que este nuevo movimiento buscaba, renacer de las cenizas y reformar lo que quedaba de una enorme potencia milenaria. La princesa era una mujer extremadamente imperiosa, centrada, con un porte y mirada gélida que doblegaba a quien fuera lo suficientemente ingenuo para que creer que podría argumentar algo de lo que ella dijera, capaz de enfrentar y rebajar con sus palabras a los hombres y mujeres experimentados que se creían en el derecho y aptitud de llevar la delantera. Esa facilidad de obtener la autoridad sin lugar a dudas era algo que había heredado del Rey Harkinian, sin embargo, la princesa era absolutamente distinta a su padre en la manera de usar sus crecientes influencias.

Sin usar ni la más mínima acción ofensiva de ninguna índole, en menos de tres años la dama vocera de un nuevo movimiento socio-político había desarmado a las entidades independientes mediante el diálogo, la persuasión, el debate pacífico con objetivo productivo. Una vez más Hyrule se unificaba con orgullo, comprendiendo que no había sentido en estar separados, separados sin la posibilidad de recuperarse solos. Podían hacerlo, pero solo si estaban unidos. Las brechas que causó un solo hombre, las había reparado su descendiente. Con principios progresistas y llenos de optimismos, Hyrule renació como un reino unido, tomando como parte de su territorio a las colonias de culturas extranjeras que quisieran entrar a la misma. Como máxima autoridad, nadie, o casi nadie, pensó en otra posibilidad que no fuera la que había hecho posible todo lo que ahora contemplaban. Zelda fue coronada como la primera Reina del Reino Unido de Hyrule, estableciendo la monarquía como la forma de gobierno, siguiendo las tradiciones de épocas remotas. La familia real hasta los momentos estaba compuesta sencillamente por la ahora Reina, y su hermana menor, la Princesa Zylia V Harkinian de Hyrule.

Con sus amplios conocimientos en múltiples campos, siendo una especialista en el área médica, una politóloga aclamada, conocedora de la amplia historia de su tierra, y una mirada siempre al futuro, la Reina Zelda logró impulsar el crecimiento de Hyrule en todos sentidos, una revolución industrial, científica y tecnológica. Teniendo fijamente establecido la filosofía de jamás cometer dos veces el mismo error. Bajo ninguna circunstancia nadie deseaba repetir los fallos de los pésimos ejemplos que habían tenido. Todos deseaban contribuir a aportar todo lo posible en acrecentar el desarrollo de lo que ahora les pertenecía, una utopía.

El estricto orden y las exigencias de ética a cada civil garantizaron una paz inquebrantable desde los inicios del nuevo régimen. La calidad de vida había mejorado, y casi se había borrado la existencia de la pobreza, más bien había una inexistencia de alguna clase desfavorecida en el gran porcentaje del territorio. No obstante, el Reino sí conservaba una postura expansiva, pero totalmente opuestas a las medidas que había usado el Rey. A diferencia de él, la Reina Zelda ofrecía a las naciones circundantes una oferta sencilla, unirse por voluntad propia a Hyrule, que sus pobladores se convirtieran en ciudadanos hyruleanos con los derechos que la nacionalidad traía, ser parte de una sociedad en constante crecimiento y una estabilidad sin igual.

A ojos de muchos, la Reina había logrado la comisión que tenía como heredera de un clan de respetados sabios y mandatarios, traer un era de prosperidad. Nadie podía cuestionar los innumerables logros que se habían alcanzado. Pero muchos otros sentían las deficiencias del sistema, comprobando que nada es perfecto. Muchísimos hyruleanos devotos contemplaban el cómo la infraestructura del reino evolucionaba, nuevos proyectos iniciaban, pero los templos sagrados seguían en el deplorable estado desde la guerra. Incluso, muchos de estos centros de culto a las divinas diosas habían terminado de ser demolidos, para construir nuevas edificaciones con fines socio-productivos. Esta actitud irreverente causó numerosas quejas entre muchas comunidades, exigiendo a la Reina que se le diera el debido respeto a los símbolos de sus creencias. Pero había algo que ya muchos conocían: La Reina Zelda se identificaba abiertamente como atea. Incrédula a las fantasiosas y poco creíbles leyendas que inundaban la cultura de Hyrule. Los partidarios de la monarca, contemporáneos con ella también habían adoptado una postura escéptica ante la creencia de tres divinidades creadoras. Era una opinión que rápidamente se había extendido por el reino, como la manera de pensar que debía tener cualquier persona culta, tachando a los creyentes de ingenuos y fanáticos. La razón por las que muchos no creían o no se interesaban en buscar respuestas era simple, ninguna Diosa o Diosas había oído las plegarias en medio del caos. Estos cultos argumentaban que si estaban donde estaban, era por el esfuerzo colectivo y constante del pueblo. Si existía un dios o dioses, eran ellos, mortales que habían hecho lo que se le atribuía a divinidades. Esa era la manera de pensar que tenían los hyruleanos.

Los protestantes poco a poco fueron acallados por la presión de la mayoría, que estaban erradicando la identidad del Hyrule de antaño. Como última petición, los sirvientes fieles a las diosas suplicaron a la Reina, diciéndole que abandonar a sus matriarcas y tomar una actitud tan desagradecida e irrespetuosa a las que les había dado la vida podría traer tragedias al no contar con su bendición. Como era de esperarse, nadie escuchó.

Todo una civilización seguía creciendo a pasos agigantados en su cultura, descubrimientos y estudios, en todo lo seglar, pero poco a poco, se fue descuidando por completo el ámbito espiritual, transformándose en un comunidad laica. Nadie creía necesitar la guía de seres invisibles y a los cuales se les debía tener fe. Pero todo cambió cuando resurgió entre los poblados de Hyrule una de las más espantosas secuelas que había dejado la Gran Guerra. El cataclismo final que dio por concluida la contienda y a las infernales armas mortíferas también contaminó todo el territorio en el que estaba con una misteriosa radiación de energía, la misma que usaban esas máquinas y con la cual desintegraba a los seres vivos que se les interpusiera. La consecuencia de esa irradiación se manifestó, en Hyrule hubo un espantoso brote de una enfermedad degenerativa, muy similar a lo que hacían esos seres sin corazón creados por los mortales en la guerra: Desintegrar celularmente al enemigo con sus pulsos de energía.

Este síndrome hacía lo mismo pero a un ritmo más lento y a la larga tortuosa, destruir célula por célula a los afectados, hasta que muriera. Fue bautizada sencillamente como "Hinom", el mismo nombre que tenía la colina en la que finalizó la guerra. No había manera de detener esa mortífera maldición. Pese a no ser contagiosa de un individuo a otro, sino que afectaba a los que sus organismos se veían indefensos ante la radiación, muchos comenzaron a ver a estos pacientes como una plaga, tachándolos de inmundos al identificarlos, la señal más evidente y su principal síntoma visible era el como la piel comenzaba fragmentarse, desgarrarse, y caerse. Una imagen demasiado horrorosa para algunos. No faltaron los extremistas que promovieron la idea de tenerlos en cuarentena, desterrarlos, o incluso ejecutarlos, en lugar de compadecerse y tratar de hallar soluciones, ofrecían las salidas más crueles y cobardes. Pero a algunos de estos desalmados les llegó la lección de una forma muy dolorosa: Fueron diagnosticados con esta enfermedad, o a algunos de sus familiares y cercanos.

Sin embargo, tal padecer era muchísimo más degenerativa de lo que se veía. Internamente, comenzaba a destruir los órganos, y en una buna cantidad de casos, la destrucción celular se concentraba en algún sistema en específico del cuerpo. Era una pequeña parte de lo que muchos soldados sufrieron al morir directamente a causa de esas armas en la Gran Guerra, siendo comidos vivos en pocos segundos cuando eran siquiera superficialmente tocados por esos pulsos de misteriosa energía. A diferencia del síndrome, esa era una muerte casi, casi instantánea. Quienes sufrían del Hinom, vivían para sentir como lentamente sus cuerpos eran consumidos hasta morir de forma espantosa.

Esa fue la nueva alerta a todo el imperio, una nueva crisis que estaba afectando en todo sentido a la joven sociedad. No obstante, la monarca tomó cartas en el asunto. Sin demora los más aclamados especialistas fueron convocados por la Reina Zelda, con ella encabezando el equipo, con tal de buscar no solo respuestas, sino primordialmente soluciones. Encontrar una cura era fundamental, mientras comenzaban a registrar todos los casos de esta enfermedad en Hyrule, tratando de, si era posible, transportarlos a un establecimiento que se había preparado para ellos, con todas las atenciones y medidas que se tenían para mejorar así fuera temporalmente sus condiciones. Eran sometidos a pruebas, exámenes, y demás, todo lo posible para investigar los secretos del síndrome.

Fue una enorme conmoción en todo el Reino, un impacto social que en algunos causaba una genuina preocupación, en otros una simple lástima por los afectados, pero no más. A otros ni les interesaba, porque no se encontraban en esas circunstancias. Y a muchos otros los alcanzaron las paranoias, afloraron actitudes propias de la hipocondría. En poblados algo más humildes e ignorantes, algunos canallas estafaban a las personas, exagerando los rumores del padecer, y ofreciéndoles curas falsas o tratamientos preventivos para quitarles las pocas pertenencias que tenían.

La situación una vez más iba de mal en peor en la nación. Y no faltaban los fanáticos hipócritas disque devotos que aclamaban que todo eso era una maldición traída por las Diosas como castigo. Los verdaderos hyruleanos creyentes, aunque discretos en su religión, sabían que nada de lo que sucedía era obra de sus amas. Y a la mayoría incrédula mucho menos les afectó en su moral esas acusaciones, pero sí logró revolver aún más la marea e hinchar las pasiones en la sociedad.

Todo llegó a un punto irreflexivo y de gran impacto al enterarse el pueblo de una inédita y terrible revelación: La Princesa Zylia, hermana de la Reina, había sido diagnosticada con el síndrome de Hinom.


—La premisa no es en lo absoluto una moción, mucho menos una solicitud. Se les está notificando que se adquirirá dicho presupuesto para los costos de absolutamente todo lo relacionado a la investigación, honorarios, recursos, procedimientos, el tratamiento a los pacientes en el internado. No están en la posibilidad de proponer un monto inferior del estipulado. —dictaminó una voz, sin un tono en sí belicoso, ni altanero. Sino imperioso, determinado. Irradiaba una total claridad; el tono de su voz no solo captaba la atención e infundía temor, sino que también lograba obtener la sumisión en sus interlocutores. Todos los presentes hombres y mujeres de ese concejo veían con sumo interés a la monarca de Hyrule, pero un interés cargado de displicencia. La Reina Zelda se ubicada de pie en un pedestal, rodeado de estrados encalanados, cada miembro de la audiencia ubicados en ellos. Nada ni nadie irrumpía las palabras de la mandataria, y nadie se atrevería de tal estupidez por mucho que desearan colocar objeciones.

El solo verla era causa para mantener un instantáneo respeto, recelo incluso. Muchos de los presentes rondaban la edad de la Reina, entre los veinte y unos pocos los treinta, comparado con ella que apenas tenía justo dos décadas de edad.

Décadas que debían haber equivalido siglos, por lo que decían algunos, considerando el prodigioso coeficiente y la disciplina que tenía la joven. Siempre divina en su porte, con un trenzado prominente de sus rubios cabellos, en contraste a su tersa piel de porcelana. Uno de los principales atributos de la dama, además de su agraciado cuerpo esculpido con finura, su natural elegancia sin necesitar el lujo de sus prendas reales y el maquillaje, eran de notar sus cautivantes ojos de color verde azulado como gemas aguamarinas. Gemas que mostraban un constante gesto frío y estoico, distante y hasta desalmado. En contraparte al tono de sus ojos, en su frente relucía su corona de oro, con el diamante de variedad carmín justo en medio del ornamento.

—Por lo que parece no tiene consciencia de los resultados colaterales de tomar medidas de esta magnitud, alteza. No se trata de un simple presupuesto para el proyecto. Está pretendiendo tomar los fondos establecidos para las otras áreas ejecutivas del Reino. No piense que nos quedaremos de brazos cruzados mientras planea cometer una arbitrariedad. —intervino uno de los presentes, ya con el turno de hablar, luego de haberse acallado lo suficiente. No fue muy cordial en sus palabras ni en su tono, por mucho que tratara de camuflarlo entre su embelesadora elocuencia.

—Arbitrariedad... Absurdo. Sé cuáles son las consecuencias, lo tengo muy claro, podría asegurar que he meditado cada posible resultado con mayor discernimiento que todos y cada uno de ustedes. Esto no se trata de un capricho, es la vida de miles las que están al borde del abismo, y miles más que serán diagnosticados si las cifras siguen al mismo ritmo, si es que no crece, lo cual es muy probable según lo calculado. Muchos más están siendo devorados por la angustia al tener que ver a sus amados morir por esta horrenda maldición.—dejó claro Zelda, conteniendo la indignación dentro de sí, manteniendo su tono y porte firme, pero a su vez objetivo.

—Y entre ellos, está contada usted, su Majestad. —replicó otro concejal, con un tono notablemente ofensivo.

—¿Y qué insinúa con eso? Si es que es capaz de decirlo de forma directa y no mediante evasivas. —Finalmente la dama, perdiendo ligeramente la compostura, pero con el mismo gesto insufrible que exteriorizaba; era evidente que se le había tocado un tema en extremo sensible para ella. El aludido estiró el entrecejo con una leve sorpresa por la respuesta de su superiora.

Cerró los ojos carraspeando con cuidado, tratando de serenarse antes de proseguir y no quedarse en silencio ante ese reto, o así lo había tomado el sujeto que su indumentaria tenía más valor que su coraje.

—No es secreto para nadie la condición de la Princesa, y la desmejoría de su estado. No es descabellado pensar que esa es la razón por la cual está tomando estas medidas radicales. Jamás hubiera llegado tan lejos, hasta este punto, si no fuera porque ahora su hermana se suma entre los afectados—soltó finalmente el concejal, tratando de mostrar su expresión más inexpresiva posible.

Un gélido silencio inundó el ambiente. Instantes antes los demás presentes estuvieron murmurando, pero al oír la última intervención, todos sintieron un corrientazo en la médula al siquiera imaginar la reacción de su monarca, que jamás permitía ser acorralada, y esa fama la precedía.

—No me importa en lo absoluto que crean que mi iniciativa es por alguna razón subjetiva. No solo es la vida de mi única familia la que está peligrando. Yo mejor que nadie puedo entender la desesperación de las personas que tienen amados en esa condición. Y haré lo posible por detener esto. Ofrecí una propuesta a ustedes, tratando de apelar al diálogo; pero se acabó, no permitiré que mueran más personas inocentes por la desidia y la avaricia de los supuestos líderes que juraron velar por la soberanía y bienestar de Hyrule. Si me obligarán a actuar con despotismo, adelante. Denúncienme al pueblo, y veamos a quién apoyarán. El lado que busca el bienestar de los desfavorecidos o los que tienen fama de querer llenar sus fortunas bajo la fachada de nobles políticos. Hasta entonces, y si es que se atreven a quedar en ridículo, haré lo que crea pertinente respecto a la crisis, con o sin su aprobación. —dictaminó la Reina, apuñalando con sus palabras el orgullo de más de uno de los presentes, sin objeciones que exponer o palabras que contradecir. Parecía que ya se había dicho todo. Algunos seguían con los deseos de seguir convirtiendo la situación en una belicosa discusión, un debate en donde dejar aflorar las discordias. Pero esas ideas solo borboteaban en sus mentes, sin lograr abrir la boca, su silencio habló por ellos. Finalmente, la junta tuvo que darse por concluida antes de lo previsto.


Zelda caminaba ahora a un paso firme entre los confines más reservados del actual palacio de Hyrule. Sus zancadas entaconadas resonaban en eco a lo largo y ancho del pasillo de esa fortaleza de mármol y oro que servía de sede gubernamental de todo un imperio. Pero además de esa tan superficial descripción, la dama siempre tenía el deseo de llamar a ese lugar su... hogar. Un hogar para ella y su familia, ahora reducida a solo su hermana. El hogar que desde hace mucho su padre les había arrancado.

Esa era solo una de sus innumerables deseos que reprimía ante las exigencias de su puesto como Reina, que la obligaba a prácticamente renunciar al privilegio de tener una vida por la masiva responsabilidad de velar por las vidas de millones. Ser una guía aunque estuviera desorientada, una luz aunque todos sus días estuvieran sumidas en las tinieblas, ser una figura inquebrantable, aunque por dentro estuviera desboronándose. Y exactamente eso era lo que estaba sucediendo. Se sentía desolada, desnuda, moribunda, al límite. Pero debía seguir sin importar qué. Sin importar el dolor, sin importar el desaliento, sin importar si era una mortal como cualquier otro.

Solo había una razón, solo una que la obligaba a levantarse cada mañana, cada amanecer en el que deseaba simplemente cerrar los ojos y más nunca poder abrirlos. Solo una persona lograba darle esa sensación de estar viva y de poder decir con certeza que tenía un corazón, maltratado y lleno de cicatrices, pero lleno de amor por solo ella. Y ahora desfallecía, sin poder hacer algo para retener la vida que poco a poco la abandonaba, que se despedía del alma de su adorada hermana.

La dama finalmente llegó a una sección silenciosa, de paredes y pisos de color blanco virginal, lleno de enfermeras que atendían sus quehaceres con diligencia. Al momento de que su Reina ingresó, todas hicieron una respetuosa reverencia, antes de seguir en lo que les correspondía. Justo después de eso, la que parecía la superiora entre todas, también vestida de blanco, se aproximó hacia Zelda, haciendo un leve ademán de respeto al inclinar su cabeza.

—Buenas noches, su majestad—dijo la supervisora de las enfermeras reales, siendo notablemente la mayor, aunque de un porte jovial. Sus ojos ámbar se enfocaron en los muertos y desalentados de Zelda, un gesto depresivo que arrugaba el corazón de cualquiera. Una imagen que muy pocos podían ver, porque siquiera tenía las fuerzas para devolver el cordial saludo; movida por la compasión, y comprendiendo a su ama la enfermera prosiguió. —Hace pocos minutos el doctor que asignó se retiró. La encontró estable, muy pronto podrá respirar sin necesidad de un equipo según dijo—

Al oír eso, un destello ínfimo de tranquilidad se reflejó en el semblante de la monarca. Ambas mujeres comenzaron a andar, dirgiéndose a la puerta que había al final en el centro de esa sala.

— ¿Cómo pasó el día?—preguntó Zelda, tratando de que su voz no se quebrara al intentar hablar. Inhaló y suspiró de forma un poco abrupta, queriendo de contener las lágrimas.

—Estuvo tranquila. Durmió bastante, se despertó hace un par de horas y preguntó por usted. Ahora está descansando otra vez. —Una fugaz inclinación en los labios de la dama pudo visualizarse, en pocos segundos. Además de un destello más intenso en sus ojos de tono verdoso. Aunque de nuevo su mirada se apagó, al pensar en que no pudo estar ahí cuando preguntó por ella. Finalmente llegaron hasta la puerta.

—Gracias... Por favor avise que me encargaré de cuidarla personalmente los próximos dos días—pidió Zelda, abriendo lentamente el picaporte.

—Como diga, alteza—dijo finalmente la enfermera, haciendo una última reverencia, para darse media vuelta y comenzar a andar para retirarse justo cuando ya su señora había comenzado a empujar ligeramente la puerta para acceder a la dichosa habitación.

Su interior no variaba en la paleta de colores, claros e irradiantes de un aire sofisticado. La estancia estaba ocupada por numerosos muebles, algunos sillones, mesas, equipos sofisticados que monitoreaban los signos vitales de la atendida. A los alrededores, en los estantes, había diferentes tipos de flores, en su mayoría de tonalidades carmín. En las mesas de noche se posaban libros, pertenencias, fotos, en la que salía Zelda y Zylia de niñas, no se veían tan distintas en edad, solo se diferenciaban por dos años a fin de cuentas.

En medio del lugar había una alta y ancha cama, notablemente aterciopelada y suave. Y a su vez, en ella descansaban la delgada y frágil figura de una joven arropada hasta cerca del cuello, reuniendo todo el calor que podía por la baja temperatura del ambiente. Zelda se acercó un poco más a paso lento, observando. Y ahí estaba, hecha un pequeño capullo entre las telas con sus cabellos castaños desparramados por las almohadas. Pudo contemplar una vez más su rostro dormido en un gesto sereno y externo al mundo.

Su piel era tan clara y tersa, pero perturbada por unas marcadas ojeras. Su mirada se posó en los vendajes que tenía Zylia en el cuello, en donde Zelda sabía que se ocultaba las dolorosas marcas carmesí de Hinom, su piel rasgada. Tenía vendajes similares en sus antebrazos, y pies. Un picor detrás de sus ojos se hizo presente a solo pensar en eso, negó con la cabeza tratando de quitar eso de sus pensamientos, la condición de su amada hermana. No deseaba quebrarse, menos en esos momentos, en los que quería y necesitaba estar inamovible por quién quería.

Zelda se acercó a Zylia, sentándose con cuidado a un lado de ella para comenzar a acariciar su mentón, sus mejillas con delicadeza, acomodar sus rebeldes mechones que estaban sobre su rostro, para colocarlos tras de sus puntiagudas orejas, también enrojecidas y resecas...

Con cuidado, la joven se acostó en la cama luego de verificar de que no hubiera nadie que pasara cerca de la puerta en el pasillo exterior. Zelda se tendió completamente en el cómodo lecho, junto a Zylia. Poco a poco fue estrechándola, acercándola hacia sí misma para acobijarla con su propio cuerpo. Trató en la medida de lo posible no tocar las puntillas nasales que asistían su respiración, y finalmente la tuvo contra su pecho, arrecostada ahí.

Ese momento era de los pocos en lo que sentía esa sensación que siempre anhelaba y soñaba, un sentimiento de pertenecer a un lugar, tener un hogar. Y su hogar estaba ahí, con su hermana, en sus brazos. Estar unidas como siempre lo habían estado era como el salvavidas que la ayudaba a sobrevivir cada cruel y frívolo día que enfrentaba.

Las lágrimas comenzaron a fluir inevitablemente de sus ojos, como fuentes de dolor condensado en gotas, unas pocas de las innumerables que había derramado sin consuelo, y sin quejidos o llanto que lo acompañara. Un llorar mudo que se había convertido en su manera de expresar su dolor, sin que nadie más se percatara de ello. Besó la cabeza de su hermana, estrechándola más si era posible. Ella lo era todo en su vida, y la estaba perdiendo.


En un lugar desconocido...

El frío que constantemente azotaba ese lugar quitaba el significado a cualquier adjetivo que intentara definir ese mortífero infierno congelado. Ninguna forma de vida al parecer era capaz de subsistir, ni siquiera la vida vegetal. Todo era un vacío nevado a todas las direcciones que podían verse, con un horizonte obstruido por la incesante nevada a todo momento del día. Insólito era, que en medio de toda esa zona infértil y mortífera, se encontraba un viejo árbol –o lo que quedaba de él–marchito, congelado y recubierto de escarcha, dándole una tonalidad grisácea. Entre sus raíces podía divisarse el único destello de luz en miles de millas a la redonda, justo en el corazón de la nada.

En el cuchitril erigido entre las raíces, en esa única fuente de leve iluminación reflejada entre las congeladas ventanas, estaba establecido la mugrienta y misteriosa morada de una bruja senil, consumida por la enfermedad y los vicios. Ni ella misma debía recordar su edad. Encorvada en extremo, y sin ninguno de los dientes de su dentadura. Sus arrugas daban un aspecto desfigurado a su rostro, su labio inferior sobreponiéndose del superior. A duras penas conservaba el equilibrio apoyándose de un bastón desgastado y carcomido por las gotas de sustancias corrosivas que constantemente la rodeaban día y noche en su aposento, recipientes humeantes de colores sobrenaturales y aromas sospechosos. Ahí estaba, frente a un caldero que fácilmente la triplicaba en tamaño, montada en un banco para estar a la altura.

Revolvía vigorosamente el viscoso líquido del interior sin que le tanteara el pulso, pero para cualquier otra cosa, sus manos temblaban con si estuvieran en hipotermia. Ya su edad ni le permitía escribir. Un extraño libro negro y grueso de hojas de piel estaba suspendido en el aire ante ella, flotando, mientras la mujer releía los procedimientos. Sus ojos totalmente blancos sin poder diferenciarse sus iris parecían fijarse con suma atención al vórtice que había causado en su preparación. Risillas fantasmagóricas rondaban en el espeso ambiente del lugar, sombras andando a espaldas de la bruja, susurrando palabras que no podían ser interpretadas... Repentinamente, el semblante de la anciana se tensó, mientras sentía que sus poros ya carentes de vellos se erizaban en un conocido escalofrío. Y se manifestó la razón.

Inmediatamente, la puerta del cuchitril fue abierta con gran fuerza, entrando el sonido del viento y la nieve arrastrada por la tormenta, y en el marco se veía una silueta alta, sombría, lúgubre. Esta figura entró a la estancia atravesando el umbral y deteniéndose ahí. Sin moverse en lo más mínimo, por obra inexplicable, la puerta se cerró detrás de él, regresando el tenso silencio al ambiente, solo irrumpido por el burbujear de las sustancias de estelas coloridas. La bruja se giró ya resignada para encarar a su inesperado visitante, aunque más bien ni le importó disimular su impresión, hacía ya bastante que no venía a verla con la recurrencia acostumbrada desde los últimos años.

La anciana se bajó de su taburete, y con un simple ademán de su mano hizo levitar su bastón de la pared hasta su huesuda y marchita mano, para comenzar a caminar hacia el recién llegado, no sin antes poner su libro de brujería sobre una pequeña mesa redonda que estaba vacía. Tuvo que levantar lo más que pudo la mirada para detallarlo. Aunque no había mucho que distinguir. Era un hombre de contextura firme, vestido por una capa que lo cubría totalmente, con una capucha prominente que escondía por completo su rostro. El tono de dichas prendas eran de un color verde casi negro, con diseños de runas de un color azabache. Y de su cuello pendía un collar de cadena de oro blanco, con un colgante muy peculiar, el símbolo de la Diosa del Destino, la divinidad de las alas eternas.

—Es una sorpresa verlo por aquí una vez más, mi Lord—dijo en tono cansado la bruja, negando con algo de fastidio y sonriendo a medias. Aunque no faltó cierto toque de... temor, y un extraño respeto en sus palabras. Como era de esperarse, su imponente interlocutor no respondió; nunca lo hacía. —¿Qué podría desear de su humilde servidora?—preguntó. Realmente no estaba de mucho humor, y esperaba poder irse a descansar pronto así fuera con pociones narcóticas para conciliar el sueño.

El encapuchado solo dirigió su sombrío semblante hacia un punto detrás de su acompañante. La bruja miró sobre su hombro, hacia donde aparentemente la mirada del visitante se fijaba, y era esa mesa en la que instantes antes estaba totalmente despejada –tal vez era el único mueble en el desordenado lugar que estaba sin anda encima–. Para su sorpresa, ahora había junto al libro que había puesto instantes antes una bolsa de cuero repleta de rupias doradas y plateadas. Ese sujeto las había hecho aparecer, ¿En qué momento? La bruja no tenía idea, tal vez estaba perdiendo sus reflejos. Tal vez.

—Ya veo... Así que quiere lo de costumbre—murmuró bajo la anciana, tomando su colgante papada, pensativa, contemplando la exorbitante cantidad de dinero que podía contar superficialmente con un vistazo. Comenzó a reír un poco bajo, sonriendo de nuevo.

—Pero lamentablemente mi memoria ya no es la de antes, señor. Usted sabe cómo es...—Se quejó la bruja con desdén, y sorna. No había que ser adivino para saber qué era lo que buscaba esa misteriosa mujer. Y como respuesta, el encapuchado hizo un tenue ademán de "Mira", con la cabeza, señalando otra vez a la mesa en donde instantes antes había aparecido la bolsa, con ese simple gesto. La anciana miró sobre su hombro otra vez, solo para encontrarse con una espada clavada a la superficie del mueble. Pero no cualquier espada, era el mandoble de un stalfo supremo, una reliquia bastante costosa, fácilmente podría llegar a costar las seis cifras.

—Adoro que hable con rupias—dijo mordaz la anciana, removiéndose contenta para comenzar a caminar con asistencia de su bastón hasta un punto céntrico del lugar. Una vez más invadió el silencio, hasta que la bruja comenzó a susurrar de forma acelerada una especie de recital inentendible, mientras que la sombra que proyectaba con su jorobada silueta comenzaba a desfigurarse, tomando la forma de espectros que comenzaron a moverse por el suelo. Las venas de la anciana comenzaron a tornarse sombrías en su piel, a la par que de forma aterradora salieron dientes afilados en la boca de la mujer, dictando su conjuro. Las sombras ingresaron a su cuerpo, haciendo que se estremeciera totalmente. Esa energía siniestra comenzó a reunirse entre las manos de la bruja, tomando la forma de un corazón, uno de carne negra como la noche.

Tal embrujo incluso palpitaba como uno...

Antes de que la anciana pudiera decir algo, el encapuchado hizo un ademán con su mano, haciendo levitar hasta él ese objeto de espantosa apariencia, sin esperar a que la bruja se lo entregara. El corazón comenzó a hacerse diminuto, hasta volverse una pequeña nube de humo púrpura en la palma de la mano enguantada del visitante. La anciana ni se inmutó ante ese atrevimiento, simplemente secó con un maltrecho paño su sudorosa frente, el hechizo le consumió buena parte de las pocas reservas de energía que le quedaba ese día. Pero por el botín, bien valdría la pena.

—Sobra decir que quienes usan el Alma negra, no regresan para contarlo. Usted es una inquietante excepción...—comentó la anciana, tal vez por un muy leve sentido de responsabilidad en advertir las consecuencias de sus hechizos. A fin de cuentas y por muy hipócrita que fuera la bruja, ese era parte del código del hechicero, prevenir. Igual, era innecesario repetir lo mismo, ya no sabía cuántas veces ese mago de capucha verde había venido con ella solo por un Alma negra, y volvía a regresar una vez más por ese artefacto de energía tan peligrosa.

Como era de esperarse, el encapuchado simplemente se dio la media vuelta, comenzando a andar hacia la salida como si nada hubiera sucedido.

—Supongo que esto seguirá entre nosotros, mi Lord. Lady Impa no tiene por qué enterarse... ¿no?—dijo un poco inquieta la anciana, tratando de confirmar que el mutuo acuerdo de discreción continuaba intacto, lo último que quería era que la hechicera suprema se enterara de sus actividades más que ilícitas con bruja. Como única respuesta, su misterioso visitante solo abrió la puerta del lugar con su telequinesis, para que el viento gélido una vez más sacudiera el interior del cuchitril. Sin esperar más, ese hombre salió de la estancia con pesadas zancadas, para luego cerrar la puerta tras sus espaldas.


La ventisca no parecía dar ninguna señal de amenguar su intensidad, por el contrario, esta solo se hacía más impetuosa. Ese individuo de capucha continuaba andando entre la tormenta, mientras sus huellas se desaparecían por la nieve en segundos. Finalmente se acercó a lo que parecía una roca saliente del suelo, bastante grande, y que podría servir como refugio ya que protegía de la corriente por su tamaño y posición. Se puso ahí, recibiendo el amparo.

No obstante, el sujeto descargó un poco los hombros, como si estuviera exhalando. Hizo una seña lineal con uno de sus brazos, y el impetuoso viento se frenó en un instante de forma inexplicable. Como si hasta los elementos lo obedecieran. Y así era.

Ese individuo, una vez rodeado en la calma, volvió a hacer otra seña pero solo con sus dedos, y con eso invocó una potente llama frente suyo, en el suelo, que no parecía tener nada con qué hacer combustión, ni parecía que el gélido ambiente lo debilitara. Era un fuego intenso y carmesí que comenzó a derretir la nieve del suelo que lo rodeaba. Luego de varios instantes, comenzó a hincarse, para sentarse finalmente frente a esa fogata, en posición de meditación con sus piernas entrecruzadas. Se sacó los guantes, mostrando que en sus dedos tenía múltiples anillos tribales, uno en cada uno y de materiales y gemas de distintas clases. Pero un detalle muy particular, era el hecho de que en el dorso mano izquierda podía visualizarse un símbolo único marcado en su piel, tres triángulos en pirámide. La Trifuerza del valor.

Se quitó la capucha, mostrando su cabello dorado y abundante, de mechones rebeldes. Su piel extremadamente pálida, sus orejas puntiagudas infestadas de aretes. Su rostro de facciones finas pero masculinas tenía también perforaciones con piecillas de metal, una de su ceja derecha, y también uno debajo de su labio inferior. Pero lo que más resaltaba de él, eran sus ojos del tono del mar, pero perpetuamente marcada por una mirada seca, vacía y ácida. Su expresión era muerta, y cargada de indolencia.

Se quedó varios instantes así, observando el danzar del fuego, avivándola con su propio poder mágico como combustible, uno que lo hacía arder de forma antinatural, como si tuviera vida propia. El joven hechicero de cabellos rubios exhaló una vez más, cerrando los ojos con calma para iniciar con el conjuro de invocación que estaba a punto de hacer, uno prohibido, innombrable. Incluso la Trifuerza de su mano comenzó a destellar de forma errática al sentir lo que se aproximaba.

Sin abrir sus ojos, entre sus palmas comenzó a emerger esa aura negruzca, el cual tomó la forma del objeto que le había entregado la bruja. El Alma negra continuaba palpitando con rapidez, como si supiera las intenciones de su portador. Su mano fue hacia el interior de su abrigo, sacando lo que parecía una daga de oro con inscripciones talladas en su hoja. La giró entre sus dedos, y de imprevisto enterró de forma certera la cuchilla en ese corazón maldito, apuñalándolo. La reacción fue inmediata. Bajo la mirada inexpresiva del hechicero, el objeto comenzó a chorrear un líquido negro, viscoso, pestilente y espeso.

Sin dudarlo, acercó el Alma negra al fuego, haciendo que la sustancia que chorreaba cayera sobre las llamas. Y así fue. La fogata se tornó en un misterioso color oscuro, con destellos púrpuras. Incluso, entre las lenguas de fuego podía verse rostros que gritaban en agonía, espíritus que sentía con horror lo que estaba a punto de suceder, repitiendo un nombre... dos sílabas. Un título. Uno que el hechicero conocía.

Solo faltaba algo más, un último paso para ejecutar por fin el conjuro. Dar de su sangre; y para eso, también se hizo un corte en su palma causando que fluido carmín comenzara a correr por su mano. El fuego frente él emitía misteriosos sonidos, y los espíritus seguían repitiendo ese nombre con alabanza, con temor morboso. Lo hizo al fin, su líquido vital cayó en el fuego, causando la reacción que esperaba. La llama se expandió sin control, tomando el tono de la sangre a la par que runas de un dialecto olvidado comenzó a rodear el suelo de forma circular, un sello mágico. La energía lo rodeó, en un remolino de llamaradas mientras voces enfermizas seguían murmurando, gritando, llorando, suplicando o exaltando. Cerró los ojos con fuerza, mientras perdía la sensibilidad de sus extremidades, mientras cada parte de su alma física e inmaterial se retorcía en un dolor tan conocido pero a la vez tan desesperante. Sus huesos se tensaban con esa aura macabra que solo saturaba todos sus sentidos.

No era la esencia de un ser vivo. Era el alma y esencia de un ser demoníaco, abominable, contaminado con un halo de ultratumba, cargada de las más bajas pasiones del sadismo. Y seguían repitiéndolo. Esas almas no paraban de decir vez tras vez ese mismo nombre, con sus voces casi extinguidas, pero incesantes. Algunas llenas con fascinación, otros con pánico, algunos con frenesí, y unos pocos con deseo. Pero solo una cosa compartían: Una devoción enfermiza, una adoración sin escrúpulos, una fe ciega mientras lo evocaban, mientras proclamaban ese título maldito, ese nombre bañado en muerte.

Ganon... ¡Ganon...! ¡GANON!

Con cada vez más intensidad, con más furor. Con una veneración incomprensible, hasta que el silencio inundó todo, de imprevisto. Pero se seguían sintiendo, los demonios pululando, sus espesas respiraciones, sus auras empalagosas y cargadas de demencia. Pero callados, como si contemplaran con obsesión algo. Y así era, presenciaban la audiencia de su amo con ese joven hechicero.

Creí que no volverías... ya comenzaba a sentirme olvidado, Link...—

Oírlo era peor que sentir fuego en los tímpanos, que sentir el aliento de un depredador en el cuello. Su sola presencia retumbaba y hacía temblar las dimensiones. Su voz triple y espectral era áspera, más profunda que el espacio y tiempo. Hablaba con un revoltijo de cinismo, odio, tanta maldad condensada de un solo ser era inconcebible; rozaba lo inmundo. Solo expresaba burla, desprecio, una retorcida gracia entre sus palabras, soltando ahogadas carcajadas.

Su invocador, ese hechicero de verdosos ropajes que respondía al llamado de la bestia con el nombre de Link, finalmente abrió sus ojos brotados, enrojecidos de dolor e inyectados de cólera. Estaba de rodillas ante la presión, pero comenzó a levantarse sin siquiera mirar a su alrededor, ya conocía demasiado ese espacio astral, una dimensión encendidas en llamas que eran imposibles de extinguir, un averno que martirizaba las almas de los propios lacayos de su autoproclamado Rey. Link observó una vez más a su predestinado némesis, justo frente de él, una sombra incorpórea, deforme, monumental. Solo brillaban un par de destellos blancos, y una sonrisa macabra. En medio de esa criatura, en lo que parecía su pecho, sobresalía clavada una espada de forma grotesca, de colores carmesí y oscuros, con la Trifuerza al revés en símbolo de oposición a las Diosas. La Espada Maestra Oscura estaba empalando a Ganon, y frente a él, separándolo de su joven interlocutor, había una especie de barrera mágica, circular y levitante, lleno de escrituras en el hylian arcaico, y la marca de la Trifuerza justo en su centro. Por la circunferencia de ese sello que retenía a Ganon, giraba llameante una versión astral y traslúcida de la sagrada Espada Maestra, un resquicio del poder de la original, que evitaba la liberación del Rey de los Demonios.

Link comenzó a respirar de forma agitada... Sintió inmediatamente como algo escurría por sus oídos y también en su nariz. Era sangre. No era algo que le extrañara, para un mago de luz era un suicidio estar expuesto a tanta oscuridad. Sin embargo, no parecía que esto lo perturbara. El joven simplemente miraba con una intensidad incomprensible a los ojos de la bestia, mientras se quitaba la sangre de sus fosas nasales y orejas con sus dedos. Incluso su Trifuerza estaba palpitando débil, sentía la extremidad que tenía la marca entumecida, como si agujas se le clavaran en los tendones.

¿Nada?—

Prosiguió Ganon, resistiendo su ansiosa risa. Una vez más el silencio se escuchó, uno en la que los demonios no se atrevieron a interrumpir.

—Sabes a lo que vengo. Cya—habló por primera Link, con voz firme, monocorde. La sonrisa de Ganon solo se agrandó más. Con cierto dejo o muy distante resquicio de pesar al decir ese nombre.

El aliento de esa atrocidad de ser se manifestaba en oleadas de energía infernales que chocaban contra su jurado oponente.

Me tomó más tiempo del esperado, pero finalmente se quebró, todos lo hacen. Estuvo en varias ocasiones cerca de confesarles que me oía. Me veía en sus sueños, me sentía, susurrándole lo que tanto necesitaba escuchar. No hice nada que ella no quisiera. Esa bruja infame, depravada y despreciable siempre estuvo bajo esa fachada de Guardiana del Tiempo, esa mujer que fue para ti como una compañera, una guía, una hermana. Su oscuridad y esos deseos enfermizos por ti siempre estuvieron ahí, reprimidos por su asquerosa luz. Solo le di un... impulso—

Lo dijo con tanto cinismo, con tanto gozo en cada palabra, exhalando con éxtasis.

—No lograste absolutamente nada—replicó Link, respirando bocanadas algo urgidas pese a continuar con un tono estoico, distante. Como si fuera una máquina la que hablara, sin tapujos. Seguir expuesto al alma maldita de Ganon estaba haciendo estragos en él, sus oídos expulsaban sin parar sangre, y su quijada estaba bañada de rojo por su sangrado nasal. Su cuerpo temblaba, pero seguía ahí, imperturbable.

¿Y creías que esa mediocre que llamabas maestra, una hechicera de cuarta, iba a ser capaz de liberarme? Era evidente su destino, fracasar. Pero lo valió, tantos siglos, tanto tiempo sin usar a un ser vivo como un títere. Controlar a alguien contra sus principios es una de las sensaciones más excitantes que he disfrutado en mis innumerables vidas. Observar la mortificación de tus aliados cuando tuvieron que enfrentar a una ser amada, una ungida por las Diosas que manché a mi antojo... Y lo mejor, pude ver como derramabas la sangre de tu compañera en su sagrado Monasterio. Me sentí vivo otra vez—

Dijo de forma frenética Ganon, atropellando las palabras por la emoción.

— ¿Y eso es todo? ¿Por eso fue todo esto?—preguntó altanero el rubio, fingiendo intriga.

Cuando tienes milenios de vida y toda una existencia dotada de inmortalidad, tu perspectiva cambia. Te hace valorar los placeres más mundanos. Asesinar, ver como la vida abandona los ojos de una víctima, explorar las entrañas de tu oponente con tus propias manos... Fueron placeres que me quitaste, o mejor dicho, tu antecesor me lo arrebató. Digamos que esto fue un pequeño desahogo, diversión malsana. Pero, por si te lo preguntas. No, no buscaba el paradero de Hylia dentro de los recuerdos de Cya, o lo que quedó de su mente una vez la hice mía. El alma de la Diosa despertará del letargo, su encarnación vendrá a mí, tarde o temprano, atraída por los entresijos del destino. Todas las vidas han sido así, y siempre lo serán—

Confesó Ganon sin ninguna reserva, solo obsesionándose en ver como la sangre de Link fluía por su rostro al estar expuesta a tanta putrefacta oscuridad. Reía emocionado, como si un acontecimiento estaba próximo a ocurrir. Estaba ansioso de volver a verla, la reencarnación de la sierva de las Diosas, podía sentirse en sus palabras, tener frente a él a esa divina mujer de aura sempiterna.

—Hylia no despertará en esta vida. Su encarnación está a salvo, lejos de ti, y de mí. No tiene ningún destino que cumplir. Si renacimos, si tú y yo nos volvemos a encontrar, significa que una vez más traerás horror y muerte a Hyrule. Y yo me encargaré de hacer que esta prisión se sienta un paraíso comparado a lo que te haré, una vez tengas lo necesario para salir de este hoyo—espetó con rabia Link, expresando por primera vez algún sentimiento, una sensación cargada de desprecio. Al terminar de hablar, volvió a toser con fuerza... y de su boca comenzó a chorrear sangre.

Hablas como si ese próximo holocausto lo fueras a enfrentar solo. Sigues siendo el mismo guerrero mediocre que necesita y ansía luchar hombro a hombro con aliados que solo te entorpecen. Pero los sigues teniendo, con un terco masoquismo. Ellos son tu debilidad. Piénsalo. Corrompí a la dama blanca, y la convertí en la peor de sus pesadillas con poco más que mis tentaciones. Hasta ese error que nació luego de que corrompí a Cya... Lana ¿No? La poca luz que quedaba en la Guardiana del Tiempo hecha carne, y hasta un error como ella, que pretenden adoptar como una nueva aliada puede sucumbir ¿Qué evitará que destroce a alguno de tus supuestos amigos, y los vuelva en tu contra, tal como hice con tu compañera?—

Se burló Ganon, sin intensiones de parar. Sus demonios solo soltaban espectrales carcajadas al unísono.

—Nada, eso lo tengo muy claro. Pero tú hablas como si yo fuera igual a mis vidas pasadas. Quien me traicione, no importa quién sea o por qué, le sacaré el corazón tal como lo hice con Cya. Es lo que me diferencia de ellos, de mis antecesores. No temo hacer lo necesario, no temo arrancar una vida. Y sobre todo, no te temo. —

Recuerdo como si fuera ayer la primera vez que me viste, siendo solo un niño. Por poco falleces al sentir una pequeña parte de mi esencia, por sentir en carne propia solo una fracción del calvario que sufrieron los héroes pasados... y desde entonces vienes acá, tratando de probarte algo. Pavoneándote como el maestro hechicero que crees ser. Pero sigues siendo ese mismo mocoso inútil y lerdo que intentó descubrir lo que había detrás de todas las advertencias que le dio su maestra Impa sobre mí. Buscando descubrir qué había detrás de mí nombre. Solo pisoteas a ese niño, lo reprimes, porque sigue teniendo miedo y es tu más absoluto fracaso y debilidad. No somos tan diferentes, Link. Ambos estamos encerrados. Solo que mi prisión es este sello, en cambio tú estás encerrado dentro de ti mismo. No entiendo por qué a diario te cubres con una máscara, si tu rostro es una careta. El que te dejes controlar por el odio, por tu ira y rencor solo debilita el sello que tu antecesor me impuso—

—Y no quiero evitarlo. Quiero que te liberes. Quiero terminar lo que mis vidas pasadas jamás pudieron, erradicarte y no dejar nada de ti que reencarne. Si tuviera cómo, te sacaría justo ahora para aniquilarte tal siempre he anhelado. Pero no puedo, no me queda más que esperar que te liberes por tu cuenta—dijo de forma sanguinaria Link.

Tal parece que sigues siendo un ignorante, y estúpido. Desde que existimos he hecho de tu vida el mayor de los infiernos, y no importa si en contadas ocasiones pudiste detenerme, es temporal, siempre lo es. Siempre regresaré, siempre estaré ahí para disfrutar de tu dolor y sufrimiento. No importa cuánto te esfuerces, lo perderás todo, y a todos, al oponerte a mí. Ahora te sostienes a duras pena de tu ingenuidad y arrogancia, veamos cuanto duras así antes de que te aplaste como la insignificante basura que eres. —

Bufaba de placer, de ver a su jurado enemigo en frente, para confundirlo, para desalentarlo. Quitarle toda razón para luchar. Se estremeció de forma sádica, al ver que Link ahora lloraba sangre de sus ojos, y sus dientes estaban teñidos de rojo, la oscuridad lo estaba matando lentamente. Pero eso no lo doblegaba.

—Sé perfectamente a lo que me enfrento. Te conozco, he estudiado cada detalle de ti, cada relato, cada leyenda. Todo de lo que eres. No hay hechicero que no te tema, pero ahí está la fuente de esa enorme sombra de terror que tiene tu nombre, que es solo una ilusión. Temen lo que representas, y es ahí donde olvidan lo que eras antes de convertirte en esto. Nada más que un hereje, un bárbaro iletrado que moría de hambre y sed junto a sus esclavas en un desierto. No tendrás nada que quitarme, porque no tengo nada que perder. La arrogancia es un complejo de superioridad, no es mi caso, porque es un hecho, soy superior a ti. –dijo Link canalizando todo su desprecio y su ira en esas palabras, altanero, mirando fijamente a Ganon con su rostro y cuello bañado en sangre. Sin importarle nada, sin esperar una respuesta o una reacción, con un simple gesto, cortó de raíz ese enlace psíquico entre ambos.

Una vez más regresó a la realidad, cayendo de rodillas respirando a bocanadas, tiñendo de rojo la nieve en la que su rostro se apoyó. Respiraba con dificultad, arremangándose la gabardina para ver que sus manos y antebrazos ahora tenían rasguños en la piel. Estaba temblando, y no era por el frío de la tormenta que de nuevo estaba haciendo de las suyas.

Se levantó con dificultad, cubriéndose las manos con los guantes. Volvió a ocultar el rostro con su capucha, mientras su respiración copiosa y apresurada expulsaba un aliento frío por la temperatura. Cojeante y débil, pero obcecado y tenaz, comenzó a caminar con un rumbo indefinido y distante, arrastrando los pies y el espíritu, hasta que simplemente se desvaneció de ese lugar por obra sobrenatural.


Comentarios finales:

De verdad necesito que me den su sincera opinión sobre qué les pareció. Por ello, la opción de dejar review está siempre disponible.

¡No saben cuanto amé redactar este primer capítulo! De principio a fin. Imagino tienen dudas, preguntas e incógnitas. Esa es la idea. Por favor, expresen todas sus preguntas en los comentarios y ya verán por qué.

Una vez más, muchas gracias si han llegado hasta aquí. Están invitados a seguir la historia, de este modo les llegarán instantáneamente la notificación de las actualizaciones a su correo. Como dije, actualizaré una semana sí, otra no. El día de la semana será indeterminado, aunque la mayoría de los casos serán entre los jueves o viernes, o tal vez antes si logro pulir y corregir previo a lo previsto. Así que atentos.

Nos estamos leyendo :D