Y entonces se despertó, tenía la boca seca y las tripas le chillaban de hambre. El cuello le dolía y la cabeza le pesaba de tanto estar acostado en el suelo frío y duro…¿Cuántas noches había pasado así?, ¿una…dos, diez?, no tenía ni la más mínima idea, le gustaría decir que había perdido la cuenta pero ciertamente ni siquiera la había llevado.
"Mi nombre es Miguel Rivera"
Encerrado en esa pocilga oscura y maloliente poco a poco había perdido la noción del tiempo, del mundo y, si no tenía cuidado, hasta de sí mismo, por eso había empezado a hacer una lista de cosas para recordar y la recitaba religiosamente cada vez que se despertaba, como si estuviera haciendo un recuento para asegurarse de que todos sus recuerdo estaban ahí todavía.
"Tengo 14 años"
O al menos los tenía la última vez que revisó, lo recordaba perfectamente porque lo metieron ahí el mismísimo día de su cumpleaños.
"Vivo en Santa Cecilia con mi mamá, mi papá, mi hermanita Coco y mamá Elenita"
Esta era la peor parte de la lista, se le encogía el corazón al pensar en su familia esperándolo y en su pueblito adorado. Se preguntaba cuándo podría volver y se imaginó sus calles coloridas, el sol bañándole la cara, eso le hizo sonreír, desde que estaba ahí dentro su único contacto con el exterior era a través de cuatro huequitos que había en el suelo, uno en cada esquina y por ahí solo podía ver la vías polvorientas, gracias a eso sabía que estaba en un tren, bueno, a eso y al incesante ruido que hacían las ruedas del vagón mientras se desplazaban. Si no tuviera tanta hambre ya lo habría convertido en música, bueno a lo mejor entre eso y los quejidos de su barriga podrían armar una buena melodía.
Suspiró, lo que daría en esos momentos por un solo bocado de un tamal de su mamá Elena, tenía tanta hambre que se comería hasta uno de esos de elote a los que les hacía tantos remilgos. Cerró los ojos y se imaginó la cocina de su casa, visualizó Elenita sacudiendo frenéticamente un cartón para avivar el fuego de olla tamalera, incluso habría podido jurar que podía percibir su aroma y era dulce, muy dulce. Abrió la boca e imaginó que comía uno, lo devoró en dos bocado en su mente, entonces tomó otro y luego otro más, también pudo escuchar a Elenita regañándolo por comerlos tan calientes y advirtiéndole que se empacharía. Eso le hizo reír, mejoró su humor y hasta se sentía un poquito más lleno como si en verdad hubiera comido.
Se volvió a recostar en el suelo, con los brazos cruzados detrás de su cabeza y no tardó en volver a bostezar, no es que fuera perezosos, pero es que ahí dentro no había otra cosa más que dormir y esperar, pero… ¿Esperar qué?, quien sabe, tal vez pronto lo averiguaría.
Un chirrido estridente se escuchó afuera y una brusca sacudida anunció que acaban de detenerse, Miguel se puso alerta, no se habían detenido ni una sola vez en todo el camino, así que eso indicaba solo una cosa: Acaban de llegar a donde sea que lo habían llevado.
Miles de historias se contaban en Santa Cecilia sobre el tren que ocasionalmente cruzaba por las vías que había a un costado del pueblo, que si era un tren fantasma, que si estaba hechizado, que si era conducido por el mismísimo diablo, al final, lo único que Miguel sabía a ciencia cierta era que cuando llegaba, era para llevarse a alguien del pueblo y jamás lo volvían a ver…
Su corazón se aceleró, mucho se especulaba sobre el destino de sus pasajeros, nadie sabía si era bueno o malo y él estaba a punto de descubrirlo. Escuchó algunas voces fuera, aunque no alcanzó a distinguir lo que decían, tragó saliva con fuerza. A su mente vinieron de golpe todos los recuerdos de su ultimo día en Santa Cecilia: El sonido del silbato del tren, anunciando su llegada; unos hombres raros tocando a su puerta; su mamá llorando y Elenita queriendo aporrear a todos con su chancla; un tipo alto hablando con ellos; su papá tranquilizando a todos y luego él mismo, subiendo al tren. No había querido pensar en todo eso antes tal vez por miedo, tal vez por melancolía, pero ahora cada recuerdo se incrustaba en su mente y era tan vívido que sentía como si alguien hubiera regresado el tiempo.
Hubo un fuerte sonido metálico, así Miguel supo en donde estaba la puerta, se abrió y entonces el sol entró y se le clavó en los ojos con el mismo dolor que hubieran causado mil agujas…
—Fin del viaje, chico…. —Anunció una voz que no pudo reconocer.
