Holaaa. Como sé que estoy tardando siglos en acabar el capítulo trece de In Time, aquí os dejo un long fiction que escribí hace un tiempo. Los capítulos no son tan largos como los de In Time, y está narrado en segunda persona desde la perspectiva de Danny (porque vuelve a ser un Pones) y lo he ambientado en la época victoriana, más o menos. Iré colgando un capítulo cada semana (si es que me acuerdo ._. ). Son diez, así que hay para una buena temporada :)
Espero que os guste ^^
CAPÍTULO I
Amanece en Londres cuando bajas del tren. Estás nervioso, para que negarlo… En una de tus manos sujetas una pequeña maleta con tu ropa y al hombro llevas un aún más pequeño petate con algunas cosas (pocas, siendo sinceros nunca has sido de ese tipo de personas que le cogen afecto a los objetos) que te ha parecido importante traer contigo.
Respiras hondo y dejas que el aire congelado y también ligeramente cargado del Londres del siglo XIX llene tus pulmones.
Vale, ahora ya estás un poco mejor. Al menos no te tiemblan las manos como si fueras una señorita.
Miras a los lados, buscando al chico que se supone que te tenía que recoger para llevarte a tu nuevo trabajo.
Adivina tú quién es entre tanta gente…
Empiezas a agobiarte. Tú, que has vivido toda tu vida en un pequeño pueblo a unos cuantos kilómetros de la capital, ahora te ves superado por tal cantidad de personas juntas en un espacio tan reducido como es el andén.
Te vuelves a preguntar, por millonésima vez consecutiva desde que te despediste de tu familia si esta es una buena idea. Tus padres tienen un buen negocio con la posada en el pueblo, pero cinco hijos son muchas bocas que alimentar... Muchas. Demasiadas.
Además, quieras reconocerlo o no, no estabas hecho para aquella vida. Todo era… tan aburridamente rutinario.
Si tuvieras reloj, lo mirarías, pero como no lo tienes, te conformas con resoplar, alejándote del barullo.
Lo cierto es que es una suerte que te haya surgido esta oportunidad. Trabajar para una de las familias más influyentes de esta parte de Inglaterra tiene sus pros. Porque aunque seas el granito de arena más insignificante de esa familia, eres un granito de arena de esa familia. Un punto a tu favor, ¿no? ¿No?
Mierda, ya te estás poniendo otra vez nervioso…
Vuelves a examinar a toda la gente que corretea de un lado para otro por el andén. Ves como muchas personas se despiden de sus seres queridos para embarcarse quizás en un viaje que cambie radicalmente sus vidas. Justo como a ti…
En un momento de debilidad mental te asalta la repentina necesidad de volver a subir al tren para volver al pueblo, con tus padres, con tus amigos, a tu habitación. A tu mundo.
Sin embargo, antes de que agarres de nuevo el equipaje que habías dejado en el suelo y eches a correr como un poseso hacia el tren, que ya anuncia su partida, una mano se posa en tu hombro pesadamente.
El brinco que pegas, obviamente, es de campeonato…
-¡Eh! Vaya, te he asustado… ¿Eres Jones? ¿Danny Jones?-el chico al que pertenece la mano te mira con una gran sonrisa. Como si eso fuera gracioso. Vamos, tú te tronchas… Pero logras recomponerte (porque en el fondo solo estás avergonzado de tu reacción infantil) y asientes con una expresión que intenta ser lo más seria y formal posible. No debe dar mucho resultado, porque el chico empieza a reírse como un descosido. Y, claro, tú abres más la boca y frunces el ceño, poniendo una expresión un tanto ridícula. Y él se ríe aún más.
-Perdona, ¿pero qué quieres?-preguntas, molesto, más que nada por romper el círculo vicioso en el que estabais empezando a meteros. El tren cierra sus puertas. Última oportunidad… canturrea una voz pesada en tu cabeza.
El chico se seca las lágrimas que asoman de sus ojos intensamente azules y después se da unas palmaditas en el abdomen, que le debe de doler de tanta carcajada.
-Lo lamento. Es que has puesto una cara tan graciosa… Parecía que querías tirarte a las vías del tren…-casi le vuelve a dar otro ataque, pero logra contenerlo apretándose momentáneamente el puente de la nariz. Una vez superado, te tiende una mano, sin dejar de sonreír.-Me llamo Harry Judd. Vengo a recogerte para llevarte a tu nuevo puesto de trabajo, hogar, lugar de residencia, cómo quieras llamarlo.
Un tremendo pitido, seguido de una enorme nube de humo, te avisa de que el tren va a partir. Ahora sí que no puedes volver a casa. Al menos no de inmediato… Te obligas a dejar de pensar en la forma de escapar y te concentras en algo más productivo: detestar al sonrisas.
-Dejémoslo en trabajo permanente… de momento.-mascullas, cogiendo tus cosas y siguiendo al tío Creí-que-te-ibas-a-tirar-a-las-vías-y-por-eso-me-muero-de-risa-delante-de-tus-narices.
-Vaya optimismo tiene el rizos…-le oyes comentar en voz baja. Como está de espaldas a ti, te pones a hacerle la burla poniendo muecas con la cara. Empezamos bien...
Fuera de la estación, os espera un carruaje negro y plateado, con un par de caballos que para nada se parecen a los que había en tu pueblo. En comparación, estos parecen… monstruos enormes y perfectos. O a lo mejor eres tú, que ya te estás comiendo la cabeza para encontrar alguna excusa para volver a casa. Te imaginas lo que dirían de ti si volvieses al pueblucho desaprovechando aquella oportunidad única porque te ha convencido el aspecto de un caballo… Si, vamos, una risa que no veas…
Harry (pasas de llamarle de esa forma más claramente buena para tu orgullo pero tan poco útil y tan sumamente extensa) te abre la portezuela del carro, sin borrar de sus labios esa sonrisa. ¿Es qué no puede dejar de sonreír?
El mayor problema de esa perpetua sonrisa es que acaba siendo contagiosa, y te descubres a ti mismo sonriéndole cuando subes al vehículo. Harry cierra la portezuela, así que te imaginas que se ha puesto a las riendas del carro, ya que antes no has visto a ningún cochero.
El carruaje se pone segundos después en marcha, con un ligero tirón y acompañado del sonido de los cascos de los caballos.
Suspiras y apoyas el codo en la pequeña ventanilla, para luego apoyar la barbilla en la palma de la mano.
Tienes un buen trecho de camino para recriminarte el hecho de no haber subido al tren cuando aún tenías voluntad para hacerlo.
...
-Ooh…-es lo único más o menos coherente que sale de tu boca en cuanto bajas del vehículo y ves la pedazo casa que hay ante tus ojos. La casa en la que, a partir de ya, vas a tener que trabajar. En la que vas a vivir.
Tragas saliva. Ya ves que te vas a perder dentro de aquella mansión, vas a morir de hambre y nunca van a encontrar tu cuerpo… Vale, quizás aquello era ser demasiado… pesimista.
-Grande, ¿verdad?-Harry te mira desde su asiento de conducto con su inamovible sonrisa. Se ríe por lo bajo como si hubiera contado una cosa muy graciosa y luego te hace un gesto con la mano. Solo después de ver como se aleja el vehículo y de oírle decirte con tono jocoso que va a guardar los caballos comprendes que tienes que entrar en la casa tú solito.
Empiezas a hiperventilar y las manos te empiezan a sudar tanto que sientes un par de gotas colándose por dentro de tu chaqueta.
Después de unos cuantos minutos parado en la entrada como un pasmarote, te haces con el valor suficiente (o crees que lo haces) para acercarte a la entrada.
Una vez frente a la gran puerta de madera, vuelves a dudar, pero consigues obligar a tu mano a que golpee la puerta antes de que eches a correr cual gallina.
Esperas un rato, pero nadie te abre. ¿Es que todos los residentes de la casa se han perdido y han muerto de hambre y por eso no puede venir nadie a abrirte? ¿O es que no has llamado con la suficiente fuerza? (hipótesis esta última la más que probable).
Justo cuando vuelves a alzar la mano para llamar por segunda vez, la puerta se abre y un hombre adulto te empuja para salir casi corriendo. Lleva un maletín y tiene cara de haber visto al mismísimo demonio en persona.
-¡Espere, señor Smith!¡Vuelva!-esta vez es un chico rubio el que sale corriendo y te empuja otra vez justo cuando te estabas levantando del suelo, por lo que vuelves aterrizar sobre tus posaderas. Luego dicen que en las ciudades están los civilizados… ¡pss!
-¡No pienso volver! ¡Nunca! ¡Ese crío está loco perdido! ¡Estoy harto de su comportamiento y de aguantarlo! Válgame Dios, ¡soy un profesor, no un domador de circo! ¡No me pagan lo suficiente para esto!
El hombre sale corriendo literalmente hasta que desaparece cuesta abajo, en dirección a la ciudad (eso es, que todavía le queda un buen trecho para llegar, ya que la casa se haya bastante apartada del barullo cosmopolita… aunque, visto lo visto, el tipo parece capaz de correr hasta el Támesis, cruzarlo a nado y seguir corriendo).
El chico rubio le sigue solo un tramo, hasta que se da por vencido y admite que no va a volver. Vuelve completamente cabizbajo, con los hombros hundidos y una expresión triste. Expresión que cambia en seguida al verte. ¡Por fin! ¡Por fin reparan en tu presencia! Resistes la tentación de gritar aleluya…
-¡Oh, tú debes de ser Jane!-te suelta. Si esperabas una disculpa, no la vas a conseguir.
-Jones. Es Jones. No Jane. Jane es nombre de mujer. ¿Me ves con cara de Jane? ¿Tengo aspecto de ser una mujer?-preguntas, algo bastante enfadado y dolido, frunciendo el ceño.
-Sí, eso. Jones.-el chico se te queda mirando con sus ojos marrones clavados en los tuyos, como si esperase algo. Después de unos instantes, da unas palmadas.- ¡Venga! ¿A qué esperas? Si crees que te van a pagar por ser estatua, te has equivocado de lugar.
Bufas. ¿Quién se cree el criajo este para darte órdenes? ¡Si parece que tiene tu misma edad! A pesar de eso, acabas cogiendo tu equipaje y entras en la casa dando fuertes pasos. Pasos que en seguida se frenan en seco cuando un jarrón vuela directo hacia tu cabeza. Te casi tiras hacia un lado para esquivarlo, soltando un grito. Luego observas completamente anonadado la escena que se desarrolla a unos metros de tu cabeza, en la balaustrada del piso de arriba, cerca de las escaleras.
Hay tres hombres que intentan sujetar a un chico esmirriado que… ¿¡que estaba intentando tirarse desde el piso de arriba?!
Parpadeas, confuso.
-¡Qué me soltéis!-grita el chico, con medio cuerpo en el aire.-¡Soltadme ahora mismo, panda de inútiles!-tiene la voz bastante aguda cuando grita, tanto que casi sientes la necesidad de taparte los oídos con las manos.
-¡Señorito Poynter! ¿Se puede saber que hace?-grita el señor Tienes-cara-de-Jane-y-no-te-pagan-para-ser-estatua (decides en ese momento que debes dejar de ponerle nombres tan largos a la gente), haciendo aspavientos con los brazos mientras sube corriendo las escaleras. En cuanto llega arriba, se une a los demás, que sujetan las piernas del muchacho, que no deja de patalear en su empeño de tirarse de cabeza desde la balaustrada.
Parpadeas otra vez. Estás casi seguro de que te has quedado dormido en el tren y estás soñando todo aquello, porque es demasiado irreal.
-¡Jones! ¿¡Qué haces ahí parado?! ¡Mueve tu paleto culo hasta aquí para ayudarnos!-te grita el rubio, con un tono que no admite réplicas. Incluso desde esta distancia adviertes una peligrosa vena en su cuello que se está hinchando más de lo recomendable…
Así que te apresuras a subir veloz las escaleras, sin comprender como puede dar tanto un problema un crío que no debe de pasar de los dieciocho.
Sin embargo, rápido compruebas que el niñato tiene más fuerza de la que puede aparentar. No cesa de dar patadas y manotazos, con los cuales ya ha tirado gran parte del mobiliario cercano a la barandilla (de ahí el jarrón-proyectil), así como lanza alguna que otra dentellada. Eso, sin dejar de soltar con su voz infantil maldiciones e insultos a diestro y a siniestro.
Por fin, conseguís entre todos alejarlo de la barandilla. Incluso en el suelo se sigue retorciendo y pataleando. Te cuesta sujetar el brazo que te ha tocado contener.
-¡Aaauch!-gritas, cuando te pega un zarpazo en la cara (porque no se puede llamar a eso de otra forma), para después aprovechar el despiste y morderte los dedos que se cerraban en torno a su antebrazo.
Pero, por muy demonio que sea (estás seguro que no hay otra explicación para tal despliegue de fuerza y tanta mala leche en un mocoso como aquel), las energías se le acaban agotando y termina por rendirse; eso sí, no sin antes lanzaros a todos una mirada de odio puro y duro.
-¿Estás bien, Ja… Jones?-te pregunta preocupado el rubito, después de que el señorito No-sé-qué (estabas demasiado concentrado en convencerte de que no estabas soñando como para recordar cómo le había llamado el rubio) se dejase llevar por el pasillo rodeado de sirvientes acalorados y casi, casi malheridos.
-¿Qué si estoy bien? ¿¡Me preguntas que si estoy bien?! ¡El cochero me ha metido un susto de muerte para después reírse en mi cara, más tarde tú y el tipo ese que parecía haber visto al mismísimo Diablo en persona me habéis arrollado en la puerta! ¡Me he caído de culo! ¡Y nadie se ha preocupado en venir a ayudarme! Por si fuera poco, ¡luego un mocoso con impulsos suicidas me ha tirado un jarrón a la cabeza y me ha arañado y mordido! ¿Y todavía me preguntas si estoy bien? ¿¡En serio!?-medio exclamas, perdiendo los nervios completamente, moviendo las manos de un lado para otro.- Con los lobos del bosque de mi pueblo me siento más seguro que en este sitio. ¡Parece una casa de locos!
Te frotas los dedos con un mohín dibujado en los labios. Ahora te sientes mejor. Aunque esperas que no la hayas pifiado con tu momento de histeria. Miras al rubio, que a su vez te observa con media sonrisa dibujada. Al sonreír le sale un adorable hoyuelo en la mejilla. Y tú pones cara de tonto. No comprendes por qué se está riendo. ¿Has dicho algo gracioso?
-Jones, Jones, Jones.-te dice él, moviendo la cabeza hacia los lados. Después te pasa un brazo por los hombros, como si fuerais amigos de toda la vida. O a lo mejor es que ahora intenta ser simpático… Decides que se lo va a tener que currar más después de lo que has pasado. Él sigue a su rollo.-Déjame decirte, querido amigo, -resistes la tentación de decirle que tú no eres su amigo y le dejas que siga hablando.-que si quieres trabajar para la familia Poynter, vas a tener que acostumbrarte a esto. Si no eres capaz de vivir en… "una casa de locos" como tú dices, pues entonces será mejor que te vayas. Ahora. En serio, es un consejo.
Tragas saliva y agachas la cabeza. Por nada del mundo vas a quedar como un gallina porque hayas empezado con mal pie. Seguro que al día siguiente las cosas iban mejor.
Ojalá no hubieras sido tan orgulloso, hubieras cogido tu maleta y hubieras vuelto con los lobos. Tu salud mental y, sobre todo, tu corazón, te lo hubieran agradecido.
C'est finni :) Se agradecen los comentarios, ya sabéis...
