South Park no me pertenece.


Todas las noches tenía esa maldita sensación.

Podía sentir ese nudo en la garganta cada vez que se ponía a a pensar en lo que pasó hace unos cuantos años en una feria de chile con carne. Al principio solo pudo percibir victoria por hacer que un chico de 15 años se comiera a sus padres luego de robarle 16 dólares con 12 centavos.

Dulce venganza, ¿no, Eric?

No, definitivamente no. Las personas a las que había matado, no eran cualquiera, ¿pero cómo iba él a saberlo? Si todos en South Park le habían mentido diciéndole que su madre era hermafrodita y ella era su papá. ¿Para proteger a quién? A los malditos Broncos de Denver. A ellos les importaba una mierda la vida de un niño de 8 años. Él siempre había sabido que era una estúpida mentira, pero no le quedaba de otra que pretender que les creía. Tenía la ligera percepción de que si se enteraba, algo malo iba a suceder.

Y la verdad es que sí, Liane era una puta, pero era su madre después de todo. No podía hacer nada contra ello, no iba a matarla tampoco. Luego Scott Tenorman, apareció. Él sí que se vengó diciéndole la verdad sobre su padre, y a veces pensaba que quizá hubiese sido mejor si no le hubiera dicho quién era.

Fue una tremenda conmoción para el pobre chico castaño; enterarse de que había matado a su padre y luego se lo dio a comer a su medio hermano. Y como siempre, tenía que fingir que no le importaba tanto, tenía que comportarse como el típico hijo de puta diciendo que solo le importaba el hecho de que era mitad pelirrojo, y aunque eso le repugnaba de cierta forma, no era lo que más le molestaba.

Siempre haciéndose el fuerte, siempre reprimiendo sus sentimientos.

¿Pero de qué iba a servir? De nada. Quizá en su niñez funcionó, pero ahora se sentía vacío y entendía mejor las cosas. Las cosas en la escuela para él, ya eran una mierda, no hablaba con nadie, ni con los que solían ser sus mejores amigos; Butters intentaba acercarse a él, pero Eric ya no cedía más. Se había aislado por completo, porque cada vez que hablaba con alguien, se irritaba. De pronto, tenía ganas de golpear a quienquiera que se le acercara a hablarle de algo estúpido. Ya no era el Eric Cartman que solía ser, o al menos el que fingía ser.

Entonces, el rostro de un hombre pelirrojo y con un bigote del mismo color se le venía a la mente: Jack Tenorman, su padre. Jamás había hablado con él, solo lo vio algunas veces; vestido de Bronco de Denver en la noche donde todos eran sospechosos, manejando por las calles de South Park, cuando quiso descubrir las debilidades de Scott y por último, cuando lo cortó en pedazos y lo cocinó junto con su esposa.

Eric estaba recostado en su cama, frustrado por no poder conciliar el sueño. Y era así todo el tiempo, no podía dormir y empezaba a sentir ansiedad; miró a las cuatro paredes consumidas por la oscuridad de la habitación. A veces deseaba ser olvido, para no recordar nunca más todas las cosas por las que ha pasado, toda la mierda que ha tenido que soportar desde que es un niño pequeño. En estos momentos, lo único que necesitaba para reconfortarse era a su sapo Clyde, pero ya no lo tenía. Lo había dejado ir.

Y cuánto lo lamentaba. Él era el único que había estado ahí en esos momentos de tristeza, el único que no lo había juzgado ni le había puesto sobrenombres como el famoso "culón" que tanto le decía el chico judío. Pero ya no estaba con él, la otra opción era su madre, pero a ella no quería darle más problemas, además, a Liane no le importaba tanto como pretendía mostrar frente a la gente.

¿Sus amigos?

No, tampoco. A ellos no les tenía la confianza suficiente como para contarles sus problemas, además, podrían terminar hasta burlándose de él.

Vaya mierda.

El chico castaño se sentía vacío y solo. No tenía a nadie, ya no. Ni siquiera podía recurrir a su hermano mayor, porque lo odiaba, y estaba en su derecho. A fin de cuentas, mató a sus padres por una tontería; abrazó su almohada con fuerza, intentando hacer que las lágrimas no salgan, pero estas no cumplían con las órdenes que él les daba.

Y ahí estaba el mismísimo Eric T. Cartman, aferrado a un objeto. Llorando, sollozando, sufriendo. Completamente vulnerable, con ganas de gritar tan fuerte como pudiera.

Casi todas las noches era la misma historia, él ya no sabía qué hacer para poder estar estable, como la mayoría de los que conocía. Porque todos eran felices menos él, ¿verdad?

... ¿Verdad?