Esta historia no es mia, sino de Mary Lyons. Los personajes son de la genial Stephenie Meyer.
Capítulo I.
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Y bien… ¿Disfrutaste de la fiesta? ¿Fue en verdad una sorpresa?
Los ojos azul zafiro de Rosalie Cullen brillaron, divertidos, y sus labios dibujaron una amplia sonrisa cuando entró en la espaciosa sala de estar del penthouse.
—La respuesta a tus dos preguntas es sí—le dijo a la joven que estaba sentada ante la larga mesa, al otro extremo de la habitación—. Aunque tengo que decirte, Alice—agregó, arrojando su portafolio sobre una silla cercana—, que ¡podrías habérmelo advertido antes de irme a trabajar hoy!
—Ah, pero entonces no habría sido una sorpresa—señalo Alice con lógica aplastante, mientras corregía el último de los libros escolares amontonados sobre la mesa ante la cual estaba sentada. Lego de sonreírle a Rosalie, añadió—: Además, los de la oficina estaban muy contestos de que te hayan ascendido. No sucede todos los días que alguien empiece desde abajo y termine convirtiéndose en director de la empresa. Tus compañeros se tomaron mucho trabajo para organizar la fiesta. No me habría gustado aguarles la convivencia.
—Sí, bueno… debo admitir que fue divertido—convino Rosalie. Se quitó la chaqueta de color azul marino de su nuevo traje sastre y la puso sobre el portafolio. Luego se dejó caer en un sofá y, suspirando con alivio, se despojó de las sandalias azules de tacón alto que llevaba.
—Pareces cansada.
—Sí… lo estoy—Rosalie bostezó mientras se echaba hacia atrás sobre los cojines—. Aparte de la fiesta en el bar, esta tarde, tuve un día muy ajetreado en la oficina. ¡Wall Street pareció volverse loco esta tarde! —contuvo otro bostezo—. Además, tampoco puedo decir que espero con ansias el día de mañana. Se supone que una reportera de una revista de negocios va a entrevistarme. Al parecer está escribiendo un artículo titulado "Mujeres de éxito de la ciudad".
—¡Vaya… al fin la fama! —exclamo Alice, riendo.
Rosalie hizo una mueca.
—En realidad, si estamos atareados en la oficina, me parece que tratar de explicar todas las complejidades de la Bolsa de Metales de Londres a alguien que no sabe absolutamente nada del tema, va a resultar muy difícil —se encogió de hombros—. Sin embargo, ya basta de hablar de mí. ¿Cómo se portaron tus pequeños…?
Alice, quien daba clases en un colegio ubicado en una zona difícil de la ciudad, se encogió de hombros.
—Los niños se portaron bastante bien hoy, gracias a Dios. Pero la verdad es que la mayoría de los que tienen doce años, parecen no saber nada de matemáticas… ¡y les importa un pepino!
—Ojalá pudiera volver a tener doce años—dijo Rosalie en voz baja, melancólica —. Desde luego no necesitaría que mi jefe, Alex Dunton, me informara que cuando llegue a los veintiséis, dentro de un poco más de un mes, ¡todo va a ir cuesta abajo!
—¡Oh, pobrecita… ya estas vieja! —dijo su amiga con burla, mientras, sonriente, atrapaba el cojín que Rosalie le arrojó—. De todas maneras, ya sabes que Alex te dice eso porque quiere que te cases con él, ¿verdad?
—Bueno… sí, supongo que sí.
—Por cierto, ¿ya le dijiste que todavía no te has divorciado; que, en realidad, todavía estás casada con Emmett?
Rosalie se sonrojó.
—No exactamente. Quiero decir…
—¡Oh, Rosalie… ¡no tienes remedio! —exclamo Alice, moviendo la cabeza mientras contemplaba desde el otro lado de la habitación la larga cabellera dorada de su amiga. Peinada hacia atrás como la melena de un león, brillaba, iluminada por la tenue luz de la lámpara que estaba sobre la mesa, junto a ella—. ¿Cómo es que puedes tener tanto éxito en los negocios… y, por otra parte, tu vida personal esté hecha un desastre?
Rosalie suspiró. No era de extrañar que Alice pensara que debería hacerse un examen psiquiátrico. Tal vez era tonto… si no es que realmente absurdo… que todavía estuviera casada con un hombre al que no veía desde hacía casi cinco años. Sin embargo, ahora que los periódicos habían estado informando acerca del regreso de su esposo de Australia, al parecer, decidido a darse a conocer en la City de Londres, resultaba obvio que ya era hora de que ella tomara una decisión acerca de su futuro.
El apellido Cullen no era muy poco común y, hasta entonces, nadie parecía sospechar que ella tuviera alguna relación con el conocido empresario Emmett Cullen. Durante los meses anteriores casi no había pasado ningún día sin que su nombre fuera mencionado en la prensa especializada, y los artículos hablaban sobre todo de la rapidez con que estaba abriéndose paso en la City, posesionándose de una compañía tras otra.
Sin embargo, si no podía tomar una decisión en cuanto a divorciarse de Emmett… Rosalie estaba segura de que no quería casarse con su jefe, Alex. Le tenía mucho cariño, por supuesto, pero sabía que no lo amaba.
—Admito que… bueno… parece que necesito poner en orden algunos asuntos de poca importancia en mi vida—dijo Rosalie a su amiga con aplomo.
—¿Algunos asuntos de poca importancia…? ¿A quién quieres tomarle el pelo? —pregunto Alice, riendo—. Sinceramente, Rosalie… eres una típica mujer de Leo. ¡Eso no es cierto!
—¡Oh, por Dios! ¿Ya vas a comenzar con esas tonterías del zodiaco?
—No son tonterías—protesto su amiga—. Incluso cuando íbamos al colegio solías dominarnos a las demás y nunca admitías que eras capaz de cometer errores. ¿Y quién podría olvidar el escándalo que armaste aquel año en que no te eligieron para hacer el papel de María en la pastorela de Navidad? —preguntó Alice, riendo.
—Sí, bueno… eso pasó hace mucho tiempo—dijo Rose con firmeza—. Además, tengo algunas buenas cualidades. ¿No?
Alice sonrió.
—¡Por supuesto que las tienes, tonta! Además de ser hermosa y elegante, por no decir también inteligente… eres una de las pocas personas más bondadosas que conozco — a pesar de lo que ella pudiera decir, Rose, quien definitivamente era una típica mujer Leo, agradecía que alabaran sus virtudes. ¿Y por qué no?, se pregunto Alice. Porque era cierto que Rosalie Cullen fue amable y generosa con ella y con muchas de sus amigas menos afortunadas. Era una tragedia que su amiga se hubiera casado con un hombre cuyo signo zodiacal fuera el mismo de ella. Sólo lo había visto unas cuantas veces, pero resultó fácil para Alice darse cuenta de que Emmett Cullen era una persona más típica de Leo, que su esposa. Así que la fuerte explosión que provocó el encuentro entre dos grandes egos, redujo su matrimonio a escombros.
—El hecho de que, después de cinco años de separación, todavía esté casada con Emmett ¡no es más que una simple formalidad! —le dijo Rosalie a la otra mujer, haciendo caso omiso a las risas de ésta—. Además, si aún no me he divorciado, es que… bueno, lo que pasa es que he estado trabajando mucho, eso es todo.
—¡Sí, claro…!—declaró Alice con escepticismo, levantándose de la silla—. Es tarde, ya es hora de que me vaya a acostar. Pero antes que lo haga, espero que recuerdes que es conmigo con quién estás hablando: tu vieja amiga del colegio, quien te conoce desde el año de la nana. ¿De acuerdo…?
—¡Está bien, está bien! —exclamo Rose, sonriendo con timidez.
—Y, hablando de viejas amigas del colegio—agregó Alice, deteniéndose en la puerta de su dormitorio—, tu prima Bella telefoneó desde Nueva York para saludar. Le dio mucho gusto enterarse de tu nuevo puesto en la empresa.
—Fue muy amable de llamar—dijo Rose, esbozando una cálida sonrisa al pensar en su prima. Crecieron juntas y la quería como una hermana.
—Al parecer, Edward tiene la intención de llevar de viaje de fin de semana a bella, solos, y las niñas se quedaran con una amiga. El próximo lunes se celebra en Estados Unidos el día de la Independencia y, según o que dijo Bella, la gente va a tener un largo fin de semana de descanso.
—Me parece una buena idea. Sé que a Bella le vendría bien un descanso. Aunque ahora tendrán cinco años, supongo que las gemelas son todavía una verdadera lata.
—¡Ya lo creo! —exclamo Alice, riendo, antes de decir buenas noches y cerrar la puerta de su dormitorio.
Como sabía que le esperaba un largo día, Rosalie decidió seguir el ejemplo de su amiga. Por desgracia, una hora después, estaba acostada mirando fijamente el techo, sin poder dormir. Pasó un rato antes que se diera cuenta de que además, ¡estaba hambrienta! Aparte de haber trabajado hasta tarde en la oficina, estuvo en la fiesta que sus amigos le organizaron para celebrar el que la hubieran nombrado directora de la empresa, de manera que no había comido nada. Si no llenaba el estomago, le iba a resultar imposible conciliar el sueño.
Luego de ponerse una bata de algodón, fue a la cocina. Llevaba apenas dos meses de vivir en el nuevo departamento, de manera que Rose no sabía bien todavía cómo funcionaban la mayoría de los ultramodernos aparatos. Quizás si ella y Alice no tuvieran empleos tan agotadores, podrían disponer de más tiempo para dedicarlo a la cocina. Tal como estaban las cosas, sólo sabían manejar el horno de microondas, la tostadora de pan y la tetera eléctrica.
Encogiéndose de hombros, Rosalie se preparó un emparedado de jamón y luego fue a lo que el agente inmobiliario había considerado "un enorme recibidor". No tenía el tiempo ni las ganas de organizar "recepciones", pero cuando regresaba a casa por la noche, exhausta después de trabajar todo el día en la City, no podía menos que admirar la profunda sensación de serenidad que le producía la amplia sala alfombrada. Tal vez su trabajo era extenuante, pero tuvo mucha suerte, se dijo, al poder no sólo darse el lujo de comprar el penthouse junto al río, en Wapping, sino también al lograr convencer a Alice, su vieja amiga del colegio, de que compartiera el apartamento con ella.
Alice no tenía un centavo, por supuesto, pero no importaba. En realidad, sólo acepto de su amiga una pequeña suma de dinero en calidad de renta. Después de la muerte de su padre, hacia más de un año, Rose solo tenía un pariente, su prima Bella, pero ésta vivía en Estados Unidos. Así que ella y Alice, quien tampoco tenía familiares, podían hacerse compañía mutuamente.
Rosalie se preparó una taza de chocolate caliente y salió al pequeño balcón que daba al río Támesis. Aunque cayó un ligero chubasco esa tarde, ahora la noche era clara y cálida y soplaba una brisa suave que agitaba las cuerdas y velas de los pequeños botes atracados en la marina, a los lejos.
Era una pena que no hubiera contestado la llamada telefónica de su prima. Sin embargo, estaba contenta de que el esposo de Bella, Edward Cullen—a pesar de ser ejemplo perfecto de un profesor distraído—, se había dado cuenta de que su esposa necesitaba unas cortas vacaciones.
Rose sonrió para sí al pensar en su prima y en su esposo, quien nunca parecía tener los pies en la tierra. Sin embargo, no había duda de que, a pesar del bajo salario que recibía como profesor de filosofía en la Universidad de Columbia y del hecho que tenían dos niñas pequeñas a quienes vestir y alimentar, su prima y su esposo eran muy felices juntos.
Rosalie debía ir a visitarlos en Septiembre. Pero sólo Dios sabía dónde dormiría. El departamento situado en la calle Riverside era muy pequeño. Sin embargo, Bella rió cuando le hizo un comentario al respecto.
—¿Pequeño…? ¡Ja! Sinceramente, Rose, no tienes la menor idea de los caros que son los inmuebles en Nueva York. Quizás tú ganes casi un cuarto de millón de libras al año…
—Oye… ¡no gano tanto así!
—… pero si Emmett no le hubiera retorcido el brazo a Edward para obligarlo a aceptar el dinero, no habríamos conseguido ni siquiera una caja de zapatos. Ya sé que no te gusta que hable de Emmett—añadió—, pero en realidad ha sido muy amable y generoso.
¡Emmett! Rosalie se movió, inquieta, en su silla. Si existía alguna persona en quien no quería pensar, ésa era el hermano mayor de Edward. Ese hombre era también su propio esposo: Emmett Cullen.
El hecho de que Bella y ella se hubieran casado con dos hermanos era algo que resultaba mucho más probable que sucediera en las novelas que en la vida real. Por desgracia, la situación en que se encontraba nada tenía de novelesca… además, debía encontrar una solución lo más pronto posible.
Cuando los padres de Bella murieron trágicamente en un accidente aéreo en París, la niña, quien entonces tenía once años, se fue a vivir con Rose y sus padres en la vieja casa solariega que formaba parte de una propiedad, la cual perteneció a la familia Hale durante generaciones.
Vera Hale, hermana de la madre de Bella y su esposo, Julian Hale, el socio más antiguo de una firma de abogados de Plymouth, proporcionaron un hogar y cariño a su sobrina. Y siempre trataron a Bella, que tenía la misma edad de Rosalie, como si fuera su propia hija.
Rose sonrió al recordar su adolescencia, cuando ella y Bella, junto con Alice, su amiga de la escuela, pasaban las vacaciones trepando a los árboles, nadando y paseando en bicicleta por la hermosa campiña.
Incluso en el colegio, Bella siempre fue una pintora muy talentosa. Y, a pesar de no ser muy estudiosa, trabajó mucho para obtener las calificaciones necesarias que le permitirían asistir a una escuela de arte de Londres. Allí, su carácter despierto y alegre le permitió convertirse en una de las jóvenes mas estimadas de su grupo.
Rosalie, más callada y seria que su prima, se fue de casa al mismo tiempo que si prima para estudiar economía en la Universidad de Cambridge. Como realizaban estudios muy distintos y como cada una había formado un círculo de nuevos amigos, no resultó extraño que poco a poco hubieran comenzado a separarse. En realidad, sólo hasta que Bella se comprometió y se casó con Edward Cullen, un joven profesor de filosofía de la Universidad de Londres, volvieron a ser amigas íntimas.
La boda de Bella y Edward fue el momento decisivo de sus vidas. Fue la última aparición en público de Vera, la madre de Rosalie, quien muy pronto murió de una inesperada enfermedad al riñón. Además, en la boda de su prima, Rose conoció al hermano mayor de Edward, Emmett Cullen.
Muchas veces Rose se preguntó si su unión no estuvo siempre condenada al fracaso… si la profunda tristeza que sentía después de la repentina muerte de su madre y de la enfermedad desastrosa de su padre, no aceleraron simplemente el ocaso y término de su matrimonio.
La enfermedad de Alzheimer es ahora ampliamente reconocida como una forma incurable de la demencia senil. Pero en aquellos primeros años de su matrimonio, su padre sólo parecía un hombre profundamente infeliz, aunque un poco excéntrico, y los momentos en que perdía la memoria, no eran muy evidentes, incluso podrían atribuirse a una excesiva pena por la muerte de su esposa. Sin embargo, apenas seis meses después de haberse casado con Emmett, Rosalie comenzó a preocuparse cada vez más por el extraño comportamiento de su padre. Hasta los compañeros de él se asustaron con el confuso estado de ánimo de Julian Hale y lo convencieron de que buscara ayuda médica.
Afectó mucho a Rose el rápido deterioro de la salud mental de su padre, así como oír el diagnóstico oficial del médico de la familia. En un viaje a Devon, la sorprendió descubrir la gravedad del problema. Aparte del permanente estado de confusión y desorden mental de su padre, también había realizado un desfalco. Faltaban grandes sumas de dinero de la empresa y aunque sus colegas comprendían que estaba enfermo, que era obvio que no había intentado a propósito cometer un fraude, era necesario pagar el dinero lo más pronto posible.
Sólo se podía hacer una cosa: reunir la suma necesaria, vendiendo la propiedad de la familia.
No obstante, mientras Rose trataba de solucionar los problemas ocasionados por su padre, el esposo de ella la sorprendió. Emmett, quien se había hecho cargo del imperio industrial fundado por su padre, sir Carlisle Cullen, planeaba ampliar las operaciones de la empresa en el extranjero. Y, con ese propósito, Emmett preparó su inmediata partida para Australia.
Rose no podía arreglárselas con tantos problemas. Por una parte, sabía que, ahora que Bella vivía en el extranjero, ella era la única persona que podía atender los problemas de su padre. Sin embargo, por otro lado, su esposo insistió en que debía ser leal con él… e irse a vivir juntos a una nueva vida al otro lado del mundo.
Emmett se negó a aceptar la idea de que quizá ella podría dividir su vida entre los dos continentes, y Rosalie no supo qué hacer. Pero, al final de cuentas, fue Emmett el que tomó la decisión por ella. Después de lanzarle un ultimátum y sabiendo que tal vez Rose no podría aceptar, repentinamente abandonó el país.
Rosalie no tuvo tiempo de lamentar el fracaso de su breve matrimonio. Estuvo muy ocupada tratando de arreglárselas con la venta de la propiedad, y para cuando todas las deudas de su padre fueron saldadas, sólo les quedaba la vieja casa solariega de estilo isabelino.
—Me temo que todavía le espera un problema grave—le dijo el abogado de la familia—. Como usted sabe, ahora su padre necesita atención médica durante las veinticuatro horas del día y el tratamiento de su enfermedad puede resultar muy costoso. Tal vez si su prima pudiera ayudar económicamente…
—No… no quiero meter a Bella en este problema—respondió Rosalie con firmeza—. No sólo vive a miles de kilómetros de aquí, en Nueva York, sino que tendrá gemelos cualquier día de estos! Además… —agregó, encogiéndose de hombros—, Bella y su esposo son muy pobres. Así que me parece que es mi responsabilidad conseguir un empleo y pagar la atención médica que se le dé a mi padre.
El abogado movió la cabeza, pesimista. Y cuando ella supo la cantidad de dinero que era necesario pagar, Rose tampoco se alegró. Sin embargo, con optimismo juvenil aunque insensato, aseguró orgullosa, que encontraría la solución al problema. Y, contra todas las posibilidades, logró hacerlo.
Cuando nacieron las gemelas de Bella, Rose estaba convencida de que hizo lo correcto al no darle a conocer a su prima la gravedad de la enfermedad de su padre, ni el subsecuente problema financiero. Aun cuando estuvo presente en el funeral del señor Hale, que ocurrió un año antes, Rosalie no se creyó capaz de explicarle todas las dificultades que había enfrentado. Desde luego, tampoco le confesó a su prima las presiones familiares que ejercían sobre ella después del fracaso de su matrimonio.
—Me alegro tanto de que mi tío Julian no vendiera la casa de la familia—le dijo Bella cuando caminaban por el jardín, poco antes que fuera a Devon para tomar el avión que la llevaría de regreso a Nueva York—. Y qué suerte que haya dejado dinero suficiente para que puedas seguirles pagando al señor y la señora Uley. Emily siempre ha mantenido la vieja casa en muy buenas condiciones y Sam también hace maravillas en el jardín. En realidad—prosiguió, muy contenta—, es agradable ver que cuiden tan bien la vieja casa.
Rosalie estuvo de acuerdo, mientras dirigía una mirada irónica al techo, en el cual había gastado muchos miles de libras.
Por supuesto, no hubiera ganado nada con contarle a Bella todo acerca de los esfuerzos necesarios para mantener la casa en buen estado, sobre todo porque entonces Rose ganaba mucho dinero y más o menos había resuelto todas las dificultades del pasado.
—Es estupendo saber que la casa solariega siempre va a estar aquí para que vivan en ella tú y tus hijos ¿no?
—Es mucho más probable que vivan aquí tus hijos—dijo Rose con firmeza. Aunque quería mucho a las gemelas de Bella, y era su madrina, estaba enfrascada en su papel como mujer de negocios de éxito como para pensar siquiera en la posibilidad de tener hijos propios.
El tañer de las distantes campanas del Big Ben interrumpió sus pensamientos. Echó un vistazo al reloj y lanzó un grito, asustada. ¿Qué demonios pensaba que hacía, sentada allí en el balcón, a medianoche? Si obedecía alguna norma en su vida, ésta era asegurarse de dormir ocho horas todas las noches. Por muy aburrido que pareciera, era absolutamente esencial. En realidad, si quería conservar su puesto dentro de una profesión que era conocida por su gran tensión, era mejor que tratara de dormir… ¡en ese momento!
Con un suspiro, Rosalie abandonó el balcón y se dirigió a su dormitorio. Era inútil quejarse. Sabía exactamente en lo que se metía cuando solicito el empleo en M&D. Fue su agobiante necesidad de dinero mucho dinero, lo que la llevó a la London Metal Exchange. Después de trabajar algún tiempo como aprendiz, se convirtió en negociante autorizada en el piso del Ring, donde dominan los hombres, especializándose en el mundo de los futuros del cobre. Sin embargo, luego de su ascenso el año anterior, a asesora ejecutiva, Rose decidió concentrarse más en su trabajo en la oficina, donde analizaba tendencias financieras y aconsejaba a sus clientes privados sobre inversiones en el mercado de futuros.
No había duda de que las recompensas para alguien con esa profesión eran considerables. Pero también lo eran las dificultades, pues un error podía costar millones de libras y tener como resultado su despido inmediato. Incluso ahora en que se había convertido en directora de la empresa, Rosalie sabía muy bien que eso no significaba que tuviera trabajo para toda la vida.
No obstante, todo pareció muy fácil al principio. Joven y segura de sí misma, sin pensarlo mucho, había cambiado metales por valor de millones de dólares. Pero ahora que la City de Londres se encontraba en una profunda recesión económica, la presión sobre los negociantes aumentaba.
Muchos de sus colegas se quedaron a la orilla del camino. Así que si no quería que le pasara lo mismo, más le valía tratar de dormir un poco, se dijo Rose al meterse en la cama y apagar la luz. No sólo tenía que arreglárselas con la reportera a la mañana siguiente, sino que además corrían rumores de que los rusos planeaban inundar el mercado de Londres con cobre. Bueno… parecía que el día siguiente iba a ser muy agitado.
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"Agitado" no resultó ser la palabra apropiada. Sin duda existía otra más exacta para describir el pandemonio, se dijo Rose, tratando con desesperación de no escuchar el bullicio que había a su alrededor. Mientras hacía juegos de malabares con tres teléfonos al mismo tiempo, intentaba concentrarse en colocar y recibir órdenes de clientes diseminados por todo el mundo.
—¡Esta oficina es una casa de locos! ¿Cómo diablos puedes soportarlo?
Rosalie se volvió para sonreír a la joven de baja estatura, de pelo negro, que estaba de pie junto a su escritorio. Angela Weber, la reportera de la Business Finance Magazine, había resultado ser muy agradable y amistosa.
—¡Me volvería loca si trabajara aquí! —exclamó la periodista por encima del ruido ensordecedor de los altoparlantes, los cuales divulgaban información del mercado a los demás negociantes que se encontraban en la amplia oficina—. Y todavía no sé exactamente qué haces…
—Bueno, básicamente comercio con futuros—le dijo Rosalie—. Es decir, contratos para comprar alguna mercancía, principalmente metales, como el cobre y zinc, en mi caso, a un precio específico en una fecha específica. Las ganancias resultaban, como siempre, de comprar barato y vender caro. Además, debo decirlo, ¡tendría que ser un año muy malo si no duplicara el dinero de mis clientes! —añadió, antes de contestar más llamadas telefónicas.
—¿No te acaban de nombrar directora de esta empresa? —preguntó Angela, echando un vistazo, confundida, a la amplia sala llena de gente—. ¿No deberías tener tu propia oficina?
Rosalie rió.
—Esta es mi oficina—dijo a la otra joven—. Ser directora sólo significa que obtienes una parte de las ganancias… ¡y tú nombre en el membrete, por supuesto!
La reportera movió la cabeza, deseando tener un poco de algodón para taparse los oídos.
—¿Es así todo el día? Por qué si así es, ¡no sé cómo puedes soportar el ritmo!
—Es un trabajo sometido a muchas presiones y se agota uno pronto—convino Rose, señalando los números y letras que aparecían y desaparecían en una pantalla de video, que estaba encima de su escritorio y que mostraba los precios de los metales en Londres, Nueva York y Chicago—. Allí tienes; esa es la plata, ese es el oro.
Rose alargó el brazo para contestar uno de los teléfonos que sonaban sobre su escritorio.
—No es demasiado difícil cuando te acostumbras—continuó, sonriente. Y mientras sostenía una conversación con su cliente, también escuchaba, a través del altavoz que estaba en la pared, encima de su escritorio, la voz de su agente, quien le proporcionaba los precios de los metales.
"Yo nunca aceptaría este empleo", decidió Angela, mientras miraba con asombro y admiración a Rosalie, quien hacia malabares con tres teléfonos a la vez, al tiempo que colocaba y recibía pedidos de clientes repartidos por todo el mundo. Cuando investigaba con el fin de elaborar un artículo, conversó con varias personas de la City acerca de las habilidades de Rosalie Cullen en su trabajo. Todos estuvieron de acuerdo en una cosa: Rosalie era la mejor en su profesión.
"Si Rosalie advierte alguna debilidad en el mercado, allí está ella y… nos gana", le dijo con pesar a Angela uno de los competidores de aquella.
Sin embargo, después de pasar un rato en medio del pandemonio que había en la oficina. Angela llegó a una conclusión definitiva: quizá Rosalie ganaba una verdadera fortuna, según decían, un cuarto de millón de libras al año, pero ¡se merecía cada penique que ganaba!
Cansada para cuando Rosalie anunció que podía tomar un descanso y de invitarla a comer algo. Angela no pudo menos que estar de acuerdo y aceptar.
—No sé qué piensas tú—comentó la reportera cuando las dos mujeres atravesaban el vestíbulo del edificio de oficinas y llegaron a la calle—, pero daría cualquier cosa por tomar un vodka con agua quinada helada. O quizá una bebida fría… —dejó de hablar al ver que Rosalie se detenía de pronto.
Angela de fijó que un auto negro se detenía frente a la entrada. Un segundo después, una figura alta, de amplios hombros, abrió la puerta trasera. Impaciente, el hombre bajó del vehículo y empezó a caminar a grandes pasos, hacia ellas.
—¿Qué demonios sucede? ¡He tratado de encontrarte desde hace dos horas! —exclamó el hombre con aspereza, mirando a Rosalie, quien lo veía como si se tratara de un espectro—. ¿Por qué no contestaste mis llamadas telefónicas?
—Yo… no recibí ninguna llamada tuya —dijo Rosalie sorprendida, logrando hablar al fin—. Y… ¡y por supuesto que no las habría contestado, aunque las hubiera recibido! —entonces se dio la vuelta y empezó a caminar rápidamente por la calle.
Solo entonces, tal como Angela Weber se lo confesó con pesar al director de la revista, la reportera se dio cuenta de que tuvo lugar, delante de sus propios ojos, algo que podría convertirse en una verdadera noticia sensacional y exclusiva.
Porque el hombre alto, moreno y muy apuesto—a quien reconoció como el industrial multimillonario Emmett Cullen, ¡cuando ya era demasiado tarde para hacer algo al respecto! —pareció moverse a la velocidad de la luz. Lo vio allí, de pie, y un instante después alcanzó a Rosalie, la tomó del brazo y la llevó hasta el auto.
Espero les guste... estaré actualizando todos los Martes.
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Cariñosssssssssssss.
Gala.
