PRÓLOGO
Spock miró alrededor, al trasiego de los hangares del Cuartel General de la Flota Estelar, sintiendo como el bramido de los equipos yendo de un lado a otro llenaba el espacio. Caminó hasta un rincón más tranquilo, perdido en pensamientos que no debería tener. La precariedad de su raza le obligaba a unirse a ellos en la búsqueda de un nuevo hogar y trabajar en la conservación y supervivencia no sólo de las personas, sino también de todo lo que significaba Vulcano —su flora, fauna, cultura—, era lógico, aún así le provocaba una molesta sensación, tanto por el desasosiego como por la emoción en sí misma, que empezaba a convertirse en un verdadero inconveniente para su autocontrol.
Entre los vapores de las lanzaderas, distinguió una figura familiar que le daba la espalda. Quizá hablar con su padre ayudaría, siempre le aportaba otro punto de vista y de niño conseguía centrarle con un par de oportunas palabras pronunciadas a tiempo. También habría buscado el consejo de su madre, pero ahora esa opción se presentaba como imposible y dolorosa.
—Padre.
El interpelado se volvió, pero no era su padre. Negó con la cabeza y una cierta diversión bailando en aquellos ojos que eran un reflejo de los suyos. Ahora entendía cómo había conseguido Kirk determinada información y también el por qué de una nave de avanzada tecnología que le reconocía como embajador Spock. Siempre era satisfactorio encontrar respuestas a preguntas formuladas, aunque proveyeran de un yo alternativo, viejo y muy desconcertante en su comportamiento.
—Porque os necesitáis el uno al otro. No podía privarte de descubrir cuanto podéis realizar juntos, de una amistad que os definirá a ambos de un modo que aún no podéis entender.
Sí, desconcertante comportamiento e insistencia de que permaneciera en la flota, específicamente junto a James T. Kirk. Pero, aún con todo el razonamiento, no estaba dispuesto a poner en peligro su raza por priorizar los deseos de su yo anciano, después de todo, la línea temporal se había quebrado con la irrupción de Nero y su amistad con Kirk parecía algo irrisorio.
—En este caso hazte un favor… deja a un lado la lógica, y haz lo que creas correcto. El mundo que hemos heredado vive a la sombra de una incalculable devastación… pero no hay razón para que debas enfrentarlo en soledad.
El anciano pareció ser consciente de las dudas que asediaban a Spock y jugó su última baza, se quitó un colgante del que hacía ochenta años no se separaba y se lo ofreció. El joven lo observó con interrogante curiosidad antes de cogerlo.
—Fue un regalo para mí. Representa… un sueño. Uno que no se pudo cumplir —su voz se apagó hasta ser apenas un susurro. —El camino que tú puedes tomar ahora.
Spock examinó el colgante y se dio cuenta que era un tipo de viejo emisor holográfico, viejo en cuanto a su tiempo de uso porque el aparato en cuestión era mucho más avanzado que los que él conocía. Lo activó y casi lo suelta del sobresalto, cuando la persona que apareció empezó a cantar de repente un sonoro cumpleaños feliz. Sin duda era Kirk, pero con cincuenta años o más a sus espaldas.
—Lo sé, lo sé, es ilógico celebrar algo innecesario, pero no he tenido la oportunidad de felicitarte por tu nombramiento en la embajada así que pensé aprovechar la ocasión… Bravo, Spock. Me dijeron que tu primera misión te tendrá un tiempo fuera, así que voy a ser el primero en desearte buena suerte… —La enérgica voz se quebró un tanto, al tiempo que el rostro de Kirk se tornaba nostálgico—. Te extraño, viejo amigo.
Intrigado, Spock alzó el holograma hasta la altura de sus ojos, ojos humanos capaces de percibir cada emoción que transmitía el sincero rostro del hombre.
—Supongo que siempre nos imaginé dejando juntos la Flota Estelar, contemplando pasar la vida en nuestros eméritos años… Ahora observo a los nuevos cadetes y no puedo evitar pensar, ¿realmente ha pasado tanto tiempo? ¿No fue ayer cuando nosotros subimos al Enterprise tal y como esos chicos? ¿Cuando yo debía probar a la tripulación que merecía comandarlos y su respeto?
Todo lo que podía pensar Spock era que aquello era fascinante.
—Sé lo que tú dirías, «ahora es su turno, Jim», y por supuesto tendrías razón… pero me hizo pensar: ¿quién dice que no podríamos tener la oportunidad de un último round? La última vez se constató que sólo un veinticinco por ciento de la galaxia ha sido explorado. Yo lo llamaría negligencia, incluso crimen o una invitación. Una vez dijiste que ser capitán de una nave estelar era mi primer y mejor destino… si eso es verdad, entonces el tuyo es estar a mi lado. Si hay algo verdaderamente lógico en el universo, acabaremos en ese puente de mando otra vez algún día. Admitámoslo, Spock. Para gente como nosotros, el viaje en sí mismo es nuestro hogar.
El holograma terminaba ahí, dejando fija la última imagen, la de un Kirk agotado, mayor y triste. Spock era un ser racional en extremo, pura lógica, pero semejante derroche de emociones e información entremezclados no le resultaron indiferentes. Su cabeza se llenó de preguntas y las buscó en el anciano que ya no se encontraba frente a él, ¿cuándo se había ido? Apretó el colgante en su mano y echó a correr hacia el lugar más lógico al que podría haber acudido: el nombramiento como capitán de James T. Kirk.
Entró de nuevo en los cuarteles, esquivando de manera eficiente los obstáculos que se cruzaban en su camino, incluso un desconcertado Sarek, que intentó llamar su atención cuando le vio pasar a toda velocidad por el pasillo enmoquetado. Los ascensores estaban atestados, eso significaba que la ceremonia había concluido, así que optó por las escaleras para llegar más rápido a la sala principal donde se celebraban los grandes eventos de la Academia. Cuando llegó al pasillo superior, escuchó la tranquila voz de su otro yo y la más escandalosa de Kirk. Se detuvo en las sombras del corredor, aguardando para hablar con el anciano sin tener que aguantar las protestas del nuevo capitán por no haber asistido a la ceremonia, y es que estaba seguro que esa iba a ser su reacción nada más verle.
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Jim miró alrededor, escuchando el resonar de los aplausos, la marea de rostros sonrientes y cargados de aprobación. Sonrió con la boca, los ojos y el corazón. Ahora era capitán del Enterprise, y dirigiría la nave en exploraciones más allá de las regiones conocidas, directo a nuevos mundos. Por primera vez en su vida se sentía bien, en paz consigo mismo y el camino que había escogido. Quizás era la forma que tenía el universo de confirmarle que había conseguido recuperar una pequeña parte de su vida, aquella que debió haber sido si Nero no hubiera destruido el pasado.
Terminada la ceremonia se demoró en el gran anfiteatro, hablando con algunos compañeros que se acercaron a darle la enhorabuena personalmente, soportando las bromas de Bones, y recibiendo consejos de última hora de Pike. Salió por la puerta el último, mucho después que los otros asistentes al evento, pensando si debería llamar a su madre e ir haciendo la maleta, cuando una sombra familiar se movió en el límite de su visión. Esbozó una sonrisa de alegre reconocimiento.
—Spock —dijo, acercándose al anciano ya ataviado con las tradicionales ropas oscuras vulcanas.
—Saludos Jim, debo felicitarte por tu ascenso a capitán.
—Y tanto, usted tiene gran parte de culpa de que haya acabado al mando del Enterprise.
—Es posible —reconoció él, con una chispa de diversión bailando en sus ojos.
—Debería darme las gracias, al final no tuve que pasar por encima de su cadáver para hacerme con el mando de la nave, aunque casi me cuesta el mío, el otro Spock es mucho más tozudo que usted.
—Mi edad me otorga ciertas ventajas en cuanto a lo inflexible que pueden ser los convencionalismos propios de mi especie.
Eso parecía decir que estaba dispuesto a dejarse llevar más por las emociones que su versión joven, como demostraba la expresividad de su mirada y su tono sobrio aunque desenfadado.
—Bueno, ¿y qué va a hacer ahora? —preguntó Jim—, quiero decir, ¿intentará volver a su tiempo o algo?
—No, Jim, no lo haré. Me quedaré y ayudaré a adaptarse a mi gente a su nuevo hogar, mis conocimientos pueden ser claves para llevar a cabo tal fin. —Su gesto se tornó más amable, aún dentro de su hieratismo—. Además, en el futuro no había nada que me retuviera o a lo que extrañe en especial.
El joven capitán sonrió con cierta picardía.
—Eso significa que aquí sí encuentra cosas que le retienen.
—Siempre fuiste bueno interpretando mis palabras, Jim.
—¿Tiene un rato libre? Me gustaría que me contara más cosas sobre mí mismo, mi pasado y eso, antes de tener que embarcar para todo un año.
—Eso no es posible, debo resolver unos asuntos de extrema urgencia antes de partir yo mismo hacia la nueva colonia vulcana. —Spock apoyó una arrugada mano sobre el hombro de Kirk. —Algún día hablaremos, cuando hayas experimentado por ti mismo las asombrosas aventuras que el universo te tiene preparadas. Solo quiero que entiendas una cosa, que eres y serás un buen hombre Jim, que protegerás a tu tripulación y a otros seres incluso a riesgo de tu propia vida, y que jamás habrás de arrepentirte de nada.
—Gracias —musitó Jim, sintiéndose emocionado por aquellas palabras, por toda la devoción y cariño que transmitían y que nadie le había mostrado antes. —Intentaré no decepcionarle.
—No lo harás, viejo amigo. Larga vida y prosperidad.
Jim le observó desaparecer con su tranquilo andar en la curva que proyectaba el corredor. Respiró hondo, estiró su uniforme rojo y avanzó en dirección contraria, recordándose a sí mismo que tenía que llamar a su madre aunque solo fuera por pura decencia.
OooO
El anciano Spock no mostró sorpresa al descubrir al joven que se ocultaba del otro lado del corredor. Imaginaba que le buscaría, pero nunca con tanta premura, sino que primero necesitaría asimilar lo que se daba a entender en ese holograma sin que nadie interfiriera con su proceso mental.
—Esto es suyo —le tendió el medallón con cierta rigidez.
—Quería dejarte espacio para pensar mientras asistía al nombramiento de Jim.
Esa habría sido una acción lógica y no el curso de acción que había tomado, concedió el joven vulcano, pues ahora se sentía sobrepasado por la confusión. Su otro yo decidió ayudarle.
—Jim y yo nos hicimos amigos, aunque todo parecía indicar que semejante circunstancia tenía unas posibilidades muy remotas de llegar a suceder. En mi línea temporal, me asignaron como comandante del Enterprise para controlar y vigilar a James Kirk, un joven capitán prometedor pero con tendencia a dejarse llevar por sus convicciones, algo que podría conducir a la Federación a algún conflicto de alta magnitud si agredía a la criatura inapropiada. Sin embargo, podría decirse que establecimos una especie de simbiosis; yo evitaba que sus emociones se desbordasen más de la cuenta y él me llevó a tratar a menudo con mi parte humana hasta liberarme de muchas de mis restricciones.
—¿Por qué ha decidido compartir dicha información conmigo? Los parámetros del pasado han sido alterados, así que nada puede asegurar que el desarrollo de una relación de amistad con el señor Kirk…
—Debes ir con él en la Enterprise —le interrumpió el anciano—, de vuestra amistad y trabajo conjunto dependerá la seguridad de la galaxia. De lo contrario, te puedo asegurar que ese muchacho humano estará muerto antes de un par de años y muchas de las cosas buenas que deberán pasar nunca sucederán. Spock, vosotros sentaréis la base de una paz con el Imperio Klingon que, a la larga, llevará a su inclusión en la Federación.
—Pero, mi gente…
—Recuerda, puedes estar en dos lugares a la vez.
Spock guardó silencio. Meditando todos los hechos, sopesando pros y contras. Deja a un lado la lógica, haz lo que creas correcto. No sabía si era lo correcto, pero quería continuar en la Flota. En su momento dejó Vulcano porque se asfixiaba, veía que sólo su lado vulcano sobreviviría destruyendo su parte humana, aquella que su madre le dio y a la que no quería renunciar, mucho menos ahora que jamás volvería a ver a aquella extraordinaria mujer que le dio la vida.
—¿Amigos? ¿Kirk y yo? —arqueó una ceja.
El anciano esbozó una clara y amplia sonrisa, una silenciosa promesa de algo nuevo y fascinante.
OooO
Los meses en tierra habían dejado como nueva a la Enterprise, borrando todos los daños ocasionados durante la batalla contra el Narada. Jim llevó sus escasas pertenencias hasta sus habitaciones, un sencillo aunque amplio cuarto con las comodidades básicas que cualquiera podría necesitar. Guardó la mochila en la parte alta del armario y observó su entorno, aquel iba a ser su hogar durante el próximo año si no había cambios en su ruta de exploración y no le molestaba en absoluto, al contrario.
Mudó su uniforme formal por algo más cómodo, escogiendo una camiseta negra estándar y una de brillante color amarillo con la insignia de la Federación para cubrirla. Se miró en el espejo, encontrando muy satisfactorio lo que veía, y entonces abandonó la habitación para subir al puente de mando. Cuando entró allí notó que no conseguía sacarse la sonrisa de la cara, pero vamos, hacía dos meses él no era más que un cadete irresponsable y subversivo y ahora comandaba su propia nave estelar, tenía motivos suficientes para estar feliz. Un breve vistazo le bastó para confirmar la ausencia de cierto vulcano, no esperaba encontrarlo, no con la destrucción de su planeta tan reciente y la precariedad a la que se enfrentaba su especie. Seguramente estaría con los supervivientes, estableciendo la nueva colonia.
Ocupó la silla de capitán y dio las órdenes para salir del muelle. Fue entonces cuando escuchó el sonido del turbolift abriéndose y giró la cabeza, extrañado, estaban a punto de partir y todo el mundo debería encontrarse en sus puestos hasta alcanzar velocidad de curvatura. La sonrisa regresó con más fuerza al reconocer al hombre parado en la entrada, solicitando permiso para estar a bordo. ¿Qué le habría hecho cambiar de opinión? Una vez estuvieron frente a frente le dio lo mismo, el hecho es que Spock se encontraba allí con él y, si lo que el viejo había dicho era cierto, iban a ser grandes amigos y conseguir cosas realmente espectaculares.
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N. de A.: Sí, un nuevo fic, como si no tuviera suficientes empezados. La ventaja es que éste sí está acabado, no he querido empezar a publicarlo hasta no estar convencida de ello para no fastidiar a más gente con mi pésima disciplina como escritora.
