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Disclaimer: Ningún personaje me pertenece, solo la idea de este relato.
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Observa su reflejo. Lanza una carcajada maniática y dolorosa. Su garganta escocida por el continuo llanto y los continuos gritos y aullidos, arde con violencia amenazando abrir llagas si no se detiene en ese mismo momento.
Él no lo hace.
Sigue en lo suyo. Se abandona a esa carcajada-lamento.
Pasan los segundos y luego los minutos y la carcajada paulatinamente se torna en llanto.
Su cara ofrece una imagen lamentable. Sus profundos ojos azules están rojos de tanto llorar, las arrugas disfrazan su cara como si no se tratara de un hombre que aún no llega a la veintena de años, su cabello lo cubre parcialmente.
Es uno de sus peores días. Tal vez solo superado por el día anterior.
El día en que abrió los ojos y se obligó a reconocer la oscuridad que se escondía en la mirada de él. El día en que se quedó solo. Su hermano no lo perdonaría.
Aberforth lo vio por primera vez en su vida con odio, o tal vez decepción, o resentimiento o todo eso junto. Después de todo, él había elegido ese día para dejar atrás la perfección que había presumido siempre detrás de esa falsa modestia. Lo había elegido para fallarle a Ariana. Pero Aberforth no se detuvo demasiado en ese odio contemplativo, corrió a sostenerla entre sus brazos. Parecía que habían pasado horas desde que fueron golpeados por el conocimiento de su muerte, pero si hubiera llegado solo una fracción de segundo antes, la habría alcanzado al vuelo y ella no hubiera tocado el suelo.
Gellert dio un paso atrás horrorizado, pero sus ojos delataban el miedo egoísta que lo embargaba. Otra vez tendría que huir y todo por una niña completamente prescindible. No transcurrió otro segundo antes de que escapara como la rata que era.
Y así, solo quedaron los hermanos, con los escasos lazos que los unían rompiéndose como se había roto la vida de Ariana.
Solo quedaban ellos dos.
— ¡Lárgate! —Consiguió articular su hermano entre sollozos.
Y él se largó.
Preparó el velorio, durante el cual todos le daban el pésame a él. Nadie a Aberforth. Supuso que sería lo mejor, su hermano parecía un animal salvaje enjaulado.
Pero Aberforth siempre era lo que parecía y en cuanto se vio liberado por el mismo dolor que lo había aprisionado, se arrojó contra Albus y le rompió la nariz, no sin antes gritarle un par de cosas, que tenían, hay que decirlo, la cualidad de ser verdaderas. Dolorosas y verdaderas.
Los pocos asistentes, lo vieron con pena a él y reprobadoramente a Aberforth. Albus detuvo su hemorragia y continuó con la reunión de despedida de su hermana. Esa que en vida, no había tenido ninguna.
Ahora por fin está solo. La culpa, la desesperación, la rabia, el dolor, por fin pueden reclamar el lugar que les corresponde.
Pasan las horas y los espasmos de llanto y de risas maniáticas se van ralentizando hasta dejarlo en aparente calma.
Con un movimiento de varita y un poco de dolor consigue que su nariz vuelva a lucir normal.
Aún observando su reflejo, reprime el llanto, vuelve a tomar su varita y destroza la prominente nariz del hombre del espejo sin preocuparse por detener la hemorragia.
No se va a morir por desangrarse un poco.
No tiene tanta suerte… y después de todo, la gente puede sobrevivir con el corazón roto.
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Bueno, pues aquí les dejo un pequeño relato sobre la muerte de Ariana. Ojalá que a alguien le guste. Espero volver a publicar con regularidad, aunque sean relatos cortos.
