Gracias a Charlaine Harris por dejarme jugar con algunos de sus personajes, los demás son míos.
Esta historia surge escuchando una canción de Corinne Bailey Rae, Breathless, en principio, como siempre, iba a ser diferente, siguiendo el hilo de la canción, pero estos niños siempre hacen conmigo lo que quieren, uno más que los demás, las cosas como son, y no señalo a nadie...
Antes de empezar, quiero agradecer todos los reviews, alertas y favoritos que en los últimos días me habéis enviado a los otros fics y que no he podido contestar por tener la mano accidentada. Me hace mucha ilusión saber que mis pequeñas historias os divierten tanto como a mí escribirlas.
Gracias a anira22 y a mina por su paciencia y sus sugerencias, como siempre, mis historias no serían las mismas sin su apoyo.
Espero que ésta también os guste.
Esta historia es un poco diferente, en el fondo y en la forma, para empezar, está escrita en tercera persona y el resto ya lo iréis viendo. Empieza en un punto de los noventa y se desarrolla a través de los años. El año es posible saberlo porque hay pistas que lo indican pero nunca lo pongo ;)
1.
Se había levantado un suave viento, mucho más frío de lo que ella estaba habituada por esa época del año. Notó le peso del brazo de su hermano sobre sus hombros y su cuerpo cálido y protector junto a ella, por un momento quiso refugiarse en la seguridad que le daba pero resistió sin moverse.
_ Te gustará, ya verás – dijo bajito, casi como para convencerse él.
_ Seguro que sí – respondió en el mismo tono y sin dejar de mirar los árboles del parque agitados por ese viento.
_ ¿Necesitas algo? – le preguntó como si no supiera qué hacer como para contentarla.
Le apetecía gritarle que sí, que necesitaba estar en casa, necesitaba que su abuela estuviese en la cocina cuando llegase y que le diese un beso, necesitaba que se sentara con ella mientras el tibio sol de la tarde se filtraba por la ventana de la cocina sobre la mesa y le preguntara qué tal le había ido su día. Necesitaba el sol y el calor de su tierra.
_ No, gracias, Jase – mintió y sonrió más o menos procurando que él no lo notara.
_ Voy a ir al supermercado y a encargar algo de comer en el restaurante de la esquina – intentó devolverle la misma sonrisa torpe que ella le había regalado-. ¿Tienes hambre?
_ No mucha, la verdad... – respondió en su susurro.
_ Tienes que comer algo, Sook – la miró consternado-, por favor, no quiero que caigas enferma...
_ Estoy cansada del viaje, Jase, tranquilo – intentó reconfortarle sin éxito-. En cuanto me habitúe, volveré a ser yo...
Pero ya sabía que nunca volvería a ser ella.
Acababan de llegar de Luisiana y todo era oscuro y diferente. Su abuela había muerto unos días antes y ahora ella había acabado lejos de todo lo que siempre conoció. No era que no estuviese unida a su hermano, lo estaba, era sólo que los años que Jason había pasado en la universidad más los que estuvo trabajando en Nueva York más los meses que llevaba ahí, habían acabado abriendo una brecha entre ellos. Ella era una adolescente y él era un prometedor ejecutivo de una multinacional. Se sentía sola y perdida, ¿cómo iba a sobrevivir ahí?
Oyó la puerta cerrarse y por fin pudo dejar correr las lágrimas por todo lo que había perdido. Se giró y miró su habitación, grande y desangelada. Tenía una camita y un escritorio, nada más. Jason ya le había prometido una excursión a Ikea al día siguiente y eso hizo que se sintiera peor porque su hermano lo estaba intentando, quería que se sintiera bien con él, darle un hogar. Pero eso era lo que ella había perdido. Le estaba agradecida por haber volado a casa con la rapidez que lo hizo en cuanto le llamó para contarle que la abuela había muerto, se hizo cargo de todo, la acompañó en todo momento y se puso en contacto con los servicios sociales para poner en su conocimiento que se iba a hacer cargo de ella. Y luego la arrancó de su mundo y la llevó al suyo. Volvió a reprocharse el quejarse, había decidido responsabilizarse de su bienestar, la había llevado a un buen barrio, la había puesto en un buen instituto, le había comprado ropa adecuada para un clima tan diferente, la había animado de mil maneras, contándole maravillas de la ciudad y de la cantidad de cosas que iban a hacer. Su empresa tenía una política de bienestar social muy avanzada y le habían ofrecido un horario flexible para que pudiese hacerse cargo de ella todo el tiempo que necesitase hasta que se adaptara. Si todo era bonito y diferente, si el instituto le había gustado, al menos, desde fuera, si lo poco que había visto de la ciudad le había gustado mucho, era sólo que no era Bon Temps y que toda Luisiana quedaba muy, pero que muy lejos de Suecia.
Por la mañana, Jason entró en su dormitorio con una bandeja con sus desayunos. Descorrió las cortinas y la sacó de su sopor con un beso.
_ Vamos, bella durmiente, arriba, hora de desayunar y de prepararse para un largo día de compras – se tapó la cabeza con el almohadón e intentó darse media vuelta. Se rió y se lo quitó-. Venga, perezosa, que hay mucho que hacer.
_ Cinco minutos más... – protestó con voz adormilada.
_ No, nada de cinco minutos, tenemos que comprar pintura y muebles, arriba – le urgió Jason-. Además, te he traído el desayuno a la cama, te quejarás de tu hermano...
Paseó una taza de café humeante delante de su nariz y por fin reaccionó. Se incorporó y se agarró a la taza para que le diese calor. El café estaba delicioso y lo acompañó con unos bollos de canela, bueno, no era una mala manera de empezar el resto de su vida.
Smörboll, Billy, Brimnes, Trål, Lack, Bladvass, Skruvsta, Poäng... Su vida y su dormitorio se llenaron de nombres sonoros y extraños. Durante el fin de semana, primero pintó las paredes de un intenso color zafiro para que los muebles claros resaltaran más, y al día siguiente ayudó a Jason a montar todo lo que habían comprado. Nunca agradeció tanto que su hermano fuese un manitas, ni en sueños hubiese sido capaz de montarlo todo sin que le sobrasen la mitad de las piezas. Cuando el lunes Jason la despertó para ir al instituto, ni siquiera recordaba haberse dormido.
Saltó de la cama y se dirigió al baño a toda velocidad, en tiempo récord se lavó, vistió y acicaló. Jason la esperaba en la cocina con una sonrisa y le tendió su café y unas tostadas. Estaba muy nerviosa, tenía que empezar en un sitio nuevo, a mitad de curso y rodeada de gente que no conocía y, encima, hablaban otro idioma. Aunque, técnicamente, la que hablaba otro idioma era ella porque era la nueva, la diferente, la extranjera. Se dio un último vistazo antes de salir de la casa, Jason la miró con una sonrisa y la paró.
_ Ven aquí – la abrazó-. Estás muy guapa y eres inteligente, todo va a ir bien, ya verás.
¿Cuánto hacía que su hermano había estado en su piel? ¿Cómo se le podía haber olvidado en tan pocos años lo que ser el nuevo significaba? Pero se cuidó de decírselo, se limitó a sonreír y salió rumbo al garaje para coger el coche. En cinco minutos estaban en la puerta del colegio. Jason se volvió y esta vez no intentó ponerlo todo color de rosa, la miró y le deseó un buen día, le dijo que no dudara en ir a la secretaria con cualquier duda que tuviese, que era amiga suya. La manera en la que esquivó su mirada en ese momento, le dijo el grado de amistad que habían tenido. Demasiada información, pensó. Besó su mejilla y la echó del coche.
Entró con la marea de estudiantes que se movían diligentemente por los pasillos hacia sus clases, perdida, sin saber ni siquiera donde estaba la secretaría. Algunos de los alumnos se habían vuelto a mirarla pero ninguno se paró a decirle nada. Si no le hubiesen sacado una cabeza, podría haber pasado por uno de ellos, casi todos eran rubios y altos, muy altos. Sus ojos se fueron a uno de ellos, uno que sobresalía sobre la mayoría. Pensó que el señor Reynolds, el entrenador en Bon Temps, hubiese matado por un pivot de ese tamaño, claro, que vistiendo así, hubiese tenido serios problemas en el vestuario, porque, con todo, su altura no era lo más llamativo en él sino su extraño sentido de la moda. Una voz la sacó de sus divagaciones.
_ Ursäkta mig, har du ett problem?, kan jag hjälpa dig?* – se giró rápidamente y le miró asustada.
_ Lo siento, señor, no entiendo su lengua – se disculpó con un hilo de voz.
_ Oh, eres la nueva estudiante, la chica americana – le sonrió y ella asintió-. Ven, te llevaré a la secretaría y luego alguien te acompañará a tu aula.
La llevó con él mientras el pasillo iba quedando cada vez más desierto y por el rabillo del ojo vio al chico alto y estrafalario que se metía en su clase pero antes se volvía para mirarla.
Saludó a Karin, la secretaria, una mujerona alta, muy rubia y con cara simpática y gafas que no parecía para nada el tipo de su hermano, o lo que ella pensaba que era el tipo de su hermano. Le dio una carpeta con sus horarios, información sobre el instituto, las clases, las actividades extra escolares, el menú del comedor, un plano de la ciudad, otro del metro, un listado de lugares de interés y un montón de cosas más que no estaba segura de fuese a hacer uso de ellas. Una vez que hubo terminado con Karin, pasó al despacho del jefe de estudios, el señor Lindqvist, un hombre en la cuarentena que cubría su calva con un gran mechón de pelo castaño y ralo. Intentó concentrarse en no mirarle el pelo e hizo lo posible por centrarse en sus ojos. Mala idea, tenía un pequeño tic que, cinco minutos después, la tenía histérica y apenas si se podía concentrar en lo que le decía.
_ ¿Le parece bien, señorita Stackhouse? – escuchó de repente y comenzó a sentir pánico porque no había escuchado ni una sola palabra de lo que le había dicho.
_ Si usted lo estima conveniente, señor... – lo dejó en el aire para que él terminara y saber qué estaba aceptando.
_ Por supuesto que es lo más conveniente, el curso ya está empezado y necesitará un refuerzo en diversas materias.
_ Claro...
_ Pues no se hable más – se levantó sonriendo ampliamente, muy orgulloso de cómo había resuelto el problema de la extrajera.
Sookie se levantó de golpe y se dirigió a la puerta para acompañarla de nuevo hasta donde estaba Karin.
_ ¿Le solicito un tutor? – preguntó dedicándole una sonrisa amable.
_ Por favor, que nos manden uno para empezar cuanto antes – se volvió hacia ella y parpadeó aún más a prisa. Dichoso tic...- Señorita Stackhouse, espero que su incorporación a nuestro instituto sea beneficioso para todos, que usted aprenda y nosotros podamos disfrutar de una joven inteligente y con sus aptitudes.
_ Gracias, señor Lindqvist, es usted muy amable – sonrió mostrando todo su encanto sureño, no en vano había sido educada por la mejor-. Estoy segura de que va a ser un gran año para todos.
Cuando salió de secretaría, los pasillos volvían a estar llenos de gente que hacía el cambio de clase. Karin llamó a uno de ellos.
_ Northman, ven, por favor – sonrió a Sookie que se acababa de volver para mirar a quién llamaba.
_ ¿Si, Karin? – sonrió con descaro el chico alto y estrafalario.
_ Para ti, señorita Svensson, guapo – le amonestó con una sonrisa cómplice mientras él le guiñaba un ojo-. Te presento a Sookie Stackhouse, está en tu clase, llévala y enséñale un poco todo esto, ¿quieres?
_ Claro – la miró y su sonrisa se amplió.
_ Te dejo en buenas manos, querida. Si necesitas algo, no tienes más que decírmelo – le apretó el brazo con afecto-. Y no olvides pasarte por secretaría antes de irte.
_ No, gracias, señorita Svensson – dijo tímidamente.
_ Para ti, Karin, cielo – le guiñó el ojo y se giró en dirección a la secretaría.
Se volvió a mirar al chico, a Northman, de cerca parecía aún más alto. Levantó una ceja y le sonrió. Vaya, suspiró y pensó con fastidio que la secretaria le había dicho al chulo del instituto que la acompañara.
_ Hola – dijo con todo monocorde-. Soy Sookie.
_ Sí, ya he oído a Karin, Stackhouse – respondió con una sonrisa pero con tono cortante.
_ Vale, Northman – se lamentó de su suerte, siempre rodeada de capullos, daba igual como de distante estuviese su mundo de éste, lo niñatos eran iguales en Bon Temps y en Estocolmo.
_ Ven, ahora tenemos Química – pareció extrañarse de su actitud, ¿qué esperaba?, ¿que se le cayeran las bragas? No era el chico más guapo que había visto, aunque le daba rabia reconocer que lo era mucho-. ¿Qué tal se te da?
_ Bien – respondió secamente.
Northman le abrió la puerta y la dejó pasar, para su asombro, de reojo le vio sonreír levemente ante su expresión. Una chica le paró y le preguntó algo, él respondió con el mismo tono cortante con el que le había hablado a ella pero su bonita sonrisa había desaparecido de su cara. Pensó en seguir y buscar un sitio libre al final pero la mano de él la detuvo.
_ ¿Dónde vas? – volvió a sonreír-. Te sientas conmigo.
Con cinco minutos de clase, ya comprendió que su bien en casa era regular ahí, sin embargo, el profesor la excusó y animó diciendo que pronto se adaptaría. Eran todos tan amables que era vomitivo. No, no se adaptaría a ese cielo plomizo y a ese frío, a esa oscuridad y a ese idioma que sonaba tan extraño. Northman la arrastró de clase en clase, le presentó a sus amigos, la llevó al comedor, incluso, al lavabo de chicas. Fue amable, pero no tanto como todos, y eso le gustó. Seguía pareciéndole un capullo engreído, demasiado alto y con la autoestima por las nubes, pero era un capullo gracioso y que dominaba el medio en el que se desenvolvía. Comprendió porqué Karin le había encargado la misión a él, era popular, era divertido e inteligente, los chicos le apreciaban y las chicas babeaban a su paso. Bueno, era un alivio saber que nada cambiaba en ese sentido, que daba igual que estuviese en otro continente, un instituto siempre sería un instituto.
Mientras que un par de chicas rendían pleitesía a su guía, se dedicó a mirar las actividades extra escolares de las que disponía el centro. Sonrió y pensó en su hermano, ese al que en los últimos seis años apenas si había visto y que había sido tan concienzudo a la hora de buscarle colegio.
_ ¿Te vas a apuntar a las clases? – preguntó Northman mirando por encima de su hombro sobresaltándola-. ¿Cuáles te gustan?
_ Fotografía y baile.
_ Te pegan.
_ ¿Qué quiere decir eso? – se volvió para mirarle algo enfadada por el comentario.
_ Te mueves con gracia y da la impresión de que lo miras todo enfocándolo – se encogió de hombros.
No supo qué decir, en unas horas, ese chico se había dado cuenta cuando los amigos que se había dejado en su pueblo no lo habían visto en años. Se recuperó un poco y sonrió.
_ ¿Cuáles son las tuyas?
_ ¿Tú qué crees? – le dedicó la sonrisa más encantadora que había visto.
_ No sé, en mi instituto hubiesen matado por un chico de tu altura para el equipo de baloncesto – se rió.
_ No.
_ ¿Fútbol?
_ No.
_ ¿Natación?
_ No – se rió-. No sé porqué me ves cara de deportista.
Sookie cogió el listado y lo repasó de nuevo, este Northman estaba redefiniendo su concepto de chico popular y no se le ocurría qué actividad sería la que mejor se le diera. Tras unos intentos más, él le quitó la lista y señaló dos. Sus ojos se abrieron y él soltó una carcajada.
_ Sorpresa.
_ Perdona, pero de donde yo vengo, serías el pivot estrella, el quarterback del equipo de fútbol, el chico de oro del instituto que acabará con una beca deportiva en una buena universidad y que sale con la capitana de las animadoras.
_ Eso sí que es un tópico, Stackhouse, pero ya no estás en Kansas, Totó – le dedicó media sonrisa y ella empezó a comprender que con ese encanto arrollador, era imposible que no cayeran a sus pies-. Y si yo allí sería la estrella del instituto, ¿qué serías tú?
_ La chica tímida que no tiene muchos amigos – bajó los ojos y se asombró por su confesión.
_ Pues qué idiotas, ¿no?, lo que se han perdido – murmuró con dulzura-. Mejor para nosotros, te hemos ganado para nuestra causa.
Definitivamente, sí, Northman iba a redefinir muchos conceptos para ella en este nuevo país. Se volvió para mirarle con una sonrisa y vio como su expresión cambiaba. Siguió la dirección de su mirada y se encontró con un hombre muy alto que entraba quitándose el anorak y sacudiéndose la lluvia del pelo. El tono ligero de su conversación se había acabado. No iba a preguntar por él, no creía que tuviesen confianza.
_ Vamos – dijo con un tono casi inaudible que a Sookie le costó escuchar-. Tenemos clase...
_ Claro.
Cuando terminó, intercambiaron teléfonos y se despidió de Northman hasta el día siguiente. Le vio salir a toda prisa y cogerse a la cintura de una morena que estaba esperándole en la salida. Besó sus labios y se perdieron de vista. Se volvió hacia la secretaría y saludó a Karin con una sonrisa.
_ ¿Qué tal el primer día? – se interesó.
_ No ha sido tan malo como yo creía – confesó tímidamente.
_ Claro que no – se rió la secretaria- ¿Se ha portado bien Northman contigo?
_ Sí, ha sido muy amable y divertido.
_ Es un encanto, sí – su sonrisa afectuosa le gustaba-. Pasa al despacho, el tutor te está esperando.
Suspiró, no pensaba que necesitase un tutor, quizá clases de sueco, pero no alguien que la llevase de la mano como si fuese una niña pequeña. Llamó a la puerta. Escuchó una voz masculina y fuerte que decía "kom in" y miró a Karin que le hizo un gesto para que pasara. Abrió y entró. En la mesa, el hombre que había visto entrar cuando estaba con Northman y que había cambiado tanto su humor, la miraba con una sonrisa. Tenía el pelo más claro que su compañero y parecía más alto porque era más corpulento, pero era tan guapo como Northman y compartían la misma sonrisa que encantaba serpientes.
_ Buenas tardes – murmuró entrando.
El hombre se levantó para recibirla y le tendió la mano, de pie intimidaba mucho más y su mano se perdió en la suya. Le hizo un gesto para que se sentara y Sookie tomó asiento como pudo. Sus ojos azules planearon sobre los folios que tenía sobre su mesa.
_ Soy el señor Northman, me han encargado que te ayude mientras te adaptas, lo que queda de curso. No creo que necesites mi ayuda en ninguna materia, sólo para el idioma. Estaré encantado de ayudarte en lo que necesites – levantó los ojos hasta los suyos y sonrió.
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* Perdona, ¿Tienes algún problema? ¿Puedo ayudarte?
¿Qué os ha parecido? Me gustaría mucho saberlo, por favor.
