Nota: Todos los personajes de esta historia pertenecen única y exclusivamente a Stephenie Meyer.

1

Cesa el dolor

Un horrible y desgarrador grito atravesó el silencio que, desde hacía mucho tiempo, reinaba en la sala. Los nervios se habían apoderado de nosotros hacía ya demasiado, junto con la impotencia y, en mi caso, el odio hacia Edward. ¿Cómo podía estar haciéndole aquello a Bella¿Cómo podía haber desaparecido y haberse rendido ante semejante panorama? Lo maldije por lo bajo y Esme me miró con gesto grave. Nunca le gustó el hecho de que nos insultásemos entre nosotros. Me encogí de hombros y me tumbé, cuan largo era, en el gran sofá situado en el centro de la sala.

Miré por la ventana y, sin pretenderlo, recordé por qué nos hallábamos en aquella situación. Edward cedió a los deseos de Bella y la mordió, pero, algo había ido mal durante o antes del proceso. Llevábamos más de una semana sufriendo en nuestros propios oídos y carne sus gritos y su dolor, y, llevábamos más de cuatro días sin tener noticias de Edward. Según él No era capaz de soportarlo, pues creía que todo había sido por su culpa... . Yo no iba a llevarle la contraria en lo que a la culpa se refería. Tenía muy claro que Edward se había enamorado de ella tan solo porque era diferente. Y, cuando Bella lo había obligado a convertirla, el había accedido, a sabiendas de los cambios que podían llegar a ocasionarse en Bella. Mas, aunque deseaba que mi hermanastro sufriera ardiendo en el infierno por cometer semejante atrocidad, no era capaz de seguir escuchando los lastimeros gritos de Bella y no hacer nada al respecto.

Con un ágil movimiento, me levanté del sofá y subí corriendo las escaleras hasta llegar al tercer pasillo, en la habitación donde Bella sufría sin nadie a su lado. Abrí la puerta lentamente y, la imagen que se presentó ante mi, quedó grabada en mi mente a fuego lento. La joven e inocente Bella Swan se hallaba tumbada en la gran cama de matrimonio que yo le había regalado a Alice, con un simple y fino camisón de seda negro, retorciéndose de dolor, como si, por un lado, la estuviesen quemando en una hoguera y por otro, sumergiéndola en una bañera de agua helada.

Intenté hacer que se calmara, utilizando mi poder sobre ella, mas me costó un gran esfuerzo conseguirlo, algo estaba haciendo que el proceso de conversión se produjese de una forma mucho más lenta y dolorosa que la que todos habíamos estado experimentando.

Me acerqué a la cama con lentitud, temeroso de ver el infierno grabado en sus cristalinos ojos castaños. Me senté en el borde y, con mucha delicadeza, posé una de mis manos sobre su frente ardiente, lo cual alivio un poco el dolor que sentía en aquellos momentos. Me devané los sesos intentando averiguar qué era lo que estaba retrasando el proceso, hasta que, como si de una iluminación se tratase, la respuesta apareció en mi mente. Edward no le había inyectado suficiente ponzoña. ¡Sería inútil! Se lo habíamos dicho tantas veces... Estaba dispuesto a llamar a Carlisle para que lo arreglara pero, al observar de reojo la cara desfigurada de Bella, no lo pensé dos veces. Acerqué mi boca a su cuello y la mordí. Pronto su sangre llenó mi boca, y pude comprobar con satisfacción que no me había equivocado: no había suficiente ponzoña en la sangre. Edward había dejado a medias su trabajo.

Ya contaba con que su sangre provocase demasiada sed en mí, por lo que el deseo casi irrefrenable de dejarla "seca" no me sorprendió. Para intentar apartarlo de mí, pensé en lo dulce que era Bella, su precioso rubor de mejillas y el cariño que nos teníamos el uno al otro. Y, sobretodo, en el daño que provocaría si acababa con su vida. Aquello bastó para que consiguiese apartar mis afilados colmillos de su cuello.

No avisé a Carlisle y a Esme, prefería comprobar a solas los efectos secundarios de mi repentina iluminación. La observé con detenimiento, y pude comprobar, no sin una gran ilusión, que, ya sin dolor alguno, su piel se tornaba más pálida, la temperatura de su cuerpo descendía en picado y, adquiría una belleza totalmente sobrehumana. Acaricié su mejilla con dulzura, contento de que hubiese dejado de sufrir por fin.

-Shhh, Bella. –le susurré al oído.- Ya pasó, todo está bien.

Sus ojos se abrieron de repente, escudriñando toda la habitación, y, para cuando se posaron en mí, ya tenían una expresividad medianamente aceptable.

-¿Jasper? –murmuró con voz temblorosa, pero terriblemente bella.

-Sí Bella, soy yo...-contesté mirándola fijamente.

-¿Dónde está Edward? –preguntó con miedo, mirando hacia todos lados. Pude apreciar el pánico que se vio reflejado en su voz .

-Bella...Edward, no está aquí. –respondí mirándola con tristeza.

-Entonces...¿Dónde está? –inquirió arqueando una ceja, más segura de sí misma.

-No lo sabemos. –repuse evitando mirarla a los ojos. Sentía su desesperación en cada poro de mi piel. Sabía lo que se estaba preguntando en aquellos momentos...¿Había hecho algo mal?

-Él...ya no me quiere. –dijo pasados unos minutos, y su voz sonó dura y fría, carente de emoción en un noventa y nueve por ciento.- De lo contrario, se hubiese quedado aquí conmigo.

-Bella, hemos tenido problemas con tu transformación...-comenté.- Llevas más de una semana gritando de dolor, cuando el tiempo máximo que ha llegado a durar una transformación es de tres días y poco más. Edward se fue desesperanzado, seguramente pensó que te había perdido para siempre...

-¿Y no se os ocurrió seguirle? –preguntó cabreada.

-No había nadie en casa cuando desapareció, ni siquiera Alice lo vio venir...-repliqué.- Además, ninguno de nosotros pensó que sería capaz de cometer semejante atrocidad.

Sus ojos se apagaron de repente. Sabía que aquello le estaba doliendo demasiado, pero creía sinceramente, que ella debía saber la verdad.

-¿Y cómo es que he salido de ese estado? –inquirió pasados unos segundos.

Me mordí el labio antes de contestar. ¿Debía decírselo¿Valía la pena hacerla sufrir tanto? Me abstuve de contestarle.

-Jasper, te he hecho una pregunta. –me señaló, impaciente.

-¿De verdad quieres saberlo? –pregunté mirándola fijamente a los ojos.

-Sí. –contestó, y su voz sonó firme.

-Edward no te inyectó suficiente ponzoña, lo que retrasó el proceso demasiado...Lo descubrí hace tan solo unos minutos, y...te mordí. –le contesté, sincero.- Sé que puse tu vida en peligro y que no debería haberlo hecho pero, me dolía tanto verte sufrir de esa manera...¿Podrás perdonarme por ello, Bella?

Me dedicó una brillante sonrisa.

-¿Perdonarte? –inquirió confusa.- Debería darte las gracias por librarme de ese infierno...

La miré a los ojos, sin saber qué debía decir o qué debía hacer.

-Gracias Jasper. –dijo, ahorrándome una reacción. Y, sin previo aviso, se lanzó sobre mi para abrazarme. Al principio, su reacción me sorprendió, pero después, me agradó más de lo que cabría imaginar...El aroma de frutas del bosque que desprendía su pelo me embriagó y, sin quererlo, la apreté más contra mí y aspiré su olor.

-¿Jasper? –preguntó ella cortada.- ¿Qué...estás...haciendo?

Cierto. ¿Qué se suponía que estaba haciendo¿Acaso no tenía ya a Alice¿Por qué había hecho eso? Estaba muy confuso...

-Mmm...nada. –me apresuré a contestar, apartando a Bella de mi lado y levantándome imprevisiblemente de la cama.- Iré a avisar a los demás. Estarán muy contentos de saber que has "vuelto".

La miré a los ojos por última vez, y en ellos vi reflejada una profunda comprensión, pero también una vergüenza que me hizo comprender que no era el único que estaba confuso. Cerré la puerta tras de mí y me apoyé contra la pared, aspirando aire con violencia. ¿Qué me estaba pasando?

Idiota . –me maldije mentalmente.- Todos estos días sufriendo por los dos han hecho que sientas algo especial por ella... .