Declaimer: Hetalia pertenece a su respectivo creador.
Setting: Universo Alterno. Brasil en la actualidad.
Parejas: Prusia x Francia, España x Portugal. Leve America x Francia y Prusia x Fem!Italia
Rating: T
Advertencias: Abuso, Contenido adulto, Travestismo, Uso de drogas, Violación, Violencia.
Trailer del fanfic: h,t,t,p,s,:/,/, www., youtube,. com, /, watch?, v=, 57giZMWAJxE (quitar espacios y comas)
Primeira parte.
"El verdadero modo de vengarse de un enemigo es no parecérsele."
Marco Aurelio (121- 180) Emperador romano.
Introdução
Gilbert.
Había escapado. Estaba afuera.
Al contemplar el mundo exterior por primera vez, tras años de encierro, Gilbert sintió como si hubiera vuelto a nacer. Cada sonido, cada aroma, cada sensación, todo era extrañamente nuevo. Como si su vida posterior al encierro no hubiera significado nada y era ahora, después de largo tiempo en la oscuridad sin más compañía que sí mismo, cuando realmente empezaba a vivir. A ser un hombre con pasiones, aspiraciones y una vida por delante. Pero era raro, porque al mismo tiempo hacía mucho que daba su humanidad por perdida. Había dejado de ser una persona racional y pensante para convertirse en una bestia que no reaccionaba más que por instinto, completamente ajeno a sentimientos como el afecto, la compasión o la solidaridad por sus semejantes, porque ello no le ayudaba a sobrevivir.
El grupo de hombres con el que iba se fue acercando al muro corriendo desordenadamente. Cada uno lo saltó como pudo, algunos con más practica, otros resbalando y quedándose atrás, siendo atrapados. De casi cincuenta que eran al principio, ahora quedaban menos de la mitad. Se habían jurado antes de iniciar su escape que ninguno retrocedería, nadie podría volver para ayudar a un compañero rezagado, cada uno velaría por si mismo y solo por si mismo. Para Gilbert eso estaba bien.
Una vez que hubo saltado, saliendo de los limites de la prisión, se quedó quieto por un segundo incapaz de saber que hacer a continuación. Los únicos sonidos que percibía eran las sirenas y las alarmas. Miraba por todas partes, viendo a los que habían sido sus compañeros correr mientras una voz lejana le llamaba. La ignoró. Pensó por un momento que nada tenia caso. Aun si el escape era exitoso, aun si lograba vivir como prófugo y encontrar al bastardo que lo había encerrado en ese agujero y lo mataba de la forma mas dolorosa, lenta y retorcida que se le ocurría, nada tendría sentido. Eso no le haría recuperar los diez años de su vida que había perdido en la cárcel. Ni tampoco haría que su esposa reviviera. Además, ¿Qué haría después de consumar su venganza? El crimen era la única vida que conocía. Tarde o temprano lo atraparían de nuevo o morirá acribillado.
Sintió que alguien lo jalaba del brazo. Esa persona le gritaba que era un idiota, que qué creía que estaba haciendo y que escapara, pero fue silenciada por cinco disparos en la espalda. Su cuerpo cayó frente a Gilbert casi a cámara lenta, retumbando en el suelo. Se le quedó mirando hasta que el brillo de sus ojos se apagó. Esto no era nada, pensó para sí, he visto cosas muchos peores y mas horribles. Entonces, como un fósforo que alumbra la oscuridad y cuya llama se esparce rápidamente hasta hacer un incendio, él lo sintió. Esa energía loca a la que le debía la vida, con la cual no importaba nada ni nadie más. Volvía a ser esa bestia instintiva y eso le gustaba. Uno de los guardias se acercaba corriendo a él con una ametralladora en las manos. Esperó hasta que estuvo lo bastante cerca para atacarlo. De una patada mandó a volar el arma y con otra, con la fuerza suficiente para desencajarle la mandíbula, le dio de lleno en la cara. Tomó la ametralladora y con ella acabó con los demás guardias que habían sido demasiado lentos al tratar de dispararle. Se sentía vivo.
Corrió hasta alcanzar a los otros.
Era divertido, muy divertido, incluso se estaba riendo. Ver sus cuerpos desplomarse y derramar sangre, en un festival de muerte, era muy divertido. Sin embargo, esto no era nada comparado a lo que le esperaba a ese bastardo. Con él no usaría plomo, sino que lo destazaría con sus propias manos. Lo haría llorar, suplicar y lamerle los zapatos implorando perdón. Nadie jodía con Gilbert Beilschmidt. Y si incluso tenia que venderle su alma al diablo para encontrar a Alfred Jones, no dudaría ni un instante.
...
Francis
Su cuerpo le dolía demasiado. Sentía las piernas entumecidas y no podía sentarse bien. Dio una calada a su cigarrillo, tratando de ignorar el dolor, tanto el físico como el emocional. Las sabanas de seda, la enorme y lujosa habitación, la fina ropa que usaba, nada de eso valía el que él se acostara con hombres desconocidos todas las noches.
Apagó su cigarrillo en la cama y se cubrió con las cobijas hasta la cabeza, como solía hacer cuando era niño, queriendo escapar de todo. Tratando de convencerse que esa era la única vida que podía tener, que era la vida que merecía y que esa comodidad no la encontraría en ningún otro lado, sabiendo en su interior que en realidad eran puras mentiras. Lo que si era verdad, era el hecho de que él era ahora solo simple mercancía, atrapado en una jaula de oro por su propia estupidez e ingenuidad. Toda su vida había creído que iba siempre un paso adelante de los demás, pero Alfred Jones había sido mejor que él. Lo había engañado, lo había humillado y lo peor era que él había dejado que sucediera. Estaba encadenado a ese maldito hasta pagar su deuda e incluso más allá de eso. Aún si conseguía los clientes suficientes para pagarle, su libertad no lo conduciría a ningún lado. Estaba en un país extraño, sin pertenencias, sin familia ni nadie a quien recurrir. Había tratado de sobrevivir en las calles y había fallado miserablemente. Alfred había triplicado su deuda por haber escapado. Se sentía miserable y como un completo idiota, como un animal al que habían mimado demasiado hasta el punto en el que ya no podía hacer nada por su cuenta, obligado a serle fiel a sus amos.
Escuchó la puerta abrirse y se llenó de temor bajo las cobijas. Tal vez era Alfred, viniendo a comprobar que la mercancía seguía siendo rentable o, en otras palabras, a divertirse con su cuerpo. Sus manos comenzaron a temblar, se abrazó a si mismo, desesperado. Deseando más que nunca desaparecer.
Se descubrió la cara con lentitud y el alivio recorrió su cuerpo al comprobar que no era Alfred quien estaba en el umbral de la puerta, sino el hermano de este, Matthew o como tenia permitido llamarle, Matty.
El chico, un par de años menor que Francis, ojos azules y ordenado rubio, entró a la habitación con una charola de alimentos. Acostumbrado a desconfiar, Francis solía creer que todas esas atenciones se debían a alguna intensión oculta que Matty pudiera tener con él. Le tomó un tiempo aceptar que no pretendía nada más allá de amabilidad y amistad. Una pena, ya que era muy atractivo. Y una pena todavía más grande saber que Matty le era demasiado fiel a su hermano como para pensar en traicionarlo alguna vez. Adiós a su plan de una huida romántica.
-Te traje algo- dijo Matty poniendo la charola encima del mueble de noche.
Francis le agradeció, tratando de ocultar su desnudez con la bata que llevaba puesta y las sabanas.
-También venia a avisarte- comenzó el otro, con su mejor imitación de voz demandante- Mañana necesito que estés limpio y presentable a primera hora. Te ha pedido un cliente todo el día.
-Ow, Matt, me gustaría que por una vez vinieras a mi solo para charlar como amigos y no por trabajo- dijo con el tono más meloso que pudo.
Tal como pensó, Matty se sonrojó. Dio la vuelta para salir del cuarto mientras Francis lo seguía con la mirada. Antes de cerrar la puerta, se detuvo un momento y susurró con melancolía.
-Lo siento, de verdad que lo lamento, Francis. Ojala las cosas hubieran sido diferentes.
Esa frase acabó con el animo que su visita le había traído. La puerta se cerró y pudo escuchar que le ponían llave. Vio la comida, pero una vez más no probo ni un bocado. Afuera llovía, como era habitual en Brasil. Su cubrió de nuevo con las cobijas, maldiciendo su estupidez y a la persona que lo había metido en esto, deseando librarse de sus cadenas de oro.
...
Antonio.
Estaba frente a frente con uno de los peces gordos de los negocios en el país, sino que el más importante. Vale, decir "frente a frente" era solo una expresión, ya que lo único que Toño veía era la parte trasera de un gran sillón, un enorme escritorio y la luz de la luna colándose por el gran ventanal, iluminando el despacho sutilmente. Algo de ese misterio le recordaba a las viejas películas de gánsters que solía ver con su padre y por las cuales había decidido convertirse en lo que era. Se preguntaba si tenia que besarle la mano a su cliente cuando volteara su sillón, como en El padrino.
Pero el hombre nunca dio la cara y la negociación se llevo a cabo en la más enigmática atmósfera. A Toño no le agradaba nada no tener idea de para quien estaba trabajando y le incomodaba todavía más el hecho de que aquel hombre supiera exactamente quien era él. Se había hecho de buena fama como sicario; uno muy efectivo y discreto. A juzgar por las rigurosas medidas de seguridad que su cliente había tomado para que lo llevaran hasta allí, pudo deducir que aquel hombre no era de los que dejaban las cosas a medias y probablemente lo había mandado a investigar antes de decidir contratarlo. Le jodía bastante que ese hombre tal vez supiera hasta su talla de calzado pero no se dignara ni a mostrarle su rostro. Debía ser un trabajo de verdad importante, dictado por una persona todavía más importante.
-Señor Fernandez...- empezó el hombre. Tal como lo imaginaba, lo había investigado. Lo llamaba por su primer apellido.
-Prefiero mi nombre artístico, muchas gracias- se atrevió a decir. Escuchó al hombre carraspear, no muy seguro de si se había molestado por su insolencia.
-Señor Carriedo, necesito que mate a un hombre.
Le sorprendió que su cliente fuera tan directo con el asunto. A pesar de que esa era la única razón por la que estaba allí, la mayoría de los otros clientes le invitaba una copa de alguna bebida fuerte antes de soltar la bomba, como creyendo que la simple mención del asesinato de alguien era demasiado crudo para su oídos. Como si no llevara varios años trabajando en eso. Se dio cuenta de que aquel hombre no andaba con tonterías y más le valía comportarse.
-No le saldrá barato. Mis honorarios incluyen varios puntos, incluyendo, por ejemplo, que tan discreto quiere que sea, el estatus de la persona, si quiere que parezca un suicidio, o si ese hombre se encuentra muy lejos de donde nosotros estamos ahora mismo. Cosas básicas del oficio.
Al hombre le tomó unos segundos de planteárselo antes de contestar.
-El dinero no será problema.
De una de las puertas laterales del despacho, entró uno de los guardias, pulcramente vestido de etiqueta, con un maletín plateado. Lo puso sobre el escritorio, abriéndolo y revelando su contenido: un montón de fajos de billetes acomodados a lo largo y a lo ancho. Si no hubiera visto ya varios maletines como aquellos antes, le habría parecido una cantidad impresionante.
-¡Ándale!-dijo Toño para sus adentros. Justamente por haber visto tal cantidad antes, podía sospechar como iba a ser el trabajo.
Si bien había ganado fama de sicario eficiente y discreto, su mayor inconveniente era lo selectivo que era. No aceptaba cualquier trabajo, por mucho dinero que le ofrecieran. Su sentido de la ética aun era muy fuerte. Varios de los empresarios con los que se había negado a trabajar le habían dicho que tarde o temprano ese sentido de la justicia moriría con los hombres a los que mataba. Toño se mantenía sereno, jurándose que mientras viviera, se entregaría a su trabajo por algo más que dinero. Esperaba que el hombre frente a él lo supiese.
-Vale, podemos cerrar el trato en cuanto me dé información del tipo en cuestión- dijo, tratando de sonar tan confiado como su fama sugería- Ya que voy a matarlo, puedo preguntar ¿Cuál es el asunto por el que quiere que acabe con él?
La primer respuesta que solía obtener al formular la pregunta ( y si, le llamaba "La pregunta") era que a él no le incumbía, que se le estaba pagando y no necesitaba meter las narices donde no le llamaban. Sin embargo, del misterioso hombre tras el escritorio obtuvo lo que consideraba la segunda principal respuesta a la pregunta:
-Está estorbando en mis negocios.
Eso era todo lo que necesitaba oír. Estaba a punto de levantarse, disculparse y decir que declinaba la oferta, cuando su cliente habló de nuevo, con una voz que ya no sonaba estoica y vieja como hasta ahora, sino como un hombre normal, que le dolía profundamente estarle pidiendo algo como eso a aquel joven moreno de 27 años. Y a Toño le interesaba averiguar la razón.
-Antes de que diga algo, Señor Antonio Fernandez Carriedo- Hizo una mueca al escuchar su nombre completo, pero se quedó callado.- Déjeme contarle que, con mi estatus y mi fortuna yo podría contratar a quien quisiera para que lo haga, incluso a un precio menor y dejar que pareciera un asesinato cualquiera, pero no lo es. Me he quedado impresionado con su ética profesional, muy poco común en este tipo de trabajo en el que, como he dicho, podría entregarle dinero y un arma a quien sea para que se encargue gustoso. Sin embargo, prefiero que sea alguien como usted el que mate a este hombre.
-Parece tenerle cierto aprecio- se aventuró a decir.
-Si...-su cliente hizo una breve pausa antes de continuar- Y ya que sé que no aceptará si cree que solo estoy siendo movido por la codicia, déjeme explicarle. Este hombre, Alfred Jones, no solo está arruinando mis negocios y destruyendo mi reputación, sino que esta utilizando su poder para cosas ruines. Ha manchado el nombre de la industria involucrándola en asuntos del bajo mundo como trafico de drogas, lavado de dinero, proxenetismo y se ha llevado por delante a personas inocentes. Ya se a salvado de la cárcel varias veces inculpando a otros. Debe ser detenido.
Mientras Toño lo consideraba, el guardia que había traído el maletín le entrego una carpeta con todos los datos que confirmaban lo dicho. En ese momento no le extrañó que el apellido que venia en los documentos no concordara con el dicho por su cliente.
-Él es como usted- dijo el hombre- no le gusta usar su verdadero apellido. Usa el de soltera de su madre.
-Aun hay algo que no entiendo, Señor. Usted ya dijo que puede contratar a quien quiera, ¿Pero por qué necesariamente contratar a alguien? Estoy seguro que tiene muchos subordinados y personas igual de poderosas que le deben favores. ¿Por qué involucrar a alguien ajeno?
Esta vez el hombre tardó un poco más en responder. Toño casi estaba seguro que se quedó observando la luna.
-Usted lo ha dicho, es ajeno. Una vez concluido el asunto, usted seguirá con su vida y recordara todo esto como un trabajo más. No le guardara rencor a Alfred Jones ni tampoco lo recordara con afecto. Él para usted solo es una fotografía dentro de una carpeta. Quiero que esto se vea lo menos personal posible. Además, después tampoco lo volveré a ver a usted, aunque yo lo recuerde toda mi vida como el hombre que lo mató.
No estaba muy seguro de entender, aun así aceptó el trabajo.
...
