Marido, pero de alquiler.
Era martes por la mañana y a Rukia le esperaba un día lleno de trabajo. Comenzaría temprano con la venta de una idea para Sugar Kids. Tradicional, no muy elaborada, pero ideal para las ventas de invierno. Una vez terminada la navidad, las empresas buscaban con intensidad motores para seguir dando fruto a sus ventas y Rukia sabía cómo sacar el máximo provecho a la desesperación de sus clientes. La reunión finalizaría a eso del mediodía y Byakuya ya se encontraría en el restaurante de la esquina esperándola para almorzar. Esto lo preveía como la parte más molesta de su día, no debido a la presencia de Byakuya, su relación era sustancialmente buena, sino debido a la forma en que acordó que se reunieran. Probablemente se vendría otro sermón sobre dejar este trabajo e incorporarse a la compañía que, por sangre, le pertenecía. Y para concluir con su tan animado martes, debía revisar el proyecto que sus subalternos estaban creando para el comercial de la nueva muñeca parlante –creepy según ella misma– que se le había asignado a su oficina.
Desde que podía recordarlo, le habían pedido que a la hora de realizar una presentación de trabajo se presentara con falda y tacones y a decir la verdad los primeros años obedeció sin protesta alguna, pero con el paso del tiempo descubrió que todas sus presentaciones conducían al éxito y no particularmente por sus tacones, sino por su habilidad. Así que, aunque esa obstinada de Nanao fuese a hacer un drama y la sermoneara sobre desacato de órdenes, ella daría su presentación, y obtendría éxito realizándola, mientras utilizaba zapatos bajos.
Salió de su oficina cinco minutos tarde debido a las incesantes preguntas de sus clientes y agradeció a lo que fuera merecedor de haberla motivado a llevar zapatos bajos. Con tacones jamás habría llegado a la puerta principal en poco más de dos minutos. También agradeció a Byakuya por haber seleccionado un restaurant que le quedase tan cerca del trabajo. Cruzó la calle, corrió ágilmente por la acera y justo antes de llegar frente a la puerta del local, se alisó tanto la falda como el cabello y entró con andar refinado.
La recepcionista le guió hasta una mesa retirada de las demás, que se encontraba junto a un pequeño jardín interno. En ella aguardaba su hermano mientras leía un libro con una portada demasiado sobria para el gusto de Rukia. Byakuya le miró por sobre el libro mientras ella se sentaba, asintió a la recepcionista y no dijo una palabra hasta que esta no se hubo retirado.
—¿Qué fecha estamos, Rukia? —ella estuvo segura de que era una pregunta con trampa.
—Pues, es martes— el año no llevaba mucho de haber empezado nuevamente, era imposible que el cumpleaños de Byakuya hubiese llegado tan pronto. Hizo un repaso mental y descartó cualquier fecha que pudiese considerarse de importancia. Byakuya la miró con el semblante serio. —¿De verdad importa? —No esperó una respuesta, observó la pantalla de su móvil—. Martes 6 de enero.
—Así es. En una semana y un día es tu cumpleaños—. Mientras Rukia buscaba la fecha en su móvil, un mesero les había traído los menús y Byakuya había ya seleccionado lo que comería.
—¿Es esto una clase de regalo? ¿Estarás fuera del país?—. Después de ojear con brevedad el menú, Rukia pidió raviolis. Aparentemente el encuentro no tendría tanto drama como esperaba.
—No es un presente, pero probablemente deberías tomarlo por uno. —Rukia alzó la mirada hacia él—. Madre organizó una cena para tu cumpleaños.
—No de nuevo… —bajó los hombros con fastidio—. ¿Y me traes a este restaurant para que me acostumbre al ambiente?
—Te traje a este restaurant para que prestaras atención a la forma en que se sirven los platillos. Será en tu casa y tú serás la cocinera—. Rukia se paró de su silla y apoyó las manos en la mesa haciendo innecesario ruido. Su hermano ni siquiera se inmutó o apartó la vista de ella.
—¡¿Qué dices?! —Aún no se había sentado en su silla de vuelta— ¡Es mi cumpleaños! Se supone que yo me la pase bien, no ella. ¡Yo ni siquiera cocino para mí misma, Byakuya! Aparte nadie podría pasársela bien después de probar uno de mis platillos.
Byakuya la miró con seriedad hasta que esta volvió a acomodarse en su butaca. —Te digo esto no para que hagas un drama al respecto, Rukia. Mi finalidad era informarte antes de que ella lo hiciera. Según tengo entendido te llamará mañana para avisarte y cotizará cualquier gasto que puedas tener.
—¿Cómo se supone que va a cotizarlo? Esto carece de todo sentido, Byakuya. Aparte, ¿cómo se atreve a decir que ella organizó? No puedes organizar algo en una casa que no es tuya sin antes consultarle al dueño, ¿qué acaso no pensó en que yo podría tener planes para ese día? —Su tono seguía estando fastidiado.
—¿Tienes planes para ese día, hermana? —Acentuó esta última palabra.
—Ese no es el punto, hermano —para imitarle, dijo esto último con mucho más fastidio que todo lo demás, provocando una leve sonrisa en el semblante del mayor.
—Mira, Rukia, ella solo quiere verte. Las únicas veces que nos reunimos son porque ella las planea. Si fuera por ti ni siquiera saldrías de tu cama el día de tu cumpleaños y mucho menos nos llamarías. Aprecia su intención, es buena, solamente le preocupas. —la voz de Byakuya se había suavizado levemente.
—¿Qué tiene que ver el hecho de que sea en mi casa con que yo le preocupe? Si yo le preocupara tanto como dices me apoyaría más con lo mío y dejaría en paz lo que no quiero hacer. —Parecía no escuchar razones. Un mesero les trajo vino y otro más llegó con sus platos.
—Eligió tu casa porque siempre te quejas de los restaurantes que ella elije para la cena. —Byakuya agradeció asintiendo.
—Pudo haber elegido McDonald's. Puedes estar seguro de que no me habría quejado, de hecho hasta me habría divertido. —él le lanzó una mirada seria— De acuerdo, de acuerdo, ¿qué se supone que prepare? Ocupo comprar un par de estúpidos libros de cocina.
De vuelta a su casa, Rukia pasó a una librería por libros de cocina y, para su sorpresa, le parecieron tan agradables que compró más de uno, diciéndose a sí misma que lo hacía por aquello que fuera necesario; sin embargo, en el fondo lo hacía debido a que se le antojaba un platillo u otro. De paso podía regalarle uno a Orihime, la cocina de esa mujer era un caos y no precisamente por tenerla desordenada.
Había pasado tanto desde que no cocinaba, que al encontrarse frente a la estufa se sintió vulnerable. Tal vez requeriría ayuda para esto. Tomó su móvil de la cocina para llamar a Ichigo, pero luego visualizó a este riéndose de ella debido a su reacción al encontrarse apunto de cocinar y la cólera le hizo descartar por completo esta opción. Se hizo en el pelo una cola y abrió el primer libro de cocina, comenzaría por prepararse algo sencillo para cenar. Miró las fotos de los chefs presumiendo junto a sus recetas y se sintió intimidada, culpó de esto a las diferencias de apariencia entre ella y los sujetos de trajes blancos.
Repentinamente recordó la existencia de un delantal con pequeños chappy que le habían regalado hacía ya varios años. Lo sacó del closet donde guardaba las provisiones para visitas y se alegró de haber sido siempre igual de delgada y pequeña. Volvió a encontrarse frente a la estufa, sintiéndose esta vez un poco más preparada y se decidió por hacerse un omelet. Tenía pocos ingredientes y mucho sabor, aparte el huevo le encantaba.
No tardó cinco minutos en percatarse que el fregadero de la cocina no servía. Abrió el gavetero bajo él y se encontró con una tubería brutalmente rota y corroída. Rápidamente recordó un incidente que había tenido con Orihime y como habían decidido que cerrar la llave de paso hacia la cocina era lo más indicado en ese momento. Había pensado varias veces en llamar a alguien para que lo reparara, pero terminó por olvidarlo y ahora estaba tan acostumbrada a utilizar el lavamanos del baño para todo, que hasta había olvidado por completo la existencia del que se encontraba en la cocina.
Abrió la llave de paso y un borbollón de agua sucia salió por el tubo quebrado, no había forma de controlar el líquido que salía por la tubería. Se mojó la cara, los brazos y el delantal, tuvo que optar por cerrar la llave nuevamente, con algo de fastidio. El tiempo pasaba y mientras utilizaba el trapeador para secar la cantidad de agua desbordada, sentía cada vez más hambre. No recordaba que el agujero del tubo hubiera sido tan grande y mucho menos que el agua saliera tan sucia.
Una vez hubo terminado de limpiar, el hambre le ganó a la motivación de retomar la cocina, previamente infundida por los libros, y terminó por prepararse un sándwich BLT y tomar jugo de naranja del refrigerador mientras se sentaba a ver televisión. Puso un canal de cocina fingiendo desinterés, pero la habilidad de los sujetos de la televisión era tanta que terminó por sentir más rabia de la que tenía en un inicio y apagó la pantalla.
No había logrado concentrarse plenamente en el trabajo ese miércoles y agradecía no tener una presentación para un cliente ese día. Papeleo y más papeleo; sin embargo seguía pendiente la asignación del comercial que tenía su oficina y sus trabajadores seguían siendo unos inútiles. Miró a través de la puerta de vidrio hacia el exterior y pudo divisar a Nanao Ise platicando con Jūshirō Ukitake, ¿cómo es que a ella no le había tocado trabajar con personas competentes como ellos? Si hubiera sido así probablemente en este momento no estarían discutiendo si el color azul del fondo de la toma podía ser catalogado como sexista o no.
Fue la hora del café y Rukia salió a la cafetería, pidió un café demasiado cargado de cafeína y sacarosa y sacó su móvil. Le marcó a Orihime, al menos ella era comprensible y piadosa sin importar la situación.
—Hola, ¿Kuchiki-san? —sonaba tan dulce como siempre.
—Inoue, ¿cómo estás? —no le dio tiempo para que contestara—. Espero que bien, ¿sabes de alguien que repare cosas?
—¿Reparar cosas? ¿Qué tipo de cosas, Kuchiki-san?
—Cosas de casas. No celulares o computadoras, me refiero a cosas como pilas, estufas, microondas. Cosas de casa, ya ves, de casas.
—Hmmmm… Pues yo nunca he contratado a ninguno de ellos porque no he tenido problemas, pero Rangiku-san me había hablado una vez de unos sujetos. Se llamaban como esposos falsos, saben hacer como todas las cosas de casas que les pidas, ellos podrían funcionarte, ¿te parece si hablo con Rangiku-san al respecto y te devuelvo la llamada?
Rukia calló un momento. ¿Esposos falsos? ¿Qué no sería acaso Matsumoto hablando tonterías sobre hombres otra vez? —Pues… —sin embargo tenía algo de prisa. Su madre ya la había contactado. —Supongo que nada pierdo conque le preguntes, ¿no?
—¡De acuerdo, Kuchiki-san! —sonaba complacida de estar ayudando—. En caso de que ellos no te funcionan puedo ayudarte a buscar a alguien, ¿te parece bien?
—Claro, Inoue, estaré esperando tu llamada. Muchas gracias.
Rukia debía reconocer que al menos bajo el nombre Maridos de Alquiler, sonaban un poco menos tontos, pero que ahora sonaban cada vez más como si fueran alguna clase de gigolós. Releyó el papel que había hecho de acuerdo con la información que le dijo Orihime:
Maridos de alquiler: 2257-4230. Todos son buenos, pero preguntar por Shūhei o Renji.
A decir verdad, no planeaba preguntar por ninguno de estos hombres en particular, ya que, conociendo a Matsumoto, esta los había mencionado por su atractivo físico y no por sus habilidades. Tomó el teléfono de su casa y llamó.
Las instalaciones de Maridos de Alquiler estaban muy por debajo de poseer cualquier tipo de atracción para sus clientes. Un viejo bodegón al que se le había anexado una cocina, dos baños, una habitación y una sala de estar era, básicamente, todo el cuerpo de la construcción. Colindando con el bodegón se encontraba una taberna que también era atendida por los trabajadores, la cual pasaba más habitada por los mismos que las mismas "instalaciones." En ambas partes poseían teléfonos fijos bajo la línea de la compañía.
No trabajaban bajo la firma más de 12 hombres, en su mayoría jóvenes. Sus horarios de trabajo eran flexibles; sin embargo cada uno de ellos debía trabajar en el bar al menos 8 horas a la semana y atender las necesidades de los clientes que llamaban por sus servicios, sin importar la hora que fuera, ya que se jactaban de brindar servicio como maridos de alquiler las 24 horas del día, los 7 días de la semana. Para afiliarse a la pequeña empresa nada más era necesario demostrarle a los altos mandos que se era capaz de realizar cualquier trabajo que les pudieran solicitar los clientes, así fuera bajar un gato de un árbol o construir una casa.
—Jo, Renji! —un pelirrojo acababa de irrumpir en la sala de estar—. Llevaba tiempo sin verte. ¿Qué ha pasado que ya no coincidimos?
—Ikkaku. —chocaron los puños—. Me han tocado puros trabajos de noche, ya sabes. Y si no son de esos, me llaman en la tarde y no me desocupo hasta entrada la noche. Aparte, tuve libre la tarde del viernes pasado, pero me llamaron de bomberos, había algo grande y ocupaban ayuda. —Se hizo tirado a una butaca de cuero justo frente a su compañero—. ¿Te toca hoy atender? Yo estaba pensando en hacer esta noche, debo 5 horas.
—Hice las mías ayer, pero atender el bar me gusta más que salir a cambiar bombillos. Aparte hay una viejita que la tiene conmigo, empiezo a pensar que está jodiendo todo a propósito. Regálame uno. —dijo señalando una caja de cigarrillos que se sacaba el otro del bolsillo.
—Está vacía. —Renji rió—. La sacaba para tirarla, ¿qué se hizo la papelera que estaba en esa esquina? —señaló un lugar.
—La pasaron para el bar, un borracho idiota cayó encima de la que teníamos allá y la quebró. Como allá solo estaba esa, movieron esta. Aquí aún queda la de la cocina.
—Qué fastidio. —se levantó y caminó hacia la cocina, cuando iba pasando junto al teléfono este sonó—. Genial, justo lo que quería. —Dijo con sarcasmo. Ikkaku rió desde su asiento, de manera burlesca.
—Si suena como una chica linda déjamela a mí, eh. —dijo Ikkaku, con tono de vacile.
Renji levantó el teléfono. —Buenas tardes, está hablando a maridos de alquiler, ¿en qué puedo ayudarle? —se recostó a una pared, mirando la caja de cigarrillos que aún tenía en la mano.
—B-Buenas, ¿qué servicios brinda esta compañía? —Rukia habló del otro lado de la línea. Seguía sin estar segura de si esto era en verdad lo que Matsumoto decía que era.
A Renji la voz le sonó inquietantemente familiar. —Los que usted solicite, ¿señorita? —Aunque la voz le sonaba familiar, no estaba completamente seguro del sexo de la persona de la cual provenía.
—¿Eso significa que hacen de todo? —Bien, pensó él, había acertado con el sexo.
—Así es. ¿Qué necesita? —se le escapó una pequeña sonrisa de entre los labios.
—¿Arreglan tubos rotos? Como cañerías, quiero decir. Es que tengo un desastre con la de la cocina. —la voz de ella tenía un deje de duda.
—Jé, por supuesto, hasta con los ojos cerrados. ¿Necesita servicios de plomería? —a Renji le estaba gustando esta llamada. De una forma u otra, le divertía.
—¿Es así como se llama? —sonaba impresionada.
—Exactamente, señorita. —Renji rió y la mujer al otro lado del teléfono se sonrojó, pero él no tenía como saberlo.
—P-Pues ya lo sabía, solo lo había olvidado. —Forzó una risa ruidosa, nada creíble. Renji volvió a sonreír—. ¿Qué tanto cuesta?
—Depende del trabajo, pero los de arreglar tubos, plomería ya sabe —rió levemente—, suelen ser fáciles así que son baratos. Sin embargo; depende de qué tanto sea el daño y de si usted compra las piezas para la reparación o debemos pagarlas nosotros. —continuaba examinando la caja de cigarrillos—. Pero usted me está diciendo que el trabajo es en la pila de cocina, así que yo ya me estoy haciendo una idea de cómo puede verse y no creo que sea muy costoso. Si usted gusta puedo ir a hacer una valoración, de manera gratuita, y una vez le he dicho el precio, usted puede decidir si nos contrata o no. —Guardó la cajilla de cigarros, posponiendo el arrojarla a un basurero.
Hubo un silencio mientras Rukia analizaba la oferta, Renji solamente esperó. —De acuerdo, pero prefiero que de una vez hagan el trabajo, es que tengo algo de prisa con eso. Yo compro los materiales que se necesiten. Imagino que ustedes tienen las herramientas, ¿verdad?
—Sí, nosotros llevamos las herramientas. —Adiós a toda posibilidad de tomar él este trabajo, estaba demasiado cansado para irse a meter debajo de una mugrosa pila—. ¿Podría usted regalarme su nombre completo y dirección, señorita? Uno de nuestros hombres saldrá para allá. —volvió a sacar la caja de cigarros, aparentemente sí se desprendería de ella hoy. Suspiró con fastidio.
—Apartamentos Aoi-Hana. El mío es el 17. Están en Tsubakidai, cerca del Hospital Matsukura. Ah, y mi nombre es Kuchiki Rukia. Yo voy a decirle al portero que va a venir un muchacho, para que no haya problema en dejarlo subir, nada más dígale a la persona que venga que diga que es el muchacho que viene a verme, es decir, que viene a ver a Rukia Kuchiki, con eso, y lo que yo le diga al portero, será suficiente para que le dejen pasar.
Al escuchar el nombre de su cliente, la mente de Renji saltó hacia viejos momentos. Su cabeza se llenó de recuerdos, se había quedado atónito. Tenía los ojos muy abiertos e Ikkaku, que le había vuelto a ver frunció el ceño.
—Ne, Renji, ¿está todo bien? —Renji reaccionó, le hizo un gesto con la mano indicándole que nada pasaba y volvió mentalmente a la llamada.
—Dijo Aoi-Hana, ¿cierto? —Volvió a guardar la caja de cigarrillos en el bolsillo y se rascó el cuello, aún pensativo.
—Sí. —Sonó fastidiada—. El 17.
—Enseguida estaré ahí. —Ella agradeció y colgó el teléfono—. Rukia… —susurró Renji y sonrió.
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-Fin del capítulo 1.
Bueno, aquí les dejó este fanfic en celebración del cumpleaños de Rukia:) y también celebrando un poco el obtener reconocimiento del RenRuki como canon (¡yaaaai!). Espero que lo disfruten, a más tardar en una semana (domingo 22 de enero) tendré el segundo capítulo y planeo subirlos semanalmente. La idea no es hacer un fanfic muy largo, pero tampoco uno muy corto.
Nunca está demás decir que los personajes de este fanfic son obra de Tite Kubo y lo único que es mío es la idea del mismo.
Nos estamos leyendo. Un abrazo, Etsuku.
