CAPITULO 1: SIRIUS
Un niño corría como un loco por la estación de King's Cross, con dos personas siguiéndole. El niño, aunque parecía ser de status alto por su buen vestir, asemejaba todo lo contrario por el aspecto desaliñado de su pelo. Tras la extraña y veloz comitiva, que llevaban un baúl a rastras, les seguía una lechuza parda silenciosamente.
- ¡Papá!¡Papá, son las once menos cinco¡¡DATE PRISA!! –ordenó impetuosamente. El aludido sólo sonrió con nostalgia.
Unos minutos después, se desvanecieron tras un grueso muro de ladrillo y cemento.
Era primeros de septiembre, y el día había amanecido prometiendo una buena jornada. El sol brillaba pero no calentaba en exceso, y, aunque en las atacadas calles de Londres no se percibiese, corría una suave brisa.
Una situación completamente diferente ocurría en la parte mágica del andén. Una adinerada y estirada familia había llegado y un acomodador disponía el baúl del chico en el sitio adecuado. La mirada serena del niño le hacía parecer mayor y algo melancólico, pero sus padres parecían no darse cuenta, pues éstos miraban por encima del hombro a todo el que pasaba.
- Hijo, nunca dejes que ninguno te pisotee –dijo el hombre siguiendo con la mirada a un mago de aspecto campechano que cruzaba en ese momento frente a ellos- Nuestro apellido debe quedar limpio y honorable, como lo ha sido siempre. No te atrevas a defraudarnos –no era una petición.
Éste ni siquiera se molestó en mirar a su padre y puso sus ojos grises en blanco. Al parecer, el tema de conversación no era algo nuevo.
- Debo irme o todos los vagones estarán ocupados. Padre, madre –hizo una pequeña reverencia con la cabeza.
- De acuerdo. Y recuerda lo que hemos hablado. Intenta buscar a tus primas, probablemente ya estén en el tren –Walburga Black detuvo su frase justo ahí, pero su hijo supo perfectamente que era una indirecta a su tardanza aquella mañana.
Se sentó en un vagón vacío riéndose para sus adentros. No tenía la menor intención de buscar a sus primas. O en este caso su prima Narcisa, puesto que su hermana Andrómeda iba a estar ocupada haciendo algo sobre una charla con los prefectos, o algo así había dicho. Se entretuvo mirando a través de la ventana cómo numerosas familias se despedían de sus hijos, con abrazos, besos y sonrisas. Algunas madres lloraban porque sus hijos se marchaban a estudiar, y algunos niños se abrazaban a sus madres porque no querían ir al colegio. Sirius los miraba detenidamente, intentando averiguar por qué esas familias se permitían la lujosa estupidez de llorar en público o formar cualquier otro escándalo, como el chico que en aquel momento corría por su campo de visión, mientras su madre, a la que casi era idéntico, lo perseguía agitando una bolsa con lo que parecían bocadillos caseros. No pudo evitar una mueca sarcástica frente la escena.
Una niña de cabello oscuro asomó la cabeza tímidamente por la puerta y llamó.
- ¿Está ocupado?
Sirius frunció maleducadamente el ceño y la chica huyó maldiciendo. El pitido que anunciaba que el tren entraba en movimiento sonó y una verdadera escena de despedida tuvo lugar en el exterior. Multitud de padres y madres agitaban las manos o tiraban besos al aire, o daban los últimos consejos a sus hijos para los siguientes meses.
El ferrocarril salió finalmente del andén y el paisaje se transformó en una borrosa mancha urbana a medida que cobraba velocidad. De nuevo llamaron a la puerta. Esta vez era un niño de pelo alborotado y gafas.
- El tren está abarrotado, y es el vagón más despejado que hay. ¿Puedo pasar?
Sirius se detuvo a pensar la respuesta, pero antes de responder muy amablemente que prefería estar solo, el otro niño se había sentado frente a él.
- Hola –dijo el nuevo, mirándolo descaradamente mientras se rascaba la nariz.
No podía creer lo que acababa de pasar. Había entrado sin su permiso, lo que le ofendía sobremanera pues estaba acostumbrado a que sus palabras fueran ley. Sin embargo, si como el otro decía, el tren estaba a tope, sería muy descortés dejarlo en el pasillo.
El de las gafas lo miró con curiosidad.
- Éste es mi primer año.
- Y el mío –respondió educadamente.
- ¿En serio? Vaya, ya temía que me fueses a gastar una novatada.
Sirius sonrió con cortesía.
- Bueno al menos ya conozco a alguien. No tengo parientes que estén estudiando en Hogwarts ahora, son todos ya adultos, aunque conozco a gente que ha estudiado aquí, como Arthur Weasley, que estuvo cerca de ser Premio Anual.
- ¿Ese Arthur Weasley que está chalado por los artefactos muggles y que acaba de entrar al Departamento de Contra el Uso Incorrecto de Objetos Muggles?
- El mismo. Guay¿a que sí?
El pequeño Black hizo una mueca extraña.
- Eh... –dijo el otro indeciso, intuyendo el motivo de ese gesto- ¿No serás seguidor de las ideas tradicionalistas, no?
El aludido agitó la cabeza y las manos.
- Sólo creo que está loco. Me da igual lo que hagan los muggles.
Mientras tanto, el otro miraba los asientos e intentaba acomodarse pegando pequeños saltos sobre la tapicería.
- Son un poco duros¿no crees? Los asientos, digo. Para llevar tantos años siendo utilizados están como si fueran nuevos...
Sirius levantó una ceja. El otro chaval cambiaba más de tema de conversación que cualquier persona que jamás hubiese conocido. El segundo se quitó las gafas y se las guardó.
- Mi madre dice que las necesito. Malditas gafas. Me las pusieron este verano porque dicen que tengo problemas al leer o no sé qué. Como si el hecho de ponerme gafas me ayudara a estudiar aritmética...
Ante las muecas de su compañero, Sirius se mostró más afable.
- Soy de Bristol¿y tú?
- Londres –respondió el joven Black.
- ¿Londres? Guay. Yo sólo he estado un par de veces, porque a mi padre le gusta más nuestra ciudad por esto de que está cerca del mar. Oye¿conoces a alguien en Hogwarts?
- Bueno, yo...
Antes de que pudiese continuar, escucharon un sonido extraño en el pasillo y se asomaron a ver. Unos cuantos estudiantes bastante crecidos tenían acorralado a alguien, que chillaba por ser liberado. Dos de ellos eran inmensos como armarios de tres puertas y otro era un joven rubio. Uno de los gigantones tenía cogido al niño que gritaba por el cuello de la túnica, con los pies a un palmo del suelo. También había dos chicas, una rubia y otra morena, también mayores, y un muchacho escuálido de cabello negro, que parecía el más pequeño de todos.
- ¡Oye, dejadle en paz! –exclamó el chico de las gafas.
Los otros se volvieron y miraron con ironía al muchacho que se hallaba ante ellos. El rubio, que los miraba como si fuesen cucarachas, sonrió malignamente al de las gafas.
- ¿Y qué me harás, mocoso¿Acusarme con tu mamá¿O quizá me tirarás el pañal a la cara? –los demás se rieron de la gracia- Si tienes síndrome de héroe ven y salva al imbécil tú mismo.
El chico se iba a acercar, pero las dos masas humanas se acercaron crujiendo nudillos, lo que hizo que retrocediera hasta chocar con Sirius, que estaba junto a la puerta.
- Déjalo en paz, Lucius –espetó el niño.
- Ah, vaya, Sirius. No te había visto. Nos estábamos divirtiendo un poco¿te animas?
- No os ha hecho nada –el chico seguía en sus trece y miraba de una forma extraña al rubio, como con aborrecimiento, a través de sus ojos grises- Además, no creo que querráis que se mee encima.
- Será divertido ver ese espectáculo.
- Sí, sobre todo cuando tenga que explicar el porqué ha mojado los pantalones –Sirius lo miró con una mueca mezcla de malignidad y sonrisa.
- Soltad al enano –ordenó, y después, echándole una última mirada a Sirius, se fue del vagón, junto con las dos chicas, el pequeño moreno y los dos retacos.
El chico liberado resultó ser, para desagrado de Sirius, el niño que había visto en el andén siendo perseguido por su madre. Lo miró con una mueca de ligero desagrado y arrepentimiento.
- Hey, ven, siéntate con nosotros –animó el de las gafas. Sirius sintió deseos de ahogarlo.
Llevaron al chico a su compartimiento y el nuevo se sentó al lado del de las gafas, pues iba a sentarse junto al joven Black, pero éste gruñó en desacuerdo y lo miró amenazadoramente.
- Me llamo James¿y tú? –dijo el de las gafas al otro. Sirius decidió ignorarlos y mirar por la ventana.
- Peter –contestó este en una tímida sonrisa. Ambos se quedaron mirando a Black, que les devolvió la mirada incómodo.
- Mi nombre es Sirius.
- ¿De dónde eres, Peter?
- De Kinnell, Escocia.
- Yo soy de Bristol, y Sirius, de Londres –explicó James divertido, mientras el aludido miraba molesto por el cristal.
- Pues si eres de Londres debes haberte enterado de la movida de la semana pasada¿no? –intervino Peter, con una tímida sonrisa.
- ¿De cuál? –preguntó el niño de pelo revuelto, intrigado.
- Resulta –comenzó a explicar- que el hijo mayor de los Lestrange, Rodolphus, se va a casar con una de los Black, Bellatrix, creo que se llama. Total, que en la pedida de mano, las dos familias se juntaron, y los Black más jóvenes formaron un buen espectáculo. Por lo visto, pusieron petardos a diestro y siniestro...
Sirius evitó más aún el contacto visual con los otros dos, y procuró que no vieran el rojo de su cara.
- Una de las chicas que estaban ahí era Narcissa Black –continuó Peter- Va a sexto, y en cuanto termine Hogwarts se casará con el rubio, Malfoy. Sé todo eso porque mi madre compra Corazón de Bruja y los Black aparecen continuamente.
- He oído que los de esa familia son antiguos seguidores de las tradiciones oscuras...
- Mi abuela dice que si te encuentras con uno, te lanzarán una maldición si estornudas a su lado...
- Tonterías –bufó Sirius sin querer, y los otros dos se le quedaron mirando, haciendo que se pusiera totalmente rojo- Quiero decir, que eso de la maldición es mentira... No creo que por una cosa así...
- No creas. Mi padre a veces viene cabreado del Ministerio por culpa de algo relacionado con ellos... Es una familia poderosa y un tanto peligrosa. Dicen que apoyan a ese que se hace llamar Voldemort...
- Cuentos de viejas –dijo Sirius, atajando la conversación.
- Pues a mí me han contado que sí...
- ¡Queréis dejar de contar chorradas! No son nada más que mentiras para asustar a los niños pequeños¿es que no os dais cuenta?
Se hizo el silencio hasta que Peter decidió romper el hielo.
- ¿Habéis oído hablar de la Ceremonia de Selección?
- Sí, te ponen un sombrero en la cabeza que te selecciona a una Casa por tus habilidades –recitó Sirius.
- ¿A qué Casa creéis que os mandarán? Yo estoy seguro que seré Gryffindor. Casi toda mi familia lo ha sido –James estaba emocionado, pero el joven Black tembló levemente.
- Yo no lo sé... mi padre fue a Hufflepuff y mi madre a Ravenclaw, mi tía Marjorie estuvo en Slytherin, y mi abuela fue Gryffindor... Tengo parientes de todas las Casas.
- Vaya, una familia con variedad –bromeó Black.
- Sí... cada uno me presiona para que me elijan en una Casa u otra... Menos mal que es el sombrero el que decide.
- ¿Y tú, Sirius?
- No lo sé. Toda la gente que conozco ha ido a Slytherin –admitió, y los otros dos niños lo miraron con cautela- Pero creo que tengo parientes que no fueron de allí –"unos fracasados", eso era lo que decían sus padres. Ser Slytherin era parte del orgullo Black.
- Yo espero que quedemos todo en la misma Casa¿no sería genial? –dijo James, con una gran sonrisa.
Peter asintió alegremente. Sirius emitió un gruñido que no daba una respuesta demasiado clara.
La mañana pasó tranquilamente para los chicos. Sirius no hablaba mucho, al contrario que James y Peter, que combatían los nervios con largas charlas de temas sin relevancia. El paisaje pasaba emborronado por la velocidad, sólo indicando que pasaban por un prado, por un bosque, o cerca de algún pueblo desconocido.
- ¿Queréis un bocadillo? –preguntó Peter cuando se acercaba mediodía, y la señora del carrito todavía no había pasado- Mi madre siempre dice que la comida casera es la más sana y más barata, pero mi abuela me dio algo de dinero antes de salir, para comprarme algo. Así que si queréis os doy... Hay cuatro bocadillos.
James alcanzó uno sin cortarse. En cambio Sirius era más reacio. Rechazar un ofrecimiento era de muy mala educación, aunque sospechaba que su padre no aprobaría que aceptara la propuesta viniendo de una persona así. Pero viendo la cara de James, y luego la de Peter cuando mordió el suyo, decidió probar. Era de carne ahumada, y no sabía mal después de todo.
- ¿Sabéis? Es la primera vez que como bocadillos tan ricos –dijo Sirius, tragando el segundo bocado. En realidad estaba mintiendo un poco, pero tampoco había necesidad de ser demasiado desagradable.
- Si quieres comerte el que queda por mí no hay problema –respondió Peter acercándole el restante.
- Oh, no, no quiero ser descortés...
- Nah, no importa, yo estoy harto de los bocadillos de mi madre... –farfulló Peter con un gran trozo de bocadillo en la boca, con el que apenas se le entendía- Menos mal que me voy a librar de ellos durante un año.
Peter sonrió todo lo que pudo para que no se le viera lo que en ese momento masticaba y tragó, haciendo un gesto de que no tenía importancia. Sirius hizo una mueca por la ironía del decoro del chico.
La llegada al colegio se produjo tras anochecer. Los niños salieron rápidamente deseando perder de vista el vagón, que ya les estaba agobiando.
- Estoy deseando llegar al castillo, verás qu...
James no pudo terminar la frase, chocó con algo peludo y gigantesco. Alzó la vista y vio un rostro barbudo con amigables ojos negros.
- Primer curso¿no? –se escuchó la fuerte voz del gigante.
Peter tuvo el impulso de echar a correr pero chocó con Sirius, que iba detrás. James simplemente asintió demasiado estupefacto para decir nada.
- PRIMER CURSO, TODOS AQUÍ –retumbó el hombre de barba.
- ¿Cómo se llama, señor? –dijo una educada vocecita cuando un pequeño grupo se arremolinó en torno al hombre de abrigo peludo. Todos miraron su procedencia y vieron a una bajita pelirroja de pelo ondulado.
- Llamadme Hagrid. Soy guardián de las Llaves y Terrenos de Hogwarts, y el encargado de llevaros al colegio en botes. Agrupaos de cuatro en cuatro cuando lleguemos al muelle. Seguidme.
Los niños obedecieron a Hagrid, y tras atravesar un oscuro sendero creado por dos grandes masas de tupidos árboles a cada lado, llegaron a un embarcadero.
- Contemplad Hogwarts –rugió el hombre, alegremente, mientras permitía a los pequeños estudiantes admirar el castillo reflejado en el agua del lago, con sus luces titilantes y su silueta recortada en el cielo.
En cuestión de un minuto subieron en las pequeñas embarcaciones. Las aguas oscuras del lago se mecían silenciosamente, chocando suavemente con los botes de madera. No había remos, pero sorprendentemente para algunos que miraban boquiabiertos, las embarcaciones se movían por sí solas.
- Mi padre me contó que hay seres viviendo en el lago. ¿Qué tal si llamamos al pulpo? –propuso James. Peter se acurrucó haciéndose casi un ovillo desde su asiento.
- No es un pulpo, tonto. Es un calamar gigante –aclaró Black
- ¿Y comen personas? –la voz del niño más pequeño sacó a la luz tembló de miedo.
- No digáis tonterías –espetó la pelirroja, que había acabado en el mismo bote que ellos- El calamar es inofensivo para la gente, o no estaría ahí.
- ¿Y a ti quién te ha dado vela en este entierro, niña? Si te tiro al agua comprobaríamos los gustos culinarios del calamar.
- Tú no tienes derecho a hacerme callar, imbécil –respondió la joven a Sirius, que la miró con tirria.
- ¿Cómo te llamas? –intervino Peter, en un intento de olvidarse de los habitantes acuáticos- Yo soy Peter, él Sirius y el otro es James.
- Yo me llamo Lilianne Moira Evans –le dijo pomposamente al niño, y desviando una mirada envenenada a Sirius.
- ¿En qué Casa quieres quedar?
- No lo sé. Tampoco me puedo basar en nadie, mis padres no son magos...
Lo que le faltaba. Si ya de por sí estaba nervioso con la Selección, Peter volvía a hablar de ella, y para colmar el vaso, una sangre sucia estaba en su mismo bote. Su padre le daría una buena reprimenda si le veían hablando con ella. Pero tenía sus esperanzas de no volver a sentarse junto a esa niña si no era por obligación, seguramente él quedaría en Slytherin y ella en una Casa de Hufflepuffs fracasados, por lo que tendría derecho y motivos para ponerla en ridículo.
Llegaron al muelle que se encontraba bajo el colegio, y todos atravesaron, tras Hagrid, un pasadizo rocoso y llegaron a un exterior de hierba verde y húmeda. El gigante se acercó al castillo y golpeó la puerta, que retumbó con su llamada. Abrió una mujer de pelo castaño oscuro recogido en un moño apretado y de rostro severo.
- Adelante –dijo, abriendo las puertas del vestíbulo- Gracias, Hagrid.
- Es un placer, profesora McGonagall. Todos suyos.
Los niños siguieron a la mujer, contemplando las paredes de piedra del vestíbulo, donde brillaban vistosas antorchas llameantes.
Sirius supo desde el primer momento que se encontraba con una mujer de ideas rígidas. Le recordó a su madre, pero de alguna forma estaba seguro que a la vez era diferente. Había algo intrínseco en la profesora que daba a entender que no sería una buena idea meterse en problemas serios bajo su cargo.
Antes de la cena seréis seleccionados para una de las Cuatro Casas. Éstas serán como vuestra familia en Hogwarts. Mientras estéis en Hogwarts, vuestras casas ganarán o perderán puntos por vuestros actos. Al finalizar el año, la Casa que más puntos tenga ganará la copa de la casa. Yo volveré cuando comience la ceremonia, mientras tanto, esperadme aquí.
Los nuevos estudiantes se miraban con miedo y nerviosismo. Sirius tenía deseos de echar a correr y no parar hasta no estar muy lejos de allí. Peter temblaba de arriba abajo, James parecía estar tranquilo aunque sus ojos se movían nerviosos, y Lily se mordía las uñas mientras intentaba recordar unos hechizos que había leído en el tren.
La profesora volvió y les pidió que formasen una fila, y tras esto, la siguieron. El Gran Comedor era una amplia sala, que se dividía en cinco mesas, cuatro que correspondían a cada una de las Casas, y una transversal que era donde se sentaba el profesorado. La mujer colocó un taburete con un sucio y harapiento sombrero, que cantó una extraña canción. Los tres chicos no prestaron demasiada atención, James comentó algo sobre la repugnancia de ponerse algo tan sucio, Peter rió la gracia y Sirius simplemente estaba aterrorizado, pero no lo demostró. Tras la canción, la profesora desenrolló un pergamino y comenzó a recitar los nombres y apellidos por orden alfabético. Sirius tenía un nudo en la garganta, y sus rodillas difícilmente se tenían en pie, presas de los nervios. Tras un par de niños, llegó su turno.
- Black, Sirius.
El joven ni siquiera tuvo valor para mirar a James y a Peter. No podía mirar a nadie. Los ojos de la profesora se clavaban en él con una expresión severa, como si esperara que hiciese algo. Simplemente se acercó despacio y se sentó suavemente sobre el taburete. De inmediato, un sombrero se le colocó en la cabeza.
- ¡Ánimo, Sirius! –la voz de su prima Narcissa resonó en el silencio del Comedor.
Aparte de eso, no había ningún sonido más.
- Vaya, un Black –susurró el sombrero en su oído- Por tu familia debería mandarte directo a Slytherin¿sabes¿O tienes algo que opinar?
El niño estaba aterrorizado. Había sido criado para ser un Slytherin, era a eso a lo que aspiraba. Si no eras una Serpiente, no eras nadie. No tenías status. Ahora el sombrero vería algo en él que lo enviaría a Hufflepuff y sería el hazmerreír de la familia. Estaba seguro. ¿Por qué le pedía su opinión? Él nunca había valido para lo que su padre admiraba, las Artes Oscuras. Le parecía más entretenido Transformaciones y Encantamientos, había cosas interesantes en ellos. Slytherin estaba condenada como la Casa Oscura por excelencia, y era lo que él más aborrecía.
- Con que te gusta Transformaciones y Encantamientos¿eh? –siseó el Sombrero. Tienes una buena mente¿quieres ir a Ravenclaw?
Sirius movía sus ojos a la velocidad de la luz, intentando vislumbrar algo bajo el ala del sombrero, que casi le tapaba la vista. Estaba seguro que todos lo miraban. El sombrero lo iba a enviar a Ravenclaw... Nunca había escuchado nada malo de esa casa, excepto que eran unos adictos al estudio. Y eso no era su mejor cualidad porque lo que más aborrecía era estudiar. También cabría la posibilidad que tuviese tan poco potencial que lo enviaran a su casa. Entonces se enfrentaría a su padre... Le aterrorizaba la idea. Su padre lo abandonaría, en la calle, a merced de cualquiera... justo después de propinarle el mayor escarmiento de su vida, por supuesto.
- ¿Tienes dudas, pequeño? –masculló el sombrero- Si tu padre hiciera eso¿dejarías que te afectase eternamente?
- N-no... Seguiría adelante –su corazón se inundó de seguridad. Si su padre hiciera eso, él buscaría la forma de seguir, de vivir. No sería un perro que estaría eternamente acurrucado en la puerta de su dueño.
- Vaya, estoy seguro de que lo conseguirías. Eres un chico valiente. Le plantarás cara a cualquiera que se te cruce... Creo que ya sé dónde te pondré, joven Black. Bienvenido a Hogwarts...
- ¿Sly... Slytherin?
- En absoluto, muchacho... ¡¡¡Gryffindor!!!
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Hasta aquí el primer capítulo. Enjoy!
Y si tenéis cualquier cosa que decir, sea buena, mala o simplemente preguntar qué demonios hago aquí en lugar de estar trabajando como camarera en un McDonalds o sexando pollos... pues también, clicad en Reviews...
Nos vemos.
