Se miró al espejo, su aspecto no podía ser más patético, sus lacios cabellos rosados ahora solo parecían un nido de pájaro y bajo sus ojos ámbares grandes bolsas negras que demostraban la horrible noche que había pasado, Já, horrible era poco.

Observo por última vez el espejo antes de buscar una píldora para el dolor de cabeza, no lograba pensar con claridad y eso era lo que más necesitaba en aquel momento, pensar, ¿Qué iba a hacer ahora?, lo había perdido todo, su casa, su trabajo, ¡Incluso su prometido! —Estúpido Hotori. — Pronunció con odio, al saber que ya no tendría dinero que robarme había decidido cancelar el compromiso. Estaba desesperada, no tenía a donde ir, no tenía ningún amigo y tampoco, aunque le doliera, ningún familiar.

Había trabajado en la empresa Seiyo durante cinco largos años para que un día cualquiera, sin más, la despidieran por "Problemas económicos", ¡Problemas económicos y una mierda!, había trabajado como un maldito burro, era la mejor en su trabajo, pero al parecer eso nunca les importó.

Tadase era otro tema, aquel imbécil huyó al saber que ya no tenía trabajo excusándose de que "Las cosas no estaban funcionando", ¿y cómo iban a funcionar?, si él ganaba menos dinero que yo, era una sabandija mantenida.

Cuando al fin pudo encontrar la dichosa píldora se dirigió hacia la cocina, cogió un vaso, lo llenó de agua y lo bebió para que la píldora bajase más fácilmente por su garganta. —Nota mental, jamás volver a recurrir al alcohol en situaciones desesperadas. — Se dijo a sí misma, aunque estaba completamente segura que lo iba a olvidar.

Buscó entre el desorden de su casa su laptop, tenía que decidir a donde ir, su presupuesto era poco, por lo que en la ciudad no podría quedarse, también necesitaba un nuevo trabajo o volver a nacer, lo que llegara primero. Vagando de página en página había encontrado un pueblo no muy grande, pero tampoco demasiado pequeño, un sitio bastante tranquilo, había solo una casa en venta, no era ni muy bonita ni amplia, pero sería muy útil, su precio era justo, así que sin pensarlo mucho decidió llamar al número que ofrecía la información.

Quien atendió el teléfono fue una mujer, quizás de 38 años, tenía la voz carrasposa y amargada; ella le brindo toda la información necesaria, tanto de la casa como del pueblo, resolviendo algunas de sus dudas, por eso, sin mucho rodeo, aceptó comprar la casa.