Just Smile
Una piedra fría, inerte es lo único que quedaba en el lugar. Un pequeño montículo cobijado por las ramas de un viejo sauce, antiguo árbol que intentaba infructuosamente proteger a ésta de las esporas que traía el viento y que, junto con la humedad que propiciaba la septentrional orientación, hacía que el musgo invadiese sin remedio las roca, ocultando de forma aleatoria lo único que identificaba a su dueño.
Una leve brisa jugó con los mechones desordenados e irreverentes que adornaban la cabellera del joven visitante. Clavó una rodilla envuelta por la tela blanca de rigor, aproximándose lentamente al lecho que contemplaba. Creía que era injusto que el anárquico e involuntario pero delicado estorbo vegetal escondiera el nombre de su amiga y compañera. Pasó ligeramente su mano por la roca grabada liberándola así del particular secuestro que había llevado a cabo poco a poco, paulatinamente, el simple hongo con las letras.
… Kanisawa…
El prodigio académico, Hisagi Shuuhei, extrajo del interior de su uniforme una delicada rosa fresca, recién cortada que posó suavemente sobre la tumba. Sin previo aviso, el cielo se estremeció, varias nubes oscuras chocaron produciendo un ligero estruendo dando paso a la liviana y grávida lluvia.
Las insípidas gotas se mezclaron con las lágrimas indefensas que brotaron entonces de sus afilados ojos, saladas y sentidas esencias que resbalaban por su tez adentrándose en las cicatrices que habían cambiado la estampa de su bello y lozano rostro. Tres secuelas que delimitaban su perfil, que cruzaban la mitad derecha de su semblante, testigos de un accidente; suturas que lo obligaban a sentirse culpable por la pérdida de sus amigos, a arrepentirse por no poder actuar de forma más eficaz, incompetencia que impidió proteger aquello que quería.
Tres rasgaduras que le ayudarían a no olvidar, a recordar la cálida sonrisa que reconfortaba su corazón, rememorar los pequeños momentos que pasó en su compañía, lapsos pretéritos en los que ella intentaba que el joven deshiciera el casi perpetuo rictus serio, en los que salía victoriosa por tan noble y cariñosa hazaña.
Sí, guardaba aquellos retazos con recelo en su interior, tesoro de valor incalculable que nadie le arrebataría. Reminiscencias de una ausencia; falta personal que, sin embargo, le impulsaba a seguir adelante cada día. Había perdido a su mejor amiga pero tenía que avanzar, no mirar atrás. Necesitaba convertirse en un respetable shinigami, fortalecerse, superar lo sucedido para evitar que otros como él perdieran a sus seres queridos.
Se alzó sobre sí mismo y dirigió la mirada al lloroso firmamento, lacrimosa bóveda con la que parecía compartir sentimientos en ese instante. No obstante, se desdibujó una disimulada sonrisa en el tapiz afectado que era su cara. Las resbaladizas lágrimas aprovecharon el despiste y se adentraron sin permiso en las comisuras de sus labios deleitándose con su nostálgico sabor.
- Lo siento, esto es todo lo que puedo sonreír.
