- Summertime 1ª PARTE –

Eran tiempos de paz, calurosa y pegajosa paz.

La humedad de la veraniega estación junto con la extraña tranquilidad posterior al trasiego que acaeció la marcha, poco ortodoxa, de los capitanes al mando de los Escuadrones 3º, 5º y 9º, hacía que los altos mandos restantes mostrasen un talante más desanimado de lo habitual.

Agotadas las vías de investigación y archivados todos los documentos relacionados con el caso, un meditabundo Yamamoto se hallaba apostado en uno de los pocos ventanales que ofrecía su enorme despacho administrativo. Observaba con sosiego el azul intenso que decoraba con majestuosidad el firmamento de aquella cálida mañana; "cálida" por no decir "tórrida" pues el sol del nuevo día había decidido derrochar gran parte de su energía en forma de calor que se esparcía sin esfuerzo por toda la Sociedad de Almas.

Una idea, clara y cristalina como las aguas del Caribe terrenal, cruzó por la sudorosa cabeza de Genryuusai. Y es que era más que posible que sus altos oficiales estuvieran aburriéndose tanto o más que él; y dado el ajetreo de los últimos meses, quizás iba siendo hora de unas merecidas vacaciones para relajar al personal a su servicio. De manera que solicitó varias mariposas azabaches para transmitir el permiso a los Capitanes.

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- ¡CUIDADO!

El grito de advertencia procedió de la boca del pelirrojo Abarai Renji que capitaneaba un curioso equipo de fútbol acuático, un conjunto puramente masculino formado por: Ikkaku, Iba, Kira y Shuuhei. Todos ellos constituían un grupo que desprendía testosterona de forma continua; pero el flujo eyectado se veía acrecentado notablemente cuando se daban cuenta de que alguna fémina los observaba con ojos tiernos, momento en que el juego caía en tiempo muerto para hacer poses ridículas que, suponían, dejaban entrever sus encantos. Aunque lo más correcto sería excluir de esa muestra de masculinidad al tímido rubio del tupé, que se limitaba a ocultar como podía las risotadas que ello le causaba.

El chillido que fue lanzado al aire, cual proclamación de derechos en época de reprimidos sociales, tenía un sencillo objetivo: informar a la víctima del golpe que recibiría en breves momentos por un duro balón de reglamento; y más si teníamos en cuenta que el futuro lesionado sería el Capitán Kuchiki que se encontraba placenteramente sentado en una tumbona. Erguido, a pesar de que se trataba de un asiento en el que se podía regular la inclinación del respaldo ofreciendo varias posibilidades al usuario, lucía su musculoso torso mientras leía una amena novela literaria: siempre es buen momento para culturizarse.

Sin embargo, el aviso llegó tarde… muy tarde. El balón no titubeó en su trayectoria de modo que golpeó con todo el impulso que ganó en su recorrido aéreo desde que el Oficial Madarame Ikkaku embistiera contra él como una bestia enfurecida.

El libro cayó a la arena y el, antes inmaculado, pecho del capitán ahora mostraba una rojez esférica en su pectoral izquierdo; una rozadura que tardaría en desaparecer y que, además, con el paso del tiempo cobraba un tono sospechosamente parecido al del pelo del desafortunado informador.

Visiblemente cabreado, Byakuya tomó en sus manos la pelota, cuya redondez había marcado su espléndido busto, y la arrojó tan fuerte que casi desapareció de la vista del equipo implicado en la afrenta. Recogió el libro del suelo arenoso y se sentó en su cómodo diván playero. Respiró repetidas veces para calmar el enfado que lo corroía por dentro, pues de sobra era conocido por su temple, por su sangre fría cual glacial ártico; y limpió las hojas más afectadas por la diminuta gravilla.

- Renji, hazme un favor: controla a esos mandriles.

- ¡Ah! Estos chicos nunca aprenderán – suspiró el oficial Ayasegawa que ocupaba la diestra del capitán.

El joven 11 no encajaba en el equipo deportivo, no por su hombría poco manifiesta, que de hecho no le falta aunque su amigo y compañero insista tanto en ello. Pero el rollo de hacer el troglodita comportándose como un salvaje incivilizado no le seducía. Simplemente no era su estilo. Prefería tenderse al sol, disfrutando tranquilamente de los rayos que arrojaba Lorenzo con la conveniente protección solar para no estropear su cuidada y, prontamente, bronceada piel. Y de paso podía criticar la absoluta carencia de estilismo que, como si de una enfermedad contagiosa se tratara, padecían numerosas humanas al combinar pareos y bikinis de colores imposibles.

- ¡Por todos los Kamis! ¿Acaso eres daltónica? ¿Quién te ha dejado salir de tu casa así? ¿Te has mirado en el espejo? – se quejaba de cada una de las mujeres que pasaban frente a sus violáceos ojos.

- ¡Ken-chan! ¡Ken-chan! – gritó la hiperactiva Yachiru.

Pocos metros más allá, en la sombrilla vecina, la pequeña teniente reclamaba la atención del capitán que la había cuidado desde que tenía memoria. Sin embargo, el recio Zaraki no simpatizaba mucho con la decisión del Comandante General de enviar a toda la cúpula militar a una playa humana cualquiera. Bueno, realmente no simpatizaba mucho con el ambiente en general. Aunque cobijado bajo el parasol, el astro matutino le abrasaba y era de los pocos enemigos que no podía combatir como solía hacer con todo aquel que se interponía en su camino y le molestaba; además, sudaba como un cerdo y la arena se le adhería como una cataplasma curativa que no necesitaba.

- ¡Mira, Ken-chan! – hablaba emocionada la niña, tan solo en apariencia.

- ¿Tengo que salir de la sombrilla para verlo? – dijo desganado Kenpachi.

- ¡Vamos, Ken-chan! – lo agarró la pelirrosa del brazo y lo sacó de un tirón.

Señalaba una y otra vez con su diminuto brazo a una de los patinetes de alquiler que ofertaba la playa para el entretenimiento de los veraneantes. Su mirada aviesa destilaba un brillo especial: la ilusión desmedida de una niña por experimentar algo nuevo en su vida. Mientras daba saltitos alrededor del Capitán al mando del Escuadrón más beligerante del Seiretei, emitía unos grititos agudos que irritaban los oídos del hombre más sanguinario del Cuartel; imagen ruda la que transmitía Zaraki a sus subordinados pero que, sin embargo, se veía muy a menudo obligada a claudicar ante los caprichos de la tierna Yachiru, niñita que tenía adiestrada a la fiera de la Corte de los Espíritus Puros:

- ¡Yo quiero, yo quiero! – continuaba brincando como una posesa.

- Está bien…- accedió el hombre del parche con derrotismo.

- Que tenga suerte, jefe – se despidió el 5º Oficial, pues conocía a la perfección lo que aquello significaba, mientras se calaba unas gafas de sol de diseño, por supuesto, con el sello que autentificaba la protección solar que sus hermosos ojos requerían.

- No, tú te vienes con nosotros – espetó el Capitán, cogiendo al moreno de lo que le pillaba más cerca: la pierna.

- ¡Bien! ¡Pavito-kun nos acompañará! – se alegró más la niña si cabía.

Mientras Yumichika pensaba en la sensacional exfoliación que le estaba haciendo su jefe en la espalda al arrastrarlo por toda la arena con guijarros que descansaba en la vorera del mar, procuraba alcanzar, como si le fuera la vida en ello, el protector solar que tanto necesitaba para no estropear su maravilloso cutis.

- ¡U-un momento jefe…! – intentaba ganar tiempo para agarrar el objeto que tanto codiciaba perdiendo, a su vez, los anteojos protectores.

- ¡Pavito-kun, no hay tiempo que perder! – la teniente firmó la sentencia de muerte de la piel del joven 11.

Entonces, y como medida de última instancia pues odiaba tener que pedirle ayuda precisamente a él, dirigió una lánguida y penosa mirada a la bola de pachinko buscando una silenciosa ayuda que no llegaba ya que Ikkaku agitaba el brazo con una alegre sonrisa: "Que te vaya bien". Finalmente, el moreno se rindió en su empeño y decidió que ya ajustaría cuentas con el calvo…si regresaba.

- P-por cierto – comenzó a decir con un hilillo de voz el Teniente Izuru - ¿quién fue a por la pelota?

- Era el turno de Hisagi – contestó Renji.

- ¿Has dicho Hisagi? – se interesó entonces Iba.

- Eso he dicho.

- ¿No está tardando mucho? – preguntó ahora Madarame.

El silencio tomó el área que encerraba el círculo formado por los hombres que se preocupaban por continuar el accidentado partido. Se miraron unos a otros con caras interrogantes buscando en el prójimo la misma respuesta que danzaba en su propia mente.

Hisagi es un chico muy tranquilo y disciplinado en el ambiente cuartelar, pero el controvertido tatuaje de su mejilla izquierda no decía mucho a su favor, sobretodo si tenían en cuenta el lugar en el que se encontraban: una playa plagada de chicas jóvenes, de buen parecer, que buscaban diversión a toda costa. Seguramente, una "diversión" más íntima, lejos del habitual juego de las palas, fútbol, playa y demás actividades diurnas.

Como disparados por un resorte, todos se lanzaron en busca del joven de aspecto desaliñado pero potencialmente atrayente para las mujeres. Al rato de dar tumbos sin resultados satisfactorios, Kira alzó su brazo, cual pétrea figura de Colón indicando la ruta hacia el Nuevo Mundo, señalando la ubicación del prodigio académico.

Efectivamente, posada sobre una suave toalla se encontraba el motivo del despiste del joven teniente para con sus amigos: una morena y ondulada melena completaba una figura curvada que parecía tallada a mano por el mejor escultor, cubierta por una piel aterciopelada y aceitunada. Su rostro, de facciones suavizadas y armonizadas, denotaba sus raíces latinas; y sus ojos… hasta el más inocente desearía perderse en esas esmeraldas.

- ¿Y ese tatuaje? – preguntó pícara la mujer.

- ¡Ah! ¿Esto? Es una larga historia. – se silenció un momento para continuar hablando en un tono seductor casi desconocido, ya que no lo solía sacar a relucir en la cotidianidad – Pero cuando alguien que me gusta me besa, cambia de color. ¿Quieres comprobarlo? – aproximó sus traviesos labios a los carnosos de la mujer.

- ¿Qué crees que estás haciendo?

Era Renji el que interrumpía a su homólogo cuando se encontraba a escasos milímetros de saborear el mejor manjar que podía dar esa playa. El teniente de la traicionada 9ª División levantó poco a poco sus rasgados ojos hasta que su campo visual tropezó con la dura imagen del domador de mandriles. Le dedicó una sonrisa traviesa y se elevó hasta ponerse a su altura:

- ¿Quieres comprobarlo tú? – preguntó cual niño revoltoso mientras se abalanzaba sobre el hombre que le había chafado el plan.

El pelirrojo entrometido combatía como podía las perversiones del bromista Teniente bajo la cándida mirada de Kira que ejercía el mejor papel de figurante que se pudiera imaginar. El agobiado Abarai pedía ayuda incansablemente pero su único refuerzo era el pacifista rubio de la 3ª División:

- ¡Chicos! ¡Ayuda! –gritaba el del pelo bermellón.

- R-renji…

- ¡Iba, Ikkaku, cogedle! – continuaba pidiendo auxilio el pobre acosado que huía del salido de turno.

- A-abarai, me temo que…- murmuraba Izuru una retahíla casi ininteligible desde su inmóvil posición.

- ¿Chicos…? – interrogó extrañado Renji y detuvo su marcha junto al rubio puesto que llevaba ventaja suficiente al acosador Shuuhei.

- Es lo que intento decirte desde hace rato…- dijo Kira – Iba e Ikkaku decidieron cambiar de aires.

- ¿Y eso qué significa? – exigió concreciones el chico de torso invadido por primitivos tribales.

- Que se fueron al bar más cercano – concluyó el inocente teniente.

- Genial…Los mandriles están fuera de control – se dijo Renji apesadumbrado recordando la "orden" que le espetó su Superior.

- ¿Mandriles? – se paró en seco Shuuhei al darles alcance, con gesto mosqueado por la manera despectiva en que su amigo se había referido a ellos.

- ¡Capitán! ¡Déjese de tonterías!

De repente se escuchó una voz autoritaria no muy lejos de los fukutaichous. Habían pasado por alto que, justamente junto a la morena despampanante que se estaba ligando Hisagi, descansaba una amiga de la susodicha que se veía agradablemente seducida por otro casanova de la Sociedad de Almas. Sí, seguramente este individuo también entraba en el saco de "mandriles" que debían de encontrarse bajo estricta vigilancia. Por suerte, éste gozaba de su propia cuidadora:

- Nanao-chan…- se quejó con el tono desganado que caracterizaba al Capitán Shunsui mientras era arrastrado por la estilizada teniente que lo había cogido del elegante caftán de inspiración ibicenca que vestía. A los pocos metros se despidió de la mujer – ¡Luego nos vemos!

- No cuente con ello, señor – censuró Ise.

- Hinamori, por favor, olvídame – rogó el menudo capitán de la Décima con aire vencido.

- ¿Por qué? Para los humanos eres como un niño. ¿No querrás que sospechen, verdad? – le susurró Momo que al fin se mostraba bastante recuperada tras la traición de su idolatrado Capitán - ¿A que está bien, Nanao-san?

Su compañera de la Asociación de Mujeres Shinigamis, que pasó junto a la parejita, no hizo ademán de detener su camino hacia un lugar menos adecuado para impedir que su Capitán se expansionara como él deseaba. Sin embargo, la fría expresión que reinaba su estirado rostro estuvo cerca de ser derribada por una carcajada al observar al pobre Toushirou aguantando, con una estoicidad admirable, los desaires de la pequeña Hinamori.

Como dijera antes, a los ojos humanos Shirou era como un niño. Y como tal, iba totalmente envuelto en una gruesa capa de crema para salvaguardar su clara piel del violento sol, por lo que parecía un pequeño maniquí, todo blanco, de entre lo que resaltaba tan solo sus turquesas orbes. Pero quizás eso no era lo más hilarante.

Momentos antes, la vivaracha Matsumoto compró unos manguitos homologados con la silueta de un ratón muy conocido en el mundo humano, y un flotador con un osito de peluche que no gozaba de buena reputación ya que todo el mundo lanzaba hipótesis acerca de su posible homosexualidad.

- ¡Ya está! ¡Listo para nadar! – exclamó victoriosa Momo al ver el resultado final.

Aparcado en la húmeda arena por el avance de las diminutas olas que lograban llegar a la orilla, Hitsugaya presentaba su mueca más desagradable con el ceño fruncido que le provocaría arrugas precoces, mientras observaba una estampa digna de la portada de alguna cotizada revista humana: un grupo de shinigamis emergían al mismo tiempo del refrescante océano.

La abejita más veloz del Seiretei vestía un bikini negro de corte clásico pero que le iba como anillo al dedo y dejaba ver que, bajo el holgado shihakusho, había unas curvas muy bien proporcionadas. A continuación, la recatada Retsu junto con su teniente Kotetsu y la oficial Kiyone; estampados florales hawaianos de colores vivos adornaban los bikinis de las hermanas y el bañador más conservador que lucía la capitana.

Poco después, Nemu salía del mar ataviada con unas gafas de bucear y un cubo rebosante de especies del fondo marino que, posiblemente, le pidió su padre para una posterior investigación; aún así, presentaba una imagen sensual demostrando que su progenitor la había criado magistralmente dando una mujer hecha, derecha y de fabulosa silueta.

Pero, en ese momento, el mundo detuvo su caminar, el planeta dejó de girar solo para contemplar alucinado la salida de la última mujer shinigami. Rangiku, con un diminuto trikini en tonos escarlatas que resaltaban el trigueño de su larga melena, apareció en la orilla. Recogió su cabello con ambas manos y lo fue escurriendo con la espalda ligeramente arqueada para no entorpecer el retorno del agua hacia su lugar de origen, pose que ponía de manifiesto sus enormes atributos. Algunos hilillos del líquido elemento escaparon de su destino final y fueron recorriendo su abultada fisonomía acompañados por los rayos del ardiente sol que acariciaban su delicada piel, resultando del conjunto un retrato de idílica visión. Acto seguido, meneó la cabeza hacia ambos lados e introdujo sus manos entre la cabellera para ahuecarla y dotarla del volumen que la definía.

El ejercicio aeróbico que habían reanudado los tenientes Abarai, Hisagi y, por ende, Izuru, pues no encajaba con los aficionados al alcohol ya que le sentaba francamente mal, llegó hasta donde estaban sus compañeras en una faceta que ignoraban: nunca las habían visto tan ligeritas de ropa. Se quedaron atónitos a su paso, de hecho, Hisagi se volteó y continuó la carrera de espaldas para no perder ripio. No obstante, despreció un pequeño detalle.

La espectacular salida de su vecina cuartelar dejó totalmente absorto y boquiabierto a Renji, que encabezaba la marcha, hasta el punto de que no podía desviar la mirada de la diosa rubia. De pronto, su galope se vio interrumpido por un obstáculo, un enorme e ineludible obstáculo: se estrelló contra Oomaeda que paseaba tranquilamente comiendo un refrescante helado.

Uno tras otro, Renji y Kira se toparon contra el teniente barrigón de la 2ª División que mantenía el equilibrio como buenamente podía, dándole prioridad a la integridad del polo que estaba paladeando. Pero la puntilla de la faena fue el despistado Shuuhei, cuyo empujón hizo tropezar al grandullón y plantarse el mantecado en el voluminoso abdomen al tiempo que el 9º caía sobre éste y escuchaba un leve crujido. Se había cargado el cucurucho.

- Vaya…Oomaeda…- habló nervioso el chico tatuado temiendo lo peor por el traspiés y sus consecuencias - ¿C-cómo está tu hermana?

Se levantó a la velocidad del rayo y, poco después, el corpulento teniente hizo lo propio pausadamente, como si reconstruyera mentalmente lo que había ocurrido en cuestión de segundos. Cuando fue consciente de que el objeto que andaba lamiendo se hallaba, parte en su barriga y parte en la espalda del chico 69, lo miró decidido juzgando su torpeza en un pleito rápido con una sentencia inapelable:

- Shuuhei…ésta me la pagas – enunció crujiéndose los nudillos y arrancó en una súbita carrera correspondida con desigual celeridad por parte de la presa, mucho más veloz. Probablemente la aceleración del teniente Marechiyo fuera en aumento al perseguir justamente la retaguardia de Hisagi salpicada del helado, como el burro que sigue la zanahoria colgada del hilo.

- Así bajará todo lo que se ha tragado…- murmuró la sobria Fong a la que preocupaba el nivel de robustez de su subordinado mientras se exponía al sol para secarse sin necesidad de toalla.