Always there to brush your hair
Help you pick out what to wear
I just feel alone, feel alone
You will never understand
Even when you hold my hand
I just feel alone, feel alone
.
Siempre ahí para peinarte,
Ayudarte a elegir con qué vestir,
Es que me siento sola, me siento sola
Nunca lo entenderás
Incluso cuando me coges de la mano
Es que me siento sola, me siento sola
.
Rose estaba infatuada.
El tan solo verla allí tumbada en su cama era toda una odisea de sentimientos en su cuerpo, demasiado pronto en la mañana - ¿Qué eran, las seis? El sentir su barriga comprimirse, su páncreas segregar adrenalina, su mente atontarse y toda, toda ella llenarse de aquella sensación a la que no podía dar otro nombre que no fuera amor. Amor, y lujuria; provocada por este último. Ella siempre había sido una chica bastante sexual, la verdad, atraída tan fuertemente por las chicas y cubriendo su atracción para que no se viera. Ahora, esta se veía alterada.
Y eran esas emociones que tenían por Jade que lo hacían.
Mírala, qué sublime.
No sentía nada por nadie que no fuera ella, y solo ella. Este era un estado al que nunca se había esperado llegar, realmente. Que todas sus perennes ganas por ellas en general se vieran reducidas de aquella manera; centrándose y aumentando aún más -febrilmente, casi- en Jade.
El amor era, realmente, una fuerza a la que tener en cuenta.
Devastadora en su enteridad; dejándola en una sopa de dolor y soledad y lágrimas a flor de piel que siempre terminaba tragándose, intentando evitarlas a toda costa.
Porque eran un símbolo de debilidad.
Y Rose era débil, en ese estado, era completamente cierto. Pero no iba a dejar que tal hecho se mostrara tan fácilmente; poniendo tal como solía hacer esas fachadas de sutil sarcasmo y de soy superior a ti. Al menos, delante de la mayoría.
Que si estas no se tumbaban completamente delante de Jade, lo hacían en parte.
La observaba dormir. En su cara restaba una expresión plácida, y en sus labios una sonrisa. Se había dormido así, después de una lucha de almohadas (vaya clichés a los que llegaba Rose tan solo por contacto) animada y, tan solo quizás, con un poco más de Rose encima de ella de lo estrictamente necesario. Llevaba un pijama verde, de tirantes y pantalón corto. Era de una seda tan translúcida que Rose prácticamente le podía ver los pezones, marrones y preciosos y Rose ya ha pasado la época en la que se decía a sí misma que se los quería meter entre los dientes. Ahora se limita a suspirar, teniendo tan interiorizadas las palabras anteriores que no le hacía falta ni pensarlas para saber que sí, que lo quería en lo más profundo de su ser.
Los tirantes del pijama, a la vez que el escote, los bordes del pantalón y de la camiseta, estaban hechos de encaje; del mismo verde suave en contraste con su piel marrón que la seda.
Como si no se la supiera ya de memoria, Rose repasó su figura. Sus curvas eran poco prominentes, creciendo un poco en sus caderas y disminuyendo en su cintura. Estaba demasiado delgada como para que fuera sano, creía Rose, así que siempre que comía con ella la invitaba -la forzaba de la más gentil de las maneras- a comer más y mejor. La quería ver bien, bien de verdad, en problemas de salud física y mental. Ella misma estaba un poco regordeta, pero a quién le importaba si Jade estaba bien, honestamente.
Jade no llevaba bragas. Y no es como si no la hubiera visto antes sin ropa, pero eso siempre había sido en contextos menos íntimos. Ahora le podía distinguir a través de la tela su pelo púbico, demasiado liberal ella como para depilarse tanto este como el de todo el cuerpo. Rose no se quejaba de ninguna manera: era su libertad el ir como quisiera, y si ella misma prefería depilarse, esa era solo una opción más, tan buena como la del no hacerlo, si así se sentía bien.
Quería colar los dedos de una mano por la goma del pantalón y palparle la espesura. Quería, con la otra, tantear suavemente el terreno de su barriga por debajo de la camiseta, y, al llegar a su pecho, pellizcar dócilmente uno de sus pezones. Quería girarlo entre sus dedos, pasar su pulgar por encima de él y, sin más preámbulos, dejar a su boca entrar en el juego y ponerlo entre sus labios. Succionar, dándole un golpecito con la lengua. Abrir su boca, y empezar a sobarlo, mientras su otra mano acaricia sin suficiente fuerza como para causar placer real su clítoris. Quería oír a Jade gemir, suplicar por algo más deleitoso y menos tentativo.
Lo tenía todo tan planeado...
Antes de que se pudiera haber dado cuenta, estaba restregando su entrepierna contra una almohada que tenía entre las piernas.
Rose estaba bien perdida.
