El mundo y los personajes de Digimon no me pertenecen. Esta historia nació para fines de entretenimiento y no busco lucrar con ella.


An Endless Tale

I

La imagen en el espejo le devolvió una mueca. Todos los días, cada vez que abría los ojos por la mañana, se obligaba a sí mismo a levantarse y enfrentar su reflejo en la fría superficie donde se proyectaba. Era una rutina, una acción que se forzaba a repetir hasta el cansancio. La mueca se tiñó de tristeza y sus rasgos se volvieron sombra en su reflejo. Cada día se repetía así mismo que no había nada malo, cada día intentaba asegurarse que todo seguía su curso natural. Pero los días seguían pasando, y las palabras sonaban más como excusas vacías, como las cáscaras huecas de falsas verdades. Los días se hacían noches, las noches daban paso a los días pero su reflejo seguía allí, perfectamente idéntico, imperturbable pese al correr del tiempo.

Frunció el ceño mientras sus ojos se apartaban del vidrio espejado. No había cambios, todo seguía de la misma forma. Nunca comprendía por qué se decepcionaba tanto cuando la norma era exactamente esa.

Su madre lo esperaba para desayunar cuando se dignó a salir de la habitación, pese a que era evidente que ella sabía que estaba levantado. Lo esperaba frente a la mesa, con una taza de té en sus manos y una sonrisa cálida en sus labios. Siempre fue capaz de ver la sombra en los ojos azules de su madre. Tan azules como los suyos propios o los de Kouji. Quizás porque podía leer tan bien lo que había en esas miradas tan sorprendentemente claras, había aprendido a hacer caso omiso de ellas.

Ojala pudiese hallar la forma para no perturbarlas aún más.

—Kouichi... Cariño, buenos días.

—Buenos días, Kaa-san —saludó, suavemente. Le dio una sonrisa tranquila aunque internamente sabía que había inquietud en el fondo de su mirada. Se sentó en el lugar acostumbrado y levantó la mirada antes de comenzar a tomar su desayuno—, gracias por la comida.

Ella no le preguntó si asistiría a la escuela. Él sabía que no necesitaba responder.

—Kouji llamó —su madre murmuró un minuto después, para romper el silencio. Kouichi volvió a concentrarse en ella y en las palabras que había omitido pero flotaron tácitas en el aire entre ellos. "Otra vez". Creyó que podría tomarlas y apropiarse de ellas, de su peso. E incluso del sabor amargo que dejaron a su paso—, dijo que quería hablar contigo... Estaba muy preocupado.

Kouichi asintió, suavemente.

El apetito se le había cerrado ante la mención de su hermano gemelo pero fingió una nueva sonrisa mientras bebía la infusión que había preparado su madre. Ni siquiera después de probarlo hubiese podido decir de qué se trataba.

—Lo llamaré luego —hizo una pausa—, cuando regrese. Tengo que ir a la biblioteca hoy. Tengo que esforzarme si quiero ponerme al corriente de mis compañeros.

Tomoko sonrió sinceramente, está vez. Kouichi sabía exactamente la razón. No estaba alegre por la idea de que él retomaría los estudios sino que había algo más detrás del alivio que percibía.

Desde que había peleado con Kouji —antes de que él se fuera de vacaciones con su padre y madrastra— había evitado deliberadamente responder a sus llamadas y a la autora de sus días aquello le había inquietado mucho más de lo que pretendía aparentar. Su madre tenía miedo que la distancia con su hermano gemelo perdido y recuperado empeorase la situación.

Kouichi se dio cuenta que en su familia todo era cuestión de apariencias, lo que se le presentaba realmente triste. Y que su madre lo conocía menos de lo que suponía, aunque eso no era culpa de ella.

Comprendía que Kouji sólo estaba preocupado pero también esperaba que su hermano comprendiese que las cosas no eran fáciles para él. Fingir ante un espejo que las cosas marchaban bien era fácil, sencillo incluso hacerlo adelante de miradas ajenas. Los ojos oscuros de Kouji siempre le pedían más que palabras de confirmación. Nunca odió tanto ser tan fácil de leer para su gemelo como en todo ese tiempo de angustia. Aunque claro, no podía quejarse. Era totalmente mutuo.

Tal vez para su madre el hecho de que volviese la llamada era signo de que las cosas mejoraban, Kouichi dudaba de poder cumplir su palabra después de salir de su casa. Pero no quería marcharse sin borrar esa expresión sombría de los ojos de su madre. Ella ya había pasado por suficientes cosas. Desayunar juntos era algo que rara vez ocurría pero no desaprovechó la oportunidad y disfrutó de la tranquilidad que respiraba.

—Adiós, cariño —saludó ella, después de tomar sus cosas. Hizo un mohín inconciente cuando su madre le apretó las mejillas, como sí fuese un niño pequeño.

—Kaa-san, tengo dieciséis años —protestó, sin poder reprimirse. Tomoko se congeló y retiró las manos de forma inmediata.

Kouichi quiso golpearse así mismo por ser el causante de esa sombra que bailó en su mirada. ¿Es que acaso necesitaba seguir causándole dolor? La angustia que ella reflejó le cortó la respiración, como si la máscara se hubiese desprendido de forma repentina y el horror fuese el verdadero rostro de la verdad.

—Kaa-san...

—Lo siento, Kouichi —ella suspiró. Los labios le temblaron y con torpeza miró sus manos. Arduas horas de trabajo habían dejado sus huellas en su piel—, tienes razón. Ya no eres mi pequeño niño... Es sólo que...

... Sigues pareciéndolo.

Él sujetó sus manos, con suavidad, le enseñó una sonrisa con una confianza que no era capaz de tener. Una seguridad que había aprendido a simular, a crear y a defender. Las facciones del niño congeladas en el rostro adolescente, los días perdidos que jamás se registraron en su cuerpo.

—Todo mejorará, lo sé. Sólo es cuestión de tiempo.

Vio la lucha en la mirada de su madre, el intento de devolverle la sonrisa y el dolor de no saber sí creer en sus palabras. Kouichi sabía que había poco que hacer contra la preocupación de una madre.

Especialmente, cuando tiene toda la justificación del mundo.

Esbozó una sonrisa amplia cuando la despidió en la puerta, deseándole un buen día y que tuviese un buen regreso. Siguió su figura vulnerable hasta que la perdió de vista y fue conciente de como se extinguía la sonrisa que había dibujado en sus propios labios, como se perdía en la mueca, como se ahogaba en la tristeza.

Era mejor que su madre no viese su angustia, que ella no se percatase de su miedo.

Desanduvo sus pasos hacia el interior de su hogar. Sus ojos miraron la fotografía que él y Kouji se habían tomado junto a su madre, en la primera reunión que estuvieron juntos. Tenían once años y eran acunados por la mujer como si fuesen mucho más jóvenes. Hubiese querido concentrarse en las mejillas ruborizadas de su hermano o en la expresión encantada de su madre pero se detuvo en la sonrisa que habían reflejado su rostro infantil.

Una sonrisa tan diferente a la que había comenzado a enseñar desde hacia bastante tiempo que le daba escalofríos.

De esa fotografía habían transcurrido cinco años pero había algo que no había cambiado. A excepción de la felicidad que tenía en esa imagen, todo él seguía encerrado en el cuerpo del niño.

Vivía en un cuerpo que parecía haber sido congelado en el paso de los días. Vivía sonriendo una sonrisa falsa. Y mientras aparentase que eso no importaba, no importaría. Porque, en el mundo, todo es cuestión de apariencias.

II

Apartó el teléfono con desgano, alejándolo de su oído. El tercer tono había timbrado y no había obtenido respuesta alguna. Nunca se había considerado una persona paciente pero el resoplido de sus labios era de preocupación más que de frustración. Los números del móvil lo fulminaron una y otra vez, invitándolo a presionarlos e intentar nuevamente. Sabía que era inútil, quizás no habría nadie en la casa.

Seguramente Kouichi seguiría con la estúpida idea de ignorarlo.

Al principio simplemente dijeron que eran problemas de crecimiento. Kouji recordaba con tristeza todas las pruebas a las que sometieron a su hermano, para asegurarse de que estuviese bien. Kouichi siempre había odiado los hospitales, los detestaba profundamente. Y Kouji no tardó en compartir el sentimiento. Pero su madre se angustiaba, incluso su madrastra y su padre comenzaron a interesarse. Sus amigos no dejaron de mirarlos con inquietud y Kouichi comenzó a evadirse. Kouji lo había atrapado mirando con tristeza a Tomoki, que ya amenazaba con sobrepasarlo.

—Soy un fenómeno.

No lo eres, Niisan. Recuerda lo que dijeron los doctores, todos tenemos nuestro propio ritmo para crecer.

Kouichi lo miraba largamente con esos ojos profundos como mares oscuros. Kouji sabía que aparentaba sólo once años pero su mirada siempre lograba trasmitir cual era su realidad y siempre se sentía pequeño bajo su examen intenso.

Incluso aunque Kouichi no lo desease de ese modo.

—Tienes razón. Es sólo cuestión de tiempo. Sólo me pregunto cuanto...

—¿Cuánto?

—¿Cuánto pasará antes de que pueda alcanzarte? Nadie creerá que soy tú hermano mayor si sigues creciendo, Kouji.

Y había sido esa vez cuando esbozó la primera sonrisa que le rompió el corazón. Era idéntica a la que le había dado en la biblioteca de Ofanimon, cuando le había preguntado si le sucedía algo. Kouichi siempre había sido bueno para olvidarse de sí mismo, Kouji se prometió que lo obligaría a recordarse. Por mucho que eso les costase a los dos.

Ya nadie los confundía. Todos suponían de antemano que Kouji, más alto que Kouichi, era el mayor. Ya nadie les creía que eran gemelos. Ya todos dudaban de la palabra de su hermano cuando decía su edad. Casi tanto que él parecía querer dejarlo pasar.

Apretó los dedos alrededor de su teléfono. Había pasado una semana desde que su hermano y él discutieron, desde que volvieron a enfrentarse.

—Sólo es cuestión de tiempo, Kouji —había declarado su hermano, mientras cubría su dolor con la máscara de la sonrisa. ¿Acaso nadie más lo veía? Podía enumerar todas las veces que había visto que la colocaba en su expresión. Y comenzaba a hartarse.

—¿De cuánto tiempo? —fue la mejor replica que pudo emitir. Sus ojos se habían fijado en el rostro de Kouichi y lo sintió tensarse bajo su mirada. Sintió su rabia, su angustia, su tristeza.

—Del que sea necesario —fue lo único que Kouichi respondió esa vez, aunque la voz era apenas un hilo delgado que rompía el silencio— No quiero hablar de esto, Kouji. No, otra vez. Sólo... Olvídalo.

—No. Aunque finjas que eso es lo que quieres, yo sé la verdad. No te olvides que soy tu hermano gemelo, aunque ya no parezca.

Estamos conectados, y lo seguiremos estando... Aunque no quieras así, Niisan.

Resopló mientras cerraba la puerta de la casa detrás de sí. Satomi y su padre habían salido a trabajar y él había fingido que estaba enfermo para evitar ir a la secundaria. Algo le había dicho que no debía ir, que era necesario que se quedase en su casa. La única respuesta a ese algo era el nombre de su hermano mayor. Y, por eso, había estado llamándolo durante toda la mañana.

Pero aun no tenía la respuesta.

—Se arreglará. Es sólo cuestión de tiempo, ya te lo dije —Eso fue lo último que había afirmado su hermano, antes de la discusión.

Espero que no hagas algo estúpido, Kouichi Kimura.

III

Solamente los escogidos que revelan la terrible oscuridad de sus corazones, pueden subir.

Nunca hubiese esperado unas palabras tan intrigantes como una bienvenida. Una súbita invitación a lo desconocido, una propuesta sin sentido.

Hacia tiempo, sin embargo, que nada lo perturbaba realmente. Al principio sí, la imagen del niño de once años que se proyectaba en cada espejo en el que se miraba lo aterraba pero, con el tiempo, la mueca de horror derivó en la sonrisa que escondía preocupación.

Se detuvo frente al andén cuando las puertas negras se abrieron, permitiéndole el acceso a uno de los vagones.

Solamente los escogidos que revelan la terrible oscuridad de sus corazones, pueden subir...

Vaciló un segundo pero negó con la cabeza. Tenía la idea de que ese viaje lo llevaría a las respuestas, además... Era tarde para quedarse atrás. No podía simplemente regresar sobre sus pasos después de haber llegado hasta allí.

No había recibido ninguna llamada, así que simplemente no sabía si resultaría hasta que llegó a la estación guiado por pasos que no había sentido suyos. Pero no perdía nada con intentarlo, después de todo... Ya estaba decidido. Quizás debería haber sabido que las cosas serían sencillas, que la espera podría no ser larga.

No obstante, lo que menos esperaba era que el Trailmon negro estuviese aguardando por él en el subsuelo de la estación Shibuya.

Sus pisadas parecían retumbar y aumentar con el eco abandonado de la soledad. Tragó saliva cuando las puertas se cerraron pero ni siquiera se permitió sentarse. Pudo ver su reflejo en el vidrio de la puerta, el reflejo desdibujado del niño que había sido y que parecía condenado a ser. Porque crecía, su mente había crecido, sus experiencias habían crecido y su cuerpo seguía igual.

El Trailmon inició su viaje y él abandonó cualquier atisbo de duda. Después de todo, como las demás cosas... Había sido obra de su propia decisión.

Solamente los escogidos que revelan la terrible oscuridad de sus corazones, pueden subir.

IV

La puerta de la casa estaba cerrada. Había algo en ese lugar que gritaba su abandono, que reclamaba su descuido. Parecía ser la voz de su hermano aunque el hermetismo del silencio dijese lo contrario. No había nadie dentro de la morada y Kouji no necesitaba que se lo dijesen.

Arrastró los pies y se dejó caer contra la puerta. Su espalda deslizándose mientras perdía la fuerza que sentía, mientras un horrible presentimiento se adueñaba de él, mientras que las imágenes a su alrededor se volvían difusas. Tenía la ingrata sensación que había llegado tarde, que el tiempo se había perdido, que la suerte lo había abandonado. Tenía la extraña certeza que ese hueco en su corazón sería permanente, que se tatuaría en su alma la angustia de la espera.

Contempló su teléfono una vez más. Había marcado el número del celular que Kouichi tenía en su poder pero lo había oído sonar dentro de la casa, lo había sentido vibrar contra las paredes pese a que sólo estaba sumergido en algún lugar distante de él, perdido entre las sábanas o abandonado entre los libros. Tal vez, escondido adrede de ojos y oídos ajenos.

—¿Kouji?

Nunca podría negar su felicidad al ver el rostro de su madre, aunque la mueca que se presentó fue de decepción. Por una vez, que su madre llegase a casa antes de que Kouichi le obligaba a sentirse aun más inquieto. Se levantó del suelo con torpeza mientras ella subía las pequeñas escaleras que lo separaban, que avanzaba hasta llegar a su encuentro.

Sus ojos azules... Tan azules como los de Kouichi o los suyos propios, brillaban.

—Hola, Kaa-san. Yo...

Sus brazos lo rodearon y la sintió estremecerse suavemente, prisionera de una angustia tan palpable que le apretó el corazón mucho más de lo debido. Su madre no lloraba, su madre no solía llorar y lo aterraba. No sabía controlar las lágrimas, no sentía capacidad de soportarlas.

—Lo siento —ella se disculpó por su arrebato. Kouji la vio desviar el rostro y secarse las lágrimas con los finos dedos— Es sólo que tuve un mal presentimiento. Tenía que venir a casa para ver si algo había sucedido... Me alegra mucho verte. ¿Vienes a ver a Kouichi?

No encontró su voz, las palabras se le ahogaron en la garganta y afirmó con un gesto de su cabeza.

Su madre sonrió.

Parecía mucho más joven cuando sus ojos se hacían pequeños y los labios se le curvaban hacia arriba, en una expresión dispar a la que siempre mantenía. Kouji podía ver lo que a su padre le había gustado de su madre en el atisbo de la sonrisa.

Kousei Minamoto siempre halagaba la encantadora sonrisa con la que ella lo había conquistado.

—Yo esperaba que lo hicieras, le harás bien. Sé que te echa de menos. Últimamente...

—¿Cómo ha estado? —preguntó él. No era bueno para dar rodeos. El mutismo sólo lo hacia todo más difícil cuando se trataba de Kouichi.

Su madre buscó las llaves y abrió la puerta, sin replicar al principio. El silencio se rompió cuando la madera se deslizó hacia adentro. En el interior, todo era un paisaje de claroscuros.

—Estuvo muy mal, no salió de su cuarto en unos días después de que discutieron —afirmó Tomoko, seriamente. Kouji solamente podía ver su espalda pero imaginaba, a la perfección, su expresión inquieta y cansada— Pero hoy me ha dicho que iría a la biblioteca, que quiere ponerse al corriente en la escuela.

—¿Ha sonreído? —dudó. Cuando Kouichi sonreía, en realidad, quería llorar.

—Él siempre sonríe. Es una cuestión de actitud.

—En realidad, es una cuestión de apariencias, Kaa-san —frunció el ceño cuando detectó la imagen del móvil que pertenecía a su hermano. Yacía abandonado sobre la mesa, como aguardando. Kouji se acercó, en silencio, hasta presionar un botón y que la pantalla se encendiese— Olvidó su teléfono, parece que nunca cambiará.

4 llamadas perdidas. 7 mensajes sin abrir. 1 mensaje no enviado.

Su madre dio una respiración profunda —Él tiene miedo de que ese sea su futuro, Kouji.

—Yo también.

El mensaje a medio escribir lo fulminó desde el monitor pequeño. "Kouji, otouto-chan, yo...

... lo siento. "

V

Última parada.

Cuando unos minutos se sienten como eternidades infinitas, toda cuestión más que el tiempo y su juego constante se materializa. Cuando el silencio llena los pulsos de la vida, cuando se vuelve tan lento que parece permanecer inalterable. Quizás eso hubiese sucedido con su cuerpo, quizás el tiempo de su cuerpo se había ralentizado tanto en la escala de la existencia que no podía avanzar, que parecía perpetuarse como un niño destinado a no crecer.

El país de Nunca Jamás... La historia de Peter Pan jamás se había sentido tan cercana.

Sus ojos siguieron el movimiento de las puertas del vagón hasta que terminaron abiertas de par en par. El Trailmon no insistió en que se bajase, pero sus pasos torpes lo hicieron moverse como un autómata, como una máquina moviente con destino prefijado. Se detuvo frente a la puerta y respiró profundamente antes de dar un paso hacia el exterior.

No necesitaba mirar en donde se encontraba. La oscuridad lo había acompañado desde que se subió en el vagón, lo había consolado en las noches de duda y parecía ser el más fiel de sus acompañantes.

Pero sus ojos se abrieron cuando divisó unos ojos rojos como la sangre. La respiración se le cortó de forma instantánea. Eran unos ojos amables y suaves. Un contraste totalmente único. No podía distinguir su sonrisa porque sus labios estaban cubiertos pero era perfectamente capaz de saber que estaba allí, aunque oculta.

Löwemon.

Era más alto de lo que pensaba y lo recibió con un abrazo interminable, como un padre que se reencuentra con un hijo. Se sintió pequeño, más pequeño de lo que nunca habría sido. Pero era real. Tan real como el mismo se sentía. Cálido y real.

—Bienvenido de nuevo —saludó el guerrero de la oscuridad, aunque sus palabras sonaban más tristes de lo que deberían— Cherubimon-sama estaba seguro que vendrías.

—¿Cherubimon? —inquirió Kouichi, aturdido. Las lágrimas se habían agolpado en sus ojos por una emoción desconocida e indescifrable— ¿Han regresado los Tres Ángeles?

El guerrero de la oscuridad asintió —Para nosotros ha pasado toda una vida, Kouichi. Tanto o más de lo que puedes suponer.

—Löwemon —musitó él, incapaz de pensar en otra cosa que en lo que lo había arrastrado hasta ese sitio, en primera instancia— ¿Qué me está pasando?

—Lo siento, Kouichi.

—¿Qué es? —insistió. Löwemon desvió los ojos del rostro infantil, como si estuviese avergonzado —Dímelo, por favor —ante el silencio, se detuvo—. Necesito saberlo, Löwemon...

—Que estés aquí es la respuesta a porque no se debe jugar con cuestiones de vida o muerte.

—¿Qué quieres decir con eso? —cuestionó, con inquietud.

Podía escuchar las palpitaciones retumbar en su pecho. Estaba seguro de que su acompañante también podía percibir los latidos que se aceleraban. El miedo y el terror impulsaban el motor que movía su cuerpo.

—Deberías haber muerto en la batalla contra Lucemon. Que sobrevivieses no es algo que debas llamar milagro, Kouichi. Yo diría que es más bien una maldición.

VI

—Es inútil que sigas así, Kouji —gruñó Takuya. Junpei y Tomoki desviaron la mirada de la escena, intimidados por el enfrentamiento y el dolor que percibían. Izumi concentró sus ojos en la expresión helada de Minamoto y en la furia ardiente de Kanbara— ¡Kouichi te necesita!

—Se marchó, Takuya. ¡Se marchó! —declaró él, mordaz. Tomoki se estremeció, la noticia de la misteriosa desaparición de Kimura se había propagado como una plaga. Muchos sitios con su cara, respuestas miles al enigma de su rastro abandonado— Nadie se lo pidió. Lo hizo por su propia decisión. No le importaron quienes quedamos atrás.

El llanto de Tomoko Kimura se había grabado en el corazón de todos quienes lo escucharon pero las lágrimas secas en los ojos de Kouji fueron aquellas que destruyeron la voluntad de sus amigos.

—¿No vas a ir a buscarlo? —inquirió el aludido. Los ojos castaños ardían con la intensidad del fuego mismo— ¡Es tu hermano, maldita sea! Si Shinya desapareciese...

—¡Yo no soy como tú, Takuya!

—No, no lo eres. Ni siquiera eres mismo. Te has vuelto cobarde. Sólo ha estado ausente un par de días y ya te has resignado. El Kouji que conozco no haría eso.

—Él no va a volver —anunció. La firmeza de sus palabras le quemó la garganta, la amargura de sus ojos tiñó toda su expresión— Sé que no va a volver, Takuya.

La duda congeló la expresión del antiguo guerrero del fuego pero la terquedad era algo que había ganado con los años. Y refulgía en su mirada como Agnimon lo hizo cuando se encontraron la primera vez.

—No puedes darte por vencido. Sino lo ayudas ¿quién lo hará?

—¿Y sí él no quiere ayuda?

Una mano salió de la nada y Kouji se tocó la mejilla dolorida. Takuya miró atónito la furia que brillaba en la mirada de su novia. Izumi Orimoto tenía los ojos llenos de lágrimas mientras recibía cuatro pares de ojos sorprendidos por su arrebato.

—¡Claro que quiere ayuda! —ella gritó, el llanto le comprimía el corazón. Sus compañeros no podían hacer caso omiso de su dolor— ¡No pide ayuda porque nunca ha sabido pedirla! ¡Yo sabía que algo estaba mal! ¿Cómo crees que eso me hace sentir?

Takuya se sintió impotente cuando Izumi hundió su rostro en su pecho. La retuvo contra sus brazos, procurando calmar el llanto que la aprisionaba. No sabía que decir, sabía cuan importante era Kouichi para ellos. ¡Era uno de sus mejores amigos! Un compañero de batalla, un hermano que habían obtenido.

—Iremos a buscarlo —declaró. Sus ojos aplastaron la mirada azul oscura mientras abrazaba a Izumi con más fuerza— Contigo o sin ti.

El sonido de cinco celulares interrumpió cualquier respuesta. La voz aparentemente indiferente de Ofanimon invadió el cuarto, penetró sus oídos y llenó sus corazones. Kouji se congeló en su sitio cuando notó que las palabras aguijoneaban en su corazón. El pasado, el presente, unidos en el mismo sendero que había atravesado alguna vez.

Todos los misterios relacionados contigo, serán revelados.

VII

¿Estás seguro de que esto es lo mejor, Kouichi?

Levantó el rostro cuando la puerta se abrió. ¿Había llegado a la estación? ¿Estaban donde debían estar? ¿Por qué había obedecido a Löwemon si estaba mejor en el continente de la oscuridad, al resguardo del futuro?

Necesitas despedirte de ellos, sí esta es tu decisión.

Incómodo, inquieto, temeroso. Se incorporó en su asiento y enfrentó su reflejo. Su yo de once años, su yo eternamente condenado. El niño que no envejeció, el niño del tiempo congelado. Sus labios temblaron, las lágrimas se ahogaron y el dolor estalló.

Que sobrevivieses no es algo que debas llamar milagro, Kouichi. Yo diría que es más bien una maldición.

Kouji no fue el primer rostro que vio sino el último. Sus amigos habían ido a su encuentro, al último. A la despedida. Apretó las manos y se mordió el labio, la decisión tomada mientras miraba sus expresiones perdidas.

Tan tristes. Tan esperanzadas.

Casi era como volver a abrir los ojos y verlos allí, rodeando su cama. Casi era como un ensueño, como saber que todo volvería a la normalidad. Como si las cosas tuviesen otro final.

Uno mejor.

—¿Hola? —dudó Takuya. El Takuya adolescente, que había perdido los googles y el sombrero pero no su espíritu. El fuego en su mirada incendiaba todo a su alrededor— ¿Hay alguien aquí?

Vives gracias al poder que reside en este mundo. Vive gracias a que tú tiempo se ha detenido. Si hubieses avanzado, habrías terminado en la muerte.

—Que extraño. Ofanimon nunca nos había llamado en vano.

Tragó pesado. Sonrió con tristeza al ver a su hermano y a sus amigos. Era conciente de que ellos no podían verlo, en realidad. Algo de eso le habían explicado los Tres Ángeles cuando les habló de la decisión de ir a verlos, por última vez.

Sus ojos estudiaron las cinco figuras presentes. El largo cabello rubio, la furia en la mirada del castaño, el triste semblante del mayor, los ojos angustiados del menor... La máscara helada de Kouji.

Un acto de amor, un milagro, una maldición. Puede ser cualquier cosa que le digas, el resultado es el mismo. Seguirás viviendo, eso era lo que desearon para que abrieses los ojos. Nunca cambiará.

Seguirás viviendo.

—No entiendo nada de esto —se quejó Junpei, en voz alta— ¿Quién nos habrá llamado aquí? Estoy seguro que era la voz de Ofanimon.

—¿De verdad quieres que te olviden? —dudó Löwemon. Se había negado a dejar solo al niño que sería su protegido desde que lo había visto llegar al continente de la oscuridad.

—No —murmuró. Sus acompañantes permanecieron en silencio. Cualquier otra persona se asombraría de todos los que estaban en el Trailmon que era invisible— Pero ellos estarán bien con eso. Así no tendrán que preocuparse por lo que me suceda de ahora en adelante.

—¿Seguro?

—Sí ellos recuerdan que desaparecí, no se quedarán en paz. Si me quedo aquí, no podré soportarlo —la voz le tembló— No puedo soportarlo. Es mejor que... Las cosas sigan su rumbo.

—Kouichi...

Los ojos de Kouji le cortaron la respiración y el suspiro de sus labios pareció hundir en penumbras aquel Trailmon que nadie podía ver. Sabía que su hermano realmente no lo veía pero Kouichi sintió los ojos azules clavarse en su rostro, como si pudiese percibirlo a través del las paredes que los rodeaban, que lo volvían invisible.

Seguirás viviendo...

Nunca cambiará.

—Si me olvidan... —volvió a suspirar, como si expulsar el aire fuese necesario pese a lo doloroso que se sentía. Cerró los ojos— No, cuando me olviden, ya no importará porque... Yo siempre los recordaré. Eso es simplemente suficiente.

(***)


N/A: Tuve esta extraña idea después de ver un capítulo de Digimon Frontier y la letra de la canción apareció también mientras escribía, así que la titulé de esa forma (¿se nota que estoy enviciada con estos chicos?).