Aun recordaba el modo en el que se conocieron, ella había caído literalmente del cielo encima suyo, con el rostro decorado por un antifaz rojo que enmarcaban sus bonitos ojos azules y una extraña mueca que mostraba nerviosismo en sus femeninos labios rosas.

Lo había golpeado un par de veces con su yo-yo y parecía un poco paranoica, aun así, no dudo en confiar en ella, después de todo fue elegida como él para salvar París.

Por lo cual se sintió un poco mal cuando se dio cuenta de que no habían actuado adecuadamente en su primer enfrentamiento y que su papel en toda esa historia era ayudar a la chica a seguir adelante porque solo ella podía devolverles su usual y puro color blanco a las mariposas que llegaban a los parisinos con alas negras.

Nunca imagino que terminaría enamorado de ella tras su segundo encuentro, pues la chica de cabello negro había pasado de la total desesperación al no creer en su capacidad a dar un discurso para toda París donde les aseguraba que nunca dejarían de luchar por ellos.

No le ayudo tampoco que la chica fuera tan creativa y que encontrara el modo de resolver aquella faena tras ver al corazón de piedra sosteniendo a una chica de rastas de colores y deducir con aquella escena que el amor era la solución, más cuando lo único que él veía era una parodia de King Kong en la torre Eiffel en lugar del Empire State.

En definitiva, Ladybug cegaba.

Y se sentía prendido a ella cada vez que la veía correr por los techos parisinos con gran soltura y perfecta sincronía con su entorno, como si lo hubiera hecho toda la vida, como si hubiera nacido para realizar todas esas maniobras.

Pero lo que en verdad hacía latir frenéticamente su joven corazón era detectar su verdadera forma de ser a pesar de la fortaleza que la chica había construido alrededor de ella misma.

Porque Chat Noir no olvidaba su forma de actuar cuando se conocieron y no podía evitar verla sumamente atento cuando ella dejaba salir a la luz la que él consideraba su verdadera personalidad, en aquellas noches de patrulla o después de un ataque akuma en su breve despedida.

Le parecía adorable ver a Ladybug jugando con sus manos en la cima de la torre Eiffel cuando algo (que nunca le diría) la atormentaba, le divertían sus breves tartamudeos cuando algún periodista la tomaba por sorpresa y le asombraba en aquellas contadas ocasiones en las que había hablado de más al sentirse superada por el villano en turno y la chica no dudaba ni un segundo en crearse toda una realidad alterna donde Hawk Moth ganaba y cómo terminaban siendo desterrados de París por no ser capaces de protegerla.

Esas pequeñas muestras de su verdadera naturaleza no solo le parecían curiosas al rubio de traje negro, sino que le encantaban.

Lo hacían sentirse más cerca de ella, le permitían saber que ella no era un sueño y lo animaba sin saberlo a querer saber más de ella.

Porque él estaba seguro de que llegaría el día en el que el gato negro atraparía a la mariquita. Y no la dejaría escapar, pasara lo que pasara.


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