Glow

"Señor… ¿por qué me ha abandonado?"

Montañas de papeles, archivos, carpetas, sumarios, tramitaciones de ingresos… burocracia al fin y al cabo gobernaba ambos lados de la mesa, brillante y embellecida madera que reflejaba un semblante más que preocupado, una mirada que se estudiaba así mismo sentado como estaba en un sillón que jamás soñó ocupar; acomodado en un asiento preparado para pasar muchas horas sentado clasificando, escribiendo,… dirigiendo un Cuartel Militar. Una butaca ocupada hasta hace poco por el hombre al que admiraba: el señor del Noveno Escuadrón por el que estaba dispuesto a dar su vida si ello fuera necesario.

- ¿Capitán Hisagi…?

Una tímida y ligeramente trémula vocecilla enganchada a un shinigami menudo hacía acto de presencia en el despacho del flamante alto diligente en el Noveno Cuartel. Ese tenue sonido consiguió despertar a Shuuhei de sus ensoñaciones, preocupaciones que lo ataban irremediablemente a uno de los mayores traidores de la Sociedad de Almas, hipocresía enmascarada con firmes propósitos que proclamaba la justicia allá donde iba. Enseñanzas que no gustaban a Zaraki pero que calaron hondo en sus subordinados, esos mismos que ahora se encontraban bajo el yugo de un sorprendido e incrédulo Hisagi.

- ¿"Capitán"? – repitió sorprendido por el apelativo con que se dirigía aquel ente.

- Sí señor…. ¿Se encuentra bien? – se preocupó el soldado.

Sin embargo, lejos de responder a tan trivial cuestión, giró sobre su respaldo y se levantó del confortable asiento. Asomó sus violáceas pupilas a través de la claraboya que iluminaba la estancia y contempló la estampa de inspiración urbana que le brindaban los tejados de los edificios oficiales y de los cuarteles vecinos.

Aventurados rayos del sol vespertino impactaron en sus ojos dotándolos de un brillo melancólico pues recordaba viejos tiempos en los que acompañaba a su Capitán por los blancos pasillos del Seiretei, paseos cargados de sabios consejos que impartía Kaname a su atento pupilo. Sí, aquellos eran buenos tiempos, en los que la paz reinaba en la organización pues todos seguían al unísono a su guía. No obstante, el lucero que los orientaba se apagó en el instante en que los gillian irrumpieron en la Sociedad de Almas llevándose consigo a su protector y dejándolos a su suerte.

Cerró brusco los ojos y agitó enérgicamente la cabeza para quitarse el telo traslúcido que la marcha de su comandante en jefe había formado frente a sus fatigados y dolidos ojos. Tras desprenderse de la falsa idea que tenía de Tousen, concebida a raíz de la tela de araña impregnada de injurias y calumnias que había tejido a costa de su inocente e ingenua lealtad, alzó de nuevo la mirada y la perdió en el cielo.

Los últimos rayos que languidecían en el firmamento iluminaron su vista que ahora contenía un fulgor decidido, un brillo que no dejaba lugar a dudas ni titubeos. Desvió la mirada del cielo casi nocturno y la dirigió a una silla donde descansaba bien doblada una prenda de vestir, un atavío de albo color.

Posó su mano suavemente sobre la capa y la acarició nostálgico. Segundos después, el sosiego se tornó en rabia y frustración que descargaba cerrando el puño, apretando con todo su ímpetu el hato. Aprisionaba la tela que, por descenso jerárquico, le correspondía vestir. Desplegó el amplio sayo e introdujo pausadamente los brazos en las mangas. Se ajustó ceremoniosamente la túnica y suspiró tranquilo pues algo se iluminaba en su interior con fuerzas renovadas: la misma estrella que encontró en Tousen.

Hisagi Shuuhei se erigía como Capitán y, con ello, la Novena División abandonaba las sombras.