¡Por fin esta listo! D: Me tomó 18 días (lo comence el 1ero de marzo y lo termine hoy) Pero creo que valió la pena.
Dedicado a Ashiteru sama :D ¡Ojala te guste! Veras, algunas partes quedaron muy bien, en otras parece que hubiera faltado inspiración xD Me diverti mucho, debo admitirlo. Es la primera vez que escribo una tragedia, creo que me animado a intentar hacer más con esto.
¡Disculpa si los personajes salieron un poco OC! En cierto punto, ya no supe bien cómo manejarlos : También me disculpo si los lemons no quedaron perfectos ;A; O si el final es raro, ¡no sé! xD
Puntos a aclarar:
1. El argumento de la historia me lo dio Ai-san, yo sólo le presté las palabras. Los personajes también son suyos :D
2. No es todo amor y rosas, eso hay que tomarlo en cuenta.
3. Con respecto al pseudónimo de Glen... Oh Dios... Creo que lo hice muy predecible (tuve atraque mental, ¡no me mates!)
4. Tal vez hayan cabos sueltos, trata de ignorarlos *O* (No supe que más ponerle :( )
5. El título es un fail, lo sé. Soy la peor con ellos
Creo eso es todo, aqui va.
Gracias :)
WAKEFIELD
Capítulo Uno
Era un día normal en la podrida Wakefield.
Los reos habían estado bastante tranquilos, casi nadie había causado estragos.
Arthur pensó que ese día podría tener un poco de paz al fin. Aún eran las cinco de la tarde, y su ronda de turno terminaba a las nueve, pero lo había logrado resolver de alguna manera: Si algo pasaba o si alguien decidía portarse mal, le cargaría el trabajo a su hermano, Scott.
Sabía que él amaba su trabajo, y más que nada cuando llegaba la hora de castigar a algún preso que quería pasarse de listo. ¿Qué podía decir? Lo conocía bastante bien, sabía de buena tinta que él era de los tipos a quienes le gusta torturar hasta hacer sentir el error a la fuerza; tenía un talento con ese tipo de sadismo.
Pero antes de encargarle aquellos trabajos por la satisfacción que él ganaría, lo hacía porque quería ahorrase una tarde de problemas.
Realmente odiaba su puesto. Odiaba tener que cuidar la podredumbre de reos que habitaban en aquella prisión de alta seguridad, odiaba ver los rostros caídos en la peor desgracia, odiaba tener que escuchar historias de crímenes tan horribles y atroces, pero sobre todo, odiaba tener que compartir la vigilancia del sector rojo –el sector más peligroso de todo el complejo- con Scott, porque lo odiaba más que a nadie y le hastiaba su inmunda forma de actuar.
No había querido nada de eso, pero allí estaba, y lo peor era que ya se había acostumbrado.
Aquellas tardes tranquilas no eran muy comunes, y no perdería aquella oportunidad para relajarse un poco y descansar de tan agobiador labor. Se sentó en la mesa de su cabina, prendió la radio, y paró en la estación en la que sabía pasaban música de saxo, trompeta y violines, la que le gustaba especialmente en ese tipo de ocasiones. Se recostó en el espaldar de su silla, cerró los ojos, y se imaginó las notas musicales fluyendo como colores en un caleidoscopio, latiendo al ritmo de la entretenida melodía.
Se dormía poco a poco, por fin podía descansar…
Lamentablemente eso no le duró mucho.
-"¡Arthur! ¡Idiota!"- Escuchó la voz de su hermano mayor acercándose, y para cuando abrió los ojos, ya estaba en la puerta de su oficina.
-"¿Qué diablos quieres?"-
-"Nos llaman abajo. Han traído un nuevo reo, y será puesto aquí, en el pabellón rojo"-
-"…"-
-"¡Apúrate, imbécil! ¡Somos los encargados!"-
-"Y-Ya, ya voy. ¡Y deja de llamarme así!"- Caminó siguiendo a su hermano, adormecido y cansado como nunca lo había estado dentro de esas cuatro paredes.
Estaba tan empalagado de toda esa putrefacción…
Llegaron hasta la sala de registro y alistamiento, en donde se encontraron con otros dos guardias, que cotilleaban acerca del futuro nuevo huésped de la penal. Parecían estar bien informados de toda la situación.
-"¿Ustedes saben de quién se trata? ¿Vash? ¿Ludwig?"- Inquirió el pelirrojo, llevándose un cigarrillo a la boca inmediatamente después.
-"S-Sí. Pero es algo realmente horroroso"- Ludwig tragó la saliva acumulada en su garganta, parecía estar más nervioso de lo normal y tenía unas hendiduras extrañas alrededor de los ojos, aterrado.
-"¿Y bien? Queremos oírlo"- Arthur se sentó en una de las sillas de la habitación, mirando al hombre alto y rubio fijamente, obligándolo a responder con la mirada.
-"B-Bien. ¿Han escuchado de aquel asesino, al que apodaron Ddraig goch?"-
-"¿El más buscado de los últimos años?"- Los ojos de Scott parecieron sorprenderse un poco, y al momento una sonrisa enfermiza le apareció en el rostro. El rubio no comprendía de quién hablaban, pero a juzgar por la reacción de su hermano, supuso que se trataba de alguien realmente peligroso.
-"Sí"- Vash también parecía un poco nervioso, aunque asqueado era lo que más resaltaban sus muecas.
-"No sé de quién hablan"-
-"Pues hablamos del más temido en toda Inglaterra, conocido por sus enfermizos y bizarros asesinatos y crímenes. Todos ellos son famosos por encarnar una crueldad y desprecio por la vida en términos fríos, calculadores y totalmente planeados; parecen incluso imposibles para cualquier hombre que se reconozca como tal"-
-"Tal vez él no se reconozca como tal"- Sonrió el hermano mayor. El pequeño tragó en seco, espantándose con las caras con las que los otros dos policías relataban las hazañas de tan famoso sujeto. –"¿Cómo se ha identificado?"-
-"Con el nombre de Glen Llywelyn. Fue encontrado gracias a un genio de Scotland Yard, y casi por mera coincidencia. Dio unas descripciones lo suficientemente concretas como para dar con él, y así fue apresado. Las malas lenguas dicen que aquel testigo, del cual no conozco el nombre, resultó tan conmocionado por la matanza que vio, que fue necesario que lo enviasen a un psiquiátrico. ¡No paraba de vomitar! Y estaba anímicamente muy mal"-
Arthur se asombró muchísimo, a la sazón que su curiosidad por aquel hombre aumentaba con cada calificativo que le daban.
¿De quién se trataría este asesino de tal calibre? ¿Quién era Glen Llywelyn exactamente?
Se moría por saber.
Scott se sentía exactamente igual, pero por otros motivos.
Estaba mucho mejor informado que su hermanito al respecto, y no dejaba de maravillarse con la idea de que una criatura tan fascinante entraría a formar parte de las cárceles que él cuidaba.
Quería verle el rostro asesino, estudiarlo y saber qué había detrás de todos esos crímenes que habían despertado el abatimiento de Yorkshire y de Inglaterra en general.
De un momento a otro, y para la sorpresa de los cuatro hombres allí presentes, pasaron dos otros policías presurosos, llevando a un muchacho atado de brazos, con el rostro cubierto por una bolsa de malla, y con un aire bastante peculiar alrededor de su esencia.
-"Escriban Glen Llywelyn en la lista de sospechosos bajo investigación policial. Alias Ddraig goch en el bajo mundo, 24 años, procedente de Cardiff, Gales"-
Ludwig sacó el cuaderno y apuntó todo como se le dijo. Todos se quedaron perplejos al ver que ninguno de los oficiales que llevaban al reo se movió para hacerlo él mismo, y pensaron que fue para no perder el agarre en el que tenían al criminal.
¿Realmente era tan malo como decían? Se preguntó Arthur. No pareció forcejear mientras lo llevaban a su celda, no decía nada, estaba bastante tranquilo como para estar siendo llevado a una fría celda.
-"¿A dónde lo llevan?"- Carraspeó el pelirrojo, disimulando el tono de su interés –"Quiero ir a visitarlo más tarde"-
-"A la celda acolchonada de último piso. Y no creo que puedes, tu trabajo es rondar las celdas, este reo estará bajo vigilancia especial ahora"-
No dijeron más y desaparecieron entre las escaleras, apresurándose en llevar al muchacho a su nueva estancia.
Debía en efecto ser muy malo, tanto como para que lo llevaran al cubículo más seguro de todo el complejo. A uno en donde nadie entraba así nada más, ni siquiera la luz, si es que no se abría un poco la puerta.
Un escalofrío recorrió su espalda. ¡En qué se habían metido él y su hermano ahora! Tendrían que vigilar a alguien de esa categoría…
-"¿Saben qué hizo antes que se le atrapara?"- No aguantó, tuvo que preguntarlo. Quería saber, aunque fuese turbiamente, la naturaleza del sujeto y su grado de psicopatía; quería grabar en su mente el tipo de hombre con el que iban a tratar hasta que los superiores dispongan su destino.
Estaba comenzando a fascinarle aquel lúgubre asesino.
-"Sí. ¿Están seguros que quieren saber?"- El alemán cerró la puerta de la habitación, para que así nadie oyese lo que estaba a punto de contar. Todos asintieron.
-"Un agente de Londres, conocido del testigo, me dijo que cuando éste lo vio por primera vez, estaba hablando con su víctima, contándole las atroces historias de los asesinatos de las otras personas a las que había matado. Se escondió entre los materiales de construcción que estaban al lado de la ventana, y así pudo oír todo. No sólo le hablo de eso, y eso no fue lo peor que le contó. Le habló de la vida y la muerte, de las personas, de los motivos que mueven los cuerpos, de la falsa moral, del mal del mundo, de metafísica y empirismo, de cosas carnales, de dioses y demonios, del conocimiento y el poder, todo de una manera cruda, casi siniestra; era tantas cosas que parecían locuras. Reportó el observador que este hombre tenía una labia que convencía, un tono cautivador, que te sumía en la desesperación. Y en ese estado de terror absoluto fue cuando aprovechó en dar el primer paso de instinto asesino"-
Todos le escuchaban con atención, nadie interrumpía, más por pavor que por genuina disposición.
-Tomó una cuchilla que llevaba con él, desvistió a la mujer, y procedió a cortar la carne, desde el pecho hasta el vientre, despacio, como si de una cuidadosa operación se tratara. Mientras hacía eso, la obligaba a repetirle unas cosas, ¡disparates!, no se sabe. El hombre que vio todo no pudo decir realmente nada, y no se le preguntó más por una cuestión de salud. Aunque se cree que para ese momento, él ya le había vuelto loca con tanta palabrería. Removió todos sus órganos, uno por uno. Fue una muerte dolorosa. Al final le degolló el rostro, y le dijo a la irreconocible masa de carne y huesos, ironizando, "No eres nada, ahora estás vacía y sin ser alguien. Muestra tu verdadera naturaleza"-
Él y su compañero de pabellón lo miraron admirados, el rubio acompañó dicho gesto con una sensación de terror y saciedad, y Scott lo hizo sintiendo cierta simpatía, fascinación y curiosidad por la naturaleza del crimen. Eran ellos tan diferentes.
-"¿Y-Ya se ha comprobado su culpabilidad?"- El rubio de puso un poco nervioso, pero los crímenes crudos no eran ya algo que consiguiera afectarlo lo suficiente. Después de todo, ya tenía usanzas de tratar con ese tipo de historias y con la gente que las protagonizaba.
Sin embargo, esta última fue, sin duda, única.
-No. Es por eso que aún está bajo investigación, pero él es el más sospechoso. Lo que nadie se explica es la frialdad y parsimonia con la que encaró su arresto y su traída a la penal. En sus manifestaciones nunca habló más de lo debido, y su coherencia realmente hacía dudar de si en efecto él era el tan conocido 'Ddraig goch'"-
-"Y-Ya veo"-
Poco después volvieron a su trabajo de vigilancia. No se les dijo más de aquel hombre, y tampoco tuvieron la oportunidad de verlo, puesto que por el momento, y hasta que se compruebe que era el asesino, nadie, excepto por los encargados mandados por las instituciones supremas, podía tratar con él directamente, ya que aún su futuro era incierto.
Durante una semana, corrieron diferentes dichos y rumores por toda la prisión. Algunos de los presos decían que él era el temido criminal y le sentían respeto, otros decían que no era bueno dar nada por sentado porque aún no se determinaban los resultados, otros no creían que él fuese el asesino, y otros sólo se dedicaban a estar a la expectativa, asegurándose de hacer correr verbalmente cuanto supieran del caso.
Todo eso aumentaba la intriga y curiosidad de los dos policías de la planta roja de Wakefield, y casi de todos en la prisión. Los motivos eran diversos, las razones casi opuestas. Los prisioneros querían mostrarle sus respetos o golpearlo por charlatán, los guardianes querían ver el rostro del infeliz.
Aquel hombre había dejado el lugar en un caos sediento de información, sin ser consciente de eso propiamente.
Los días pasaron a la expectativa, hasta que una fecha, tal vez el menos esperada, llegó una orden del superior de todas las prisiones en Yorkshire, diciendo que aquel misterioso hombre, cuyo imagen aún estaba siendo ocultada entre las sombras, era en verdad el cruel transgesor.
Y no sólo eso, sino que también había sido condenado a pena de muerte, por el grado de sus transgresiones y el mal que había causado a tantas familias británicas: La silla eléctrica acabaría con su infame historia y su rompible vida.
Sólo le quedaban dos meses, hasta que su ejecución fuera procesada y se hubieran completado todas las condenas ya fechadas y acordadas.
Pobre desgraciado ser…
Por su inminente condena, y además de haberse mostrado bastante apacible durante aquella semana en la prisión, se le fue permitido el traslado a una celda común y corriente, pero privada, así como la convivencia con los otros reos en las horas de almuerzo, de trabajo forzado, a la hora del aseo y las actividades colectivas en general, todo con la pendiente supervisión de los dos policías a cargo y con la excepción de que él fuera llevado y devuelto a su celda antes que los otros, para así evitar que se le pierda de vista.
Fue sólo hasta el día siguiente, estando la celda dispuesta para su uso y todo ya preparado, cuando la ansiosa multitud de aquel funesto cuartelillo pudo al fin conocer la identidad del tal Glen Llywelyn.
Y vaya.
Nadie se esperó algo como lo que vieron.
Al instante que aquella figura espigada, con clase y cierto porte al caminar, apareció entre el pasillo encuadrado por barrotes de metal y cubículos pestilentes, todos quedaron absolutamente boquiabiertos.
Los oficiales no eran la excepción; ambos lo analizaron cuidadosamente, y se sintieron casi apenados por el pequeño toque eléctrico que recibieron al vislumbrar al muchacho en cuestión.
En el caso de Arthur, el primer sentir fue una sorpresa asfixiante, al punto que casi atora con el nudo que se le formó en la garganta con semejante visión. Aquel hombre tenía la apariencia más inusual si se tomaba en cuenta que se trataba de un asesino en serie, considerado un maniaco salido de sus cabos y altamente violento.
-No creo que él sea el asesino…- Repitió dando vueltas en su cabeza, no queriendo aceptar lo que había sido reportado el día anterior. Y es que ciertamente no encajaba: La forma en que caminaba parecía de un caballero, su semblante era calmado, su paso decidido y firme.
Además de su rostro…
Por un momento él no se lo creyó.
¿Cómo alguien tan apuesto podría terminar en un lugar como ese? Con ese rostro lleno de facciones perfectas, con esa fisionomía tan atractiva, con esos ojos verde oliva tan hermosos, tan llenos de nada y a la vez de todo, todo lo que unos ojos audaces e inteligentes pueden transmitir.
Se encontró perdido en ellos, hasta que sin querer hicieron contacto con los suyos.
Sintió un toque conmovedor, algo que sacudió su espina dorsal y le provocó un punzón en el estómago.
Él era…
Tuvo que volver su vista, no soportó permanecer mucho tiempo bajo la observación de unos orbes tan maquiavélicos. Se sintió muy estúpido; no se terminó de preguntar la razón de sus consecuencias.
El contactó lo dejó mudo unos minutos bastante tensos, formó un dolor en el pecho que no podía reconocer.
Sólo se quedó mirando al lado, no quiso hacer más: ¿Qué le habían hecho? ¿Acaso lo habían hechizado con algún deleite del que no conocía raíces?
Quién sabría; claramente él no lo hacía.
La apreciación de Scott fue disímil, de una manera más bizarra y cruda. Lo primero que hizo fue estudiar a Glen de pies a cabeza. Le pareció un tipo tranquilo, cuidadoso con sus maneras. Por un breve cambio de agujas del reloj, le recordó a su hermano menor, lo que le molestó no más que bastante.
Pero luego cambió de opinión.
Vio su rostro, y lo encontró tan bien parecido que casi le dolió. Le gustó, no se lo negó, e hizo gala de aquella opinión al formar a consciencia una sonrisa delatadora.
Metió sus manos a los bolsillos y se recostó en una columna para verlo con serenidad. Ese fue el momento en el que sus visiones se entrelazaron.
Encontró una mezcla de cualidades diversas en aquellos orbes verde oliva. Los vio fríos, calculadores, audaces, rapaces, perspicaces, determinados y… tan cautivadores.
Le pareció que en aquel breve toque se encontró enteramente expuesto a su análisis y voluntad. Sintió miedo de exhibirse, pero no retiró la mirada.
No lo haría hasta descifrar la emoción en ellos.
Se quedó allí parado, al pendiente de cada movimiento del sujeto. Se reprochó su poca capacidad de concentración para penetrar en ellos, por sólo pensar en lo endemoniadamente hermoso que le parecía aquel ser.
Era una fascinación tras otra; capas llenas de misterio que nunca llegaban a nada. Le fue imposible comprender lo que era de aquel muchacho, y mucho menos llegar al interior que guardaba su género asesino y la esencia que exponía tan bien su espíritu aunque no hubieran cruzado palabra alguna en su vida.
Y todo estaba tan lleno del pecado…
Nada dejaba de maravillarlo.
…
El convicto pasó a su celda, lo que causó que involuntariamente perdiera la conexión visual que mantenía afanosamente.
Pensar que sería él el responsable de su vigilancia excitaba sus sentidos.
Y también los de Arthur; ninguno podía estar más conmocionado con lo que habían descubierto.
Una fugaz chispa de emoción se abrió paso entre el hierro, el cemento y la madera roída de Wakefield, haciendo de aquellos apasionados guardias meros accesorios de un juego en el que no conocerían límites.
