¡Hola! :D
Hace tres-cuatro meses recibí un review en mi OS "Amor Concertado" de mi hermana Toothcuper Hime-chan Natsumi, en el que me ponía que debería escribir un fic en el que existieran las almas gemelas, ya que le encantaba eso.
Bueno, después de tiempo al fin lo he escrito xD
Denle las gracias a "True Love" por ello :)
Espero que os guste :D
ACLARACIONES:
Cuando la historia transcurra en el siglo XXI, el tiempo de Toothless, Stormfly y Eret, la letra será normal.
Cuando transcurra en el siglo X, tiempo de Hiccup, Astrid y Camicazi, la letra será cursiva.
Cuando ambos siglos se junten, o sea en los momentos en los que Toothless e Hiccup estén juntos, la letra estará en cursiva y subrayada.
Los escritos de Hiccup y Toothless en cursiva y negrita.
Nada me pertenece, salvo está historia.
— AUNQUE EL TIEMPO NOS SEPARE —
Mundos Diferentes
— Toothless —pronunció ella el nombre de su novio, para cortar su tonta perorata, pero aun así lo hizo lentamente, personalmente no queriendo vivir este momento, ¿quién querría?—, ¿estás diciendo que quieres romper conmigo?
En otras circunstancias, el joven musculado de tez morena y larga melena negra como boca de lobo, habría suspirado aliviado porque Stormfly le hubiera entendido, como tantas otras veces. No está vez.
— ...Sí —admitió, luchando porque su mirada verde tóxica no bajase al piso de la vergüenza que le daba pedirlo. Sus mejillas se tornaron más oscuras, por culpa de la vergüenza—. Por favor, seamos solo amigos.
Con esa última frase (y sobretodo con el "por favor") esperaba arreglar, al menos un poco, lo que estaba rompiendo. Stormfly era su primera novia, siempre lo sería para los restos del recuerdo, y quería terminar de buena forma.
El ceño de la joven de cabello y mirada azul se frunció, luchando entre un enfado que sabe que no debería estar sintiendo y una molesta sensación de vacío. No dolorosa, si no molesta. Detalle que la enfado todavía más. Ella era ese tipo de chica que no creía en el amor verdadero, si no que más bien iba detrás de los ligues de una noche, o de tal vez dos, para saciar sus instintos. Toothless, sin embargo, llevaba saliendo con ella ya por dos años ¡dos años con el mismo chico! Era el mejor chico con el que había estado nunca, tan cariñoso y atento... simplemente no quería dejarle ir. Pero ella no era de ese tipo de chica que le obligaria a quedarse a su lado en contra de su voluntad. Suspiró, resignada.
— Todo el tiempo pasado juntos... —acabó por decir, para gran alivio del joven, que empezaba a asustarse del silencio formado— Los buenos momentos, las peleas en las que siempre nos reconciliábamos... ¿Las veces que nos acostamos no signifaron nada para ti?
Toothless la miró, sin entender y con el corazón desbocado.
— Nunca nos hemos acostado —le recordó.
Esa verdad era una losa en la cabeza, la cual la peliazul no quería tener en este delicado momento. Era verdad. Y por extraño que suene, no lo habían hecho por la comodidad de él. Hasta que Toothless se hubiera acostumbrado a tener una relación, y se sintiera preparado para tener ese nivel de intimidad, ella le dio su espacio. Nunca llegó a sentirse preparado.
La joven tamborileo sus manos en sus piernas desnudas, pues casi siempre acostumbraba a llevar shorts. Toothless conocía muy bien ese gesto. Era el de "este tema me incómoda, así que, te importe o no, lo desviare un poco".
— Todos dicen que somos la pareja perfecta... —no se dio cuenta de que estaba temblando de la impotencia, hasta que su lago flequillo azul salió, rebelde, de detrás de su oreja. Lo volvió a colocar en su sitio, más lentamente de lo usual. En otra situación, él se lo habría acomodado, pero en esta no se atrevía ni a rozarla— Lo llevan diciendo desde que empezamos. Supongo que lo llevan diciendo tanto, que hasta yo me convencí.
— Eso es una parte del problema —confesó él—: yo nunca lo sentí así.
Los padres de ambos eran amigos de infancia. Hace exactamente dos años, quedaron ambas familias para hacer un picnic de verano. Y aunque con dieciocho años lo último que quieres es pasar un fin de semana con tus padres y unos amigos suyos que nunca has visto, por azares del destino ellos les acompañaron. Uno no tenía nada mejor que hacer, era un chico muy solitario. La otra lo hizo a regañadientes, pues ya tenía planes con sus amigos. Sus padres la obligaron, con la excusa de que ya no pasaban tiempo juntos.
Fue un flechazo el que ella sintió por él nada más verle o, por lo menos, por ver sus músculos bien definidos, resultado de pasar el tiempo en el gimnasio, por hacer algo. En seguida le lanzó indirectas, las cuales él no entendió, pero aceptó pasar tiempo con ella porque su cabello azul le parecia interesante. Hacía años que Stormfly se había teñido su cabello, rubio natural, con el mismo tono azul de sus ojos, como un capricho adolescente. Le había gustado tanto el resultado que lo lucía así aun hoy. Además, ella era la primera persona que Toothless conocía con un nombre tan extraño como el suyo (culpa de los extraños gustos de sus progenitores, los cuales siempre decían de continuar con las costumbres de los casi olvidados vikingos que una vez fueron los moradores de esa tierra. Eso incluía los nombres avergonzantes, al parecer) y que, por ello, también había pasado por mucho buylling de parte de tontos niños cerrados de mente. Era una buena amiga. Pero sus padres malinterpretarón su relación. Le pareció raro que ella no les sacará del error. Sin embargo, él tampoco lo hizo. De alguna forma, le hacía muy feliz la idea de tener novia, aunque no lo fuera realmente, y Stormfly le agradaba. Así fue como se convirtieron en una pareja real.
Pero aunque su relación cambió, sus sentimientos no lo hicieron, al menos no los de él. Quién solo sentía por la joven la emoción de tener una novia en si, no que la amase realmente. Le llevó dos años entenderlo.
Ella elevó una ceja, originalmente rubia, teñida de azúl, expresando su desconcierto. Le dolía en el orgullo que durante los dos años de relación, él no lo creyese algo perfecto y se lo habría replicado, si en realidad ella no compartiese su opinión. Dolorosamente si lo hacía.
— ¿Una parte del problema? —cuestionó retóricamente, no sin molestia— Esta bien, ¿y la otra parte?
Toothless imperceptiblemente tragó saliva, mientras jugueteaba con sus manos en el regazo. Ahora venía lo que, él creía, sería lo más vergonzoso.
Le tomo una pálida mano a la joven, sintiéndose algo más seguro porque ella no rechazara el contacto. Stormfly le apretó delicadamente los nudillos, dándole silencioso ánimo sin darse cuenta de que lo hacía. Él inspiró y expiró fuertemente, antes de conectar su mirada verdosa con la azulada de la joven.
— Stormfly, has sido la primera mujer a la que he amado... y tambien la última.
Esa misma frase, recordaba, la había dicho un personaje de Mamma Mia!, un musical que habían visto juntos hacía por lo menos un año, quien trataba de comunicar lo mismo que él ahora mismo. No tenía, en ese salón en el que se encontraban, a ningún otro hombre al que mirar "disimuladamente" tras decir esas palabras, pero sabía que ella entendería.
Stormfly abrió sus ojos como platos, más sorprendida que horrorizada.
— ¡¿Eres gay?! —exclamó con la boca abierta y soltando su mano— ¡¿Tú?!
Esta vez, Toothless no pudo evitar bajar su mirada al suelo. Él justamente, quien nunca temía para presentar batalla, fuera necesaria o no, estaba mirando al suelo totalmente avergonzado por eso.
— ¡Claro, pues por supuesto que lo eres! —esa exclamación por parte de la joven, le hizo levantar de nuevo el rostro, extrañado.
— ¿Qué? —no pudo evitar cuestionar.
Ella le miro, de repente llena de comprensión.
— ¡No hay otra razón que explique porque no querías tener sexo conmigo! —exclamó, llena de amor propio, como escudo ante la ruptura— Es decir, fíjate bien en éste monumento que estas rechazando.
Dicho eso, se enderezó en el sofá y se señalo a si misma de arriba a abajo de forma teatral.
El joven no pudo evitar echar la cabeza, y seguidamente el resto de su cuerpo, hacía atrás, llorando de la risa. Algo que ella no se tomo mal... bueno, no mucho.
— Entonces —habló Toothless, enderezándose y sobandose la cabeza golpeada con el brazo del sofá, mientras le extendía la mano libre—, ¿amigos?
Ella rechazo el apretón de manos, sin embargo, se abalanzó sobre él en un abrazo de oso.
— Amigos no —sentenció, con una sonrisa—. Hermanos.
Él le devolvió el abrazo, también con una sonrisa en su cara.
— Suena bien —comentó.
Pero quedaba el detalle, ahora que no estaban juntos, ¿quién se quedaba con la casa que compartían? Inmediatamente ambos quisieron eludir ese tema.
— ¿Quieres salir e ir tomar un helado? —invitó ella, separándose— Para quitar el mal sabor de boca de la ruptura, claro.
Él enarco una ceja, no sin un poco de diversión.
— ¿Quieres tomar helado de consolación con quién te dejó?
— Si los ojos no me engañan, aun sigues aquí —le respondió, mordaz y divertida— ¿Quieres ese helado o no?
— ¡Con el horrendo calor de Suiza en verano —exclamó, riendo—, dalo por hecho!
Y así, los dos salieron de casa, hacía la calle.
— Solo un detalle —comentó Stormfly—. Con eso de que eres gay... lo de amigos con derechos mejor lo descartamos ¿no?
Toothless la miró, prácticamente con la cara roja de la vergüenza.
— ¡Stormfly! —gruñó, exaltado.
Ella fue víctima de un ataque de risa.
— Tranquilo, solo decía.
— Más te vale —le golpeó juguetonamente el hombro.
Después cerró la puerta de entrada, dejando todo el lugar en silencio.
«Astrid siempre fue hermosa.
Hermosa, sin duda, pero a la gente le suele doler mirarla cuando descubren su personalidad.
Algunos por miedo la alaban hasta el cansancio, pero no le devuelven la mirada. Otros simplemente la odian y no tienen reparos en bejarla, al menos algunos no los tienen.
Yo soy de los pocos que no tiene muchas quejas de ella. Tan pocas, que me casé con ella.
Cuando éramos amigos era celosa y con ganas de lucirse y superarse a si misma ante mi. Y de superarme a mi ante el resto. Después, rompiendo el molde, fue ella quien me pidió matrimonio. Acepte. Y después de eso los celos se transformarón en malsana posesividad y se volvió bastante arisca.
Yo soy suyo, pero ella no es mía.
Es el precio que siempre supe que debía pagar al decirle que sí, así que ya lo he superado»
Un sonoro ataque de tos retumbó por las paredes de la casa. A suficiente intensidad como para preocupar a cualquiera, pero no a ella.
Astrid rodó los ojos y suspiro, harta de ese "drama", como ella gustaba de llamarlo.
Hiccup entró en la cocina, mano en boca. Su normalmente angelical rostro lucía desmejorado.
— Hola, querida —la saludó.
Otra prueba de que estaba enfermo. Se había casado con él hacía tres años, como la ley vikinga indicaba, cuando tenían 17 años. En ese tiempo jamás le había dicho nada especialmente amable, no digamos mínimamente romantico, a no ser que su "mente prodigio" estuviera siendo acosada por la fiebre. No es como si le importará, ambos se habían casado únicamente por sus propios intereses, aunque el resto del pueblo no lo supiera.
— Si, hola —saludó ella con desgana, sentándose a la mesa y comenzando a comer, sin ningún tipo de consideración para con él—. ¿De nuevo?
— Como siempre en verano —respondió el joven, apartando sus cabellos de color cobre sudados del rostro. Su frente estaba prácticamente ardiendo, y sin embargo sentía escalofríos—. Aun no entiendo porque me pasa. Supongo que a mi madre también le ocurría, ya que padre nunca quiso hablarme de ello.
— Hu-hum —rezongó la joven, comiendo y jugando con su trenza rubia.
Sus fríos y calculadores ojos azules estaban clavados en la nada, pensando en la agenda apretada que hoy, como todos los días tenía. Es que cuando tu suegro se muere en batalla cuando menos lo esperas, y tú te tienes que hacer cargo de una aldea vikinga entera siendo tan joven, te fastidia un poco. Pero no se quejaba. Al fin y al cabo eso es lo que siempre había querido, por algo se había casado con la espina de pescado del pueblo y hasta puede que de toda la raza vikinga.
— También alguien vendrá a Berk de vacaciones, ya sabes, a visitarme —comentó el joven, apollandose con una mano en la pared, pues se sentía mareado.
Con la otra sostenía una manzana ya mordida por él. Pues él mejor que nadie sabía lo asqueroso que cocinaba su esposa. Pero todos se pirraban por algo cocinado por él, era una de sus muy pocas cualidades. Tenía la vista verdosa clavada en la nuca de Astrid, no sorprendiéndose nada por la falta de reacción. Sabía perfectamente que no le estaba haciendo caso.
— Hu-hum —volvió a rezongar ella, esta vez algo molesta porque él no la dejaba comer en paz.
Hiccup entonces dejó a un lado el dolor y sonrió tras ella, no sin maldad.
— Se trata de Camicazi —completó, disfrutando del escalofrío que recorrió a la joven por toda la espina dorsal al escuchar ese nombre.
Astrid se levantó repentinamente, dejando caer la silla al suelo, ni siquiera se molestó en volver a levantarla. Observó a su marido sonriente tan sorprendida como si le hubiera salido otra cabeza, aunque en realidad no tenía motivos para sentirse así.
— Ella... —pronunció en un susurro apenas audible, pero que Hiccup escuchó perfectamente— Oh, por las barbas de Odin. Ella.
Su nombre se colo en su mente, como tantas otras veces sin querer salir.
Camicazi, con su metro ochenta y pechos de talla 150. Camicazi, con sus ojos azules oscuro como mar embravecido y largo cabello rubio descuidado. Camicazi, con su sonrisa ladeada anhelante de saciar la sed con la sangre enemiga y su actuar fuerte y arrogante. Camicazi, siendo la princesa de las vikingas Bog Burglars, la mejor amiga de su marido desde la infancia. Camicazi, su maldita presencia imposible de ignorar y su jodido don de hacerla sentir que tenía mariposas en el estomago, como una idiota quinceañera. Camicazi. Oh, como odiaba estar enamorada de ella. Como odiaba que Hiccup, su propio marido, usará eso para burlarse de ella. Era tan malditamente surrealista.
A punto estuvo de formar un puño y golpear la sonrisa sardónica del joven enfermo, pero algo fue más rápido que ella. Hiccup cambió la expresión de su cara por una congestionada por el dolor, se llevó una mano a la frente. Comenzó a respirar agitadamente.
Astrid rodó los ojos. Ya estaba el rey del drama dando la nota.
— Astrid... —habló él, agitado y encorvándose— no... no me encuentro...
El sonido de la manzana mordida cayendo al suelo fue el sustituto de la palabra "bien" y también el predesor del ensordecedor ruido de un cuerpo cayendo al suelo, tal cual un árbol al ser cortado.
Hiccup, inconsciente, yacía en el suelo, mortalmente pálido.
— Oh, mierda... —fue lo único que Astrid dijo, con desgana, antes de hecharse a su marido a la espalda como un saco de patatas y llevarlo a la cama— De verdad que no podía esperar a la tarde para hacer el tonto. Dioses, maldito seas Hiccup.
La ropa, y otros importantes objetos, eran guardados a dos manos morenas en cajas con una rapidez pasmosa. Mientras que el otro par de manos pálidas lo hacía lentamente, a desgana.
En otros lugares de la casa, los encargados metían en el transporte los muebles mandados.
— ¿En serió quieres hacer esto? —le preguntó Stormfly, por enésima vez, aun sin creerlo.
Apenas ayer ya habían roto como pareja en buenos términos, y había estado bien. Seguir viéndole el rostro no era extraño ni incómodo en realidad. Pero esto...
— Te lo dije, Storm —suspiró hastiado Toothless, embalando la última caja—. Necesito unas vacaciones, para un cambio de aires y eso...
— Ya —pronunció ella, dejando caer de sopetón las cajas una encima de otra en un carrito transportable—. Pero la cuestión es que no te vas de vacaciones, si no que te mudas.
Que hubiera vuelto a casa de sus padres lo comprendería, ¡pero mudarse! Aun no sabía como tomárselo... bueno, en realidad, sí: Mal. Ella no era ciega, contrario a eso, sus gustos por los deportes fuertes le habían elevado los sentidos. Supo perfectamente que tenía un diamante en bruto como pareja nada más comenzaron, por eso lo había cuidado con tanto mimo, contrario a los jóvenes con los que jugaba y luego echaba de su vida. Y estaba muy segura de que, tal vez, ella no se merecía semejante diamante. Pero, aun así, no quería estar lejos de él. Lejos de su hermano.
— Solo las vacaciones de verano. Es una cabaña de alquiler...
— ...A la que te llevas TODAS tus cosas —terminó ella, a la defensiva. Sin embargo, no dejó de arrastrar el carrito hasta la entrada—. Admitelo Toothless, te mudas.
Él ya estaba hasta los mismísimos.
— ¡Está bien, me estoy mudando! —dijo con un tono de voz elevado— ¿Contenta?
— No.
Llegó a la entrada y le dio el carrito a los de las mudanzas. Toothless prefirió sacar una bandera blanca para este caso y la abrazo.
— Ni creas que no te iré a visitar —casi le amenazó ella—, recuerda que tengo la dirección.
— Ya me lo temía —dijo él con tono de medio burla, sonriendo de medio lado.
— Cuidate, por favor —pidió, como una madre se lo pediría a su hijo.
Nadie que los viera diría que eran una ex pareja recién separada.
— See, mamá —contenstó él subiéndose a coche, y colocándose unas gafas de sol que le quedaban bastante bien—. ¡Nos vemos!
Y arrancó, con el camión de mudanzas detrás de él, y con la cara de cachorro degollado de Stormfly reflejándose en los cristales.
«Yo nací enfermo.
Pequeño, debil y enfermo. Y así me quedé.
Es una condena que cargo desde que nací y que tendré que cargar siempre. Toda la curiosidad, toda la información que almaceno en el cerebro y que llaman "inteligencia", no es suficiente si no eres fuerte. No si eres un vikingo... o por error has nacido entre ellos.
Jamás seré fuerte, por mucho que quiera o entrene, esta maldita enfermedad sin nombre me tiene condenado.
He pensado y actuado por mucho para lograr una posible solución, nada se puede hacer.
Pero lo más extraño es que, en realidad, no me importa»
Gobber casi pega saltos de alegría cuando, al día siguiente de haber caído desmayado en la cocina, por fin Hiccup abrió los ojos.
El vikingo, como su tutor, siempre había estado muy implicado en el delicado tema de su salud. Más que nada, porque de haber tenido él un hijo propio, no lo habría querido tanto como a Hiccup.
Pero ahora que el joven había llegado a los 20 años, sus sensores de alerta estaban al máximo, pues fue cerca de esa edad en que la madre del chico, de quien había heredado su tambaleante salud, murió no de forma muy plácida, entre terribles dolores.
— Gracias a los Dioses, chico —habló el hombre volviendo a colocarse el casco sobre su calva rápidamente, para que el joven no notara la pose de velatorio que había estado poniendo. Falló. Pero Hiccup no comentó nada—. ¿Cómo te encuentras?
— ¡Moribundo, oh, moribundo! —exclamó él, dramatizando demasiado, burlándose de la preocupación de Gobber, quien pronto fruncio hastiado el ceño— He visto la luz, Gobber, ¡en serio que la he visto! Y hasta juraría haber escuchado la voz de mi difunto padre llamándome... ¡Pero eso es imposible! Pues él ahora debe de estar en el Valhalla, en compañía de otros difuntos héroes, grandes por su sobrepeso y engullendo carne de cerdo como si él mismo fuera uno y bañándose en Hodromiel porque de tan borracho que estara ya no recordará que eso se bebé. Mientras que a mi, si me toca acabar en el Hellheim ya di gracias, pobre niño triste de mi, sin ninguna razón real para existir. ¿Por qué no he muerto ya?
Gobber esperó unos segundos, para cercionarse de si ya había dejado de decir insolencias. De verdad que Hiccup era un chico listo, pero cuando se ponía en ese plan de "oh, que desgraciado soy y todos ustedes son unos malditos borregos" daban ganas de darle un puñetazo. Pero está vez Gobber no sintió esa necesidad, ya que le tranquilizaba que el joven estuviera lo suficientemente bien como para sacar de paseo su lengua bífida.
— Un simple "he estado mejor" habría bastado —puntuó.
Hiccup le miró con cara de circunstancias.
— Pero entonces no sonaría como yo —hizo notar—, y entonces si tendrías motivos para preocuparte.
Gobber no tenía nada para rebatir eso.
— Bueno, ¿cuánto está vez?
— Éstas al día siguiente de cuando te desmayaste.
— Oh —soltó. Normalmente su medía estaba en tres días fuera del mundo—. Realmente debo de estar ganando facultades...
Dicho eso, trató levantarse de la cama, pero...
— ¡No, espera! —exclamó Gobber, demasiado tarde.
Un intenso dolor le dejó tieso en el sitió y calló al suelo. Está vez nada fue actuado. Masculló una maldición y, antes de que Gobber lo incorporará, él, con toda su fuerza de voluntad, sobrevino al dolor, no sin soltar un gemido lastimero y se irguio de nuevo, para después dejarse caer en la cama, soltando otra queja.
— Mala idea —masculló.
— Muy mala —convino Gobber, el joven asintió.
— Esto es nuevo —comentó sin emoción, su mirada verdosa clavada en la nada.
— No en realidad —le corrigió Gobber—. Solo que estabas desmayado cuando te pasaba.
— ¡¿Me dices que pasaré dos días así?! —exclamó exaltado.
— Sinceramente, no lo se, chico —su voz cargada de tristes emociones—. De verdad que no lo se...
— Oh, despertó ya —y ahí quedaba todo.
Astrid estaba en el marco de la puerta, la sonrisa en la boca que tenía hace unos segundos por lograr el doble de provisiones a la mitad de precio, por un genial regateo con el comerciante (al que le gustaban mucho las rubias prohibidas, por así decirlo), se tensó en una mirada de indiferencia mientras su esposo le devolvía la mirada.
"¿Por qué me casé con ella? —se preguntó el joven por enésima vez. Entonces vio los músculos de la joven tensarse por un momento, antes de posar su amada hacha en el cabecero del su lado del lecho— Ah, claro, por la protección que ella le brinda al pueblo, que yo no les puedo dar"
El hombre la miró con odio contenido, sus labios apretados en una fina línea, guardando para si sus comentarios. Lo normal en una esposa con un marido enfermo es que estuviera preocupada por su salud. Y que se alegrara por verle consciente. Un simple "Oh, despertó ya" en tono aburrido no era para nada lo que se esperaba de una esposa. Desde luego no de una que, se suponía, estaba enamorada de su marido. Dato que el dudaba cada día más y más. Sin duda, Astrid no era el tipo de persona que quería para su niño, quien a su padecer merecía el mundo entero. Aunque no le digan a Hiccup, ya tenía el ego bastante subido, aunque no lo pareciera.
— Supongo que te fue espléndido —adivinó el joven, desviando la mirada de Gobber.
Sabía de sobra lo que estaba pasando por la cabeza del hombre en estos momentos y no quería enfrertarlo. No ahora. En otro momento sería él mismo quien sacaría el tema, se prometió. Preferiblemente cuando ella no estuviera presente y él pudiera moverse libremente sin que un horrendo dolor lo obligara a quedarse quieto.
— Supones bien —contestó de forma trivial, acomodando su trenza. Sus ojos fijos en Gobber, como una valiente gacela, dispuesta a pasar de presa en su propio terreno, a cazadora. No percibía la mirada anhelante que su esposo le estaba dando, suplicando un poco de cariño, imperceptiblemente hasta para el mismo joven. De haberla percibido tampoco le habría importado—. Aunque, tratándose de ti, eso es totalmente normal. ¿No es así?
Hiccup apretó fuertemente los labios, pues no podía apretar los puños sin que su cuerpo se quejase, ante el veneno sutilmente disimulado en el tono de la joven.
En ese momento Gobber decidió abrir la boca. La inteligencia y gran percepción del entorno que su niño poseía era realmente una gran virtud, y no iba a dejar que Astrid se burlara de ese don divino como si no valiera de mucho, cuando ella misma no valía nada.
— Despertó, pero no puede moverse, no de momento —sin embargo, eso fue lo que dijo. Pues el "quejarse no es seguro" grabado en la expresión de Hiccup llegó a su campo de visión justo a tiempo para no cometer un error garrafal.
Aquella noticia debió haberla alarmado como mínimo, ¿qué tal si no podía volver a valerse por si mismo nunca? Sin embargo, no había ningún sentimiento en ella. Ni en su rostro ni en sus ojos, los cuales seguían iguales al hielo de Finlandia. Totalmente fríos en el exterior, ocultando debajo una lava muy candente y peligrosa. Un gran consejo es, sin duda, no quieras escarbar en los ojos de Astrid. Sin ninguna duda morirás quemado antes de pasar la primera capa.
— ...Ah —soltó ella tras unos segundos, sintiendo la imperiosa necesidad de hablar, de hacerse notar como la dueña del lugar, aunque fuera solo con dos letras. Irónicamente, tras eso, quiso huir de la tensión que se formaba en el ambiente. Por su culpa. Pues no era algo que pudiese cortar con su hacha para librarse, y eso era algo que odiaba—. Iré a preparar hidromiel para el invitado.
Con eso, todo odio en el rostro cuadrado del hombre fue sustituido por completo horror. Para su propia vergüenza, no pudo evitar abrir grandes como platos sus ojos.
— ¡No hace ninguna falta! —exclamó como si le fuera la vida en ello. Y le iba. Todos sabían que cualquier bebida preparada por Astrid era un gran explosivo. Algo bueno cuando querías volar en pedazos un barco enemigo, pero un auténtico suicidio si lo usabas para intentar apagar la sed.
Astrid sonrió con malicia.
— Oh, si que la hace —puntuó—. Tú has cuidado de Hiccup por mi, después de todo.
Algo en su tono de voz le aseguró a ambos hombres que a ella nada le habría importado quedarse viuda. Y de haberle importado, lo habría celebrado.
Hiccup secretamente se prometió que si ella intentaba algo en su contra, la arrastraría con él a la muerte, así tuviera que sacrificar aquello que trataba proteger.
La joven se fue dando un sutil portazo. Gobber esperó a que dejaran de sonar los pasos bajando las escaleras para hablar.
— ¡Lo de esta chica es simplemente increíble! —exclamó— ¡Nunca, en toda mi vida...!
Hiccup sobrevino al dolor con un pequeño quejido, estirando el brazo para tocar el grueso hombro del hombre, quien calló al instante.
— Se que ella no te cae bien —empezó—, pero...
— ¡No hay peros que valgan esta vez! —Gobber perdió la paciencia— Tú lo sabes mejor que nadie.
— A ella no le gusta que esté enfermo, eso es todo —dijo, bajando la cabeza.
Gobber permaneció en silencio unos segundos.
— Mientes —acusó, su voz cargada de decepción, la cual fue como un cuchillo clavado en el corazón de Hiccup—. ¿Por qué? ¿Con qué motivo la defiendes?
Él levantó su mirada verdosa.
— ¡¿Qué no es evidente?! —gritó más alto de lo que hubiera querido.
Y con eso Gobber supo que no le iba a decir más, aunque le obligase.
— Ella te llevará a la tumba —aseguró, con su voz cargada de sentimientos negativos, sin saber realmente cuan ciertas eran esas palabras.
— No creas que no lo se —se sentenció Hiccup—. Pero ella os protege a todos, incluido tu gordo trasero. Y si tienes problemas con eso, haber impedido la boda cuando tuviste la oportunidad. Habla ahora o calla para siempre. ¿Te suena de algo?
El hombre guardó silencio, entre entristecido e indignado.
— Vete —Hiccup rompió el silencio, tratando guardar un poco de compostura—. Por favor, tan solo vete. Y recuerda que es de tu jefa de quien has estado hablando.
Él lo hizo sin una sola palabra más. El grito "¡¿Qué no es evidente?!" resonando en su cabeza, como un látigo, restallando en un golpe que les dolía a ambos.
