Yellow Butterfly
"Mariposa Amarilla"

Capítulo 1
"Melodía dorada en la niebla"

Japón es un país particularmente místico y misterioso, y no son pocas las leyendas que se narran que envuelven sus costumbres, su gente y su historia. Pero no todo son leyendas. Algunas sucedieron en algún lugar, en alguna parte. Como la bella historia que narra como tan sólo un joven pudo escapar a su cruel destino por la fortuna que le deparó un encuentro inesperado. Todo empezó en el más remoto y arraigado Japón feudal, en un pueblo a las afueras de una ciudad, apartado de la civilización rodeado de exuberante y abundante naturaleza...
En ese perdido lugar, se encontraba un antro bastante sombrío, un bar donde se realizaba teatro nocturno, baile, canto y demás actuaciones, donde bajo la protección de la mafia, clandestinamente se realizaban negocios de trata de personas, en otras palabras, los artistas eran incluso utilizados como mercancía. El corrupto dueño de ese macabro lugar, era el "afortunado" propietario de la atracción principal de las fiestas nocturnas: Un niño joven de catorce años de edad, que deleitaba con sus canciones los oídos y la mirada para los que allí iban, llamado Len.
El dueño lo consiguió tras comprarlo a un vendedor de esclavos varios años atrás, cuando el pequeño se quedó huérfano por causas nunca esclarecidas. El niño tenía una hermana gemela, pero fueron separados al nacer, por lo que ni siquiera conocía su existencia. Así pues, se encontraba completamente solo.

Los clientes de este local sabían de las actividades "secretas" que se llevaban acabo allí, y sin dudarlo acostumbraban a pagarle dinero al dueño para disfrutar de la compañía del niño en algunas noches, cautivados por su gran belleza, hermosa sonrisa cristalizada, dulcísima voz, juventud y el aura de pureza que su sola presencia desprendía.
Aquella noche en particular, el jovencito cantaba todas las canciones de la actuación. Su lenguaje quizás no era culto, pero su melodiosa y triste voz encandilaba a todos y cuantos entraban allí admirándole como si de un ángel venido a la Tierra se tratase. Vestía un hermoso quimono femenino que le cubría hasta los pies, de color negro con mariposas doradas en los brazos y el talle, y llevaba su dorada cabellera suelta, con una hermosa mariposa de pinza.
Mientras de sus labios se desprendían esas hermosas letras musicales, rogaba con todo su ser que nadie le comprase aquella noche. Estaba anímicamente destrozado, su alma desgarrada suplicaba a gritos ser liberada de aquella existencia insufrible, ya había tenido suficiente, no podía soportar más dolor.
Continuó cantando, prestando atención a los que entraban y salían del local, intentando evadirse de sus más negros pensamientos, buscando una escapatoria a su locura personal que lo atormentaba.

Hacía una noche especialmente helada y cerrada. Una espesa niebla cubría las humildes y destartaladas calles de aquella pequeña población alejada de la capital, en mitad de un hermoso valle. Era imposible proseguir su viaje en esas condiciones, así que optó por refugiarse en algún lugar y partir nuevamente con las primeras luces del amanecer. Miró a ambos lados de las solitarias calles. Todas estaban en perfecto y armonioso silencio. Le sería difícil hallar refugio así, y no quería perturbar el sueño y la tranquilidad de esos lugareños con su llegada. Así que continuó vagando, hasta que vio algo de luz en la distancia, procedente de un edificio algo apartado de los demás, parecía estar llamándole a su interior. Se aproximó un poco más, con cautela a la que estaba acostumbrado por su condición de samurái. Al separarle tan solo unos pocos metros, comenzó a escuchar una voz que no había oído jamás. Una voz melodiosa, fresca, dulce... pero muy triste. Intrigado, entró en aquél local, lo que comúnmente aquí llamaríamos "burdel". Estaba atestado de mafiosos, de asesinos, maleantes, ladrones... todo tipo de personas que se aparecían a los incautos al anochecer. "Muy típico..."- Pensó para sus adentros el joven de cabello largo y de un llamativo color morado, algo turbado ante tantos gritos, borrachos, humareda y toda clase de cosas imposibles de describir aquí. Buscó con curiosidad entonces la fuente que lo había atraído allí. Tras ese tumulto de personas se hallaba un escenario a modo de teatro. Sobre él, cantaba lo que parecía ¿una muchacha? bastante bien parecida, que encandilaba con su presencia a cualquiera que la mirase, incluso a él, que contuvo con esfuerzo su sonrojo, muy adornada para su edad... y para estar despierta a estas horas. El samurái fue atando cabos. Al principio disimuló, ocultando su espada bajo su hakama: más valía no mantener sobre aviso a posibles enemigos. Cuando la muchachita había cantado ya dos canciones, vio a su lado como otro maleante, con un olor fortísimo a alcohol hablaba con el tabernero ruidosamente, mientras el tabernero le pedía una suma de dinero que el borracho se negaba a pagar. -"Si sólo es una niña! no pretenderás hacerme pagar eso por una noche!"

-"Por eso mismo" - Le espetó el otro. - No sabes lo difícil que es encontrar "a una niña" como dices tú, para estos servicios. Y respeta a mi "muchacho"... escoria. Vale más de lo que crees".

-"¿¡Muchacho? ¿Encima pretendes hacerlo pasar por mujer? ¡Serás rata! ¡¿Quién va a querer tirarse a un niñato?" -Le espetó visiblemente enfadado por no haber conseguido su objetivo.

- "¡Gente con más dinero que tú, desgraciado! ¡Y ahora apártate de mi vista si no quieres que te prohíba entrar a mi local!" - El otro quejándose se fue nuevamente a su mesa, sentándose violentamente, muy fastidiado, babeando la botella, mientras miraba embobado al escenario antes de caer redondo. Tras escuchar discretamente la conversación, el samurái tomó un último sorbo y se dirigió amablemente al tabernero.

-"¿ Y hora qué quieres tú? ¡No vengas a hacerme perder el tiempo, tengo muchas mesas que atender y muchos borrachos que echar de patitas en la calle!"

-Sólo quería saber acerca de "su muchacho". Ah... él es...

-Sí, sí, sí. Es un chico, lo que pasa es que al vestirle así atrae más a esa panda de viciosos. Y les entiendo, la verdad es que parece una muñequita... -Rió con sorna. El samurái trato de contener su visible malestar y prosiguió. - ¿Cuánto quieres por él?

-¿Cuánto piensas darme? Piensa que mi muchacho no está al alcance de cualquiera, es el señorito de compañía más caro del local.

-Te lo compro. -En su voz había mucha decisión, mientras extraía de su manga una enorme cantidad de dinero.

-¿De dónde has sacado eso? Veo que no eres un pueblerino como los de aquí, joven. En ese casi te permito que hagas con él lo que quieras por tres noches.

-No me interesan tres noches. Quiero comprarlo definitivamente. -A pesar de su enorme paciencia, en su mirada no pudo evitar que salieran chispas de odio, su paciencia y su desprecio se estaban colmando peligrosamente.

-¿Bromeas? Con eso te doy tres noches, no más. Es más, este jovencito me da tantos beneficios que sólo permitiría que el mismísimo Emperador viniera aquí son sus reales posaderas y me lo comprara personalmente. Lo siento, pero no está en venta, ni para ti ni para nadie.

El samurái se giró. Sabía que tenía que calmarse. No debía montar aún un escándalo, a menos que no fuera estrictamente necesario y en situación de peligro. Así era el código samurái, no derramar más sangre de lo necesario, y siempre en defensa de su persona, los que protegen y por su patria y el Emperador. Debía pensar otra cosa. No podía permitir que ese joven continuase a la merced de todos aquellos bárbaros. Era algo degradante e inhumano. Pensando en cómo liberarlo, continuó observándole, tratando de encontrar la inspiración necesaria para lograrlo. Su cara le ardía. Miró la botella. ¿Habría bebido demasiado esa noche? Aunque apenas había tomado dos copas... pero su sonrojo no cesaba... Y esa voz continuaba resonando en su interior, haciendo latir con fuerza su corazón.

Al ver al jovenzuelo agotado tras varias canciones, y después la discusión con aquél joven misterioso, el amo llamó a Len a su presencia. Lo cierto es que se sentía extrañado y ciertamente atraído ante su presencia, no parecía el típico individuo que se dejaría arrastrar hasta un lugar de mala muerte como ese, y parecía correcto y educado, además de atractivo. No obstante si algo le había enseñado ese lugar que apenas pudiera llamar "hogar", era que las apariencias engañaban, así que no se dejó llevar por primeras impresiones, y desconfiando se acercó a su amo. Para su alivio y sorpresa, ese extraño hombre no era su próximo cliente. El amo le ordenó bastante agobiado que se retirara a su habitación. Aquella noche, de momento, nadie le había pedido. Y debía de estarle agradecido por dejarle terminar antes. Len agradecido, prefirió no llevarle la contraria.
Agotado, asintió con la cabeza y, haciendo una reverencia, salió caminando pausadamente de la sala, pero no se dirigió a su habitación. A fuera del local, en la parte trasera, había un pequeño y modesto baño para el aseo de los trabajadores. A esa hora, noche tardía, no habría nadie.
Pausadamente se dirigió allí.
Cerró la puerta atrancándola y se acercó a la bañera de madera, con su agua caliente ya preparada.
Se quitó lentamente las piezas del quimono hasta quedar completamente desnudo y se miró el cuerpo. Se desagradaba por completo. Tan joven... y tan sucio, mancillado. Se odiaba a sí mismo porque no era dueño de su propio cuerpo y además no podía escapar de allí, le encontrarían enseguida.
Se quedó pensativo un segundo y rebuscó por entre los ropajes, sacando un pequeño cuchillo y
se fue metiendo despacio dentro de la bañera, sentándose.
Se quedó mirando la cuchilla en su mano con una determinación heladora... y comenzó a cantar, una dulce, dulce y triste melodía mientras se acercaba fatalmente el acero a las muñecas.

Observó cómo el joven se marchaba a... ¿su habitación? con mucho disimulo. Tras la discusión con el jefe del local no quería levantar sospechas. Quizás tendría que intentarlo por la mañana o a la noche siguiente. Pagó la cuenta y se retiró. Iba a hospedarse en algún hostal cercano, pero al girar la esquina, tuvo una corazonada muy repentina. Algo estaba sucediendo. No se lo pensó y se dirigió de nuevo al hostal, esta vez rodeándolo por el exterior. Deslizándose muy sigilosamente, se aproximó a la parte trasera del local, oculto entre las sombras, mientras veía por la ventana elevada más próxima un haz de luz, de la cual también dejaba escapar una suave melodía. ¡Era la misma voz! Ese lugar parecía un baño. Quizás sería inapropiado entrar directamente, y más de la poca confianza que lógicamente podría tener ese joven ante los desconocidos. Así que muy sigilosamente, se posó tras la puerta y picó tres veces y le susurró en voz baja esperando ser escuchado por el muchacho:

-No se asuste, quiero ayudarle. Ábrame la puerta y le liberaré, pero debe prometerme no hacer ruido y confiar en mí.

Se acababa de cortar cuando escuchó la voz y los tres golpes en la puerta. Al contemplar su propia sangre, aunque no salía profusamente, se asustó. Dejó de cantar al acto, sobresaltado. Pero algo en esa voz, en el tono, le hizo sentirse extraño...

Salió de la bañera, manchando todo de sangre, y se puso la parte de abajo del quimono para taparse el cuerpo. Enseguida la tela comenzó a desteñir y se sintió algo más débil, pero se acercó a la puerta. Se apoyó en ella y picó con suavidad también, destravándola, pero sin abrirla del todo.

Con la voz muy suave, en un hilo de voz, preguntó:

-¿Quién sois, señor... y qué es... lo que queréis... ?

El samurái continuó hablando, en tono tranquilizador:

-Tranquilo... no quiero asustarle ni hacerle ningún mal... Sólo he venido a liberarlo de este horrible lugar. Sólo soy un humilde samurái al servicio del más débil. Y por mi condición, no puedo dejaros a la merced de esa muchedumbre bárbara. Si me lo permitís, le llevaré lejos de aquí, y ya no tendrá que servir así a nadie nunca más. Le ayudaré a encontrar a su familia.-Le prometió honradamente el guerrero, esperando una respuesta por su parte. Pero al ver que la puerta no se movía, se alarmó.-¿Está usted bien? ¿Sigue ahí? Ábrame la puerta, es de menester apresurarse, o no hallarán en este lugar.-Le rogó mientras vigilaba que nadie les estuviera escuchando desde las sombras.

Débilmente, abrió la puerta, observándole como ido, reconociendo al misterioso hombre que había estado contemplando rato antes:

-¿Cómo puedo... fiarme de vos...? Me decís que me alejaréis de este lugar... yo no tengo familia y no tengo a donde escapar. El amo me encontraría enseguida...

Se miró el brazo, la muñeca sangrienta. La herida empezaba a cerrarse.
Suspiró. Dejó la puerta abierta y se vistió por completo. Ese ropaje era lo único que tenía. Si se marchaba no quería abandonarlo allí. Observó su alrededor, todo manchado de sangre y el cuchillo sobre la bañera.

Debilitado, ya vestido, se acercó al samurái.

-Haga lo que quiera conmigo... No le creo... pero dudo que nada sea peor que este lugar... señor... -Bajó la vista, resignadamente complaciente y salió de la estancia.

El mayor contempló la manga del menor completamente empapada en sangre y su corazón se encogió. Realmente ese muchacho tenía que estar desesperado para llegar a cometer una atrocidad como aquélla, por que no había duda que se lo había provocado él mismo. Sintió mucha lástima por él y muchos deseos de ayudarlo. Tan joven y tan cargado de recuerdos horribles imborrables... Se acercó poco a poco al muchacho y se agachó a su altura. Extrajo de una de sus mangas un pañuelo algo viejo, que en ocasiones lo usaba para pulir su katana, pero que en esos momentos estaba totalmente limpio, le tomó el brazo y le tapó bien la herida con él, apretándola ligeramente, para que no saliera más sangre.-Espero que con esto sea suficiente. Compraré un remedio cuando lleguemos a alguna herboristería. ¿Se ve capaz de aguantar hasta entonces? Espero que pueda andar, porque vamos a necesitar nuestras piernas... -Pero observó que el muchacho se tambaleaba, aunque trataba de resistir de pie. -Mmm... Me temo que así no iremos muy lejos...-Trató de pensar en otra cosa. Miró a todas partes, en busca de una posible solución y para su suerte, halló a su lado una caballeriza donde se guardaban tanto el caballo del tabernero como los de los clientes. Sonrió. Sabía que no era honrado robar y su código así lo recalcaba, pero aquélla era una solución de vida o muerte, así que no le quedó más remedio. Se acercó a los animales, calibrando sus posibilidades y tratar de averiguar cuál estaba más capacitado para correr. Al final se decantó por el que parecía más alto, fuerte y ágil, un precioso caballo de piel gris plateada con largas crines. El dueño debía de amasar una buena suma de fortuna para permitirse un caballo como aquél. Se acercó de frente, ofreciéndole algo de heno de la caballeriza para ganarse su confianza, y cuando hubo comido de su mano, acarició su morro y su lomo. Indicó al muchacho que se acercara al caballo.

-Acérquese por favor, creo que este noble caballo se prestará a acompañarnos en la huida.- Le sonrió amistosamente para que el muchacho se quedase más tranquilo y así demostrarle que todo andaba bien.

El niño se acercó al animal, asintiendo levemente.

Se quedó mirando al samurái y después se miró el pañuelo. Volvió a mirarle, sintiéndose muy confuso y extraño... nadie le había tratado así jamás.

Acarició dulcemente al caballo en el morro. El animal resopló y movió las orejas. Len miró al samurái, dándole a entender que podían marcharse.

Asintió en silencio, fijó bien una montura y entonces tomó con respeto al muchacho y lo alzó en sus brazos para ayudarlo a subir. Con presteza se subió también, detrás el muchacho para vigilar que no se cayera por accidente, y comenzó a espolear suavemente al caballo para no armar mucho escándalo con los cascos y alertar al personal y cuando hubo alcanzado una distancia prudencial, marcharon a todo correr, perdiéndose en aquella oscura y cerrada noche.
Llevaban rato cabalgando, y el samurái comenzó a preocuparse por el muchacho y su herida y no puedo evitar preguntarle por su estado.

-¿Cómo se encuentra ahora?... Trataré de llegar esta misma noche al pueblo siguiente. No me fío de quedarnos a los alrededores. Allí trataré de encontrar alguien que pueda alojarnos y trataré de curarle mejor esa herida. Ahora que le he sacado de allí sería una pena que dejase este mundo, ¿no es así?- Le dijo sonriéndole afablemente.

El joven había estado callado en todo momento, cabizbajo. Se sentía confuso y cohibido... nadie se había preocupado así por él jamás.

Ante la sonrisa del joven, se ruborizó con fuerza. Asintió levemente con la cabeza.

-Estoy... mucho mejor... señor...

Y, como para probarle que confiaba algo más que antes, se rindió al cansancio y no aguantó más. Cayó apoyado en su pecho, dormido sin poderlo remediar.

-Me... alegro.- Le miró con dulzura, mientras contemplaba cómo se le cerraban los ojos y se quedaba dormido apoyado en su torso. Su semblante se entristeció mucho. "En el fondo, sólo es un niño... un niño sin esperanzas, asustado. Un niño al que le robaron la inocencia demasiado pronto... " Le había dicho que no tenía familia, que no tenía dónde ir... Seguramente cuando se curara, a no ser que alguien de bien le contratase como aprendiz, estaría de nuevo a merced de otros traficantes de humanos... Esto le hizo pensar mucho al samurái, pero de momento, lo más inmediato era ocultarse por un tiempo, lejos de allí, hasta que el peligro cesase.

A más de media noche llegaron a la frontera del siguiente pueblo. Todo estaba obviamente cerrado. Vislumbró a lo lejos unos pequeños faroles de cera y papel que iluminaban la entrada a un humilde y pequeño hostal, para señalar el camino a los viajeros. Se aproximó a la puerta, descabalgó con cuidado dejando al caballo ir a la caballeriza a descansar y bajó al muchacho en sus brazos, profundamente dormido. Miró a ambos lados de la calle por si alguien los vigilaba oculto entre las sombras, pero todo parecía tranquilo, así que entró adentro.
Cuando la dueña del local, una mujer muy mayor, vio al joven samurái con un niño herido en brazos, se asustó, pero el joven, perjurándole que era un caso extremo y que mantuviera la discreción, les dio la última habitación libre que les quedaba. Les preparó los dos futones y un panel separatorio. Cuando estuvo todo dispuesto, la mujer les deseó buenas noches y les cerró la puerta, aún preocupada. Le había dejado frente a la puerta una cestita con medicamentos para el menor. El mayor dejó suavemente al muchacho sobre el futón y le cambió las vengas, aplicando un ungüento cicatrizante a base de hierbas medicinales. Después lo arropó y se quedó viéndolo unos instantes, sin saber qué hacer. Nunca en estos nuevos tiempos había estado en compañía de otros, porque nunca lo creyó necesario, y aún menos con la profesión tan dura que le había tocado realizar. Creía que tener a alguien a tu cargo era poco más que una molestia, alguien que tenía que vigilar continuamente de que continuase con vida al siguiente amanecer. Pero... hacía tiempo dejó de creer que ese sentimiento resultase tan gratificante, el ser necesitado por otros. Hacía mucho que no recordaba un sentimiento como aquél... Sonrió un poco, cerró los ojos y le besó sobre la herida, deseando que se curase. Después se retiró a su otra parte de la estancia, se tumbó e intentó dormir un poco. La noche había sido muy dura para ambos. Así que en un medio estado de ensoñación y vigía, cerró sus ojos, abandonándose a un sueño un tanto tranquilizador y reparador.

Poco antes del amanecer, Len despertó con un grito de terror, acosado por las pesadillas. Por un momento no pudo ver donde estaba ni recordaba nada de lo sucedido, así que al ver que había alguien allí se sobresaltó y retrocedió, temblando. Pero al fijarse bien recordó al samurái y lo ocurrido la noche anterior.
Sonrió emocionadísimo. Le había respetado, no le había hecho nada... y le había curado y liberado, sacándolo de allí.
Se quedó sentado, mirándose la herida. Le observó extrañado por el sentimiento de ternura que comenzaba a crecer en él, un sentimiento que no recordaba haber sentido antes por nadie.
Se le acercó y se quedó sentado de rodillas, mirándole... El sol comenzaba a salir e iluminar la estancia, ya comenzaba a amanecer, y el sol jugaba con sus hermosos cabellos del oro más puro.

Al sentir una presencia que le miraba, se sobresaltó y se llevó rápidamente una mano a la espada que siempre dormía a su lado y la desenfundó. Cuando se percató de que era el muchacho quién lo observaba, suspiró aliviado y la guardó de inmediato.

-Lo... lo siento... Con mi profesión, nunca estás lo suficientemente seguro... No quería asustarle, joven. -Se sentó sobre su colchón y le miró y luego desvió la mirada hacia la herida.

-¿Como se encuentra? ¿Dejó de sangrar? ¿Y cómo ha dormido?... Oí un grito lejano... Pero no sé si lo he soñado. -Comentó con perspicacia, ofreciéndole asiento a su lado muy amablemente.

El rubio bastante impactado, retrocedió un momento ante su reacción, pero al instante volvió a mirarle.

-¿Vos sois un samurái...? Cuál es vuestro nombre? Si no es indiscreción...

Gracias por salvarme la vida... No nos hemos presentado: Mi nombre es Len... -Bajó la vista y se sentó a su lado. No sabía bien como reaccionar ante él. Se miró la muñeca, que no sangraba ya. Le hizo una reverencia.

-Le estoy muy agradecido, señor... Me habéis salvado la vida... y... y... sacado de ese lugar... -hace la reverencia mas profunda, sin atreverse a mirarle a los ojos. -No sé como podría agradecéroslo... no valgo mucho... pero estaré a vuestro servicio... para lo que deseéis...

El joven pelimorado asintió -Sí, lo soy. Ayer se lo confesé cuando fui a rescatarlo, ¿lo recuerda?... Pero en algo tiene razón, fui tan descortés que no me presenté. Igualmente, la situación no era la adecuada para mostrar modales de etiqueta. Pero me presentaré como es debido.-Se llevó su mano derecha al corazón, se inclinó ante el muchacho y le respondió sus dudas con una suave y educada voz. -Me presento ante vos como Gakupo Kamui, samurái a las órdenes del shogún. Lo del rescate carece de la menor importancia. Cualquier persona que se considere mínimamente humana lo habría hecho. Y más yo como mi deber de samurái para conmigo, de proteger al más débil y al desamparado de los abusos de los que se ostentan el título de ser más fuertes, aunque de espíritu no alberguen más que restos de su impugna residual de anteriores vidas miserables y escorias. Por eso no necesita agradecerme nada. Y lo de su herida, me alegro que haya mejorado notablemente. Es una grata noticia. Espero que no le vuelvan a ocurrir más "accidentes" como ese, ahora que está lejos de ese antro infernal.
Observó la exageradísima reverencia y que el joven no se atrevía a mirarle a los ojos, así que con respeto le hizo una observación. -No hace falta que me lo agradezca tan encarecidamente, joven, ya se lo dije, era mi deber... y puede usted mirarme a los ojos, me gustan las personas que miran a los ojos, así puedo saber cómo se siente y que lo que expresa es sincero... Joven Len-san. Tiene usted un nombre con mucha fuerza de espíritu.- Entonces escuchó el ofrecimiento del muchacho, cosa que le impresionó en cierto modo, aunque no le sorprendió demasiado, debido a que debía estar muy acostumbrado a servir a otros desde muy pequeño. Le negó con la cabeza y le respondió amablemente.- Me halaga en demasía ese noble y desinteresado ofrecimiento, pero... No es necesario. Yo... estoy acostumbrado a vagar solo por el territorio del shogunato, y es mi modo de actuar y "trabajar"... ¿Está seguro de que no preferiría quedarse en cualquier otro lugar y trabajar decentemente? Seguro que a la señora posadera de este hostal le vendrían bien unas manos y piernas fuertes, firmes y jóvenes como las suyas para mantener su negocio en pie. Mi trabajo es muy arriesgado, se gana honor y reconocimiento por parte de las personas que asisto, pero también se gana innumerables enemigos. Como por ejemplo tu anterior "dueño"- Sintió mucha repugnancia al decir esa palabra, pues el noble samurái consideraba que nadie estaba tal por encima de otro como para ser su "amo", pero prefería guardarse esos pensamientos considerados "revolucionarios" en una sociedad como aquélla, dónde lo más normal era poseer esclavos donde trabajaran para los nobles o gente adinerada que se podía permitir comprar personas, seguramente huérfanos y viudas de guerra, abandonados a su suerte y a la pobreza, capturados por malhechores y asaltantes de caminos. -¿Realmente quiere usted llevar una vida tan dura como ésa?... ¿No prefiere llevar una vida más o menos grata y tranquila tras todo el sufrimiento que ha habido de soportar su corta juventud, joven Len-san?... ¿No prefiere reconsiderarlo?

AL oírle el niño alzó los ojos, dejando ver una mirada triste, cansada. Negó con la cabeza.
-Señor... ningún sufrimiento puede ser peor que los diez años que he pasado allí... -Sonrió un poco. -Aunque comprendo que no queráis que vaya con vos... no sirvo para nada y no sería más que un estorbo... para lo único que decía el amo que servía era para abrirme de piernas... -Bajó la vista, llorando avergonzado, se tapó el rostro. -Al sacarme de allí os metisteis en un lío... Será mejor que me aleje de vos antes de que me encuentren de nuevo...

Se puso débilmente de pie, tambaleándose un momento, e hizo una reverencia, dispuesto a irse. -Os agradezco de corazón vuestro intento... y comprendo vuestra posición... Los samuráis sois demasiado buenos para que alguien como yo me junte con vos. Será mejor que parta... Suerte y fuerza en vuestras aventuras... noble señor... -Dicho eso se giró hacia la puerta de la habitación, tratando de ocultar sus lágrimas que luchaban por aflorar a la superficie de su mirada.

Escuchó todas sus palabras en silencio. Después también en silencio fue a la puerta y lo sostuvo educadamente, girándole para que lo viera y se agachó a su altura. -¿De veras lo le importa correr el riesgo joven Len-san?... A mi no me importó en absoluto correr ese riesgo por salvaros. Estoy acostumbrado, es mi "modus operandi", es la vida de un samurái, no todo puede ser gloria... Pero si usted ha decidido seguir esos pasos, no seré yo quien me interponga. Ya tiene edad para decidir su destino. Lo único que puedo ofrecerle son mis enseñanzas, que no son muchas, pero si desea seguir el camino del samurái, le acogeré a mi lado como mi aprendiz, si ese es su deseo. Pero piénselo bien, no es camino fácil, no digo que no esté capacitado, yo estoy seguro de que vale para mucho más que para satisfacer los deseos de cuatro maleantes enfermos. Pero debe quererlo usted. Y vamos, no se preocupe -Le enjuagó las lágrimas con sus propias manos. -Sé que está pasando por un momento muy duro, y no lo pongo en duda, es algo realmente difícil, pero sé que es fuerte y logrará salir adelante. Usted vale mucho, y me di cuenta la noche que le vi cantar. Tiene una voz prodigiosa que pocas personas tienen el don de poseer en este país, así que puede considerarse afortunado. He de confesar que su voz fue la que me llevó hasta usted, era como si me llamara. No debería perder y despreciar ese precioso don. Pero usted decide si desea hacer su propio camino o quedarse a mi lado. Pero yo no le obligaré. No es mi esclavo y no me ha de agradecer nada. La mejor manera de agradecerme que tiene es valorarse y ver lo maravillosa persona que es usted, con todos mis respetos.

El muchacho lo miró a los ojos, temblando impotente.

-No quiero volver allí, no quiero que me atrapen! ¡Quiero valerme por mi mismo, saber hacer algo! Pero no sé hacer nada, si salgo me encontrarán... Señor... dice que tengo una bonita voz... pero ¿de qué me sirve, si nadie la escucha, si nadie la valora...? Lo único que poseo es esa voz y este vestido... No soy nada más allá de esto... Me gustaría poder cambiar eso... Poder valerme por mí mismo... Pero no quiero ser una carga para vos, mi señor... lo único que deseo es poder aprender a defenderme... Si voy con vos, mi señor... Le juro que no me convertiré en una carga para vos... Incluso es posible, por descabellado que sea, que le sirva para algo... por nimio que sea... -Mientras oraba esa súplica había caído arrodillado al suelo, aún temblando como una hoja en otoño. -Pero... pero... No me dejéis solo, os lo suplico... o me encontrarán... -Tocaba el suelo con la cabeza mientras le aferraba las perneras del hakama, humillado.

El joven samurái suspiró resignado al no poder negársele. - Está bien, le tomaré como a mi aprendiz, no se preocupe... -Le ofreció amablemente un pañuelo para que enjuagara sus lágrimas. -Vamos deje de llorar. No le atraparán, no se preocupe.- Le dijo a modo de consuelo, suavemente. -No lo permitiré, después del esfuerzo que me costó salvarlo. Podéis acompañarme. Cuando haya comido, y se haya recuperado completamente, le instruiré. Por mientras, procure mejorarse. - Le miró muy amable, con condescendencia. -Y yo si valoro vuestra melodiosa voz. Es particularmente hermosa y diferente a todas cuanto había escuchado antes. Si no fuera tan peligroso por nuestra situación de fuga, le pediría que cantara un poco para mí... Pero no puedo permitirme el riesgo de que nos encuentren.
Si ya se encuentra un poco más dispuesto, iremos a tomar un buen desayuno y partiremos. Conseguiremos otro caballo. No me fío que nos sigan buscando a ese noble corcel, así que lo soltaremos para que les cueste más seguirnos. Una vez en la capital será mucho más difícil que den con nosotros, pero aún lo será más si nos ocultamos en lugares poco accesibles, así que le conduciré a la guarida donde yo me instruí a su edad. Allí estaremos a salvo de miradas indiscretas. Por lo menos algún tiempo, hasta que haya pasado el peligro. Recojamos nuestras cosas y vayamos a desayunar, pues, no hay tiempo que perder. Puede que a estas alturas ya estén a mitad de camino de aquí. Debemos apresurarnos.- Se colocó bien su hakama, se adecentó un poco y recogió su espada y su pequeña bolsa, donde llevaba lo más indispensable. Recogió los futones para evitarle molestias a la señora hostelera e indicó a Len que salieran de la habitación, para tomar algo antes de irse.

Asintió, sintiéndose ahogar de gratitud, alzó el rostro, soltándole, y se puso de pie como pudo. Todavía temblaba, pero hizo lo que le indicó y le siguió. Se sintió cohibido de que a aquel hombre, aquel samurái, alguien distinguido, se interesase tanto por él o su voz... pero su gratitud era tanta que no abrió boca, prometiéndose a sí mismo que en cuanto se alejasen de allí cantaría para él todo cuanto le pidiera.

Pero antes de salir de la habitación, comentó, sin pretender ofender, pero algo que le comía la cabeza:

-Es usted distinto a otros samurái... alguna vez vino alguno allí... pero en ningún caso eran como vos...

El samurái se quedó quieto, parado ante la puerta al escuchar esa confesión, con ojos más abiertos de lo normal. Se giró despacio, le volvió a sonreír y se agachó de nuevo, poniéndose a su altura una vez más, demostrándole que lo veía y trataba como a un igual. -Yo soy un samurái como los que ya no quedan... Ahora los samuráis ven nuestro oficio como un modo rentable de ganar dinero y sobrevivir en una época tan cruda como la Heian... En la cual nada es lo que parece, e incluso un Shogún puede ser fácilmente destituido... y los viejos valores que rigen nuestras acciones se han ido olvidando. No obstante yo siempre los llevo presentes en mí.- Le terminó de explicar, llevándose una mano al pecho en señal de respeto y sinceridad en sus palabras. -¿Eso satisface su curiosidad?- Le volvió a sonreír, para demostrarle que no lo había ofendido y que respondería todas las preguntas que le fueran posibles. -¿O prefiere ir a comer algo? Debe sentirse muy débil después de...-Se le desvió por un instante la mirada a la herida vendada y la apartó en seguida, para no parecer descortés y hacerlo sentir al muchacho peor y corrigió. -...Después de tan largo viaje, ¿no le parece?-Le tendió cortésmente una mano para ayudarlo a salir de la estancia, rompiendo con el protocolo de distanciamiento físico, para que el muchacho le cogiera confianza.

El más joven sonrió algo cohibido y se le acercó despacio, cogiéndole con suavidad de la mano y salieron, rumbo a lo desconocido.

Continuará...

-Fin del capítulo 1-

Free talk

Hola a todos! Este es el fic-rol que tanto he mencionado cuando hablaba de esta pareja. (Y el mismo que una amiga mía dibujó para mí como regalo, y está en mi Da, bajo ese mismo título, "Mariposa Amarilla", creo...) Decir primero de todo que esta obra ha sido posible gracias a la colaboración de Roxas-the-13nobody en el papel de Len en el rol y yo en el papel de Gakupo, sin ella, que fue la que inició esta idea y este rol, esta historia no habría sido posible. La adaptación a fic ha sido mía, pero sinceramente poca adaptación ha habido, gracias al enorme nivel que tiene ella en el arte del rol. Ambas esperamos que os guste este collab, ¡nuestro primer collab de hecho! ^^ Y gracias por apoyar la pareja y darle una oportunidad, ¡se lo merece!
Este fic va dedicado a todos los fans del GakuLen del FF y sobretodo al GakuLen-FC del Da, que lo realicé esta adaptación especialmente para ells, y también para mi Yasmina querida, la que realizó tan bello dibujo ^^
Pronto proseguiremos el rol y continuaré adaptándolo, ¡mientras tanto sed pacientes!
PD: Sí, también continuaré el "The Last Song" tan pronto como me sea posible, ¡palabra! ^^U
De nuevo gracias por leer! Nos leemos! ;3