Summary: Seres parecidos unidos por el destino, errores sentenciados a aceptar lo que la vida les había preparado. Kido Tsubomi, abandonada por sus padres; Kano Shuuya, golpeado constantemente por su inestable madre. Un pacto que jamás podría ser quebrado, la amistad sincera de dos corazones exactamente iguales.
Disclaimer: Kagerou Project/Daze no me/nos pertenece, es propiedad de Jin (Shizen no Teki-P).
N/A: Quería aclarar que este fic no lo he escrito yo sola, pero no mencionaré con quién ya que ella no lo desea.
Sin más, los dejo leer.~
Capítulo I
Por fin ya la última ronda de golpes del día había acabado.
Aquél pequeño y débil rubio que ni siquiera pasaba de los seis años de edad yacía en el piso; su cuerpo lleno de moretones y en ciertos lugares, sangre. Pero cosas como esas eran ya una continua rutina.
Su emocionalmente inestable madre osaba levantarle la mano cuantas veces pudiera en el día, al sentirse amenazada por la extraordinariamente parecida apariencia que su hijo y el desgraciado que años atrás la había abusado sexualmente compartían. No podía no castigar al maldito que arruinó su vida con un ser que no deseaba tener.
Echada de su casa por ser una "puta", sin dinero para continuar con sus estudios y viéndose cada vez más cerca del parto, aquella adolescente tendría que aprender a ser mujer y a amar al niño que no tenía la culpa de lo que le había ocurrido.
Pero ese maldito rostro, ese maldito cabello rubio y rizado... Eran tan iguales a los de ese abusador.
No le quedaba más que descargarse sobre su propio retoño para después pedirle unas sinceras disculpas y tratar de vendar sus heridas, lo que aquél niño aceptaba sin dudar; su madre era buena y él era el antagonista de esa historia con el simple hecho de haber nacido.
Pero esa vez, no hubo disculpas, no hubo quién curara todas esas profundas heridas. No las de su cuerpo, sino las de su corazón. Apreciaba cada vez que su madre le daba un pequeño abrazo o acariciaba sus mejillas; eso era lo que le hacía sentir como el héroe, aunque no lo fuera jamás.
Comenzó a sollozar, mientras se recostaba en el frío y gastado suelo del apartamento en el que ambos trataban de subsistir, buscando algún tipo de consuelo aunque sea por pena de parte de su progenitora; cosa que nunca llegó.
No pudo hacer más que salir de allí y correr, sin un rumbo definido, sin un objetivo a la vista. Sólo quería huir de aquella realidad para después volver a recibir cuantos golpes su madre deseara regalarle.
Fue de esa manera, que llegó a esa tenebrosa mansión que parecía estar completamente vacía y abandonaba; el ambiente nocturno hacía destacar mucho más las rupturas de la madera vieja que cubría su exterior.
Sin dudarlo mucho, se adentró en aquél lugar sin temor a lo que pudiera esperarle adentro. Gracias al cielo, lo primero que encontró fue un sepulcral silencio, algo que lo hacía sentir cómodo y superior; no tendría que lidiar con ninguna otra cosa más que con sus pensamientos.
Pero fue entonces cuando escuchó un fuerte sonido, como el de una puerta cerrándose, lo que lo hizo espantarse y cubrirse con sus pequeñas manitas, tratando de hacerse inocentemente el "invisible".
La verdad, esa casa sí daba un poco de miedo.
ஐ
Abandonada por su propia familia al ser un parásito indeseado que solo se aprovechaba de su dinero, el día de la mudanza se habían encargado de drogarla para dejarla dormida, despertando sola en lo que era en la cocina junto a una manta y un poco de comida que le duraría una semana. No había lugar donde pudiera ir, o donde pudiera buscar a su familia; solo le quedaba quedarse esperando una muerte inminente que llegaría luego de que la poca comida que le habían dejado se le acabara.
Comió poco a poco, tratando de que su comida le durara lo más que pudiera; pero a la segunda semana todo empezó a ponerse putrefacto de tal forma que ya llevaba casi tres días sin comer, sintiendo como aquello comenzaba a afectarle.
Dormía más, los mareos la atacaban constantemente, el dolor de estómago era insoportable… sabía que pronto su muerte llegaría, y de tanto que había llorado ya ninguna lágrima más resbalaba por su rostro, ya se había resignado a que la muerte la abrazaría tarde o temprano.
Entonces ocurrió.
Un extraño ingresó en aquella mansión abandonada, instalándose en la misma; ni siquiera llegó a ver quién era ya que rápidamente fue a esconderse en una de las habitaciones, haciendo un gran ruido al cerrar la puerta —que ella no había deseado— lo que claramente le había delatado.
Entonces durante unos segundos todo fue silencio, pero luego se empezaron a escuchar pequeños pasos… puertas abriéndose, la voz de alguien que con temor preguntaba si alguien estaba allí; sintió como los pasos se acercaban y con más desesperación intentó ocultarse en una esquina de aquella habitación tras sus débiles piernas, algo que prácticamente sería imposible.
Escuchó la puerta abrirse y como algunos destellos de luz entraban al lugar, razón por la que tembló y se abrazó más fuerte a ella misma, intentando protegerse de aquella persona.
—¿Hay alguien aquí? —la voz del rubio titubeaba por el temible ambiente de la mansión. Se talló cuidadosamente los ojos tratando de hacer su vista más clara en toda la oscuridad que allí reinaba, pero lo que se encontró allí no se lo esperó nunca.
En una de las esquinitas de lo que parecía ser una sala, una figura trataba de ocultarse de él, abrazándose a ella misma para intentar protegerse de la amenaza que él suponía.
Era en todo sentido como aquellas figuras misteriosas que aparecían en las películas de terror.
La pequeña se estremeció al sentir se observada, razón por la cual se había abrazado más a sí misma en un intento de calmar los temblores que agredían su pequeño cuerpecito, tratando de ocultarse de la mirada de la persona que estaba invadiendo su antiguo hogar.
—V-Vete por favor, n-no tengo nada para darte. —dijo apenas audible, tratando de hacer que esa persona se fuera de ese lugar sin hacerle nada—. N-No me hagas daño, por favor —imploró, sintiendo como su pequeña voz comenzaba a quebrarse por el temor de que le hicieran daño.
El rubio ladeó la cabeza sin entender, ¿Entonces ella no era un fantasma que estaba tratando de atormentarlo? Haciendo caso omiso a la petición de aquella niña, se acercó hacia ella mientras trataba de poder verla más claramente.
Podía apreciar su cabello verde oscuro, muy sucio y con sobresalientes restos de tierra, su piel pálida y su cuerpecito que parecía que podía romperse en cualquier momento. Se veía demasiado débil y además, parecía como si no hubiese comido en un tiempo.
—¿Estás bien? —le preguntó agachándose para poder escucharla mejor.
La de cabellos verdes se movió tratando de alejarse de él en un desesperado intento de no ser lastimada, pero al contrario de lo que pensaba… él le había preguntado por cómo se encontraba; levantó su cabeza para observar a ese chico, dejando expuestos sus ojos oscuros que ante tanta tristeza habían perdido su brillo.
Entonces se dio cuenta de que estaba junto a un niño de su edad, rubio de dorados ojos felinos, alguien que se veía adorable… de no ser por aquellas heridas que adornaban su rostro.
Tragó saliva, insegura de hablar con él.
—S-Sí. —respondió, sin dejar de abrazar sus piernas.
—¿Acaso no tienes hambre? —le preguntó mirando su vientre falto de alimento con algo de pena. No se imaginaba por todas las cosas que había pasado esa niña para estar en ese estado... Aunque seguramente ella pensaba lo mismo de él.
La pequeña parpadeó al escucharlo, notando como él miraba su cuerpo que rogaba por algo de comida; quiso negarse, pero su apetito era tanto que no pudo.
—U-Un poco. —respondió, desviando su mirada para no ver al niño que estaba a un lado de ella.
El rubio le sonrió aunque ésta no quisiera mirarlo, se dio la autorización de tomar la mano de la chica —la cual estaba pegajosa y sucia— para llevarla a su casa y buscar algo de alimento para su estómago.
—Ven conmigo. —dijo con una voz inocente, preocupándose poco de conocer a la peliverde hace tan solo unos minutos atrás. Después de todo, su madre nunca le enseñó que no debía hablar con los extraños.
La niña, sorprendida y asustada por ser tomada de esa forma, siguió con pasos torpes al chico que la había tomado de la mano sin entender a donde era que terminaría todo eso; se preguntó cuál era su nombre, y porque la ayudaba de tal manera sin siquiera conocerle.
—¿Quién eres? ¿A dónde me llevas? —preguntó con temor, aún sin detener aquellos pasos apresurados que daba para seguir su ritmo.
—Perdón. —se disculpó por no presentarse antes que nada—. Mi nombre es Kano Shuuya y te llevo hasta mi hogar.
La pequeña le miró, ¿Cómo era que un niño que apenas conocía estaba llevándola hasta su hogar? ¿Estaría bien seguirle? No sabía si era peligroso o algo parecido… pero, algo le decía que podía confiar en él.
—T-Tsubomi. —respondió, sin decir su apellido.
Le sonrió dándole un pequeño beso en la mejilla como saludo; una de las pocas cosas que su madre le había enseñado.
—Mucho gusto, Tsubomi. –dijo continuando con su andar hasta la salida del lugar.
La pequeña se sonrojó abruptamente al sentir su mejilla ser besada tan cariñosamente, una muestra de cariño que nunca había recibido en su vida; aunque aquello no había sido más que un saludo de presentación.
—¿E-Estará bien que vaya a tu casa, Shuuya? —preguntó, apenas en un hilo de voz.
—Claro. —asintió abriendo la puerta, recibiendo la luz que la luna producía de lleno en el rostro, algo que llegó a molestarle por haberse acostumbrado a la oscuridad de la tenebrosa mansión. Miró hacia los lados, comprobando si había alguna persona en ese lugar: estaba completamente solitario por lo que no sería difícil escapar—. Sígueme. —sonrió para darle tranquilidad comenzando a correr a través de la extensa calle.
La de cabellos verdes asintió, siguiendo los pasos de aquel niño que estaba llevándosela; miró a los alrededores a medida que avanzaban notando que ese niño vivía en la parte de los barrios bajos, aquella a la que su familia nunca le había permitido ir…
… Cómo si la dejaran salir tanto en primer lugar.
Su mano se agarró fuertemente a la de él, temerosa de lo que pudiera ocurrirle si se soltaba.
El rubio notó como la chica apretaba su mano y la miró, con una expresión confundida por el miedo que suponía ella tener. ¿Qué había de malo con ese lugar? Sabía que no estaba demasiado limpio o que las personas que allí vivían no eran muy amigables, pero tampoco suponía ningún peligro para los demás.
No entendía por qué la mayoría evitaba su barrio.
—¿Qué pasa? Ya estamos llegando.
—N-No es nada, solo que… mis padres decían que este lugar es peligroso —respondió la pequeña, bajando su mirada para evitar el contacto visual con las personas de alrededor; él parecía ser una persona amable, pero aun así le costaba confiar así como así.
Más ahora que había sido abandonada por su propia familia y dejada a la deriva.
—¿Realmente crees que estará bien ayudarme? —preguntó, no quería aprovecharse de la amabilidad de ese niño que acababa de conocer.
La miró sin entender nuevamente, ¿Por qué debía ser algo malo ayudar a alguien que estaba en peligro? Además, la niña podría dormir en su habitación y como su madre se la pasaba trabajando todo el día y gran parte de la noche seguramente no la notaría.
—Claro. —sonrió, deteniendo sus pasos al frente de su casa, que por fuera se veía muy mal cuidada. Corrió hasta la parte trasera de su hogar, en donde con cuidado le mostró a la peliverde un pequeño agujero que daba hasta el interior, en el cual fácilmente ambos podrían entrar—. Yo iré primero y tú entrarás después, ¿Bien? —le explicó metiendo con cuidado su cuerpecito en el interior, siendo rasguñado por una de las tablas rotas, pero entre todo los golpes que tenía eso era cosa que pasaba desapercibida.
La pequeña peliverde se quedó observando el lugar, uno que parecía no estar en buen estado pero no iba a quejarse por ello; ese niño la estaba ayudando y estaba más que agradecida con eso, así que solo se quedó esperando fuera para que él le indicara cuando entrar.
Cuando escuchó su llamado entró por ese pequeño espacio en el que pudo pasar fácilmente, solo dañando un poco aquel camisón que estaba usando; rápidamente su mirada observó el lugar con curiosidad, también era un desastre pero no quería pensar mucho en eso.
—¿Vives solo, Shuuya? —le preguntó suavemente, caminando con cuidado hasta quedar a su lado; se preguntaba por cuánto tiempo ella podría quedarse en el hogar de él, no quería ser alguien que le causara molestias solo porque él sintió pena por ella.
No quería seguir siendo un parásito, tal y como sus padres la habían condenado a ser.
—Nop —exclamó feliz de que la niña ya hubiera perdido por lo menos algo de la timidez que tenía hacia su persona—. Vivo con mi madre pero se la pasa trabajando todo el día, así que puedes quedarte el tiempo que quieras. —le comunicó satisfecho, cuando recordó lo hambrienta que estaba aquella oji-negra—. ¡Oh, es cierto! ¿Tienes hambre, verdad? Ven, te daré de comer.
Tomó su mano para llevarla hasta la cocina, la cual estaba un poco más limpia solo por el hecho de ser allí donde tenía que preparar su alimento
—Mmm... Creo que solamente tengo mi sopa instantánea... —dijo mientras la sacaba del refrigerador —que era fácilmente dos veces más alto que él—, y la metía en un microondas blanco—. Puedo dártela si quieres.
Era pequeña pero no era tonta; se dio cuenta enseguida que esa sopa era lo único que él tenía para comer… y no iba a dejarlo sin alimentarse, razón por la cual se negó rotundamente; podía estar sin comer un poco más, con solo darse un buen baño y dormir un poco sería suficiente.
—Es lo único que tienes para comer, no quiero aprovecharme. —fue lo que dijo, agradecida de la importancia que él le estaba dando a pesas de apenas conocerse, una importancia que ni siquiera sus padres le habían mostrado—. C-Con darme una ducha y poder dormir será más que suficiente, l-luego puedo regresar a la mansión hasta que alguien quiera comprarla y me lleve hasta un lugar donde puedan hacerse cargo de mi… —añadió, sonriéndole suavemente para demostrarle que estaba bien.
El rubio hizo un gesto de que no importaba y sacó la sopa del microondas, extendiéndosela junto con una pequeña cuchara.
—Tienes que comer. —le dijo con una sonrisa acercándose lentamente hasta el oído de la pequeña, como si fuera a contarle un secreto—. Además, tengo una barrita de chocolate entera en mi escondite, puedo comerme una mitad y tú la otra más tarde.
La pequeña se le quedó mirando, sin saber cómo reaccionar ante la amabilidad que demostraba el chico; bajo su mirada con algo de pena, pensando durante unos segundos en una solución a todo eso...
—¡Entonces comamos mitad y mitad de la sopa! Así tu tampoco te quedas sin comer. —levantó su rostro mirándolo con determinación, esperando que él aceptara aquella propuesta si no… simplemente pensaba no comer.
Bufó algo decepcionado, de verdad necesitaba que aquella niña comiera... Pero sabía que no podría convencerla de esa manera, así que aceptó con algo de desgano, sacando otra cucharita de uno de los cajones.
Cuando ya ambos se encontraban alimentándose, se preguntó si era conveniente resolver sus dudas acerca de ella en ese momento.
—Y... —dijo con comida en su boca—. ¿Por qué estabas allí solita?
La pequeña peliverde se sorprendió al escuchar su pregunta por lo cual tragó un poco de la comida que estaba dentro de su boca para poder hablar sobre eso.
—Hm… mi familia se mudó hacia otro lugar, y como era un estorbo me dejaron abandonada… —bajo su mirada con algo de tristeza, tratando de no ponerse a llorar frente a ese niño—. Me dieron algo para dormir y cuando desperté, no estaban. Solo era yo, una manta, mi pijama y un poco de comida…
La miró un poco triste, la verdad la situación de ella era ligeramente parecida a la suya. La única diferencia es que su madre no había planeado abandonarlo aún.
—Ohh... Bueno, ya no pasará más eso. Puedes sentirte como en casa, desde hoy vivirás conmigo. —le dijo tratando de hacerla feliz con ello, su inocente comunicado no sería rechazado después de todo.
Al escucharlo se le quedó mirando, apenas se conocían y ya la estaba invitando a vivir en su hogar, aun cuando él a duras penas tenía comida para alimentarse; negó con la cabeza, no quería aprovecharse de su amabilidad, no quería ser un parásito.
—N-No, tienes mucho en que pensar como para mantener a un parásito como yo —dijo rápidamente, esperando no lastimar al niño de cabellos rubios.
—¿Parásito? ¿Pero cómo una niña tan linda puede ser un parásito? —le preguntó ladeando su cabeza inocentemente, sin poder entender porqué ella se trataba a sí misma de esa manera... Bueno, de todas maneras él no era la mejor persona para decir eso—. Lo siento pero ya está decidido, vivirás conmigo Tsubomi~
¿Qué demonios pasaba con ese niño? Ni siquiera tenía para comer, ¿Por qué era tan amable? ¿Por qué trataba de darle incluso lo que no tenía?
—P-Pero ni siquiera tienes para comer tú mismo, ¿Por qué debería de quitarte lo que te pertenece? N-No quiero eso —dijo, sintiendo como su voz comenzaba a quebrarse sin saber cómo reaccionar ante todo ello.
El rubio volvió a sonreírle, dándole la seguridad de que eso era algo que no le interesaba en lo absoluto.
—De alguna manera conseguiré comida para los dos. —dijo terminando de tomar su sopa.
—¿Por qué estas siendo tan amable conmigo? Apenas nos conocemos —fue lo que le dijo, mirándolo fijamente; toda aquella idea le gustaba, ¿Pero de verdad estaría bien aquello? ¿Estaría bien quedarse a vivir con él?
—Porque mi mamá me dijo que siempre debía ser bueno con los demás, sin importar de quién se tratase. —sonrió mientras le daba un cariñoso abrazo, aquellos que extrañaba sentir por parte de su madre.
Un cálido sentimiento inundó su pecho y llegó hasta sus ojos que terminaron por humedecerse ante la emoción; correspondió aquél abrazo mientras hundía su rostro en su hombro, aferrando sus pequeñas manos a la ropa de su espalda.
Y allí se quedó llorando en silencio, conmovida por la generosidad de aquel pequeño.
El niño, al sentir como pequeñas lágrimas comenzaban a bajar por su camisa, no pudo evitar sentirse culpable, pero no dudó en acariciar los sucios cabellos de la chica para poder reconfortarla. Le dio una sonrisa, para que pudiera sentirse mejor, no quería que de sus hermosos ojos salieran más lágrimas.
—Por favor, no llores, Tsubomi.
La de cabellos verdosos asintió, separándose un poco de él para secar sus lágrimas; lo observó y le sonrió dulcemente, demostrando lo agradecida que él se encontraba en ese momento.
—Muchas gracias, Shuuya. —le dijo con una sonrisa en su rostro, sintiendo por primera vez en mucho tiempo aquél sentimiento que todos conocían como felicidad—. De verdad… muchas gracias.
Desde entonces, pasaron algunas cuantas horas; horas donde ellos se quedaron hablando y ella escucho atentamente las historias que el chico rubio le contaba acerca de sus aventuras, de los lugares que había visitado, de su madre… no podía creer que más allá del hogar donde siempre estuvo encerrada existiera un mundo tan maravilloso.
Pero le dolía tanto no poder aportar nada, de ser tan inexperta en el mundo exterior.
Y fue entonces que escuchó la puerta abrirse, por lo que supuso que la madre del chico había llegado; lo que no se espero fue que, al verla entrar en la cocina el ambiente del lugar cambió completamente.
Aquella mujer de fácilmente unos 30 y tantos años miró a su hijo, a la niña que estaba sentada frente a él y nuevamente a su retoño, sin comprender qué era lo que estaba sucediendo allí.
Su poco cuidado cabello rubio y rizado se mecía con el viento que entraba gracias a la ventana abierta; el silencio reinaba en la habitación y parecía ser que ninguno de los dos niños se atrevía a decir una palabra: se suponía que ese no era el plan.
—Shuuya, ¿Quién es esta niña?
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