Prologo

Edward

Amaba cada parte de su cuerpo, adoraba cada parte de su piel, pero más que nada amaba su forma de ser. Porque a pesar de lo que haría siempre la amaría.

No podía dejar de observar sus comentarios tan simples a la vista de cualquiera, pero que para mí eran tan sutiles y hermosos. Dios amaba a esa mujer con cada gramo de mí ser y daría mi vida por ella de ser necesario.

―Edward, cariño. ― llamaba mi esposa, mi mujer, mi todo.

― Aquí mi amor. ― contesté con voz suave, preparándome para lo que estaba a punto de hacer.

La puerta de mi despacho se abrió y por ella entró la única mujer que ha logrado robar mi corazón; la que me había entregado el suyo propio hace ya ocho meses atrás, y a la que destrozaría sin poder evitarlo.

― Bella. ― susurré a penas la tuve sentada en mi regazo, acaricie su sonrojada mejilla, sus pómulos, sus hermosos pozos chocolates, su frente, sus delicados y suaves labios carmín que eran siempre una invitación a probarlos.

Como extrañaría eso, su castaña cabellera era simplemente una capa más de su indiscutible belleza. Me encantaba que estuviera suelta destacando al final de esta las ondas perfectas que se formaban.

Ella era delgada con curvas pronunciadas pero con las proporciones adecuadas, nunca me importó su físico pero debo admitir, que era hermosa a la vista. Y por más furioso que me pusiera que los hombres observaran cada parte de su cuerpo más de lo debido, debía reconocerlo.

Yo mismo sabía lo que era tener ese cuerpo bajo el mío, esas delicadas manos tocando mi torso desnudo y su delicada piel en contraste con la mía. Pero mis segundos en su compañía se estaban agotando, no quedaba más de ese magnífico cuento del que era participe, pronto la mujer que me observaba con ternura y amor, me daría la más fría y desolada mirada que merecía.

― ¿Edward estas bien? ―dijo acariciando mi mejilla con ternura.

― Sí.

― Perfecto, porque tengo algo que contarte ― dijo muy emocionada

― Primero yo.― dije, sin ningún sentimiento en la voz, levantándome del asiento y haciendo que ella hiciera lo mismo y me viera con incredulidad

Lo siento mi amor. ― pensé para mí mismo e inicié.

― Bella siempre creí que me amabas, que era el amor de tu vida, que sería el padre de tus hijos.

― Edward que…

― No sigas, no sigas mintiéndome tan descaradamente.― le interrumpí.

Saque un folder de uno de los cajones de mi escritorio y se lo tendí, sobre este, se esparcieron un montón de fotografías en donde se encontraba ella con un hombre besándose, acariciándose o simplemente tomados de la mano.

― Te vez muy contenta con tu amante.― sisee.

― ¿Qué es esto? ― preguntó, mientras observaba las fotos totalmente asombrada.

― La verdad, la prueba de que nunca me quisiste, de que siempre jugaste con lo que sentía por ti.― La rabia se notaba en mi voz, me estaba conteniendo.

― Esta no soy yo, es falso Edward, no lo crees ¿verdad? ― levanto la mirada, se veía confusión, temor, desespero y angustia en sus ojos.

Le di la espalda y me acerque al ventanal que se encontraba cerca no pudiendo contenerme, metiendo las manos en los bolsillos del pantalón. Ahogando las ganas de hacer lo que mi corazón me decía, pero que en este momento no podía obedecerlo, tenía que seguir.

― No puedes creer que de verdad tenga un amante, ni siquiera conozco a este hombre. ― El sollozo que emitió me partió el alma. Mi ángel estaba sufriendo.

― Eso lo dices porque no quieres perder lo que te doy ¿verdad? Eso fue lo que buscaste en un principio, mi dinero para después simplemente engañarme y lo más irónico de la situación; es que lo niegas.

Aún seguía en la misma posición, no era capaz de decirle todo eso viéndola directamente a los ojos. Fracasaría

― ¿Cuántas veces te has acostado con él?

De algo tenían que servir las clases de actuación que mis padres me hicieron tomar en la secundaria. Era hora del show.

Me voltee con el rostro sin ninguna expresión, mis manos seguían en el mismo lugar. Respire hondo y me prepare para lo que sabía acabaría con mi mundo, con mi vida y con lo que fui desde que la conocí.

― Eres la peor zorra con la que alguna vez me haya topado, eres el demonio en persona. Una mujerzuela que se revuelca con el primer tipo que se le cruza.

En su rostro podía ver la sorpresa, el desconcierto, el dolor y como unas silenciosas lágrimas empezaron a correr por sus mejillas. Tenía las manos juntas pero se podía ver el temblor en ellas así como en sus hombros y de sus labios salían sollozos casi inaudibles.

Se veía tan frágil, tan pequeña. No podía creer que le estuviera haciendo esto, se veía desolada y triste; intentando no derrumbarse frente a mí. Pero lo cierto era que en cuanto cruzara esa puerta, no lo soportaría más.

El golpe final venía ahora.

― ¿Pero sabes qué? Esto me hizo darme cuenta de que tú sólo me serviste para una cosa.

Apretó las manos fuertemente a los costados y me miro desafiante conteniendo las lágrimas y seguramente tratando de tranquilizarse para poder hablar.

― ¿Para qué te serví? ― Su voz salió filosa pero con un dejo de tristeza.

― Para calentar mi cama.

Se acercó lo suficiente hasta quedar a unos centímetros de mí, pudiendo sentir su exquisito olor a fresias. Estaba tan absorto en su olor y en su mirada que no vi venir el golpe en mi rostro, el que me infringió con su mano derecha. Instintivamente lleve una de mis manos a la zona afectada.

― ¿Cómo te atreves si quiera a decir que te engañe? ¿Cómo te atreves a insinuar que me acuesto con cualquiera? Y lo que es peor ¿cómo te atreves a decirme que solo te he servido para calentar tu cama?

Y continúo.

― Eres un miserable, un idiota y el peor hombre en el que pude haberme fijado ¿esto era por lo que no me contestabas las llamadas? ¿por lo que estabas tan extraño desde hacía días? ― señaló las fotos en la mesa; a lo que simplemente asentí.

Cerró los ojos por unos segundos y para cuando volvió a abrirlos, estos habían perdido el brillo tan característico. Ahora eran fríos y desolados.

― Es bueno saber que solo para eso te he servido, por lo menos no has estado frío estos últimos ochos meses. Es una lástima que de ahora en adelante así sea.

No había rastro de la dulce Bella que siempre fue.

― No me vengas con victimismos que no te quedan, quítate la máscara Isabella. No soy el mismo idiota ingenuo que te creyó las dulces palabras, los sonrojos y la timidez de la que supuestamente careces porque esas fotos muestran todo lo contrario. Dicen que los hechos dicen más que mil palabras ¿no?

La miré arrogante y solté una risa irónica.

― Ya no soy el mismo Edward Cullen que conociste. Te quiero fuera de mi casa, fuera de mi vida y que hagas como si jamás hubiera existido.

Camine hasta mi escritorio, me senté en el asiento, ordené las fotos esparcidas y levanté la mirada para ver a una Bella totalmente destrozada abrazada a sí misma como intentando sostenerse. Su mirada estaba perdida en algún lugar seguramente tratando de asimilar todo lo que había dicho, ni yo mismo aun podía creerlo.

― Mis abogados se contactaran contigo. ― dije viéndola fríamente, mis palabras la hicieron reaccionar y me devolvió una mirada llena de odio y rencor.

― Como si jamás hubieras existido Edward Cullen. ― dijo con voz rota y vacía.

― Vete mujerzuela.

Unos últimos sollozos fue lo que escuche antes de que saliera corriendo y abriendo las puertas de par en par.

Allí se iba mi vida, allí se iba mi alma y allí se iba mi corazón.