Era definitivo, se iba. Vio meter las maletas en el coche y supo que se iba. ¿A dónde? ¿Por cuánto tiempo? Tenía que impedir que se fuera.

- ¡Eh, espera! – exclamó, corriendo hacia ella, cosa que sólo hizo que la morena metiera las maletas con prisa. – No te puedes ir – declaró Blanca, agarrándola por el brazo, parando su camino al interior de la casa, la cual tenía las cortinas echadas, las ventanas cerradas y las persianas abajo.

- Sí que puedo - dijo de manera simple, pero sin romper el contacto.

- No, no puedes, ¿y Henry? – cuestionó, dispuesta a hacer que se quedara. No podía irse.

- El estará bien con vosotros. Emma es buena madre, al igual que tú y David. Es lo mejor – dijo tristemente, sin poder ocultar sus sentimientos.

- P-pero... ¿y el ayuntamiento?

- Nadie me quiere para gobernar, no voy a quedarme. Te educaron para reinar, y al fin y al cabo, eso es gobernar. Puedes hacerlo, lo sé

- Pero... ¿y mi hija?

- Mi relación con Emma es algo imposible. Nos queremos, sí, pero va a sufrir, y no es justo. Ya ha sufrido demasiado por mi culpa. – contestó con simpleza.

- ¿Y yo? ¿Acaso yo no te importo? – dijo en un susurro, con lágrimas en los ojos, al ver como inevitablemente, Regina se iría, probablemente, para no volver.

- Blanca, cariño, no hay segundas oportunidades para nosotras. Sé que en un pasado, fui como una hermana mayor para ti, que tenemos recuerdos buenos, aunque los malos los superan. Nos hemos hecho muchísimo daño, y ya lo hemos intentado, pero es imposible que podamos llevarnos bien de nuevo. Te odié tanto como te amé, pero ahora... Esto es lo mejor, lo sé – dijo, con lágrimas en los ojos, acariciándole el brazo.

Porque era mejor si se iba. Era mejor si ya no volvía. Sí, mucho mejor, aunque no se lo terminara de creer.

- No... ¡no puedes dejarme, tú no! – gritó rabiosa, llorando como nunca antes. – ¡Me prometiste estar a mi lado!

- ¡Es imposible! ¡Sufrirás, yo... yo no puedo! – estalló la mujer, abrazándola. Creía en que una buena relación con ella era posible, y su en su futuro con Emma y Henry. De verdad lo creía. Pero aún así...

Se separó de ella, montó en su coche, y se marchó. Mucho mejor así. Llegó hasta la frontera, y con las manos temblorosas, cruzó el pueblo.

Despertó envuelta en sudor frío, se levantó de la cama, y cogiendo una gabardina, salió de casa.

Anduvo quince minutos sumida en llanto por aquella pesadilla, y cuando llegó a su destino, toco la puerta y el timbre simultáneamente hasta que la puerta se abrió.

Y tras horas de llanto, durmió. Una pesadilla. Sólo eso. Una en la que ella ya no estaba ni iba a estar en su vida.

Podía parecer extraño que tras todo por lo que habían pasado, tuvieran aún esos momentos, pero eso era porque nadie excepto ellas dos sabían absolutamente toda la historia.

Pasara lo que pasara, siempre serían madre e hija. Siempre