Gélido aire de la noche en la roja luz del amanecer
¿Cuándo me cubrió la noche con su oscuro manto? ¿Cuándo se apoderó este frío de la sangre que corre por mis venas? No lo recuerdo. Ni siquiera soy capaz de entender qué me llevó a ello. Sólo sé que un día fui incapaz de levantarme de mi lecho. Mi cuerpo no respondía y las fuerzas me habían abandonado. Cuando mis párpados al fin se abrieron a la luz del día, no la encontré. Sólo la penumbra iluminaba una triste cripta donde los rostros pasaban ante mí como si de imágenes fantasmales se tratara.
El tiempo dejó de tener sentido y las vivencias se acumulaban en mi mente sin ningún tipo de orden o relación. Ahora estaba con mi reina, Yō-Ō, y al instante siguiente respiraba la vivificante brisa marina del Mar Vacío. Sólo al escuchar la musicalidad de las olas rompiendo contra la costa y sentir el cosquilleo del sol cuando se despide para volver al día siguiente, mi alma parecía estar en calma. Una paz que no duraba.
Parpadeaba y, al volver a abrir los ojos, ya no me encontraba allí. Volvía a estar en la cripta, solo. Y el tiempo pasaba y pasaba y yo no me movía, ni veía, ni respiraba, ni sentía. El inerte cuerpo de mi reina estaba tendido delante de mí mientras yo permanecía allí, como una estatura destinada a su eterna vigilancia, pero con un corazón igualmente vacío, frío, insensible.
Un nuevo parpadeo y me encuentro en mis habitaciones, postrado en mi cama y con mi Señora sentada a mi lado. Llora y su aspecto está muy desmejorado. Intento incorporarme y hablar con ella, tranquilizarla, pero no puedo. El cuerpo ya no responde a los dictados de mi mente. Suspiro y vuelvo a perderme…
Nuevamente estoy a orillas del Mar Vacío. Nuevamente las olas rompen contra las rocas y, a la luz del amanecer, puedo contemplar mis huellas sobre la arena, aunque no recuerdo haber llegado hasta allí. Sólo sé que no puedo dejar de mirar al horizonte. Quiero…, no, necesito cruzar el mar. Mas no consigo levantarme. Sólo puedo quedarme mirando, sintiendo, pensando…y anhelando.
Cierro los ojos para dejar que la brisa del amanecer serene mi espíritu y vuelvo a encontrarme en la cripta. Una fila de sombras con rostros preocupados van desfilando ante mí y contemplándome con piedad. Sólo yo observo el cuerpo de la que una vez fue mi reina. Sólo yo me resisto aún a dejarla marchar.
Sólo yo siento su mano temblorosa y fría acariciándome la mejilla y susurrándome algo. Creo que se está despidiendo y disculpando. No quiero que se aleje de mí. La necesito a mi lado. Kei la necesita. Dejo de sentir su tacto, su olor a flores recién cortadas…, y sus pasos se alejan sobre el imperturbable mármol. El eco responde. Mi reina se ha ido.
Dos rostros continúan a mi lado junto a la tumba. Son el rey y el taiho de En.
-La reina Yō-Ō ya no se encuentra entre nosotros, Keiki.
-Lo sé. Y necesito su consejo, Taiho En. Sospecho que mi nueva Señora se encuentra más allá del Mar Vacío, en Hourai.
-¿Otra reina y además una taika? Eso no va a gustarle a la gente de Kei.
-Es posible, majestad. Pero primero he de encontrarla en el otro lado.
El tiempo volvió a correr y a ordenarse. Mi sangre pareció recobrar el calor que había perdido. La esperanza había vuelto a mi vida y al reino de Kei. La tapa, con la efigie esculpida de la reina Yō-Ō, bajó y cubrió su cadáver para siempre. Ahora ocuparía el lugar que le correspondía en las crónicas de este reino, y en mis recuerdos. Mi nueva reina aguardaba.
Fin
