"Muchas personas creen, explícita o implícitamente, que nuestros recursos para el amor romántico, la intimidad y la conexión son finitos, que nunca hay suficiente para todo el mundo y que, si le das parte a una persona, debes estar quitándoselo a otra.Nosotras llamamos a esto una «economía de la escasez»"

(Easton y Dossie, Ética promiscua)

La economía sin escasez

1. Sobre el amor cortés de los hétero y la escasa moral de los gays

Apenas descendió del avión, la ráfaga de aire caliente le pegó una cachetada. Pensó que iba a desmayarse; también contempló la idea de tomar el primer vuelo que saliera de vuelta a Manchester, pero recordó inmediatamente por qué estaba allí. Amelia. La figura femenina usaba un vestido corto de viscosa, muy liviano que acentuaba todas sus curvas de manera elegante, Arthur se olvidó del calor y acortó la distancia, dejó su maleta en el suelo, los brazos tostados de la rubia se ajustaron alrededor de su cuello y su risilla hizo cosquillas desde sus oídos hasta su pecho.

-Artie- suspiró ella en su oído, seguro que se había puesto rojo hasta las orejas. No estaba acostumbrado a esas formas de afecto tan efusivas. Como no se veían tan seguido, la parte física de la relación aún era nueva y excitante.

Caminaron por el estacionamiento hasta el Corvette azul descapotable y con la velocidad el viento fue calmando los casi 35 grados de calor húmedo de Jacksonville. Por mientras ella hablaba rápidamente acerca de todo lo que harían los próximo tres meses. Arthur debía ir a entrevistas de trabajo y una vez que tuviese una oferta concreta por fin podría tramitar su visa laboral y luego... el tiempo diría.

El departamento de la joven era pequeño aunque tenía un lindo balcón con vista al río. A petición de él, no había fiesta de bienvenida hasta el sábado, así tendría dos días para acomodarse. Por lo pronto, se echaron en el sillón, Arthur abrumado por las catorce horas de viaje y ella por fin durmiendo en paz luego de que la ansiedad por la llegada de su novio la tuviera en vilo por una semana.

Despertar juntos fue extraño, lo habían hecho algunas veces en Inglaterra, pero bajo el contexto de que se iban a quedar él a la pensión de ella o ella a la casa donde él vivía con sus padres. Claramente despertar juntos sabiendo que vivían bajo el mismo techo- aunque no fuese permanente - era distinto. Ella estaba despeinada y él ojeroso, seguro con mal aliento. Ella le dio una sonrisa y se metió al baño y él fue a poner la cafetera y tetera, al salir ella de la ducha él tenía el desayuno listo y comieron juntos antes de que Arthur se arreglara y saliese en su primera jornada de búsqueda de trabajo.

Tenía el corazón acelerado. Normalmente él era muy convencional, pasivo incluso. La idea de haber cruzado un océano para estar con una novia a la que había conocido solo unos meses le parecía una locura. Pero echarla de menos lo estuvo matando. En ese momento prefería sentirse loco buscando empleo con un gps en una ciudad desconocida que estar un día más lejos de ella.

En dos días acabó de vendedor en una tienda de libros, cds, dvds y video juegos usados. El dueño era un tipo de mediana edad que iba media jornada - seguro nunca - a la tienda y el resto del tiempo estaba un chico joven muy hablador y risueño. Arthur no veía eso como el trabajo soñado, pero sí como una opción para mientras encontraba algo en su área, las estadísticas, así que tomó media jornada.

En un principio apenas toleraba la presencia del "otro tipo". Alfred no solo era muy alegre, sino conversador, ruidoso y al parecer tenía esta espantosa necesidad de ser sociable con los clientes, hasta medio coqueto y esto era con mujeres y hombres. En especial con los hombres. Daba igual, la sexualidad de su compañero de trabajo era algo que francamente le traía sin cuidado.

El primer viernes de su primera semana laboral, Amelia le esperó con una cena casera y esa fue la primera noche que finalmente perdieron la vergüenza y volvieron a estar juntos como antes. Con él tomándola con cuidado y ella suspirando tiernamente en su oído mientras con sus piernas lo aprisionaba hasta que Arthur se deshizo en ella.

Por la mañana la besó sin miedo, ella tampoco olía ni sabía a rosas, pero daba igual, porque era su Amelia, con sus risas, su voz musical, sus curvas y esa pequeña pancita que él apretaba para molestarla logrando que ella le pegara manotones para luego burlarse de sus cejas. Flacucho, cejón, amargado. Él la miró intensamente, sabía que la ponía nerviosa. Comenzó a reirse.

Eres malo, amo, odio, amo tus ojos verdes.

Él lo sabía. Ella se sonrió.

Me he enamorado de un cínico.

Enamorada... Aún le costaba trabajo creerlo. Pero lo llenaba de alegría así que llegó a la tienda sonriente y hablador.

Parece que alguien tuvo una buena noche. Alfred se sonrió travieso como un colegial desafiante. Arthur frunció el ceño, aguantando la risa. No seas impertinente.

Me has dado la razón.

No quiso seguir hablando con él porque Alfred no podría entenderlo. Se conocían poco, no correspondía hablar con él de su novia. Además una persona como él que siempre sonreía a todo mundo y salía con tantos tipos distintos, no entendería el concepto de que él se emocionase por tener una intimidad exclusiva con su novia y eso le hiciese feliz. Alfred no era un tipo tradicional y resultaba que Arthur sí lo era; en todo.

Desde que te conozco has salido al menos con cuatro distintos. Y cual es el problema. No lo sé, es solo que te conozco hace menos de dos meses. Pues eso significa que todos quieren conmigo. Arthur rió la ocurrencia. Ni que estuvieras tan bueno. Eso depende de cada quien, ¿tú qué crees?. La pregunta lo pilló descolocado. No lo sé, no soy gay. Yo no soy hétero, pero sé cuando una chica es bonita.

Vaya ocurrencias, tenía razón de todos modos. Supongo que no estás nada mal. Tú tampoco estás nada mal. Se sintió bien escucharlo, no lo dijo en voz alta, ni esa vez ni a futuro, pero esa vez se sintió poderoso. Alfred no estaba NADA mal. Tal vez usaba demasiadas sudaderas con capucha lo cual era bastante soso, pero los jeans le quedaban bien y cuando estaba con camiseta, el algodón se pegaba adecuadamente en sus pectorales y biceps. El marco delgado de sus gafas resaltaba los ángulos de sus pómulos, su quijada y sus ojos azules. Su cabello color miel estaba cuidadosamente cuidado por un barbero, siempre olía bien.

¿Me veo bien?, había preguntado una tarde en que tenía una cita. Eres un pavo real, le dijo como toda respuesta. ¿Eso significa que sí?. ¿Mi opinión importa?, No en especial.

Siendo honestos y dejando todo temor por parecer marica, Alfred era bastante guapo. No había que ser gay para darse cuenta, aún así, no le daría el gusto en decírselo.

¿Dónde conoces tantos tipos?. Dijo un día solo por curiosidad, no era que le interesara realmente. En Grindr. Arthur no tenía idea de qué era eso, Alfred se había reído de su inocencia. Es una app. Ya,como un facebook gay. No, como un pokemon go gay... te dice qué tipos están cerca tuyo y si te gustan les hablas. Adorable, y luego qué. Luego te los tiras. Ok, era esperable, pero la crudeza con que lo decía fue inesperada. ¿Nunca has salido con alguien en serio? Nunca me he enamorado así que...

Pues follando tipos por Grindr no lo harás. Tampoco es que lo pretenda, suena complicado... acostumbrarte a una persona, luego estar ahí... tooodos los días y un día todo lo que te parecía adorable ya no lo es y de pronto odias a la persona, terminas durmiendo con tu enemigo y destruyendo tus ilusiones... no sé, yo paso. Por Dios... eso es tan poco realista. La monogamia es poco realista...

Guau. No hubo más comentarios al respecto.

Arthur agradeció que esa no fuera su vida. Una vida de follones a través de una app, donde siempre había que verse bien, donde nadie te esperaba en la noche. Él podía andar despeinado y con una camisa desabrida y Amelia le decía guapo y lo miraba con un rostro embelesado y le daba un beso lleno de risas y hacían el amor y luego en la mañana se daban besos con mal aliento, se servían desayuno y planificaban su día, su fin de semana y su futuro.

Aún así... una mañana de pocos clientes, solo de aburridos terminaron revisando el Grindr desde el movil de Alfred. Entonces supongo que te ayudaré a elegir tu próxima cita. Alfred parecía divertidísimo con la idea y salió un desfile de tipos sin camisa, descripciones que parecían estrategias publicitarias y mensajes que iban directo. Preguntar si eres activo o pasivo apenas te saludan me parece terriblemente mal educado. Bueno, van directo al grano. Qué básico es todo...¿No?. Ese está cerca. Primero debes ver si está interesado.

Entonces el tipo, como leyendo la mente del inglés, mandó foto de su erección. Creo que está interesado, rió Alfred de buena gana y Arthur debió ir a ordenar libros, rojo de vergüenza, mascullando acerca de la poca moral de la juventud gay de Jacksonville.

La juventud gay no tiene verguenza en ninguna parte... en ningún país... menos en los tiempos de Grindr.

Arthur pensó en que él solo conoció a Amelia en una biblioteca de su universidad, la encontró bonita, se hizo el caballero, la invitó a un café, a varios, y luego vino el primer beso. Ella había sido muy adorable y hasta tímida, había tapado su barriga la primera vez que se vieron desnudos; una tontería, porque su vientre era suave como sus muslos y como su cabello y como ella misma. Arthur podría haber trazado un laberinto solo para perderse en ella y seguir intentando encontrarla para siempre.

Todo el cuento de la inmediatez de Grindr le parecía un insulto al concepto de romance que él tenía. Pero nuevamente. Él estaba preso de sus convenciones.