Atena miraba hacia afuera desde uno de los templos de Apolo, con los brazos cruzados. Lo que le había pasado era inconcebible. ¿Cómo podía ser que eso le sucediera a ella? En ese momento estaba más calmada, pero sólo un poco. Lo que sentía era una mezcla de ira, resentimiento, impotencia… miedo…
―Deberías considerar mi oferta, ―dijo Apolo, quien acababa de entrar. Tenía esa expresión característica en el rostro, esa que hacía sentir a todo el mundo como si no fueran lo suficientemente importantes para que el majestuoso dios del sol les dirigiera la palabra. A Atena no le intimidaba porque ella también la tenía muchas veces ―. No sobrevivirás dos semanas en el mundo de los mortales sin tus poderes. Sé lo que te digo.
―Ni hablar, ―respondió ella, cortante. No iba a darle ese placer a Zeus. Luego de una discusión bastante acalorada, él había hecho lo inimaginable y había arrojado a su hija favorita del Olimpo. Naturalmente, los demás dioses estaban traumatizados. ¿qué iba a ser del mundo? ― Voy a sobrevivir por mi cuenta. Él se verá obligado a aceptar que está en un error.
―Sería más fácil si te quedaras aquí. Puedes hacerte pasar por una de mis profetisas.
Atena lo fulminó con la mirada. Ambos sabían que la labor de las profetizas no era solamente profetizar.
―O puedes quedarte en Parnasos, con las musas. Te pondré en lugar de la de los martes. Nadie se dará cuenta.
¿La de los martes?
―Tú crees que todo esto es muy divertido, ¿no? ― le preguntó ella ―. ¿Crees que estoy de humor para ese tipo de bromas?
―De hecho, Palas, nunca estás de humor para ese tipo de bromas. Pero, ¿qué quieres que te diga? No todos los días estás desamparada y sin poderes pidiéndome auxilio. Ni siquiera tú podrías resistirte a algo así.
Ella volvió a mirar hacia afuera.
―No puedo creer que me haya hecho esto, ―dijo por décima vez ―. Uy, no sabes la rabia que me da.
―Considerando tu suerte se le pasará rápido.
―Gracias.
―Pero no antes de que te secuestren y te vendan como esclava a algún sultán.
Muy a su pesar, Atena creyó que esto era en realidad lo más probable. Después de todo, ahora era simplemente una mujer sin superpoderes para defenderse ni nada de eso.
―El mundo real es un lugar muy duro para ti, ―continuó Apolo―. No han pasado ni dos días, y mírate.
―Supongo que hablas del mal humor y el estrés. Porque luzco perfecta.
―Supones bien.
―Bueno. Creo que no tengo más remedio. Por ahora. Esto no me divierte para nada, ¿sabes?
―Oh, eso ya lo sé, ―respondió Apolo, sonriendo.
