Capítulo 1:

Aceleré en mi motocicleta sintiendo el viento en mi cara, quería olvidarlo todo y ser libre al menos una vez en mi vida.

Pero lamentablemente mi situación actual no tiene nada que ver con ser libre, sino todo lo contrario, estoy siendo escoltada por el equipo de seguridad de mi padre hacia un internado en un pueblo llamado Forks.

Cuándo cruce un gran portón de hierro con unas letras enormes, supe de inmediato que había llegado:

Forks High

Me contuve de poner los ojos, el internado se llamaba igual que el pueblo, que gran novedad, pensé con sarcasmo.

Frené mi motocicleta para luego sacarme el casco y bajar de la moto.

Sonreí al notar que llamaba la atención de todos los parásitos hijos de papá que poseían autos carísimos.

A mi lado Sam el jefe de seguridad se aclaró la garganta.

-Señorita Rosalie – rodé los ojos dispuesta a escuchar sus órdenes o más bien las órdenes de mi padre. – El señor Marcus – comenzó Sam a explicar. – Pidió estrictamente que dejen todas sus pertenencias en su nuevo cuarto – fruncí el ceño dispuesta a protestar, pero Sam continuó cómo si nada. – Paul y Embry ya se encargaron de eso.

-Por supuesto – comenté poniendo los ojos. Ellos harían cualquier cosa que mi padre les pidiera, e incluso encerrarme en éste hospital psiquiátrico llamado internado.

-También dejaron su uniforme que debe usar todos los días a excepción del día viernes que puede asistir a clases como usted estime, su horario de clases está en su cuarto y los fines de semana los tiene libre – siguió Sam dándome las instrucciones. – Su cuarto es el 312 en el edificio 2 piso 3.

Lo mire con ojos desorbitados, 312... Sí yo tenía ese cuarto no me puedo llegar a imaginar cuantos estudiantes más asistían a este lugar.

-Sam - lo llamé tragando saliva con dificultad.

-¿Sí?

-¿Puedes darme un tiro en la cabeza y encerrarme en el maletero de tu coche? - pedí mirándolo con súplica.

El siempre serio Sam negó con la cabeza.

-No me pida cosas imposibles de hacer, señorita.

-Me llamo Rosalie – le recordé con disgusto. – ¿Podrías hacerme un último favor?

-Depende - dijo él arreglando su corbata.

-Dile a Marcus que lo odio por hacerme esto - masculle entre dientes mientras deslizaba la mochila por mis hombros.

-No se meta en problemas, señorita. Ésta es su última oportunidad – me recordó viéndome serio.

-Lo sé – asentí dando un gran suspiro, lo abracé por impulso pillándole desprevenido, cuándo me aparté él se encontraba sonrojado. - Adiós, Sam.

Me despedí a lo lejos de Paul y Embry otros de los gorilas de Marcus Hale.

Finalmente después de dar la vuelta tres veces a todo el recinto (No exagero), llegué al que sería mi cuarto. Y en cuanto vi la cama me lancé sobre ella sin dudarlo, con un suspiro de resignación miré al techo pensando en mis desastrosas 48 horas…

El sólo hecho de recordar el sermón más largo de mi vida, me provocaba dolor de cabeza.

La imagen de papá furioso entrando a la oficina de mi antiguo director era algo difícil de olvidar, tanto así que el cobarde director me dejó sola con el ogro de mi padre. Había sobrepasado todo el límite de paciencia, provocando la irá de Marcus y finalmente acabando encerrada en un maldito internado.

Vera tenía razón, debía pensar antes de actuar. Pero esa chica me había provocado y terminó pagando por ello. Ya era muy tarde para arrepentimientos y lo hecho, hecho estaba.

...

No sé en qué momento me quede dormida, y para cuando desperté la hora en mi puto celular parecía burlarse de mí, 20:00 hrs...

Bajé hasta el comedor el cual se encontraba repleto de adolescentes hormonales los cuales al notar mi presencia me siguieron con la mirada mientras elegía mi comida, la que consistía de patatas con ensalada y un zumo de piña.

Luego de elegir mi comida divisé la única mesa libre al otro extremo del comedor, durante mi trayecto hasta la mesa aún tenían algunas miradas clavadas en mí. Y la verdad es que no me molestaba en absoluto que me miraran, es más reconozco que en algunas ocasiones me encanta ser el centro de atención.

De repente una chica de un rubio artificial se levantó de su mesa mientras yo pasaba junto a ella empujándome y provocando que su zumo se derramara directamente en mi comida.

-Lo siento – se disculpó cínicamente y sus amigas rieron.

Esto era realmente ridículo, pensé poniendo los ojos.

-Si claro – dije con sarcasmo.

Y otra vez actuaba sin pensar, di vuelta mi zumo en su falso cabello. Muy bien, lo reconozco soy un poco impulsiva, pero en mi defensa ella me provocó.

Continúe mi camino a la mesa libre, mientras la chica del zumo chillaba tras de mí; sonreí, pero mi sonrisa se esfumó cuando sentí que me agarraban del brazo volteándome y quedando frente a otra rubia falsa.

-¿Qué te pasa? – pregunté tranquilamente retirando su mano de mi brazo.

-Pídele disculpas a mi hermana – exigió.

-¿Tu hermana? – me reí amargamente.

-Claro, discúlpate – exigió con voz cargada de odio puro.

-No quiero – me crucé de brazos desafiante.

La chica me miraba con odio a los ojos y yo por supuesto le devolví la mirada cargada de aburrimiento, en serio estaba perdiendo su tiempo jamás me disculparía.

Derramar el zumo en mi comida siendo que en alguna parte del mundo habían bebés, niños y familias que no tenían que comer, era un desperdicio y una gran pena.

-¡Rose! – llamaron a lo lejos sacándome de mis pensamientos.

-Peter – murmure entre dientes.

Mierda, de todas las personas en el mundo tenía que ser él.

-¿Se conocen? – preguntó la rubia con una sonrisa tan falsa que pareció más una mueca que una sonrisa.

-Sí, la conozco Tanya – explicó mi mejor amigo. – Ahora yo me encargo de ella – dijo refiriéndose a mí.

Rodé los ojos, nuevamente todo el mundo estaba atento a la llegada de Peter.

-Sólo ten claro que esto no se queda así – me amenazó viéndome con fiereza.

-Claro – sonreí con hipocresía.

Me senté en la única mesa libre dispuesta a escuchar lo que se me venía encima.

-¿Cómo pudiste Rosalie? – preguntó Peter sentándose junto a mí.

-Oh vamos ella me lanzó su comida – me defendí. – Además hay niños en África que no tienen que comer – expliqué.

-¡No hablo de eso! – me interrumpió Peter.

Ambos fijamos la vista en mi bandeja con la comida inundada por el zumo, alzamos la mirada al mismo tiempo e hicimos una mueca de asco.

-Hablo respecto a tu salud – fruncí el ceño ante el comentario de mi mejor amigo.

-Ya te enteraste – supuse sabiendo lo rápido que son los chismes en la alta sociedad Neoyorquina.

-No llegas a ningún lado con esa estupidez – habló escupiendo las palabras pero sin que nadie a nuestro alrededor escuchara.

-Mira es mí problema - me exalte. – Lo que yo haga o deje de hacer con mi vida no es asunto tuyo.

-Tu problema ¡Ja!, Rosalie enserio madura.

Así sin más se levantó de la mesa y me dejó sola, llena de rabia y sentimientos encontrados. Ni siquiera me había dejado explicar mi versión de los hechos.

Dejé la bandeja a un lado, ya no me iba a comer eso, y además mi apetito se había ido junto a Peter.