Nota: Escrito para el evento del Entende Cordiale de la comunidad Fruk-me-bastard de livejournal.
Esto iba a ser originalmente una adaptación de una historia para niños solamente al mundo Hetaliano, pero si no hubiera sido por la maravilla de concierto al que asistí no se me hubiera ocurrido nada. El primer capítulo correspondo totalmente al libro "La caja de Cartón" los dos siguientes que son las secuelas de eso, corresponden a mis alucinaciones luego de haber visto "The Wall live".
Disclaimer: esto es una especie de Crossover múltiple entre Hetalia (que pertenece a Hidekaz Himaruya) el relato para niños "La caja de cartón" (de Txabi Arnal y Hassan Amekan) y algunos detalles conceptuales de "The Wall" (de Pink Floyd, Roger Waters y su genialidad) además de algunas alusiones a novelas de caballería =P.
Escribo por diversión sin fin de lucro.
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La caja de cartón
Did you see the frightened ones? / ¿Viste a los atemorizados?
Did you hear the falling bombs? / ¿Viste las bombas que caìan?
Did you ever wonder why we had to run for shelter when the / ¿Alguna vez te preguntaste por què debiamos correr
promise of a brave new world unfurled beneath a clear blue / a refugiarnos cuando la promesa de un mundo mejor se desplegaba bajo un cielo azul
sky?
(Good bye blue skyes- Pink Floyd)
Alice buscó entre los escombros de lo que alguna vez había sido su hogar, algo, cualquier cosa de valor que le fuera útil para revenderlo, o por último alguna fotografía, algo que llevarse de recuerdo para tener una prueba de que su pasado había sido real, que alguna vez tuvo un hogar, que estuvo casada, que James había estado vivo y habían sido felices en un pasado que ahora parecía tan lejano enterrado entre los cascajos de Londres.
El pequeño Arthur pateaba las piedrecillas con sus zapatos rotos, sus pantaloncillos cortos mostrando sus piernas flacuchas, su cara sucia y algo absorbida por no haber tenido una comida decente en días, aparte de los panes duros que encontraba por allí. Para algunos la vida volvía a la normalidad una vez terminada la guerra, la felicidad era retomada y las fiestas comenzaban a florecer en los bares y plazas. Para ellos que lo habían perdido todo, el término de la guerra solo era un alto dentro de esta extensa pesadilla.
-¡Alice! –gritó una de las mujeres damnificadas del barrio. La mujer aludida se dio vuelta a mirar con sus opacos ojos verdes, al tiempo que intentaba en vano controlar su maltraída melena cenicienta, alguna vez dorada.
-El próximo barco sale al amanecer, por si aún te interesa.
-Gracias, Caroline –dijo sinceramente Alice haciéndole una seña. Cuando finalmente comprendió que no quedaba nada que rescatar entre todas esas piedras, se dirigió donde estaba su hijo agachado revisando en vano por alguna cosa que le perteneciera, un muñeco, una foto, un cuaderno, lo que fuera.
-Arthur, querido. –El niño se volvió a ella expectante. Siempre había tenido la impresión de que su madre era capaz de espantar los fantasmas, los malos sueños, las enfermedades y todo lo malo. No podía entender cómo es que ahora no era capaz de espantar el hambre y el frío, pero aún así se arrimaba a ella esperando que, si la apretujaba los suficiente, pudiera despertar de este mal sueño y papá entrara por la puerta de su casa, con su uniforme militar y los soldaditos de plomo que le había prometido.
-Papá no va a volver –le disparó ella a bocajarro desinflando la última de sus esperanzas. El niño hizo un amago de llanto que la mujer detuvo en ese instante poniéndole sus manos en las mejillas –. La buena noticia es que le ha podido ganar a los alemanes, ahora no tendremos que tener miedo de que vengan a matarnos, ¿no te alegra?
Arthur le hubiera dicho que prefería ver cómo los alemanes desfilaban por el London Bridge pero que por favor su papá estuviera allí con él, pero pensó que sonaría cobarde e inapropiado y se quedó en silencio.
-Ahora vamos a tomar el próximo barco a Francia, a buscar a tu tía Vanessa, ella debe tener casa y comida que darnos, estaremos bien. –Arthur le quiso exigir que se lo prometiera, pero nuevamente calló, asintiendo con la cabeza y tomando la mano de guantes rotos de su madre para caminar hacia el muelle.
Viajaron en una bodega refugiados con otros que iban en las mismas condiciones que ellos. Se escuchaba el pululeo de los ratones, el frifrí de una araña en su tejer incesante y el olor del hambre, de la miseria adornando cada partícula de aire. Arthur se recostó contra su madre mientras era mecido por el vaivén del mar y las conversaciones de los adultos y al despertar se encontró desembarcando en el puerto de Calais, para luego subirse a un camión de carga con muchas de las personas que habían venido con él en el barco.
Arthur no sabe qué esperaba su madre exactamente al arribar a París, pero cuando vieron el escenario gris, quejumbroso y abatido de la ciudad el rostro de Alice se contrajo de tal manera que el niño podría haber jurado escuchar el quejido de su corazón. Caminó por las calles, determinada a encontrar en medio de todo el caos la casa que según ella le acogería calurosamente, pero al ver los restos de la fábrica de Renault's Billancourt en el suelo, junto con los barrios del alrededor, supo que probablemente no encontraría ni a tía Vanessa y al señor Magneau, su marido, ni en esa calle ni en las posteriores.
Como no perdía nada con preguntar fue a todos lados, golpeó puertas, finalmente la noche caía y los descubría en una callejuela cercana al parque de Vincennes en que se tiraban entre los escombros que sirvieran de refugio provisional. Arthur ya se había acostumbrado al gruñido de su estómago y al fuego de su garganta pidiendo líquido a gritos, pero aún así se metía entre los árboles intentando ver si había algún animalejo al que robarle bayas o algunas nueces. Sus zapatos ya estaban dando claras señales de rendición y el cuero de sus bracitos parecía curtido por el frío, sin embargo, no daba pie atrás ni pretendía echarse a morir en un rincón, como hacían muchos otros.
Comprendió que las provisorias noches en la calle serían permanentes al encontrar a su madre construyendo con cartones y palos perdidos, una choza no más grande que la casucha del perro de los Smith allá en Londres, pero aún así no le pareció mala idea, el invierno caía, y las primeras lloviznas comenzaban a amenazar la ciudad.
Al medio día iba a los bulevares más transitados a pedir comida, su madre lo enviaba solo, le decía que le iría mejor que si la veían a ella con él y parecía ser en parte cierto, porque le daban algunas frutas sueltas e incluso una vez una señora le dio un baguette completo y le preguntó algo que no supo entender, porque no entendía este idioma extraño que parecía ser un fluido de gruñidos y narices.
Por las tardes se internaba entre los árboles del bosque y jugaba con las hadas que había conocido y que lo entendían, a veces le contaban historias en un idioma extraño que él podía comprender a veces, los enanos le traían flores para ponerlo contento y, en ocaciones, algunas frutas y golosinas que encontraban por allí y que le hicieron prometer no compartir con nadie. Fue cuando estaba entre medio de los arbustos que recibió la molesta visita por primera vez.
Era un niño, con una camiseta rayada, bufanda y el pelo rubio y largo como una niña. Cuando lo vio ahí revolcado y sucio soltó un chillido asustado pero luego se acercó a él como quien ha descubierto un animal salvaje.
-Oh, non, c'est une enfant sauvage! Pauvre chose, pouvez vous parler? (1)
-¿Qué? -preguntó desconcertado Arthur ante el escándalo que hacía este niño.
- Oh, mon dieu, parlant une langue sauvage! (2)
-¡No te entiendo nada! ¡No me caes bien! ¡Ándate a jugar con tus muñecas y déjame solo!
El otro niño lucía más asustado que Arthur pese a ser más grande. Arthur tenía ocho años, era flacucho y bastante pequeño, Francis con sus doce años era bastante más largo que él, pero como había estado toda su vida entre algodones, ver a alguien tan sucio y tan gruñón consistía en toda una amenazante novedad.
-Avez-vous vivre ici dans les bois? (3) -preguntó el niño sin tener respuesta. Arthur se había sentado a mascar unas bayas que le habían traído las hadas y se manchurraba toda la boca con su jugo rojizo.
-Vous avez maman? (4)
Arthur, cansado de su insistencia, se puso a gritar desaforadamente, suponiendo que esa era la única manera de espantarlo, y lo logró. El niño se alejó corriendo como si estuviera batallando con el diablo y Arthur resopló satisfecho poniendo sus manos en su cintura, luego haciendo poses para ver si sobresalían algunos músculos. Consideró que sí al ver un pequeño bultito en su brazo y se sintió el niño más fuerte del mundo.
Cuando anochecía deseaba realmente serlo, porque siempre pasaban gentes desde su trabajo a los barrios aledaños y les gritaban de un modo aterrador. Su madre al hablar con las otras personas de las otras chozas de cartón, decía algo de que todo esto era porque no los querían viviendo allí, pero ellos no tenían donde ir, y a Arthur le daba mucha rabia que estos franceses fueran tan horribles, que no los dejaran vivir tranquilos en sus cajas, donde no molestaban a nadie. Por mucho, lo más amable de este país eran las hadas, también lo más bello, porque donde estaba él, lejos de la torre Eiffel y de la plaza de la Concorde, no llegaban luces, ni perfumes de banquetes. Cuando la gente dice que París es la ciudad más bella del mundo no se refieren seguro a esta calle de ladrillos destruidos, donde hay hambre, frío y pestilencia.
Pasan algunos días y Arthur en el bosque vuelve a ver al mismo niño con cara de niña de la semana anterior, viene con una bolsa de papel en las manos y mira a todos lados como si esperara que le saltara algo encima. Arthur le da en el gusto y sale gritando con su cara sucia, su cabello revuelto y sus cejas enormes. El otro niño chilla, luego hace un gesto de asco y termina exclamando:
-Tu es un enfant très désagréable. (5) -Arthur no entiende, pero sabe que es algo malo, así que se da la media vuelta para deshacerse de él. Y entonces es llamado.
-Attendez-moi! (6) –Arthur se da vuelta y el niño abre la bolsa mostrando la manzana más roja y más grande que ha visto en años. Se acerca francamente humillado y receloso, alarga la mano y la agarra con un gesto azorado, como de un animal salvaje antes de esconderse en los arbustos a devorarla sin ninguna delicadeza. La sonrisa que baila en su rostro es fugaz, sale nuevamente de su escondite, no porque le agrade el intruso, sino porque tiene hambre y no debe hacerse de rogar.
El niño francés está sentado en el suelo con la bolsa en las manos esperándole.
-J'ai apporté pain pour vous, mais vous me dire où vous vivez et si vous maman (7)
-No entiendo nada nuevamente así que hablas como la gente o te voy a morder la mano – protestó Arthur ansioso, porque no quería conversar, quería llevarse lo que estaba en la bolsa y correr lo más rápido posible donde su mamá. El niño francés puso un gesto desesperado pero luego se señaló a sí mismo y dijo lentamente:
-Moi…François… comprendre? –se apuntó nuevamente –François… et toi? (8)-lo señaló a él.
El pequeño inglés creía que estaba en medio de una pesadilla, pero comprendió de qué iba todo eso así que dijo señalándose.
-Arthur… me llamo Arthur –dijo lentamente en el tono más estúpido y burlón que encontró-. Ahora dame la comida.
El chico no había entendido la última orden pero igualmente le pasó la bolsa. Arthur la miró maravillado, dentro habían sándwiches, unos pastelillos y más fruta. No sabía qué decirle; por una parte no quería agradecer y por otra su madre le había dicho que, cuando alguien les daba comida, había que decir gracias. No sabía cómo decirlo en francés, qué dilema.
-Oh mon dieu… vous n'avez pas chaussures (9)- exclamó el francés mirándole los pies.
-¿Qué? –y entonces el niño François señaló ambos pies haciéndole notar la diferencia.
-Sí, no tengo zapatos, pero las hadas tampoco tienen, ni los animales, así que creo que el que está mal acá eres tú. –El chico no le entendió y eso parecía exasperarlo. Así que sin más le hizo una seña con la mano y dijo:
-Je dois y aller, vous voyez demain, serez-vous ici demain? (10)-Arthur no entendió pero le devolvió las señas antes de salir corriendo en dirección a su madre. Alice había estado muy contenta y cuando le preguntó de dónde lo había sacado él le dijo que un niño con cara de niña en el bosque le traía esas cosas.
-Debes decirle "merci beaucoup" la próxima vez que lo veas, eso es muchas gracias, ya sabes Arthur que debes decirle gracias a la gente. –Entonces había comenzado a toser, convulsionándose. Arthur se alejó de ella y la observó toser repetidas veces hasta que se sacó la mano de la boca y tenía entre los dedos un rastrillo de sangre, ella lo limpió sin darle importancia, le hizo lavarse las manos con el agua que tenían en una botella y luego sirvió la cena caída del cielo. Esa noche antes de dormir sintieron una patada en la choza pero Arthur no le dio importancia mientras su mamá le tarareaba una nana. Ella se amarraba la boca para no toser sobre él; ya no le daba besos, le decía que era peligroso y a veces incluso se ponía más misteriosa diciéndole:
-Si en algún momento llego a faltar o llega pasar algo, debes correr a la iglesia de las monjas que te mostré el otro día, ¿lo entiendes, Arthur? –Él asentía con la cabeza y se llenaba la boca de pan que había comprado con el dinero de la limosna.
Pasaron cinco días más antes de volverse a encontrar al niño rubio con cara de niña. Ahora traía un paquete más grande y un libro en la otra mano. Le hizo señas de acercarse y sacó un papel de su bolsillo qué comenzó a leer:
-Hello, Arthur, you english –El pequeño inglés hizo una mueca de espanto al ver cómo destrozaban su idioma con ese sonido tan nasal, pero el tal François seguía:- I know you orphan… (11)
-I'm not orphan (12)–gritó Arthur y entonces el francés preguntó:
-Non orphan? c'est très magnifique! –Nuevamente Arthur sintió el deseo de ponerse a gritar como animal y espantarlo, pero la prerrogativa de lo que podía haber en la bolsa le hacía mantener la compostura y, dentro de lo posible, los modales. Volvió a sacar el papel y dijo: I have food for you, bread and fruit (13)
-Thank you –masculló Arthur irritado, el francés lo observó con desconcierto y entonces el pequeño inglés dijo lo más concentradamente posible –. Merci beacoup.
-Oh… non… votre prononciation est horrible -Arthur entendió dos palabras «Pronunciation» y «horrible» y con eso le bastó para chillar:
-Yours is too, frog and I got to stand it anyways because of your horrible food (14)
François hizo un amago de mirar en el diccionario con la intención de traducir todo aquello, pero supo que era inútil así que dejó el libro de lado y sacó algo de sus bolsillo:
-Toys…soldiers, for you (15)
Arthur abrió enormemente sus ojos y los agarró fascinado, François parecía satisfecho y más aún cuando le alcanzaron uno de los cinco soldaditos y el inglés ordenó:
-Let's play (16)–y con esa simple palabra comenzaron a jugar a la guerra, luchando entre ellos, luego luchando en contra de los arbustos imaginando que eran alemanes, mientras las hadas miraban horrorizada tan violento juego. Se hizo tarde eventualmente y el niño francés se retiró dejando a un Arthur muy feliz con una cuantiosa cena y juguetes nuevos.
Esa sería la última noche del pequeño inglés en su choza de cartón. Un día viernes como cualquiera un grupo de hombres borrachos patearon las cajas, la gente comenzó a gritar y entonces de la nada, fuego. El humo los rodeaba y Arthur casi no podía ver lo que sucedía, entre el humo negro, las llamas y la tos de su madre que parecía empeorar.
-Corre, Arthur, ve donde las monjas –le ordenó con las pocas fuerzas que le quedaban y entonces no pudo más que hacer caso y correr a todo lo que sus piernas y pies descalzos le daban; hasta entonces, no se había internado mucho más allá de los dominios de la callecita y el parque, el cemento frío le estaba azotando los pies pero pudo llegar a una iglesia y acostarse a dormir tarareándose a sí mismo la melodía que solía dedicarle su madre.
Al despertar estaba en una habitación, en una cama, desnudo, y una monja vestida de gris lo observaba con un gesto preocupado.
-Has despertado, por fin, ¿cómo te llamas pequeño?
-I don't speak french (17)–contestó secamente el niño mirando a todos lados en busca de su ropa, tenía que correr a la callejuela a buscar a su mamá y decirle que había llegado bien donde las monjas. La que lo había hablado al despertar había desaparecido y volvió con otra monja que sí hablaba inglés. Le preguntó su nombre y cómo había llegado a la ciudad. Arthur les contó todo y les dijo lo que había ocurrido anoche. La más vieja se llevó las manos al rostro horrorizada y le ofreció un cuantioso desayuno con leche tibia. Ese día no fue a ver a su madre, ni el que seguía. Le explicaron que ese lugar había sido incendiado y que todos ahora estaban con Dios. Él preguntó si podía ir con ellos entonces, ahí donde estaba Dios y sor Bridgitte le había explicado que no podía por ahora, que en algún momento todos irían pero que mientras tenían que buscarle un nuevo hogar.
Arthur no quería una nueva mamá ni un nuevo papá, quería a su mamá Alice con su pelo rubio y largo y sus canciones de cuna y a su papá con su uniforme militar y sus soldaditos de plomo. Igualmente al tiempo vino una señora a verlo, su nombre era Molly, y su marido se llamaba William y eran ingleses; ella era mayor que su madre y sus hijos ya estaban grandes y se habían ido de casa y ella quería otro niño ahora. Arthur se fue con ellos porque hablaban inglés, y la señora tenía un pelo rojo muy bonito del cual salía un olor parecido al de su mamá.
Ahora tenía zapatos, un cuarto para él solo, ropa abrigada y de su talla. Comía cuatro veces al día e iba a la escuela al tiempo que su nueva mamá se sentaba con él a enseñarle francés mucho mejor y más comprensible que ese niño François que parecía niña y al que no volvió a ver. Igualmente tenía grabada en su mente las imágenes de su casa en Londres, de su choza de cartón y de Alice; a veces cuando abría su armario abría una caja de cartón, de esas dónde guardan los zapatos los que tienen; la mantenía vacía, llena de sus memorias porque no quiere olvidar de donde viene, ni lo que sucedió; tiene miedo de olvidar las risas de su madre, su tos, su canciones y sus lágrimas.
Por eso a veces cuando juega con el espejito de bolso de su nueva mamá, se enfoca los ojos muy de cerca, y ahí en esos ojos verdes, puede ver de alguna manera a su mamá como antes todas las noches, antes de irse a dormir.
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Arthur Kirkland se sacudía el abrigo de gabardina mientras se aferraba a su maletín. Le gustaba usar el trasporte público y escuchar las historias de las personas, sus rutinas, sus deseos diarios. Se preguntaba si la gente en Londres soñaba y trabajaba y caminaba de la misma manera o si él ya caminaba, trabajaba o soñaba como francés. No le gustaría que la respuesta fuera afirmativa.
Se bajó del tren frente al juzgado, entregó los papeles al secretario, discutió unos segundos con otro de los encargados y luego salió por la puerta dispuesto a ir a almorzar lo más rápido posible. Entró al primer café que encontró y se sentó en una esquina solitaria tomando el periódico, buscó como siempre en la página de internacionales esperando saber algo de su tierra natal; algunos cotilleos sobre la Reina Isabel es todo lo que obtiene. Deja el periódico en la mesa decepcionado y le da la orden al mesero:
-Tráeme cualquier plato que ya tengas preparado, una taza de té y una tarta de frutos rojos, rápido que tengo prisa.
En ese momento una bandeja cae ruidosamente y un tipo tras la barra del local, con melena rubia y barba de chivo exclama:
-Mon Dieu, si est l'enfant sauvage (18).
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Traducciones:
(1) ¡Oh, no, es un niño salvaje! Pobre ¿sabes hablar?
(2)¡Oh,Dios, habla una lengua salvaje!
(3)¿Vives acá en el bosque?
(4)¿Tienes mamá?
(5)Eres un niño muy desagradable.
(6) ¡Escúchame!
(7)Te he traido pan, pero debes decirme dónde vives y si tienes mamá
(8) Yo Fraçois... ¿Entiendes?... François ¿Y tú?
(9)Oh mon dieu… vous n'avez pas chaussures : Oh Dios mío, no tienes zapatos
(10) Je dois y aller, vous voyez demain, serez-vous ici demain? - Me tengo que ir, nos vemos mañana ¿Vas a estar aquí mañana?
(11)Hello, Arthur, you english – I know you orphan…: Hola Arthur, tu ingles, sé que tu Huerfano (inglés de diccionario jaja)
(12) Non orphan? c'est très magnifique! : (acá mezcla inglés y francés) ¿No huerfano? ¡Eso es magnífico!
(13) Oh… non… votre prononciation est horrible : Oh…no… tu pronunciación es horrible
(14) Yours is too, frog and I got to stand it anyways because of your horrible food: La tuya lo es también y debo soportarla por tu espantosa comida.
(15)Toys…soldiers, for you: Juguetes… soldados, para tí
(16) Let's play: Juguemos
(17) No hablo francés
(18) Mon Dieu, si est l'enfant sauvage: ¡Dios Mío! Si es el niño salvaje
