Hola antes que nada esta historia no es mia si no de la autora Mari Burton por lo cual esto es una adaptacion con mis personajes favoritos Aoshi y Misao que tampoco me pertenecen T-T.
Que disfruten la lectura!
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Misao había vuelto a Texas para ayudar a su hermano Sanosuke a salvar el rancho de su familia, pero no contaba con que tendría que saldar las deudas de Aoshi Shinomori, el hombre al que ella había abandonado cuatro años antes.
Capítulo 1
Ver a su hermano en la cárcel no era el regreso a casa que Misao Makimachi había imaginado.
Durante los últimos cuatro años había estado viviendo con su abuela en Okon. Aquel viaje de tres semanas era su primera y seguramente última visita a Texas. Había temido volver y enfrentarse a los dolorosos recuerdos del pasado, pero había vuelto porque presentía que Sano estaba en problemas. Y parecía que había llegado justo a tiempo.
Misao contempló la pancarta rasgada de bienvenida y la mesa destrozada del bufé. Sólo habían pasado diez minutos desde que su hermano Sano provocó aquel estropicio.
Ignorando el calambre del pie que le provocaban unos zapatos diseñados para ir a la moda, pero no precisamente cómodos, se dio la vuelta y entró en la lúgubre prisión.
Le costó unos segundos acostumbrarse a la penumbra y distinguir a su hermano. Estaba sentado en el sucio catre de la celda, con la cabeza entre las manos.
– Sano –lo llamó, aproximándose.
Al oír su voz, Sanosuke levantó la cabeza. La miró por un momento antes de sonreír.
–Misao… cómo has cambiado. Pareces una dama de verdad, como quería mamá.
Misao se quitó los guantes de encaje, inexplicablemente irritada por el cumplido.
–Tú no has cambiado nada.
La sonrisa de Sano se desvaneció.
–Esta vez la he fastidiado de verdad –dijo, acercándose a los barrotes.
Un fuerte hedor a whisky y a orina salía de la celda.
–Ya lo veo. He oído que te emborrachaste, que robaste un caballo y te pusiste a galopar por el pueblo, que arrollaste a un hombre y que dañaste a la yegua robada.
Sano cerró los ojos.
–Yo no la robé. La tomé prestada. Sólo quería salir a darte la bienvenida. Pero me resultó imposible domar a la yegua.
–¿Por qué intentaste saltar sobre la mesa del bufé?
–Eso fue idea de la yegua, no mía –dijo él apoyando la frente contra los barrotes.
Una parte de Misao se angustiaba por el escándalo. Pero otra, la parte salvaje y texana que la había dominado hasta que se marchó de Upton, sólo quería solucionarlo todo.
–¿Cuándo vas a crecer, Sano?
La expresión de su hermano se tornó rebelde, como si fuera un crío en vez de un hombre tres años mayor que ella.
–Sabes que odio este pueblo, Misao. No pertenezco a este lugar.
–Ésa no es excusa.
–No sé por qué te preocupas tanto –dijo él con una débil sonrisa–. Todo quedará arreglado en cuanto indemnices al viejo.
–No estoy hecha de oro, Sano –replicó ella severamente–. Y tienes suerte de que ese hombre no esté gravemente herido.
–¿Puedes solucionarlo todo? Por favor… No sé cómo salir de ésta.
–¿Qué pasa con el dueño del caballo?
Sano se encogió visiblemente.
–¿De quién es la yegua, Sano?
–De Aoshi Shinomori –respondió él agachando la mirada.
–Aoshi Shinomori… –Misao sintió cómo el color abandonaba sus mejillas.
–Sé que los dos tuvisteis una historia.
Una historia. Ella había amado a Aoshi con todo su corazón. Pero sus padres la mandaron con su abuela antes de que pudieran casarse.
Sano esbozó una vacilante sonrisa, la misma que en el pasado había metido en problemas a Misao.
–¿No puedes indemnizarlo?
–Es la última persona a la que quiero ver.
La puerta de la prisión se cerró con un fuerte golpe.
–Pero vas a tener que verlo –dijo una voz profunda detrás de Misao. Una voz que ella reconoció al instante.
Aoshi
Había olvidado que podía moverse de una forma tan silenciosa.
Se giró y lo miró de frente. Medía más de un metro ochenta y su cuerpo era todo fíbra y músculo, con unos hombros tan anchos que apenas cabía en el marco de la puerta. Unos vaqueros desgastados se ceñían a sus poderosos muslos. El polvo cubría su camisa blanca, sus gastadas botas de piel y su sombrero Stetson.
Un escalofrío le recorrió la columna.
–Esto es algo entre mi hermano y yo, Aoshi –dijo, alzando el mentón.
Él se quitó el sombrero, dejando ver su tupida cabellera, tan negra como el carbón.
–No cuando están implicados mi cocinero y mi yegua, Misao.
Misao echó la cabeza hacia atrás para mirarlo a los ojos. Antes era capaz de interpretar las emociones de Aoshi. Pero ahora había un muro entre ellos.
–Aoshi, estoy dispuesta a compensarte por los daños –los dedos le temblaban mientras abría el bolso–. Te pagaré lo suficiente para que contrates a otro cocinero, más un diez por ciento por las molestias –rápidamente calculó la cantidad. Se quedaría sin un centavo cuando saldara las cuentas con Aoshi.
–El dinero no va a solucionar esto, Misao –dijo él con una expresión de disgusto–. Es hora de que Sanosuke madure y asuma la responsabilidad de sus actos.
–Sano tiene que volver al rancho para dar de comer a los animales.
Aoshi la miró con una ceja arqueada.
–Y yo tengo un rancho lleno de trabajadores hambrientos y a un cocinero que estará una semana recuperándose.
–Con lo que yo te pague ganarás más dinero.
–Has estado fuera mucho tiempo. Supongo que habrás olvidado cómo funcionan las cosas aquí.
–Estoy intentando solucionar esto –dijo ella, dolida por sus palabras.
–Esto lo ha provocado tu hermano, no tú. Sanozuke hirió a mi cocinero, así que tendrá que ser él quien cocine para mis hombres.
Sanozuke se aferró a los barrotes. El miedo se reflejaba en sus ojos cafes.
–¡No voy a trabajar en su rancho! Aoshi Shinomori es una escoria, como decían papá y mamá.
Aoshi apretó la mandíbula. Cuando finalmente habló, lo hizo en voz baja y amenazadora.
–Trabajarás para mí si no quieres que te denuncie. En este estado se cuelga a los ladrones de caballos.
Sanozuke estuvo a punto de desplomarse.
–Yo no robé la yegua. Sólo me estaba divirtiendo un poco.
–Te llevaste mi yegua sin mi permiso –le espetó Aoshi–. Y gracias a ti ahora tiene una pata torcida que tardará semanas en sanar. Nada más que por eso mereces cumplir una condena.
Sano miró a su hermana.
–Dile que no estaba robando. No quería hacer daño a nadie. ¡Está tan loco que quiere verme colgado!
Misao recurrió a las lecciones de diplomacia que había aprendido en la escuela.
–Aoshi, sabes que mi hermano no sabe cocinar y que tiene que trabajar en el Double M. ¿No podríamos llegar a algún acuerdo?
–Necesito un cocinero –dijo Aoshi entrecerrando los ojos–. No hay acuerdo que valga.
Sería más fácil mover una montaña que conseguir que Aoshi cambiase de opinión. No se iría de allí sin un cocinero.
–Entonces llévame a mí en vez de a Sano.
Aoshi pareció desconcertado. Con la mirada la recorrió de arriba abajo, desde el sombrero verde con la pluma de pavo real, pasando por su traje de terciopelo hasta los puntiagudos zapatos.
–¿Sabes cómo encender un fogón?
–Me las arreglaré –respondió ella, esforzándose por dominar su temperamento.
–¡Misao, no lo hagas! –gritó Sano–. Mamá y papá no hubieran soportado que trabajases para él.
–No puedes ir a la cárcel, Sano –dijo ella, sin apartar la mirada de Aoshi–. Ese rancho era el sueño de papá. No permitiré que se pierda.
Aoshi negó con la cabeza.
–Tienes aspecto de salir volando en cuanto sople el viento.
–Eso no pasará.
Aoshi guardó silencio durante unos segundos y ella pensó que rechazaría su oferta.
–En mi rancho se trabaja de sol a sol.
–Entendido.
Algo parecido a un destello de aprobación brilló en los ojos de Aoshi.
–Durante dos semanas.
–Sí –dijo ella.
Entonces Aoshi se acercó, se quitó el guante y le tendió la mano. Automáticamente, Misao la tomó y él le pasó sus largos y callosos dedos por la suave y delicada piel.
–Hace mucho que no trabajas con las manos.
–A mi abuela le encantaría oírte decir eso. Se ha esforzado mucho para borrar los años que pasé en Texas.
–Nunca me han gustado los modales sociales.
–En ese caso me temo que van a ser dos semanas muy largas –dijo ella con el fuego ardiendo en su mirada.
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Saludos de nuevo espero que haya sido de su agrado y que lean el proximo capitulo.
Se despide:
Crystal-dono o Crystal-Darling
