Bleach
Rukia - Ichigo
Advertencia: no apto para sensibles, ichiruki AU y lemon
Capítulo I
La noticia
Las calles estaban atiborradas de gente y sin que lo quisiera chocaba con algunas personas al tratar de hacerme camino; usualmente detenía y me disculpaba, pero en ese momento lo único que tenía en mente eran las palabras del médico que resonaban en mis oídos como si las estuviera escuchando: "presenta claros síntomas de menopausia prematura y estos exámenes lo sustentan. Es difícil llegar a una fecha estimada exacta, pero calculo que dentro de dos años o tres más o menos no menstruarás más y sufrirás todos los padecimientos propios de aquel cambio hormonal brusco, ya sabes, bochornos, irritabilidad, sudoración…" Después de aquella noticia tan inesperada a mis veintinueve años me bloqueé y lo que dijo el médico luego no lo escuché. Me despedí interrumpiéndolo en medio de su explicación y me largué. Lo que menos necesitaba en ese momento era oír más, porque supe de inmediato todo lo que aquello significaba.
Toda la vida me esmeré en mi desarrollo profesional, en destacar en lo académico y más tarde en lo laboral, y aunque en lo afectivo no estaba completamente descuidada, acepto que nunca fue mi prioridad. En una familia patriarcal en la cual mi hermano destacó en todo, mis objetivos eran claros: quería que mi hermano se sintiese orgulloso de mi, y peleé una batalla constante y ferviente contra lo único que en realidad esperaban de mi: ser una esposa dedicada. Mi familia, compuesta por mi abuelo Ginrei, un anciano que jamás aceptaría la ayuda de un bastón, mi tío Kouga, que tuvo todo para triunfar pero que no supo qué hacer con tanto dinero y poder y se le fue de las manos y mi hermano mayor, Byakuya, que era un hombre ajeno, exitoso e inexplicablemente popular, que nunca pareció demostrar ninguna clase de interés en mi o en algo que no fuera el honor del apellido Kuchiki. Ellos querían que me casara y que alguien más me proveyera los caprichos, que tuviera descendientes y no que me hiciera de un nombre por mis propios méritos, pero no podía negar que nunca dejaron de entregarme herramientas para forjar mi propio futuro, y eso lo agradecía, porque si no todo hubiese sido más complicado.
Fue inevitable que comenzara a reflexionar sobre cómo había llevado mi vida hasta ese momento, porque si iba a convertirme en una mujer anticipadamente menopáusica eso significaba que pronto la posibilidad de convertirme en madre iba a ser nula. Me senté en una banca mirando el horizonte, y sin fijarme en nada en particular, reflexioné en cuán rápido el tiempo comenzó a pasar sin siquiera darme cuenta, y ad portas de mis treinta me encontraba con que quizá no podría ser madre porque había terminado postergándolo pensando que siempre tendría más tiempo para conseguirlo y de pronto, súbitamente, me encuentro con que no tendría ese tiempo que siempre había dado por sentado que tendría.
Había tenido un novio importante a lo largo de mi vida, Renji Abarai. Nos conocimos a los trece años y a los quince comenzamos a interesarnos en el otro de una manera no amistosa, y hasta los veintiuno estuvimos juntos. Aquello también fue una constante pelea con mi familia, él no era lo que esperaban para mí, y aunque nunca me forzaron a dejarlo, tampoco era que se guardaran sus comentarios para sí mismos; mi familia aún creía en la alcurnia heredada a través de la tradición de los apellidos más respetados, y un "Abarai" nunca fue gran cosa para ellos, y aunque internamente siempre buscaba complacerlos, también yo tenía un espíritu rebelde, y él fue mi espada en esa batalla que todo adolescente sostiene contra lo establecido, y el que les molestara más ganas de estar con él me daban. Renji sabía que no era muy querido y no le importaba, no obstante la universidad había terminado por separarnos, pero no aplacar el cariño que nos sentíamos. Seguíamos siendo tan amigos como lo habíamos sido durante tantos años, y con su nueva novia habíamos terminado congeniando sin problemas. Nunca le ocultamos que teníamos un pasado juntos y a ella no le afectó que mantuviéramos nuestro fuerte lazo; no era extraño que termináramos pasando un buen rato entre los tres, aunque en más de alguna ocasión éramos cuatro, porque así como Renji me tenía a mí como mochila en su vida, Tatsuki tenía un amigo que incluso su data de amistad era más vieja que la mía con Renji: Ichigo Kurosaki. El tipo era la persona más seria y callada que había conocido, bueno, casi, porque competía con mi hermano mayor por el puesto. No comprendía por qué alguien como Tatsuki veneraba tanto a un sujeto como él, que apenas y si demostraba interés en ella… o en algo. Según ella misma él no era lo que parecía, porque estaba muy consciente de la impresión que él dejaba y no me hubiese acordado de él, de hecho, si estando en aquella solitaria banca no se me hubiese ocurrido responder una llamada entrante de Renji. No era mi intención contarle nada, pero de pronto no se me hizo mala idea verlo y sin planearlo con anticipación terminamos los cuatro juntos; de haberlo sabido me hubiese comido el teléfono antes de contestarlo.
Tatsuki estaba tan animada como siempre contando sobre un chico problema de su clase, porque tanto ella como Kurosaki eran profesores de educación física, y mientras yo bebía mi jugo prestándole atención apenas como para poder responderle repitiendo siempre la última palabra que ella mencionaba; era una buena técnica, mientras pensaba en realidad en lo inútil de mis ovarios.
—Estoy de humor como para hacer esto más interesante, ¿qué dices Rukia, bebamos algo? — preguntó Renji con entusiasmo.
No solía beber, por lo que él me hacía esa pregunta a propósito, burlándose de mí y mi abstinencia.
—Tienes razón, Renji, es miércoles, mitad de semana… amerita que nos animemos — respondí sonriendo.
Me hubiese gustado que ninguno de los tres me mirara con ese asombro por mi respuesta. ¿No era tan extraño que yo bebiera o sí? Bueno, sí, lo era.
En un comienzo traté en lo posible de ocultar el asco que el alcohol siempre me provocó, pero ya con menos de la mitad del vaso, no pude seguir fingiendo que no me estaba gustando nada. Me disculpe con ellos y fui al baño. Me mojé la cara en lugares estratégicos para que mi maquillaje no se corriera, e inhale todo el aire que pude y lo exhale pesadamente, pensando en cuán bueno sería si pudiera tolerar el alcohol como cualquier ser humano normal. Afortunadamente no vomité en esa oportunidad, pero si hubiese tomado un sorbo más es lo que hubiese terminado ocurriendo.
Al salir del baño volví a la mesa, y sólo estaban Renji y Tatsuki, que al quedarse solos estaban aprovechando el momento demostrándose físicamente su afecto. Bufé.
—Si querían estar solos sólo tenían que decirlo — me burlé.
Ellos se rieron y dejaron de besarse.
—¿Ya estás mejor? Ya me parecía extraño que aceptaras beber algo en primer lugar… — dijo Tatsuki — ¿Vomitaste?
—No, pero casi… me siento un poco mal — admití — ¿y Kurosaki?
—Fue al baño, pero ahí viene — respondió ella, haciéndole un gesto.
Kurosaki llegó a la mesa y se sentó a mi lado, dejando un vaso sólo con un hielo frente a mí.
—Ponlo en tu boca, y mantenlo ahí, Kuchiki — dijo él.
Comprendí perfectamente que se refería al hielo, pero esa oración podía tergiversarse tan fácilmente que entre la mezcla de alcohol y la vergüenza, me sonrojé al imaginarlo. Renji y Tatsuki estallaron en risas e Ichigo se molestó.
—¡El hielo! — rectificó él avergonzado también y molesto además.
Le hice caso y minutos después reconocí que mi estómago se había estabilizado. Había funcionado.
—Gracias — le dije más agradada.
Él simplemente asintió y siguió bebiendo de su vaso, no haciéndome mayor caso, como siempre. Kurosaki era distante y nunca me hablaba mucho directamente, pero no podía decir que nunca dejó de ser amable y muy correcto, por lo que eso de "ponlo en tu boca y mantenlo ahí" fue algo inusual en él, seguro no pensó en sus palabras antes de decirlas y sonreí por el recuerdo, había sido algo gracioso; terminé imaginándolo desnudo. Lo miré y por primera vez en años noté sus masculinas facciones, sorprendiéndome que me resultaran agradables a la vista y que nunca antes lo hubiese apreciado. Desvié mi atención hacia otro lado antes de que él o alguien me descubriera inspeccionándolo.
Nos despedimos a la salida del local en el que nos encontrábamos y miré mi reloj, iban a ser las diez. Vivía cerca por lo que no tardaría ni veinte minutos en llegar a casa, y al contrario de lo que siempre quería, que era volver para organizar las cosas para el siguiente día, ese día, en esa noche cálida de otoño, no me apetecía.
Caminé mirando atentamente el suelo, como buscando algo, no sabía qué con exactitud y sin siquiera notarlo las lágrimas comenzaron a brotar. No tenía control sobre ellas y no quería tenerlo, la verdad; Seguí caminando haciendo todo lo posible porque nadie notara mi estado, sin tener un rumbo determinado cuando escuché el clásico sonido de una hoja que se deshace por una pisada, fue recién entonces cuando noté que alguien me seguía de cerca los pasos. No era paranoica ni miedosa, pero en ese momento me encontraba endeble. Aumenté la velocidad al caminar, y los pasos tras de mí lo hicieron también; repasé mentalmente todo lo que traía en mi bolso y aunque tenía algo de efectivo no era una cantidad demasiado sustanciosa. Mi teléfono móvil tenía un seguro para robos, pérdidas y casos fortuitos, así que eso me daba igual. Detuve mi rápido caminar y sin mirar quien era, arrojé mi bolso tan lejos como pude.
—No tengo nada conmigo que no esté en este bolso, llévatelo y piérdete — espeté con enojo.
Me giré y seguí mi camino, esperando a que se conformara con eso, pero antes de siquiera poder reaccionar, la persona que estaba atrás de mi estuvo frente a mí.
—¿Así de fácil te desprendes de tus pertenencias, Kuchiki? — inquirió esa otra persona.
La forma en que mi apellido era pronunciado la conocía, y esa voz también. Era Ichigo. Me ruboricé y rápidamente limpié mi rostro de las evidencias que pudieron dejar las lágrimas, ya que con el susto ya se habían detenido.
—¿Kurosaki? ¿Me estabas siguiendo? — lo interrogué extrañada.
—Sólo venía caminando por la misma calle — negó.
Él me entregó el bolso y se despidió.
—¿No vives hacia el otro lado? — pregunté curiosa.
—Voy ahí — indicó.
Era un gimnasio.
Se dirigió indiferente como siempre hacia el lugar antes mostrado, pero antes me dio una advertencia:
—Si te asaltan está bien entregar las cosas sin pelear por ellas, como lo hiciste, pero es posible que no sea sólo eso lo que quieran de ti… No puedes dar la espalda así… — evidenció.
Me sentí azorada por su observación, y quizás en un día convencional no hubiese cometido ese error, pero ese día no era uno normal, era el día que me vi obligada a pensar en posibles soluciones a un problema que nunca vi venir.
—Gracias — contesté.
Él miro buscando a los lados y como nunca volvió a hablarme.
—¿No vienes por tu auto? No lo veo — señaló.
Nunca hubiese adivinado que él conociese mi auto.
Negué y le dije que no se preocupara, que subiría un taxi más allá. No sé si hubo algo en mi rostro que delatara que mi verdadera intensión era seguir caminando.
—Te acompañaré hasta que te subas a uno — dijo resuelto.
—De verdad no es necesario — rebatí su decisión.
—Sólo… vamos — sostuvo él.
El mismo camino que había hecho lo terminé deshaciendo, caminando al lado de un tipo que conocía hacía años, pero del cual en realidad no sabía nada. Me sentí un poco incómoda sabiéndolo a mi costado. Lo miraba de reojo preguntándome qué era lo que estaba haciendo, y por qué y no conseguía llegar más rápido a una zona menos desolada para poder decirle que no tenía que preocuparse por mí, pero al parecer esa noche las personas se habían esfumado.
—No te preocupes, en serio desde aquí ya puedo llegar a casa sin problema — intenté nuevamente.
Kurosaki miró la hora y respondió:
—Está bien, no tengo nada que hacer. Ya pasó la hora — respondió despreocupado.
¿No entendía él las indirectas o para él no estaba siendo igual de incómodo que para mí? No importó la respuesta porque él me acompañó hasta mi mismo edificio.
—Gracias — manifesté nuevamente.
—No es nada — contestó él.
Me despedí de él agradeciéndole de nuevo por el gesto cortés que tuvo conmigo, que aunque no lo busqué ni lo pedí terminé recibiendo.
Metí las manos al bolsillo buscando las llaves, pero estas torpemente se me cayeron cuando intenté buscar las correctas. Las recogí, y por el rabillo del ojo vi que Kurosaki seguía de pie donde mismo nos habíamos despedido. Me giré aún en contra de mi voluntad a hablar con él y terminé acercándome nuevamente. Había algo extraño en su comportamiento ese día y en un impulso, y esperando internamente que se negara, lo invité a subir; él aceptó, para mi horror.
Subimos en el ascensor escuchando lo único que se podía oír; los ruidos propios de un elevador que pasaba en reparación cuatro de siete días a la semana. Abrí la puerta y lo invité a pasar. Le indiqué que se sentara en el salón mientras yo buscaba en el refrigerador algo para ofrecerle cuando recordé que a él le gustaba la misma gaseosa que a mí, ya que Tatsuki y Renji procuraban tener de esas siempre para ambos. Respiré aliviada de tener algo decente que darle.
Me senté frente a él, analizando lo poco familiar que me era todo lo que estaba aconteciendo ¿Por qué estaba Kurosaki ahí? Sentía que tenía algo que decirme pero que ni él sabía cómo empezar, y en ese escrutinio visual mis ojos y los de él convergieron tan intensamente que no pude sostener esa penetrante mirada y mis ojos esquivaron los suyos y se empadronaron en su manzana de Adán, observando con sumo detalle como el liquido que había tomado en el último sorbo descendía por su garganta, vi su barba incipiente de días, sus masculinas facciones y esas enormes manos; y me pareció en extremo sensual la imagen de pronto, y bajo el efecto de no estoy segura qué, tuve el valor de volver a fijar mis ojos en los suyos y algo me invitó a acercarme y besarlo y sin pensar en la consecuencia de mi acto, o quién era el hombre que estaba conmigo, reclamé sus labios impetuosamente, sin darle pie a la posibilidad de que él no lo quisiera lo que yo estaba haciendo, y por cómo se alejó, quedó claro que no lo quería.
—Kuchiki, ¿qué estás haciendo? — preguntó suavemente y con calma.
En su rostro vi la turbación que mi impulsiva acción le provocó. Me avergoncé de que me rechazara y furiosamente y me alejé.
—Te malinterpreté, pensé que tal vez tu también querías — me excusé pobremente
Él se quedó callado. Deseé que tuviese la empatía suficiente como para irse sin que tuviera que echarlo pero él no hizo siquiera un amago de moverse de donde estaba.
—Te vi llorar y por eso te seguí — reconoció — no me gusta ver llorar a las personas.
Un leve atisbo de amabilidad hacia a mí en este estado de vulnerabilidad y yo lo confundía con otra clase de interés. A veces las personas terminaban viendo lo que querían ver…
—No te preocupes por mi y por favor, no le comentes esto a Tatsuki y a Renji — solicité anhelante.
—No le diría a Renji que estuvimos solos en tu departamento y que era de noche — respondió él — Es un estúpido si piensa que las personas no tienen sexo durante el día…
Con eso él suavizó en parte la tensión en el ambiente y yo sonreí. Renji no era mi novio ya, pero a veces tendía a ser demasiado sobreprotector y yo lo dejaba porque me hacía sentir apreciada.
—No quise hacerte sentir incómodo — lamenté mi comportamiento.
—No fue incómodo fue… inesperado — expuso su punto de vista — pero sé que bebiste y que no sueles hacerlo, estoy seguro de que fue eso. No te preocupes.
No estaba afectada en lo más mínimo por el alcohol, pero eso él no podía saberlo y me aprovecharía de eso para escudarme. Lo observé levantarse y casi pude ver el trabajo de sus músculos al hacerlo a través de su ropa, repentinamente estaba siendo demasiado consciente de su cuerpo, el que había visto en muchas ocasiones y había notado, pero que en ese momento me parecía especialmente llamativo y tentador. Esa noche él había logrado despertar la lujuria que hacía más de un año que no tocaba así de intensamente mi puerta y tomé la decisión de ir por ello; ya viviría con la vergüenza luego.
—Kurosaki… — lo llamé.
—¿Sí?
—Te acompaño a la salida — terminé por echarlo
Antes de volver a cometer una estupidez, porque estaba pensando en muchas, mejor opté por eliminar el factor que las provocaba de de raíz. Él me miró como sin poder creer que lo estuviera expulsando, y una pequeña sonrisa ladina se manifestó en sus labios; una casi imperceptible.
—No te molestes, ya sé cómo salir — respondió él
—Todavía es temprano, creo que saldré a dar una vuelta más — declaré.
—No estoy completamente seguro de si sea una buena idea que salgas a esta hora —opinó sin que le preguntaran.
¿Por qué eso a él le importaba? Él ya había hecho su buena obra del día llevándome a casa, si yo salía luego de eso era completamente mi decisión y mi responsabilidad. Entonces fui más clara:
—Soy una adulta y quiero tener sexo esta noche… y aquí no lo voy a conseguir — le expliqué.
No me comportaba así nunca y algo como eso no era algo que diría en voz alta, mucho menos a él, pero no esa noche no tenía ganas de irme por las ramas. Él se quedó estático ante mis palabras y escudriñó en mi cara algo. Intuí que buscaba algún resquicio de que estaba bromeando en mi semblante, sin embargo yo no era una persona que hiciera bromas. Miré mi reloj, ya iban a ser las once.
—¿De verdad vas a salir? — cuestionó él.
—Ya te lo dije, Kurosaki — confirmé.
Lo vi debatir con el mismo.
—Puedes irte con la consciencia tranquila. Mira para que estés más relajado llamaré a un taxi y delante de ti para que me venga a buscar, no manejaré ni me iré a pie…
Tomé el teléfono y marqué a un servicio de veinticuatro horas que derivan hacia lo que sea que uno necesite. Estaba terminando de dar mi dirección cuando él me quitó el teléfono y cortó la llamada; lo miré pasmada por su acto.
—Una mujer no debería estar buscando sexo casual — infirió él.
—Una mujer busca lo que necesita cuando lo necesita — respondí.
Nos miramos desafiantes.
—¿Cuando me besaste buscabas eso de mí? – concluyó Kurosaki.
—Eres un hombre ¿no? Escucha, tuve un mal día, dentro de lo poco que me conoces sabes que no soy el tipo de persona que suele hacer esta clase de cosas, pero por hoy… sólo por hoy quiero hacerlo y tu no tendrías que saberlo si no insistieras en quedarte. No necesito a alguien que me esté diciendo lo que no debo hacer, porque créeme que estoy siempre muy al pendiente de eso. ¿Tendrías la amabilidad de no hacerte una mala imagen de mí, pretender como que nunca te hablé de esto e irte? Hoy voy a salir, y no me importa lo que me digas — dije con seguridad.
Kurosaki esa noche me estaba demostrando que si se le observaba con detenimiento se podía ver un poco más que ese serio rostro habitual, sus ojos en realidad eran muy expresivos...
—No sé qué te pasó el día de hoy para que estés así, pero no voy a dejarte salir de este lugar — expuso con determinación.
Busqué en sus ojos algún indicio de que se estuviera ofreciendo como opción, pero su rostro estaba inmutable.
—¿Significa eso lo que yo me imagino que quieres decir? — inquirí.
—Sí — respondió secamente.
Sentí toda la sangre concentrarse en mi rostro. Lo guié a mi habitación y nos dirigimos ahí sin tocarnos ni mirarnos; la luz que se filtraba a través de la ventana no ameritó que tuviera que prender la luz, y estando al lado de la cama y sin podernos ni mirar me di cuenta de que mi boca había sido más grande que mis verdaderas agallas.
—Me iré a duchar; espérame acá ya regreso… a mi vuelta si quieres puedes bañarte t-…
—Cuando estás nerviosa hablas demasiado — dijo él serio.
Kurosaki me empujó a la cama y se colocó sobre mí, con sus rodillas separadas aprisionó mis piernas y ante mi mirada sorprendida por su brusca reacción se soltó el cinturón, se desabrochó el botón y finalmente se bajó el zipper, y pude ver como él en todo momento me incitó con su mirada a que me fijara en su entrepierna. No sé qué expresión había en mi rostro que provocó que sus rodillas no estuvieran más en contacto con mi cuerpo y que al percátame de ello noté cómo se acomodaba nuevamente el pantalón, estando ya de pie.
—Oye, Kuchiki… no deberías ofrecer más de lo que puedes dar — expresó él.
No comprendí. Él sonrió... en lo que a mi respectaba era él el que se estaba acobardando.
—Acepta que tú no eres mujer para una sola noche — requirió.
—Quizá no, pero puedo intentar serlo — reconocí y traté de sonar convincente.
—Si tanto quieres intentarlo trata conmigo — sugirió.
Lo tiré de la mano e hice que se recostara en mi cama. Fue bueno que no alcanzara a abrocharse el cinturón, porque se me hizo más rápido soltar el botón y abrir el zipper y el sin ninguna clase de reparo terminó quitándoselo, quedando totalmente expuesto a mi merced, sin demora también se quitó la parte superior. No vislumbré ni lo más mínimo de vergüenza con su desnudez y no tardé en descubrir la razón tras aquella seguridad: su cuerpo estaba perfectamente marcado y su miembro era muy grande… e inexplicablemente lindo. Me dio un poco de temor el tamaño; algo así se daba por hecho que iba a ser doloroso.
—¿Qué haces ante un caso inesperado como este, Kuchiki? — interrogó curioso ante mi mirada de estupefacción frente a su intimidad.
Él tenía la desfachatez de jactarse, pero no podía decir que no tenía razones para ello.
Salí del estado de turbación y respondí mirándolo coquetamente y tocándole con mi índice la punta de su erección, tratando de transmitirle más confianza de la que sentía en realidad, mientras suavemente comencé a mover mi dedo por su longitud, y para cuando decidí usar mi mano completa se reveló que él podía estar más imponente y duro. Ante esa imagen mis fluidos se manifestaron, sentí mi intimidad arder de deseo y rogando por cobijar aquel miembro. Al comenzar no pensé que me llegaría a excitar así de animalesco, por algo como un pene descomunalmente grande.
No era muy fanática del sexo oral, y si lo había hecho antes era porque me lo habían pedido, pero ante lo que estaba viendo me parecía completamente ilógico el no hacérselo; su jactanciosa mirada se apagó cuando rodeé con mis labios la punta y con mi lengua jugué en la hendidura de la parte superior, sintiendo un leve sabor salado tras mi acción. Cerré los ojos y me dejé llevar. Lamí a lo largo, lo atrapé en mi boca, lo besé incluso y a veces reemplazaba mi boca por mi mano y en ocasiones, y considerándolo toda una hazaña, conseguía estimularlo de ambas maneras y a él le gustaba, porque sus gemidos no podían estar mintiendo, eran de los de la clase que no podían ser fingidos. Gané confianza después de eso.
—Enfrentarlo, por supuesto — contesté después de pensar una buena respuesta para su pregunta.
Él sonrió y acariciando mi cabello comenzó a moverse dentro de mi boca, suavemente, simulando el acto sexual; él estaba muy consciente de que no era posible que lo hiciera más brusco. Corrí mi cara después de un momento y le di a entender que era suficiente para mí de eso; pude ver un leve gesto de frustración pero no hizo ningún ademán de insistir.
No había tenido antes un hombre que ostentara aquel porte y aunque seguía fiel a la impresión que tuve al enfrentarlo por primera vez, el dolor me parecía menos importante que vivir la experiencia de tener un miembro de su tamaño dentro de mí y lo anhelé. Mi cuerpo me lo pidió.
Quise besarlo, pero él no lo aceptó y antes de que pudiera preguntarle él respondió a mi cuestionamiento:
—No me gustar besar después de que me hacen sexo oral — respondió desagradablemente.
Esa respuesta pendeja y egoísta me irritó, pero lo oculté.
—¿Por qué? ¿Temes que te guste el sabor e irte para el otro equipo? — contraataqué.
Por primera vez vi su rostro expresar enojo.
—No soy gay — respondió certero.
Asentí de manera condescendiente, molestándolo.
—No soy gay — reiteró.
—Lo repites como si estuvieras tratando de convencerte a ti mismo — seguí, al parecer había tocado una fibra sensible.
Estando completamente vestida y él con su erección expuesta y lista, pero deseé ser tocada por él, y como no estaba dispuesta a esperar, hice lo mismo que él hizo antes para apurar la causa: desvestirme por las mías. No necesité decir nada, porque él me recibió gustoso a su lado una vez que terminé de desvestirme.
Bajó a la altura de mis pechos y atrapó un pezón con sus labios, y jugó con la punta de su lengua en él, suavemente, apenas y si lo sentía. Me gustó, pero quería más y tomando su mano hice que se interesara también en el pecho desatendido y repitió el mismo procedimiento que con el otro. Aquello me distrajo lo suficiente como para no notar un par de dedos intrusos descendiendo para luego terminar indagando en mí entrepierna, y para cuando me percaté no pude evitar el sobresalto de mi cuerpo al percibirlo. Él no se detuvo una vez que notó mi humedad y buscando un ritmo y el lugar que parecía conocer, comenzó a mover sus dedos. Estaba tan mojada que sus dedos se deslizaban con gracia. Me sentí abochornada por como mi cuerpo estaba respondiendo a sus caricias internas, pero lo estuve más cuando descendió y quedó frente a mi intimidad. Mi reacción inmediata fue cubrirme, pero él lo impidió, y su lengua no tardó en convencerme que la timidez no iba a tener cabida esa noche. Nunca me habían hecho sexo oral y sentí que había estado perdiendo el tiempo negándome a que me lo hicieran, porque se sentía distinto a todo lo que antes hubiese sentido; su lengua porosa, húmeda y segura me hizo temblar al sentirlo hurgarme y no quise acabar así, aunque hubiese podido hacerlo si se lo hubiese permitido. No necesité decirle que se detuviera, el lo comprendió.
Él estaba sobre mi y su formidable herramienta entre nosotros. Si bien era cierto que mi intimidad clamaba por su erección, su tamaño no dejaba de preocuparme. Kurosaki era bastante más alto que yo ¿cómo fue que nunca se me ocurrió pensar la posibilidad que todo en él fuera grande? La respuesta no tardó en llegar y era porque nunca antes pensé en Kurosaki de otro modo que una persona con la que estaba obligada a compartir, eso hasta que soltó esa frase: "ponlo en tu boca y mantenlo ahí", en ese momento lo imaginé por primera vez, pero lo que vi en mi imaginación no se acercaba a lo que ahora podía comprobar.
—Ya sé que es más de lo que muchas pueden manejar — habló.
No supe dilucidar si lo dijo triste o anuente.
—¿No me pedirás que use preservativo? — averiguó.
—No quiero — respondí decidida.
—¿Esta noche pensabas hacerlo con cualquiera y sin cuidarte? — interpeló con molestia.
—¿Tengo razones para pedirte que lo hagas? — interrogué.
—¿Y si te dijera que no y no es cierto? Los hombres mienten… — testificó.
—Yo también podría mentir y en realidad estar buscando quedar embarazada y sacarte dinero — justifiqué.
—¿Tú? ¿querer mi dinero? — se mofó.
Se acomodó sobre mí y vi como se sujetó la erección. Iba a comenzar y dije lo último que se me ocurrió antes de que comenzara a penetrarme. Estaba al tanto de que estaba haciendo las cosas deliberadamente mal y quizás así se arrepentía él y no yo.
—En serio podría querer usarte para quedar embarazada… — sostuve
—Uno no revela sus intensiones así de fácil… — contestó convencido.
Lo sentí en mi entrada y no se me ocurría qué más decirle para detenerlo. Entre desear y finalmente obtener había una gran diferencia.
—¿No temes que tenga alguna clase de enfermedad venérea? — solté el recurso de emergencia.
—Ya sé dónde encontrarte para cobrarte las por las facturas que me salgan por el tratamiento, porque te lo digo no habrían más candidatas — explicó.
¿Kurosaki me estaba diciendo que no había estado con más mujeres? ¿Por qué? Un hombre como él…
—¿Lo sientes? — preguntó con una voz rasposa.
Comenzó a introducirse centímetro a centímetro, pacientemente mientras yo sentía como se abría paso. Me estaba doliendo y miré donde nuestros cuerpos se juntaban y aún podía ver que no estaba todo adentro y me desesperé. Quise que se saliera de mí y no seguir, pero él me convenció dejando de intentar introducirse y quedándose quieto. Él cambió muestras posiciones en un rápido movimiento, dejándome arriba, delegándome a mí el control.
—Hazlo a tu ritmo — me ofreció.
Comencé a moverme y lo sentía. Me dolía aún, pero de pronto sus labios me distrajeron.
—¿No que no dabas besos después de que te hacían sexo oral? — hablé alejándome un poco de sus labios.
—Ninguno de los dos está haciendo lo que habitualmente hace — contestó simplemente.
Ignoré un poco mi incomodidad y me permití moverme un poco más, buscando un ritmo, porque no creía que llegara a acostumbrarme a su tamaño. Lo sentía dentro de mi rígido, caliente y pulsante y noté por primera vez la erótica posición en la que nos encontrábamos y quise más, lo quise todo, y en un acto desmedido de irracionalidad y masoquismo en un solo movimiento terminé cobijando su extensión completa en mí interior, y se sintió como cuando perdí la virginidad. Lo había terminado haciendo. Volví a mirar nuestros sexos unidos y ya no se veía su miembro. Kurosaki en un acto poco delicado volvió a dejarme bajo él. Empezó el vaivén suavemente, retirándose del territorio previamente conquistado para luego volver a introducirse, jamás pensé que pudiera humedecerme más, pero con cada embestida bien definida sentía el sonido de su intimidad inundada en mis flujos e ignoré el dolor y comencé a sentirme bien cuando empezó a hacerlo más lento pero profundo. Nunca me sentí más llena antes, pero eso sólo hasta que se dejo ir dentro de mí, entonces descubrí lo que era no tener espacio para nada más.
Mis piernas temblaban cuando con dignidad intenté levantarme para ir al baño, pero él no me lo permitió. Algo estaba mal con ese hombre.
—Espera un poco, cuando van al baño de inmediato da un claro mensaje de que están asqueadas… ¿lo estás? — preguntó inseguro.
Pensé un momento y resultó que no, no lo estaba. Había sido un reflejo.
Me senté en la cama aún con la sensación de que él estaba en mi interior y temí que me hubiese dejado defectuosa, sin que pudiera volver a apreciar un pene de tamaño más humilde en el futuro.
—Kurosaki… gracias — solté de pronto.
—¿Por qué? — quiso saber.
—Hoy necesitaba atención y terminaste dándomela y quizá incluso evitaste que hiciera una estupidez — revelé.
Kurosaki se levantó y buscó su ropa interior, se la colocó y fue al baño. Aproveché el momento y me cubrí yo también. El momento post coito no estaba siendo desagradable, y lo agradecí, de seguro se iría cuando terminara sus asuntos en el baño, pero cuando volvió y se recostó en mi cama nuevamente algo no me estaba calzando y él lo vio, porque me lo dijo:
—No eres mujer de una sola noche – decretó —… ni yo hombre de una sola noche.
Mi boca se abrió enorme ante aquella aclaración.
—¿Qué quieres decir? — dije con sorpresa.
—Me gustas, Kuchiki… ¿me das el permiso de llamarte por tu nombre? — preguntó sonriente.
Continuará...
Hola, muchos saludos.
Les traigo otro proyecto y espero que les guste. Ojalá me dejen algun review por ahí...
