Los personajes protagonistas de esta trama no me pertenecen, son propiedad de JK y la Warner.

Pequeño nuevo fic. UNIVERSO ALTERNO. ¡Gracias a quien se tome el tiempo de leer! El fanart utilizado como portada no es mío; pertenece a su respectivo creador.

Y les dejo el comienzo...


Contigo

Capítulo I


Había dudado un poco, lo admitía. Y eran dudas justificadas, porque se trataba de un gran cambio, un gran paso. Un viaje de miles de kilómetros.

Un viaje de mil kilómetros comienza con un solo paso... parloteaba su madre, quien leía mucho y conocía muchas citas famosas. Era cierto.

Estaba empezando de nuevo, y era completamente normal sentir cierta inquietud en la boca del estómago. "Lo desconocido siempre aguarda, pero es desconocido. Nos espera y desea que vayamos por él, sin tener ni la más remota idea de lo que es. Y nos altera, un poquito. Sí".

Su madre sabía. Lo sabía todo.

"- Dios nos pasa un disquito pequeño que nos transfiere toda la información necesaria. Es chiquito, nos lo metemos por aquí – se señaló el oído – y queda bien guardadito en nuestro cerebro.

- ¿Así?

- Así.

- Muy bien, ¿y cómo vienen los bebés?"

En aquellos meses rememoraba lo fantástica que había sido su infancia y la maravillosa relación con sus padres. Parte de aquello se debía al gran cambio, el trancazo dado por la vida que le obligó a transformarse. Debió verlo venir, las señales eran claras. Estaban sufriendo, los dolores eran cada vez más frecuentes. Típicos achaques de viejo.

"- Somos unos vejestorios, ¿qué esperaban?"

Molly Weasley fue la primera en irse, y a pesar del inmenso dolor, Ginny había sonreído. Nunca había visto tanta tranquilidad en un rostro, arrugadito por los años, marcado de experiencias. Su papá la siguió dos meses después, la paz en sus facciones era idéntica a la de su mujer. Parecían dormir. Una siesta demás satisfactoria. Descansaban, se lo merecían.

Cinco meses desde la despedida de su papá. Después llegó la separación, luego el divorcio.

- Cambió la canción totalmente, Ginevra – primero el amor, luego el matrimonio… La letrilla se le había pegado por varios días, aunque sustituía las palabras. Primero un adiós, luego es el divorcio… con la tonadita, se imaginaba a sus sobrinas saltando la cuerda.

¿Debió ver venir aquella situación también? Sin duda alguna, las señales también estaban claras y se mostraban incluso desde mucho antes de la muerte de sus padres. Sus neuronas tardaron en despertar, y no sólo con aquel episodio tan de mala suerte.

- Aquí vamos – giró el volante en una curva, la carretera parecía antigua, sin asfaltar. Los neumáticos de su Volkswagen levantaban remolinos de polvo. – Bienvenidos a Lovell – leyó en un pequeño cartel. Pasó por una zona completamente sombreada debido a la unión de las ramas de los árboles que se encontraban a un lado del camino y que enlazaban sus copas de forma mágica sobre la carretera, un túnel vegetal, y en pocos minutos divisó la verdadera entrada del pueblo. Anticipó su aparición debido al asfalto, el cual apareció de improvisto y le hizo saltar al vehículo un poco, como si hubiese tropezado con un bache.

- Aquí vamos – repitió.

La mayor parte de su vida se dio en Londres y le había costado todo un mundo desprenderse. Su familia completa estaba allá, ¿cómo no le iba a valer?

- El paso, mi niña, el gran paso. Sabrás cuando darlo.

Le valió. No obstante, sentía que era lo correcto.

Esperaba a que Dios también le permitiera grabar aquella información del disquito en su cerebro. Pero, ¿para qué? Aquellos conocimientos concernían a las madres, solo a las madres. Eran cosas básicas y específicas; como por ejemplo, hacer toda una comida completa rápidamente, en menos de una hora; era algo admirable. También multiplicarla: donde comen tres, comen cuatro. Donde comen cuatro, comen cinco. Donde comen cinco, comen seis. Y todos quedaban satisfechos. También saber las palabras adecuadas para hacer sentir mejor a sus hijos, fuese la situación que fuese.

Lloras y te sientes mal, ¿a dónde quieres ir? Al regazo de mamá.

- Tienes las respuestas para todo – decía con las mejillas llenas de migajas de galleta.

- Las respuestas que debe de saber una mamá.

Un bache volvió a hacer que su auto saltara. Debía tener cuidado. Aquella chatarrita, como le llamaba Ben, era una antigüedad. No le causaba problemas, pero en unas podría dejarla varada en el camino. Lo había comprado cuando vivía en Nueva York, toda una ganga. Tenía la pintura azul desconchaba en el encapotado y un hundimiento por un pequeño choque en el maletero. El motor era de segunda mano y el parabrisas estaba un poquito resquebrajado por una esquina, como si alguien le hubiese arrojado una piedra. Además, le faltaba un limpiaparabrisas.

Aquello no le importó. Como se dijo, fue toda una ganga. El carro andaba, era lo importante.

- Calle… calle… ¿cuál era la calle? – de la guantera sacó una hoja de papel doblada por la mitad. Tenía unas cuantas manchas de grasa debido a una bolsa de frituras que guardó junto con ella. – Veamos… - sin detenerse, colocó sobre el volante las indicaciones – calle número siete. Veré una hilera de… - levantó la vista. - ¡Ahí estás! – bramó con alegría. Arrojó la hoja de papel al asiento del copiloto y pisó el acelerador. La hilera de casitas era adorable a su visión. Eran muy parecidas, aunque algunas poseían un segundo piso. Las palmeras sombreaban las aceras y había muchos niños correteando calle arriba y calle abajo. Algunos iban en bicicletas y otros en patines.

Ella había alquilado una de las residencias más pequeñas de la zona, de un solo piso, sin sótano. No importaba. Lo compensaba el hecho de tener uno de los jardines más lindos que hubiese visto jamás. Sintió un escalofrío muy agradable recorrerle la columna vertebral al verla, como una especie de aviso. Allí debes de estar. Las flores que adornaban la entrada eran preciosas, de incontables colores y diversos aromas. Destino, habría dicho su madre.

Porque no todo es coincidencia, mi niña.

Ginevra amaba las flores, no por nada había alquilado un diminuto local en Nueva York para vender plantitas y racimos; y no por nada había invertido en un pequeño local ahí en el oeste de Maine cuando decidió dejar la ciudad. Aquel negocio no le haría millonaria, ni siquiera un poco, pero no moriría de hambre. ¿No era eso suficiente? Por supuesto que sí. Más que suficiente.

Aparcó el auto en todo el frente de su nuevo hogar. Su hogar. Pagó cuatro meses por anticipado, era suyo por los momentos.

Betty Bonsz, la agente inmobiliaria, ya la esperaba en el porche. Era una mujer de baja estatura, delgadita, como una barrita de pan, y de cabello rubio y rizado. Vestía uno de esos típicos trajes azul oscuro de falda entallada y camisa que parecían de secretarias de oficina.

- ¡Ginny! – llamó agitando una mano. La pelirroja la había contactado por sugerencia de Ben. El bueno de Ben, debía invitarlo a su nuevo hogar.

No cesaba de repetírselo, su hogar. Aquella hermosa idea, ya un hecho, saltaba vigorosamente en su cabeza.

Apagó el motor y salió del Volkswagen. Su cabello mostraba unos cuantos mechones despeinados, producto de haber viajado con las ventanas abajo. Tenía que ser así, no poseía aire acondicionado y el calor era tremendo al verse en pleno verano. El viento le había pintado las mejillas de un rojo clarito, como colorete.

- ¡Espero no hayas estado esperando mucho tiempo! – exclamó abriendo el maletero. – Debía haber llegado veinte minutos antes pero – se guindó un morral en uno de sus hombros – me detuve a comer. Tenía hambre – sacó una gran maleta de color gris, de esas que tenían rueditas, aunque ella prefirió sujetarla por la agarradera.

- Llegué hace diez minutos.

- ¡Ya estoy aquí! – miró el jardín, las escaleritas que ascendían al porche, piso de madera. - ¡Estoy aquí!

- ¿Qué te parece? – Betty señaló un par de móviles colgados en el techo. Campanillas de viento. – Cortesía de Ben.

- ¡Me encantan! – una brisa ligera se sintió y las campanillas sonaron, dándole la bienvenida. Todo el panorama transmitía buena vibra. – Todo esto… - caminó hacia la entrada – Lo opuesto a Nueva York.

- Era lo que querías, ¿no?

- Odiaba vivir en un lugar tan transitado – subió los peldaños, liando con la maleta y el morral.

- Aquí tienes – Ginny abandonó la gran maleta junto a la puerta y tomó la llave. - ¡Vamos! Quiero asegurarme de dejarte lo mejor instalada posible.

Con una sonrisa de oreja a oreja, Ginevra metió la llave en el picaporte. El pomo giró sin ninguna dificultad.

- ¡Dios mío! – su sonrisa se ensanchó un poco más, si era posible. Se quitó el morral del hombro y le dejó en el suelo. – Está aún más bonita que cuando vine la primera vez.

- Los dueños siempre pagan un servicio una semana antes de que el nuevo inquilino se mude. Disponen los muebles y limpian de punta a punta. Lo único… – Betty señaló el sofá grande y los individuales – es que no le quitan el plástico. Forma de mantenerlos libres de polvo hasta que llegues.

Ginny se acercó al sofá y le arrebató la protección plástica. Tenía un tapiz de flores rojas, muy colorido. Los individuales eran exactamente iguales. Una mesita de madera reposaba al centro, ideal para sus portarretratos, al igual que las repisas sobre la chimenea.

- La cocina… - Betty la dirigió hacia allá. Estaba orientada a la izquierda, era diminuta, con un mesón delgado y un par de banquillos. Las paredes estaban cubiertas de azulejos rojos y blancos. – Y…

- Betty, ya la he visto. ¡La amo! – su forma de hablar hacia ver que decía la verdad. Su voz sonaba animosa y cantarina.

La mujer sonrió, contagiándose un poco con el buen humor de la pelirroja; no siempre tenía clientes tan chispeantes... sí, chispeantes. Se acomodó sus gafas sin montura sobre el puente de la nariz y apartó uno de sus rizos rubios de su frente.

– Debo llenar la despensa, pero… - se acercó al fregadero, la vista de la ventana daba hacia el jardín del vecino. Notó un montón de hojas secas desparramadas en el césped; hacia mucho que nadie le pasaba un rastrillo. – Traje unas cuantas cosas, las dejé en el auto.

- ¿Conoces la tienda de comestibles? Está junto…

- A la escuela pública. Sí. Mi floristería estará dos cuadras más arriba.

- Estaré pendiente de la apertura.

- Dame un par de días… - Ginny continuaba inspeccionando la casa, maravillada a pesar de ya conocerla. Salió de la cocina y cruzó el pequeño pasillo. La puerta de la derecha era el baño, las dos que restaban a la izquierda eran las habitaciones. Las paredes color arena estaban adornadas con un par de pequeños cuadros que mostraban un paisaje rural. - ¿Puedes llevarle esto a los dueños? – sacó uno de los cuadros, después fue por el otro.

- ¿No te gustan? – la mujer tomó las pinturas.

- Quiero poner mis fotografías – acotó moviendo una mano, señalando los tornillos incrustados.

- Bien – miró los cuadros – guárdalos en el armario. No veré a los dueños sino hasta dentro de un mes para la cotización. En el armario no te estorbarán. Cúbrelos con el plástico de los muebles – Ginny se alzó de hombros, accediendo a la petición y dejando las pinturas en el suelo, apoyadas en la pared.

- Esta será mi habitación, aunque tendré que pelear con mis sobrinas cuando vengan de visita – la habitación principal, si bien era pequeña (como la casa en general) resultaba cómoda y estaba muy bonita. Una cama matrimonial llenaba casi todo el espacio. Pegada a la pared (también color arena), estaba la cómoda de cuatro gavetas. A la izquierda, junto a la puerta de entrada, se encontraba el armario.

La segunda habitación, para huéspedes, poseía una cama individual y una cómoda más pequeña. Las paredes, a diferencia de las otras, eran verdes claro.

- Todo perfecto – sonrió a la mujer.

- No dudes en llamar ante cualquier inconveniente.

- Dudo que vaya haber alguno.

- Los servicios están costeados por los próximos dos meses, ya después…

- Me encargaré, sí.

- ¿Alguna duda?

- Para nada – volvieron a cruzar el pasillo, Betty le pisaba los talones. – Debo comunicarme con Ben. Quedó en enviarme algunas cosas que dejé en su departamento. ¿Acá llegan los paquetes de MRW?

- No estás en el medio de la nada, Ginny.

- Lo sé, lo sé… - rió. Cruzó la puerta principal y aspiró el aire fresco, llenando sus pulmones y exhalando hondamente; repitió el ejercicio una vez más, era estimulante, sentía correr la frescura por sus venas. Olía todo muy bien, por las flores. En Nueva York hacer ese ejercicio equivalía a meterte en el cuerpo partículas una más hedionda que la otra. Olores rancios y grasientos.

Las campanillas sonaron.

– La gente se muere por vivir en la gran manzana – habló refiriéndose a Manhattan - ¿Por qué?

Sobre gustos y colores no han escrito los autores. Una de las citas favoritas de su madre.

Betty tomó el bolso que dejó sobre la única silla mecedora acomodada en el porche y la miró, alzándose de hombros.

- Hora de irme. Dejé el auto aparcado una cuadra arriba – se acomodó una vez más las gafas, se le deslizaban constantemente. – Debo mostrar la casa ciento cuarenta y nueve en… - miró su reloj de pulsera - ¡Cinco minutos! – sus ojos azules se abrieron, anticipados a un fruncimiento de su labios, pintados de un rojo carmesí.

- ¡Ve!

La mujer bajó los peldaños y cruzó el jardín a paso veloz.

- ¡Gracias, Betty! – le gritó cuando ella pasó junto al Volkswagen

- No hay de qué. ¡Llama cualquier cosa! – respondió sin dejar de caminar, apresurada. Ginny la vio desaparecer en la próxima esquina, casi estaba corriendo.

- ¡Muy bien! – se sentía bien, realmente bien. Notó que la inquietud que tenía en el estómago había desaparecido. - ¡Muy bien! – tomó la gran maleta gris y entró.

Fue hasta su habitación y colocó la valija sobre la cama, con la intención de desempacar al menos la ropa interior y una nueva muda; le apetecía darse un baño. Después conectaría su celular para cargar la batería y llamaría a sus hermanos. Todo iba a resultar… bueno. Adoraba sentirse así, presentimiento de los sensibles.

- Fue una gran idea – se dijo ya en la regadera. Podía escoger entre el agua caliente o fría, buenísimo.

Fría, le sentaría mejor. La despertaría y además, era buena para tonificar los músculos. Sonrió con el chorro a toda energía dándole de pleno en la espalda, como un relajante y necesario masaje.

Su panza sonó, y recordó que no había sacado los comestibles del auto.


Nota/A: Me dije que no empezaría nada nuevo hasta terminar con el fic que llevo a medias (Entre los Vivos). Pero esta idea me vino a la mente y no quise esperar para escribirla. Un salto diferente si comparamos las tramas.

Puedo decirles que se tratará de un fic que no pasará de diez capítulos. Si se alarga, no será a propósito. Todo depende de los hilos que se vayan tejiendo a medida que escriba.

¡Gracias por leer! ¿Un comentario?

Hasta el próximo capítulo!

Yani.!