Otra noche, otra presa. Es la mejor manera de definirlo. A muchos les suena absurdo o difícil de entender este modo de vida. Yo misma me lo cuestiono muchas veces. Pero en cuanto lo pienso un instante la sed me devora hasta un punto que me es difícil entender. Monstruo, asesina, cazadora. Esas son sus palabras, sus insultos hacia mí. Saben de mi existencia, desean destruirme casi tanto como me temen. Ilusos, locos, estúpidos. Varias veces han venido tras de mí, y me han ahorrado salir a cazar. No entiendo por qué no usan el nombre correcto para las cosas, pues el nombre por el que deberían llamarme es aquel que la bruja usó para nombrarme, el nombre que aquella bruja utilizó para convertirme en esto. El nombre qué oyen todos aquellos en sus pesadillas, o en los cuentos cuando se les habla de mí. Esa palabra que causa pavor en los niños, ese calificativo tan apropiado y correcto.

_ Vampiro_ pronuncié en voz alta, interrumpiendo mis propios pensamientos. Aunque eso, la persona que tenía delante de mí ya lo sabía. La niña sin embargo tembló de pies a cabeza cuando la mencioné, y por eso no me ahorré el reír mientras mi mano acariciaba su rostro. Quería huir, escapar y volver a casa, con su madre. Pero su madre estaba en la habitación de al lado, sin una sola gota de sangre en el cuerpo_ Dime pequeña… ¿Cuántos años tienes?

_ Siete, señora… tengo siete… por favor, déjeme marchar, volver a casa… No le diré a nadie que la he visto, ni donde vive._ El miedo confirma sus palabras. Demasiado temor como para mentirme, sabiendo que leo sus pensamientos, sus deseos.

Quizás podría liberarla, su padre aún vive y ella aún no está madura. Podría dejarla crecer y convertirse en una jovencita. Lo pienso con detenimiento unos minutos, pero finalmente me decido a clavar mis colmillos en su cuello y saborear su tierna sangre infantil. Entonces escucho un aplauso, dejo el cadáver de la niña en el suelo y me vuelvo, aunque el olor a bruja es más que patente. La observo y carcajeo, sin reprimirme un solo instante, esa mujer no me da miedo, no sería la primera bruja a la que devoro.

_ He de suponer que tú eres el vampiro al que tantos temen en estas tierras. ¿No me equivoco, verdad?

Ha usado la palabra correcta, y eso me gusta. Parece que ni una sola persona en el bosque encantado se molesta en aprenderla. Estoy cansada de que se refieran a mí como a una bestia, cansada de que me traten como si fuese un monstruo. No tendría que serlo si ellos colaborasen.

_ Estoy interesada en hacer un trato contigo, y creo que las dos podríamos salir ganando si así lo hacemos. Tengo dos cosas que ofrecerte que estoy segura de que te interesarán.

_ ¿Qué dos cosas podrías ofrecerme tú, bruja?_ Observo que arquea una ceja, que está molesta. Eso juega a mi favor, más de lo que ella cree, me dice que es una mujer que no está acostumbrada a las negativas._ Si es dinero lo que pretendes que acepte puedes darte la vuelta y marcharte.

_ ¿Dinero? Creo que nosotras dos estamos muy por encima de un par de monedas._ La mujer se ríe, pero yo no lo hago, de momento no tiene nada para mí, y no voy a complacerla intentando convencerla de que lo tiene_ Yo te ofrezco poder, y respeto.

_ Yo ya tengo esas dos cosas, no te necesito para conseguirlas.

_ ¿Tienes acaso el poder para salir de este hogar cuando sale el sol? ¿O acaso la gente se arrodilla ante ti al contemplarte? Porque eso es lo que te estoy ofreciendo. Aunque supongo que antes de seguir hablando de esto podríamos presentarnos de una vez. Aunque si sigues sin estar interesada puedo marcharme.

La bruja es más lista de lo que yo pensaba. Si hay dos cosas que yo escogería serían esas dos, suplir mi única debilidad y el poder que por derecho me correspondía, ver a la gente arrodillarse ante mí. Aquel era mi deseo, pero no sabía que me pediría a cambio, pero estaba claro que no iba a dejarme engañar, no otra vez.

_ Anzu Stealer, ese es mi nombre.

_ Vaya, veo que te has vuelto más colaboradora. Mi nombre es Maléfica, y si estuvieses bajo mi protección te aseguro que todos se arrodillarían a tus pies. En cuanto a tu… problema con el sol… tengo un anillo que haría maravillas con él.

_ ¿Y qué deseas a cambio?_ pregunté, seca. No quería que me deslumbrase con su baratija para luego pedirme un imposible.

_ Veo que no quieres que te distraiga… lo cual es algo que francamente me conviene mucho. Si he de ser franca estoy buscando a una joven muy escurridiza. Su nombre es Aurora y tengo cuentas que arreglar con ella. Estoy segura de que tú podrías hallarla. Empieza su búsqueda y te daré el anillo. Cuando la encuentres tendrás el lugar que te corresponde en la jerarquía. ¿Qué me dices? ¿Hacemos el trato?

Lo pensé unos instantes, pues tomar la decisión equivocada podría acarrearme consecuencias nefastas. Pero en cualquier caso, no parecía una hazaña complicada y el anillo me lo daría en cuanto aceptase. El poder de caminar bajo el sol como cualquier mortal. No había nada que desease más en esos momentos. Mi única debilidad cubierta al fin. Con ese anillo en mi dedo, sería invencible.

_ Acepto vuestro trato, Maléfica. Entregadme el anillo y os aseguro que hallaré vuestra princesa, para que ajustéis esas cuentas que decís tener pendientes.

El objeto cambió de manos y me lo coloqué en el dedo, sintiendo como una corriente fresca me atravesaba por completo. Y entonces retiré el hechizo que cubría mi morada, aislándome del sol de mediodía que había fuera. Y realmente fue una bendición, puesto que aunque los rayos de luz tocaron mi piel no sentí ningún dolor, tan sólo una leve sensación de calor vivo, que me hizo sentir ligeramente cálida unos instantes.

_ Tienes aún años antes de que la joven alcance los 16 años. No los desaproveches Anzu Stealer, porque si lo haces, lo sabré. Y ten por seguro que te castigaré por ello.

Con esa última amenaza la bruja se desvaneció con un golpe de bruma. Yo sonreí. Tenía al fin lo que quería, y aunque estaba más que segura de que encontraría a esa joven, en nada me preocupaba lo que pasaría si no era así. Con ese anillo en mi dedo era invencible, de eso estaba segura. Equivocada o no hice las maletas, pues pretendía ponerme en marcha y disfrutar de mi nueva condición mientras hacía esa búsqueda que no me corría ninguna prisa.

Sería absurdo tratar de considerar cuanto tiempo había pasado desde que inicié la búsqueda, pues para mí carecería de sentido hacerlo, no dispongo de una verdadera noción del paso del tiempo, ya que para mí es estático, eterno. Si he de ser sincera, estaba buscando algo que me sirviese de referencia, como un reloj o un calendario, pero me resultan frustrantes, pues no soy otra esclava del tiempo. Eso es lo que hizo que me diese cuenta de que precisaba de un ser vivo, de preferencia un humano. Pero tener uno de mascota no es algo que me atrajese entonces. Afortunadamente el problema pareció querer solucionarse solo.

Ocurrió durante una de mis noches de caza, en las que como suele ocurrirme me decanté por una familia de gente pobre, campesinos y ganaderos. No es que no tuviese respeto a su trabajo, o que respetase a las clases altas. Simplemente es que sus ausencias se notaban mucho menos. Si matabas a una familia de campesinos se producía un entierro y sus familiares vertían algunas lágrimas maldiciendo su desgracia. Si por el contrario matabas a un duque o conde sus familiares enviaban a toda su guardia a asesinarte, y eso puede considerarse algo molesto.

Pero volviendo a la noche que nos ocupa, yo hice el numerito de la adolescente desvalida, y mi rostro de dieciocho años me aseguró una vez más el cobijo aquella noche, aunque no es que realmente lo necesitase. Aquella mujer preparó un guiso que para estar elaborado con elementos de lo más pobres tenían un sabor más que pasable. Vivía sola con su hija, no había mucho que remarcar en ellas, a primera vista me parecieron comunes salvo por su cabello, de un tinte rojizo como el mío. De no ser por la mortal palidez de mi piel habría pasado por un miembro más de la familia.

_ Sherezade, vete a la cama, es tarde._ Las protestas de la niña no me resultaron extrañas, yo le había parecido divertida, interesante. Si supiese lo que le convenía se hubiese callado y se hubiese ido a la cama.

Pero el ser humano tiene tendencia a escoger lo que menos le conviene, y de eso solemos valernos los vampiros. Al final decide hacer caso a su madre y la pequeña Sherezade se va a la cama. Su nombre me resulta curioso, proviene de mi tierra, de un lugar que creí que no iba a volver a saber nada, y sin embargo aquí estaba llamándome una vez más. Pero sin embargo debía desengañarme y admitir que no iba a volver a Egipto. Por lo que me centré una vez más en la mujer que había preparado el guiso, me acerqué a ella, y con mis habilidosas manos le masajeé los hombros. Ella primero se tensó, pues no me había oído acercarme, pero pronto se relajó ante el tacto que mis manos le producían.

_ Llevas una carga pesada Casandra, cuidando tú sola del campo, de tu pequeña. ¿Qué ha sido de su padre?_ Pregunté, sin dejar de masajearla.

El masaje en realidad era un eufemismo. Relajaba sus músculos para que no se percatase del trabajo que estaba haciendo con su mente, ablandándola, debilitándola. Os aseguro aún a día de hoy que no he conocido nada tan complejo como la mente humana. Tan complicada de destruir, de doblegar por la fuerza. Más de una vez lo intenté y tuve como resultado a una masa de carne sin verdadera mente, pues su voluntad prefiera eso a doblegarse. El tiempo me enseñó a ser suave, dulce, para conseguir mi propósito logrando incluso que gente de la habitación de al lado no se despertase, como era el caso de la pequeña Sherezade.

_ El Rey lo llamó a la guerra, y el jamás regresó._ Noté el dolor en sus palabras, pero para mí no significó más que la información que estaba buscando.

_ Una mujer fuerte como tú no debería estar sola, no debería dejar que la abandonasen a su suerte._ Le contesté, separando un poco las manos de sus hombros, para dejar sitio a mi cabeza.

Pues yo, traviesa como siempre he sido, comencé a besar su cuello con mis labios, sedientos de pasión, esa pasión que esa mujer había reprimido desde la muerte de su marido. Noté la extrañeza en ella, la incomprensión ante que otra mujer hiciese lo que yo. Pero no me rechazó, porque su cuerpo no se lo permitía. Al contrario, sus labios buscaron los míos, y sus manos rodearon mi cuello.

_ Ninguna mujer debe estar sola jamás_ dijo, sellando su destino sin saberlo.

Podría contaros como la poseí, podría contaros cómo la hice disfrutar del más profundo de los placeres antes de matarla. Pero no creo que fuese correcto, y por ello no puedo contaros tampoco cómo clavé mis dientes en su cuello y cómo bebí hasta la última gota, y la dejé muerta en el suelo, cubierta con la capa que yo misma había traído. Pues eso no es más que la historia de otra de mis noches. Lo que la hizo distinta fue lo que ocurrió después de eso, cuando escuché la respiración agitada de la niña en el pasillo.

La observé con mis ojos fríos, como dos rubíes ensangrentados, escruté su mente y no hallé más que incomprensión en ella, pero no miedo, y sin embargo noté acto seguido como se fragmentaba cuando una ráfaga de viento entró por la ventaba que había roto producto de la pasión, y dejaba ver el rostros sin vida de su madre. Aunque ahora nadie sería capaz de decir que esa mujer estuvo viva alguna vez.

El rostro lívido, con los ojos abiertos y vidriosos, componiendo una mueca grotesca e inhumana, el cabello revuelto, enmarañado, y la posición de sus miembros, totalmente antinatural. Hubiese buscado una palabra para definirla, pero la niña lo hizo por mí. Muñeca. Ella la vio como una muñeca, totalmente incapaz de asimilar que esa cosa fuese su madre, pero su madre estaba en esa habitación. Y cuando su mente llenó el vacío di un respingo involuntario, que evitó que pudiese hacer algo cuando esa niña se me echó encima.

_ ¡Mamá! ¡Tapa esa muñeca! ¡Me da miedo!_ Exclamó la niña, aferrándose a mí como si la vida le fuese en ello.

Para mí me hubiese sido muy fácil quitármela de encima y destrozarla contra la pared, pero cuando me llamó mamá me quedé completamente bloqueada, incapaz de entender cómo había pasado todo aquello. Sentí sus emociones, como una bofetada, su amor hacia su madre, su afecto incondicional que ahora me dedicaba. Y en mi interior maldije una y mil veces, deseando que el final hubiese sido distinto. Pues podría matar a mil y una personas, pero me sentí incapaz de hacerle el menor daño a esa niñita.

_ Muy bien cariño, me desharé de esa muñeca, pero ahora necesito que te vayas a la cama. Mañana tenemos que salir de viaje ¿Has entendido?

Sherezade aún estaba confusa, pero obedeció sin chistar. Yo me llevé la mano al rostro en ese momento, aún incapaz de entender del todo qué acababa de pasar. Y en ello estuve pensando toda la noche, mientras me aseguraba de deshacerme del cuerpo de la madre de la niña y de hacer desaparecer todos los restos de aquella noche de pasión desenfrenada.

Al día siguiente me encontré a la niña, vestida y preparada para salir. Apenas había cogido un conejo de peluche como todas sus pertenencias, y tuve que hacer yo misma su maleta y cargarla en el carro que parecía que antes usaban para vender cosas en la ciudad. También cogí algunas prendas para mí misma, tomando el rol de una campesina. No entendería hasta mucho más tarde el motivo por el que me tomé tantas molestias por aquella niña de escasos diez años.

_ Dime mami. ¿Dónde vamos? ¿Recogeremos flores por el camino?_ Sonreí vagamente al escucharla, pues su inocencia me resultaba irónica. Si supiese que íbamos en busca de una princesa para asesinarla probablemente no estuviese tan contenta.

_ Supongo que no tiene nada de malo que lo hagamos, no tenemos prisa en esto._ Le dije, pues aunque ella no lo sabía yo estaba asumiendo un gran retraso al llevarla conmigo, pues los caballos no eran tan rápidos como yo, y además se agotaban y había que permitirles descansar.

Sherezade saltó de alegría y dijo algo sobre que le encantaban las flores. Aunque eso desde luego no fue en absoluto una sorpresa para mí, pues si era la mitad de empalagosa de lo que me parecía probablemente quisiese un unicornio por su cumpleaños. No es que no hubiese visto unos cuantos, aunque me parecían animales realmente desagradables. Aunque probablemente eso se debiese a que no podían acercarse a mí sin darle una cornada. Doy un golpe a las riendas, presintiendo que va a ser un viaje muy largo

Sherezade espera en la parte trasera de la caravana, descansando. Pensé que dejarla en el patio del castillo sería lo más adecuado, pues si fuese a pasarle algo oiría perfectamente sus gritos. Muchas veces me sorprendía la docilidad de la joven, casi como si supiese lo que podía hacerle si me contrariase. Contestaba a todas mis órdenes sumisamente y me reverenciaba. Aunque entonces sería totalmente incapaz de admitirlo, le estaba cogiendo cariño a esa joven. Pero en aquellos momentos estaba mucho más inquieta por el lugar en el que me encontraba que por la niña pelirroja.

Las paredes del castillo no reflejaban ningún sonido, ni el habitual sonido de las cocinas, ni los cuchicheos de los criados. Sin embargo, yo sabía que en aquel castillo vivía alguien. Sabía bien, que ese castillo tenía un amo. Alguien a quien los demás conocían y temían. Mis pasos eran firmes, pues yo no tenía miedo, pero sí otro sentimiento más noble si se le puede calificar como tal. Yo respetaba al amo del castillo, por su facilidad para causar temor, por el hecho de que todos y cada uno de los que le conocían sabían que no debían jugar con él. Que nadie debía jugar con la bestia. Que nadie debía jugar con el ser oscuro.

Podía notar que me observaba, casi podía sentir su risa tras mi espalda. ¿Me estaba juzgando? ¿Evaluándome, quizás? Nunca lo supe. Lo que sí sabía, de lo que estaba segura, es que no necesitaba hacerlo. Él ya sabía quién era yo. Debió saberlo en cuanto puso sus ojos en mí. Me hizo recorrer toda la casa, casi esperando que le llamase, que de mis rojos labios saliese su nombre, tan difícil de pronunciar. Mis labios sabrían hacerlo, pues conocía muchos idiomas. Él era más poderoso que yo, pero también más joven. Una contienda interesante sería la nuestra, pero yo no estaba allí para eso, él tampoco.

Finalmente le encontré en el salón, junto a una vieja rueca. Hilaba, y al hacerlo, transformaba el hilo que pasaba por la rueca en oro. Al notar mi presencia se volvió y lanzó una risita. Yo sonreí, entre pícara e incrédula, pues esperaba encontrar a una bestia, y no era eso lo que tenía ante mí. Si he de ser sincera, encontré a Rumpelstilskin increíblemente atractivo en cuanto lo vi. Me sentí prendada de su dorada piel, y su cabello enmarañado y salvaje despertó viejos recuerdos en mí. Sus ojos, completamente oscuros casi llamaban a mi oscuridad interior. Pero me bastó un vistazo para saber que yo no le interesaba lo más mínimo. Y aunque el rechazo era algo que no acostumbraba sentir, lo acepté y decidí pensar en el verdadero motivo por el que estaba allí, sin embargo, él me interrumpió.

_ Pero qué inesperada sorpresa… ¿A quién tenemos aquí?_ Su voz chillona me resultó extraña, pues no me la esperaba. Era como una continua burla hacia el mundo, hacia todo, un gesto de rencor.

_ Mi nombre es Anzu, aunque creo que eso ya lo sabéis, Rumpelstilskin. Tal como sabéis el motivo por el que estoy aquí.

_ Buscas algo por supuesto, algo que yo tengo y que puedo darte. Pero claro está… toda magia…

_... Tiene un precio._ Concluí, para su desagrado._ Y eso es lo que busco, magia… poder. Deseo que deje de ser un misterio para mí.

_ Misterioso asunto la magia. Tu raza está predispuesta a ella y sin embargo tú no pareces gozar de ese privilegio… curioso, sin duda.

_ Ya sabes por qué no puedo practicarla, tan bien como sabes para qué la deseo.

Yo nací en un mundo sin magia. Y por ello mi cuerpo no poseía magia. Y si alguien podía despertar esa magia era el ser oscuro. Pero también sabía que toda magia tenía un precio, y que si alguien sabía de tratos y favores era Rumpelstliskin. No podía apartar mis ojos de su escrutadora mirada, hasta que dio un salto y me forzó a dar un respingo.

_ Para mí despertar tu magia es una tarea sencilla… por un precio claro.

_ ¿Cuál es tu precio?_ pregunté, con la moral férrea.

_ Un cabello pelirrojo… _ cuando pronunció esas palabras me llevé la mano a mi melena pelirroja, lo que provocó una risa por su parte._ De la niña que te acompaña.

No comprendí por qué deseaba un cabello de Sherezade, aunque lo cierto es que me dio bastante igual en aquel entonces. No tenía claro por qué la jovencita me acompañaba, y aunque a ratos me preocupaba por ella normalmente su bienestar me traía sin cuidado. Por ello ni me lo pensé un instante y empecé a andar hacia el carro, seguida del ser oscuro, le corté un mechón de su delicado cabello, sin despertarla de su sueño, y se lo entregué a la bestia.

Lo siguiente que ocurrió está para mí algo borroso. Tras tomar la poción que me entregó lo cierto es que el mundo se convirtió en un torrente de sensaciones. Pues la magia, caprichosa, recorrió mi cuerpo, me hizo estremecer y me hizo perder la consciencia. Cuando desperté me encontré en la caravana, con la niña abrazada a mí. Pero ante todo me sentí distinta, poderosa. No del mismo modo en que mi fortaleza física o mi poder sobre otras personas me hacían sentir. Pero eso no me bastaba porque yo necesitaba pruebas. Mi cuerpo albergaba la magia, el poder, pero de nada servía si no podía utilizarlo. Y mis ojos se dirigieron a la niña que con tanto cariño me aferraba, a su cabello, y al mechón que yo misma le había arrebatado. Y que ahora deseaba que volviese a estar en su lugar.

Mi deseo no tardó en verse cumplido. Era una magia pequeña, inofensiva, pero que prometía mucho más. Prometía el poder de lanzar rayos a través de mis manos, me prometía el mundo. Tenía que estar preparada por si fracasaba en mi empeño de encontrar a Aurora y Maléfica decidía tomar represalias. Yo entonces no lo supe, pero realmente lo que pudiese hacerme a mí me era indiferente. Realmente deseaba proteger a aquella niña, la humana dentro de mí lo deseaba mucho, le había tomado mucho cariño.

Pero la vampiresa de mi interior era indeciblemente más poderosa, autoritaria y era la que tenía el poder, una fuerza que escapaba a la comprensión de los mortales. Y por desgracia, también a mi propia comprensión. Tenía miedo a mi humanidad, a ser débil, como lo llamaría entonces. Y ante todo temía al amor, un sentimiento tan puro y poderoso como luminoso. Cargado con una luz tan poderosa como el sol. Y yo temía que esa luz me destruyese, que consumiese mi ser si dejaba que tocase mi corazón, si es que alguna vez lo dejaba latir.

Sin embargo, en ese mismo instante mi culpabilidad estaba abriendo la puerta a mi amor, a mi deseo de proteger a alguien más débil que yo. Entonces no lo sabía, pero ese momento, ese instante en que besé la frente de la pequeña Sherezade mientras dormía, fue el instante que desencadenó que me diese cuenta de que el poder carece de significado si no sirve para proteger a los que amas.

_ Yo también te quiero mami._ Me interrumpió ella. No estaba segura de si hablaba en sueños, o por el contrario había notado lo que había hecho. En cualquier caso me aseguré de que durmiese antes de salir a cazar, pues no había tenido tiempo aquella noche y si me despistaba ella sería mi próxima víctima.

_ ¿Crees que sabe que la vigilamos? Porque se comporta como si no lo supiese.

_ Creo que está muy claro que no lo sabe, me aseguré bien de ello.

La bruja conocida como Maléfica, apartó la vista de su bola de cristal y encaró a la mujer que le había hecho la pregunta. Una mujer que a primera vista parecía hecha más para mirar que para dar conversación. Poseía una larga cabellera dorada y unos profundos ojos azules, particularmente vivos para alguien que sabe que no se encuentra con vida. Y de hecho, eran esos ojos los que habían causado que Maléfica se fijase en ella. La joven muñequita poseía unos ojos perversos, que no parecían dejar de tramar.

_ Disculpa… bruja, sabes que la magia no es mi fuerte._ Respondió la rubia con su tono impertinente.

_ Deberías tener más respeto, niña. La única razón por la que no te he matado todavía es porque sabes cosas sobre esa mujer. Necesito que encuentre a Aurora, y tú la conoces… a fin de cuentas. ¿No te convirtió ella en lo que eres?

_ Sí, lo hizo. Yo le encantaba, por mi preciosa carita. Pero de eso hace cuanto… ¿500 años? Puede que los vampiros seamos seres de costumbres, pero la Anzu que me convirtió no parecía la mujer adecuada para adoptar a niñitas pequeñas.

_ Eso no me importa, lo que yo busco resultados y tú vas a dármelos. Más te vale conseguir que Anzu haga su papel y encuentre a Aurora para mí, o te aseguro de que te puedes ir olvidando de que te conceda magia. Te convertirás en un montón de cenizas, niña.

_ Deja de llamarme niña. ¡Tengo un nombre!_ Exclamó la otra, ignorando por completo todo lo que le había dicho. Su tono era mordaz, cruel, burlesco._ Es Lucrezia, y si esperas que consiga resultados para ti vas a tener que recordarlo. Una Auditore no se rebaja a hacer favores para alguien que no recuerda su nombre.

_ Muy bien… Lucrezia. Sal por esa puerta y consigue que tu… creado, o como quiera que llaméis a la persona que os convierte en lo que sois, haga lo que me prometió.

Lucrezia le dirigió a Maléfica una última mirada de desprecio antes de salir por la puerta. Lo cierto es que ya había jugado bastante con su suerte ante una mujer que por lo que le habían contado podía convertirse en dragón. Ella estaba muy bien en su piso en Londres, pero la idea de inmunidad ante la luz solar la había atraído. Y si eso no bastaba la idea de volver a encontrarse con su madre la habría ido salir corriendo. Pues sí, para ella al menos la palabra tenía que ser madre. Pues Anzu había cambiado su vida, la había hecho más fuerte, más independiente y poderosa.

Pero desde luego lo que más había hecho era inflar sus ya enormes ego y lujuria. Lucrezia desde siempre se había creído superior a los demás. El vampirismo sólo se lo había confirmado. Y la imagen de la que ahora consideraba su única y verdadera madre aparecía constantemente en sus sueños. Y por verla de nuevo se reuniría con personas como Maléfica, para la que puta le parecía la palabra más suave que dedicarle. Pero si su madre hablaba con unas palabras que parecían acariciar el cuerpo tanto como sus manos, ella debía hacer lo mismo.

Si no se hubiese visto a sí misma como a una diosa quizás habría pensado en sí misma como en una mujer con un profundo complejo de Edipo. O quizás se lo hubiese pensado dos veces antes de entrometerse en el camino de alguien como Anzu Stealer. Pero Lucrezia poseía las aptitudes necesarias para hacer las más estúpidas acciones sin medir las consecuencias. Aunque quizás, el hecho de haber sido convertida en vampiro a la edad de 17 años quizás tuviese bastante que ver con su actitud rebelde e impulsiva, pues el hecho de ser una adolescente rebelde que siempre había sido una niña mimada no ayudaba precisamente a que dejase que el paso de los años cambiase su carácter.

Con esta meta, la que se consideraba a sí misma como una rubia superexplosiva montó a caballo y se hizo a lo desconocido, sintiendo la necesidad de dirigirse hacia su creadora y recordarle que existía. Sus verdaderas intenciones distaban mucho de alentarla a buscar a Aurora. Ella deseaba demostrarle que estaba con ella, y que juntas podían conquistar ese mundo mágico, y gobernar sobre todos y cada uno de sus residentes, comiéndose a quien quisieran cuando quisieran. Quería darle el tipo de compañía que aquella niña estaba muy lejos de darle.

Pero estaba lejos de tener suerte en esa empresa. El bosque encantado era mucho más extenso de lo que la vampiresa comprendiese. Y el hecho de no evitar asesinar a todo humano cuanto veía antes de preguntar por Anzu no era de gran ayuda. Su búsqueda no tardó en volverse infructuosa. Los días siguieron pasando, se agruparon en semanas, meses y años. Pero Lucrezia tampoco podía medir el paso del tiempo, no sin una referencia, una como la que Shadow tenía. A su juicio inmortal, su búsqueda había comenzado nada más y disponía de todo el tiempo del mundo.

Creo que fueron 5 años. O al menos ese era el número de veces que Sherezade me había dicho que cumplía años y me había visto frustrada para regalarle algo. Ya no negaba el aprecio que le tenía. La única humana a la que jamás pondría un dedo encima con intención de dañarla. Mi joven hija, pues seguía tratándome de madre, se había convertido en una jovencita ante mis ojos. Se había vuelto muy hermosa, y si la hubiese conocido con ese aspecto mis pensamientos para con ella serían distintos. Pero yo no dejaba de verla como mi niña pelirroja, la misma que me había llamado mamá ante el cuerpo de su verdadera madre y que seguía durmiendo con el conejo de peluche que en su día fue lo único que quiso llevarse de su hogar.

Seguíamos viajando, sin dejar de movernos, pues además de la búsqueda yo presentía que alguien nos estaba siguiendo. Sólo me detenía a cazar para ambas, humanos para mí y animales y vegetales para ella. Como toda niña no le gustaba comer brócoli. Y aunque muchas veces la obligaba a comerlo, sabía que en otras le bastaba con ponerme ojitos y así conseguía que le permitiese dejarlos. Yo hacía tiempo que había dejado de fingir que comía delante de ella, pues la comida escaseaba en ese viaje, y aunque ahora nos desplazábamos en un elegante carruaje en lugar de en la vieja caravana, mis condiciones no habían cambiado.

Y una vez más ella no hacía preguntas. Yo intuía que ella sabía la verdad, o al menos una parte, pero si no iba a hablar de ella puedo asegurar que yo tampoco lo haría. No estaba dispuesta a cambiar sus palabras de cariño y sus cálidos abrazos y besos en mis mejillas por el miedo que tendría de saber la verdad. Éramos una extraña y más que curiosa familia, las dos juntas. Yo no era alguien a quien nadie sería capaz de definir como una persona cualificada para ser madre, y ella sin embargo era la hija perfecta.

En cuanto a mi magia, la había desarrollado ampliamente en esos años. Sherezade me ayudaba también con ello. Se mostraba muy sagaz para ser la hija de una campesina, y aunque pareciese imposible daba la impresión de tener cierta idea sobre lo que hablaba. Pero por una vez, fui yo la que no hizo preguntas y se limitó a escuchar con atención a la pálida y pelirroja joven. Era extraño porque realmente se parecía mucho a mí y nadie había dudado de que fuésemos madre e hija. Eso ayudaba a despejar dudas sobre que yo fuese vampiresa. Todos sabían que los vampiros no podemos tener hijos, y Sherezade era genuinamente humana y podía demostrarlo continuamente.

A veces deseaba abandonar esa búsqueda y establecerme con Sherezade en algún lugar. Sin embargo, mi condición lo hacía demasiado complicado. Y si renunciaba a la búsqueda tendría que devolver a Maléfica su anillo, creado con magia avanzada que yo estaba muy lejos de dominar. Y no podía renunciar a él. Por ello el carruaje seguía avanzando, y las posadas se iban sucediendo. La gente sólo recordaría a dos nobles pelirrojas que habían pasado por su posada y en su momento lo olvidarían.

Pero me equivoqué al pensar que nadie seguiría ese rastro, pues pensaba que aquellos que me siguiesen tendrían falta de información, que creerían que iba sola. Y por ello, cuando algo hizo que mis caballos se detuviesen en mitad de su camino di un respingo. Y no porque los caballos se hubiesen detenido, si no porque había percibido qué les había hecho parar, la fuerza mental de un vampiro. Le ordené a Sherezade que se quedase en el carruaje y me apeé, dispuesta a enfrentarme a aquel que hubiese osado tratar de detenerme.

_ Al fin os encuentro madre. He de reconocer que sois muy esquiva.

La reconocí de inmediato. Aquella joven provenía de mi mundo, y yo misma había sido la que había bebido toda su sangre. Pero en un mundo sin magia los vampiros no podemos nacer y prosperar, por ello la bruja que me condenó de este modo me trajo al bosque encantado. Y alguien debía haberla traído a ella. Mi mente conjeturó que probablemente hubiese sido obra de Maléfica, pero no le expresé mis inquietudes.

_ Me sorprende verte con vida Lucrezia.

_ Ambas sabemos que no estoy viva, madre. Tú hiciste por mí un gran favor y me libraste de esas ataduras. Y por ello jamás dejaré de estarte agradecida. Por ello jamás dejaré de amarte.

De entre todas las personas a las que había mordido y casi consumido, aquella que se había convertido en un ser superior debía ser precisamente una de las que había escogido por su cara y cuerpo bonitos. Lo cierto es que me estaba bien empleado. Iba a reírme cuando una ráfaga de viento me indicó que se había acercado a mí. Era muy rápida, no tanto como yo, pero si lo bastante como para colocarse delante de mí con un pestañeo.

_ No me importa que no me valores, me basta con que me recuerdes. Es para mí todo un honor.

_ Basta de juegos Lucrezia. ¿A qué has venido aquí?_ La corté, colocando mi mano sobre su pecho.

Odiaba a los aduladores, y normalmente solía dejarlos sin una gota de sangre en el cuerpo. Pero mi ética me prohibía hacerle eso a un congénere. Además, no podía negar que Lucrezia me producía curiosidad, y el deseo en su mirada estaba despertando el mío. No obstante, no iba a ponérselo fácil. Yo no era una mujer sencilla, ni me doblegaba a los deseos de los demás.

_ He venido a ayudarte, a poner fin a tu tarea. He encontrado a la princesa Aurora… y te diré donde está. Por un precio claro.

No lo pensé ni un instante a la hora de coger a esa mocosa por el cuello y estamparla contra un árbol a un lado del camino, provocando un crujido, que no estaba segura de si provenía del tronco o de su columna. El hecho de que me sonriese con picardía fue lo que me indicó que se trataba de lo primero. Aunque yo no tenía intención de matarla y eso, para mi desgracia en aquel momento, ella también lo sabía.

_ Eso ha estado fuera de lugar mami. Mi precio no es exagerado, soy una chica fácil de complacer.

Sí, lo era. Y eso lo recordaba bien porque apenas había tenido que presionarla para conseguir su favor y su lujuria, para despertar en ella un deseo que la sociedad le había reprimido. Y por eso supe lo que ella quería antes de que lo dijese. Me acerqué y sin dejar de apoyarla contra el árbol la besé lentamente. Y ella juguetona y traviesa, trató de morderme, algo que yo ya había intuido desde antes, por lo que contraataqué con un fuerte mordisco en su labio inferior, que convirtió el beso en algo distinto, ofensivo y cadencioso. Ambas nos embriagábamos con su sangre. Yo quería más, lo deseaba todo. Pero como dije, no soy una mujer fácil, y eso fue lo que consiguió que la apartase de mí.

_ ¿Dónde está Aurora?

_ Al otro lado de la colina, en una cabaña, custodiada por 3 hadas. Puedes ir a comprobarlo si quieres. Pero ya te advierto que Maléfica está impaciente. Requiere años de preparativos lo que planea.

Entendí pronto el juego de Lucrezia. Tenía que ir corriendo a ver a Maléfica para darle esa información. Pero eso suponía dejar atrás a Sherezade. Aunque por otra parte si no lo hacía Maléfica probablemente se convirtiese en dragón y nos convertiría a ambas en dos montones de polvo. Me separé de Lucrezia y me acerqué al carruaje, para intercambiar unas palabras con Sherezade, y luego dirigirme de nuevo a la vampiresa.

_ En ese carruaje hay una joven, y si realmente esperas ser mi hija, si esperas algo de mí, y si quieres conservar la vida, te asegurarás de que no le ocurra nada en mi ausencia. ¿Has entendido?

_ ¡Qué pesada te pones cuando quieres! Está bien, cuidaré de tu nuevo juguete…

_ Sherezade no es un juguete._ Le dije con el tono cargado de rabia.

_ Cuidaré de la joven que te acompaña, como si mi no-vida dependiese de ello. Tienes mi palabra.

Quizás fue un error aceptar su palabra, quizás fue un error correr hasta maléfica como si todo mi mundo dependiese de ello. Y si de algo estoy segura, es que decirle a Maléfica donde estaba la princesa Aurora fue el mayor error de mi vida. Pues cuando volví al lugar en que había dejado a Lucrezia con Sherezade, con mi hija, mi carruaje estaba en ruinas. Había cadáveres por todas partes, soldados, portadores del blasón del rey Jorge. Y apoyada en un árbol estaba Lucrezia, tosiendo sonoramente, con las manos en el pecho, donde una herida de Lanza estaba ya cicatrizando.

_ ¿Qué ha pasado? ¿Dónde está Sherezade? ¿Qué le han hecho?_ Exclamé zarandeándola, pues su estado me importaba bien poco.

_ Ellos… la mataron… Yo… no pude hacer nada. Eran demasiados.

La abofeteé, la golpeé en el estómago y la mordí, la drené, aunque sabía que ningún castigo sería suficiente. Tan sólo le había pedido una cosa, que protegiese a mi niña, que impidiese que el mal la hiriese. Y había fallado. La arrojé contra el carruaje y por suerte para ella la viga de madera que sobresalía del maltrecho carruaje le atravesó el lado derecho del pecho en lugar del izquierdo.

No iba a morir, pero ella no era mi objetivo. Mi objetivo era el rey Jorge, al que le sacaría las entrañas yo misma, al que haría sufrir el mayor de los tormentos. Pues por mucho que me pesase, a la ida de Sherezade también se había sumado la de la bondad que ella me había traído. Y lo único que deseaba era la venganza. Un sentimiento que sabía bien que sólo había una persona en el bosque encantado que comprendería del modo que yo deseaba.

El cazador soltó la pera sobre el frutero con desgana. Para él, la vida en el castillo no era lo que hubiese deseado en absoluto. Mucho menos ser una marioneta, una mascota, como la Reina solía llamarlo. Pero atreverse a contrariarla supondría morir del modo más terrible que se podía imaginar. Además, su corazón se había llevado gran parte de sus sentimientos con él. Y ahora no existía más que un vacío que no se sentía capacitado para llenar de ningún modo, por más que lo intentase.

La reina no ayudaba precisamente con su actitud, tratándolo como a un perrito faldero y encargándole las cosas más absurdas. Su petición para el día de hoy era que encontrase a la bestia que cazaba en sus tierras. Él sabía que probablemente se tratase de un lobo, de un hermano. Y aquella era una criatura a la que no pensaba atacar, por más que la reina lo ordenase.

Sin embargo, en cuando comenzó su búsqueda supo que su presa no era un lobo, que se había equivocado. Había algo raro en el ambiente, algo antinatural, mágico. Y por más que buscase, parecía incapaz de lograr encontrar su rastro, pista alguna sobre aquella criatura. No había huellas extrañas en el lugar, no había ramas rotas, y el silencio, el opresivo silencio que le puso sobre aviso, un segundo más tarde de lo que le hubiese convenido.

Notó el frío de una daga contra la piel de su cuello, y sintió una mano apoyarse sobre su hombro. Pero sin embargo, no escuchó respiración alguna a sus espaldas. Lo que hubiese tras él no era humano, y en aquellos momentos parecía estarse esforzando en demostrar que efectivamente no lo era.

El cazador tuvo muchas teorías, algunas disparatadas, y otras más cercanas a la verdad, pero en cualquier caso, fuese lo que fuese tan sólo necesitaba un movimiento para asesinarlo, por lo que tan sólo relajó las manos, indicando que no tenía intención de dirigirlas hacia ninguna de las armas que llevaba encima, ni su propia daga ni el arco a sus espaldas, sería inútil intentarlo.

_ Está claro que si quisieses matarme ya lo hubieses hecho. ¿Qué es lo que deseas de mí, entonces?

_ Lo que deseo es ver a la reina_ Indicó una voz de mujer_ Pero sus centinelas no están por la labor de dejarme pasar.

El cazador no perdía nada con aquello. Con algo de suerte quizás esa mujer matase a la reina y lo librase de su maldición, aunque era bastante más probable que el resultado fuese el contrario, y estaba seguro que en cuanto la reina supiese que había estado coaccionado desestimaría la idea de asesinarlo, porque era demasiado divertido para ella.

En cualquier caso mientras el cazador avanzaba por los pasillos seguido de su encapuchada captora, la reina estaba más ocupada en otros menesteres. Jugueteaba con una manzana ente sus dedos, mientras observaba a dos niños ante ella, con una marcada expresión de tristeza, que ni ella podría decir si era sincera o por el contrario estaba genuinamente construida para engañar a los presentes.

_ Gretel… comprende que no puedo dejar que tu hermano y tú os expongáis a semejante peligro. Te aseguro que encontraré a tu padre, y entonces os dejaré marchar. Si no os dejo ir, es por vuestro propio bien.

La hermana mayor desistió y regresó una vez más a sus habitaciones, desesperada y sabiendo que la reina no entraría en razón. Regina los deseaba para ella, en especial a la chica, precisamente por ser avispada, despierta. Algún día fallecería, y deseaba convertir a esa joven en su heredera, en la futura reina de todo aquello que tanto le había costado construir, en la heredera de aquello por lo que había renunciado a su felicidad.

La reina iba a acariciar su viejo aro de acero, cuando la puerta se abrió de par en par y aparecí, soltando al cazador para encararme con la reina. Me había despojado de mi humanidad, mostrando a la vampiresa tras la máscara. Pero Regina no sintió miedo o repulsión, por el contrario, me sonrió.

Una sonrisa que, si me lo permitís, es la segunda más seductora que me han dedicado jamás. La reina tenía algo, ese halo de poder que emanaba, su oscuridad. Lo cierto es que nunca estaré del todo segura del qué, pero era algo que me hizo desear agarrarla con fuerza y hacerla mía allí mismo. Pero una vez más, me contuve, y guardé aquello para mis fantasías.

_ Te esperaba, Anzu._ Me dijo, sin dejar de sonreír._ Intuí que aparecerías tarde o temprano. ¿Querrías tomar un té conmigo? ¿Quiero decir… tú tomas té? Eso ha sido muy insensible por mi parte.

La situación me pareció tan irreal que me limité a asentir, aunque realmente no me gusta el té en absoluto, y entonces tampoco me gustaba lo más mínimo. Volví a ponerme mi máscara humana y me senté frente a la reina, cogiendo la taza que me tendía, y añadiendo unos cuantos terrones de azúcar. Ella parecía tranquila, como si aquella reunión hubiese sido planificada. Pensé en que el cazador debía estar presenciando la escena con la misma extrañeza que yo, pero el chico había desaparecido.

_ Buscas venganza contra el rey Jorge… si no estoy equivocada.

_ Sí, el asesinó a alguien a quien yo quería mucho.

La reina arqueó una ceja, probablemente sorprendida de que yo pudiese amar. Aunque no me molestó en lo más mínimo, pues yo misma estaba sorprendida de aquello. Durante mi larga vida había sido totalmente incapaz de hacerlo, y ahora no podía dejar de pensar en lo mucho que iba a extrañar a mi amada pequeña.

_ Requiero magia que me permita viajar a otros mundos… he de recoger unas cosas en ellos. Ayudadme y a cambio supongo que podéis quedaros… ¿Las tierras del rey bastarán?

La codicia brilló en los ojos de la reina, por el aumento de poder para su posición que aquello supondría. Sabía bien que en su particular cruzada contra Blancanieves cada gesto contaba, y le estaba ofreciendo algo que duplicaría sus fuerzas en su contra. Sabía que no lo rechazaría.

_ Lo cierto es que conozco al hombre adecuado. Puede hacer tal oficio para mí, o para ti en este caso. Se le conoce como el sombrerero, y su poder es exactamente el que buscas.

_ ¿Dónde puedo hallarlo?

_ Sé paciente, Anzu, le haré llamar, y estoy segura de que no tardará, tiene mucho que ganar en estos acuerdos.

Hubiese sido lógico sospechar de la reina, pero yo sabía que por el momento podía contar con su apoyo, su mente no había tramado nada en mi contra. En cualquier caso, mi venganza contra Jorge era ahora lo primero. No me conformaría con su muerte, deseaba verlo sufrir, que estuviese atormentado para toda la eternidad, y que supiese que nada del mundo le libraría de la agonía por la que iba a pasar.

En el mundo existen varios tipos de personas, aunque muchos simplemente las definen como buenas o malas. Si miramos superficialmente vemos que existen muchos matices en este aspecto. Hay personas con el corazón negro como la noche, sin un atisbo, como la reina me pareció en el primer momento. Existían, por el contrario, personas con tal bondad en su corazón que una nunca pensaba que pudiese tramar algo malvado, como lo había sido Sherezade. Existían personas crueles, con algo de bondad en su corazón. Y luego, por curioso que parezca, existen personas con buen corazón, que por un motivo u otro hacen cosas malvadas.

Cuando conocí a Jefferson pensé que era una de esas personas. Se veía obligado a obedecer a la Reina, en este caso por miedo, o eso me pareció a mí. Pero sin embargo me explicó que su sombrero estaba estropeado, que los viajes no eran seguros. Me dijo que en aquellos momentos los mundos a los que me llevase podrían afectarme, cambiarme. Yo le ignoré, le dije que debía hacer lo necesario para reunir aquellos objetos. Él me miró a mí, y luego a la reina. Seguí el hilo de sus pensamientos, él pensaba que la reina me obligaba a hacer aquello, pensaba que yo, una joven de 18 años, desvalida y frágil, no sería la adecuada para esa tarea.

_ Necesito ir al lugar en el que el tiempo ha dejado de fluir, aquel donde los niños pueden volar con ayuda de las hadas. ¿Serías capaz de llevarme allí?

_ Sí, supongo que podría hacerlo, pero insisto en que…

_ Entonces te pido que lo hagas, lo que me ocurra no importa._ dije, sonriéndole. Lo cierto es que era enternecedora su preocupación, a pesar de estar fuera de lugar._ Cuanto antes mejor.

El hombre suspiró, asintió, y se retiró el sombrero de la cabeza, dejándolo apoyado en el suelo. El sombrero creció, hasta llegar a un tamaño suficiente como para que un par de personas cupiesen dentro. Jefferson extendió la mano y yo se la cogí, aventurándome a través del sombrero. Lo cierto es que yo no sabía a ciencia cierta nada sobre nunca jamás. Sólo había oído vanas historias, aunque algunos comentaban que se hallaba en nuestro mundo, otros que se hallaba en otro, lejano y distante. En cualquier caso, el modo más rápido de llegar era el mágico sombrero.

Ni que decir tiene que la advertencia de Jefferson era más seria de lo que yo había creído. Pues en cuanto puse un pie sobre la tierra, tras pasar por el canal del sombrero, noté como cada centímetro de mi cuerpo ardía. Por un momento pensé que mi anillo había dejado de funcionar, pero pronto me di cuenta de que lo que ocurría distaba mucho de ser eso. Notaba mis huesos derretirse, encoger. Pero ante todo notaba mi mente embotarse, y como un muro caía sobre mis recuerdos y mi consciencia.

Pero no morí, como había pensado. Más bien al contrario, porque cuando abrí los ojos estaba respirando, de forma precipitada, por cierto. Quise ponerme en pie, y me caí. No entendí el motivo hasta que no me fijé en mis manos. Unas manos pequeñas, suaves y vulnerables. Y mis piernas me resultaban inusualmente cortas. Tuve miedo, aunque no estuve segura de por qué. Y tuve la idea de que al menos una persona tenía que estar cerca para ayudar.

_ ¡Jefferson!_ Llamé, llevándome la mano directamente a la garganta, pues no me reconocí la voz.

_ Temí que no fueras a despertar.

El sombrerero se acababa de girar, pues ambos habíamos estado de espaldas el uno al otro. Y repentinamente me sentí protegida, a salvo, lo bastante para arrastrarme entre mi ropa, que ahora me quedaba enorme, y rodearlo con los brazos como una niña pequeña. Bueno, como una niña pequeña pero sin el cómo. Cuando Jefferson había dicho que los mundos podía cambiarme había sido bastante sincero, pero yo no había tomado en cuenta la magnitud a la que podía referirse. Y ahora me encontraba allí, convertida en una niña que debía rondar entre los once y los 13 años, pero lloriqueando como una de 8, aferrada a un adulto, esperando que él lo resolviese todo.

Cabe decir que la niña que fui en esos momentos era bastante parecida a la niña que yo fui en su momento, pero no exacta. Mi piel era pálida en lugar de torneada, y mis rasgos egipcios estaban seriamente atenuados, por lo que habría pasado por una muchacha europea perfectamente. Pero no era simplemente mi aspecto lo que había cambiado, y eso era lo más preocupante. Mi personalidad, normalmente analítica y fría, distaba mucho del revuelo de emociones que ahora mismo me embriagan totalmente.

Y empeoraba, a un ritmo alarmante. Cada segundo más seductoras me resultaban las ideas de niña que hubiese planeado en mi juventud. Aunque eso fue en parte refrescante porque te de lo contrario probablemente hubiese querido volver de inmediato en cuanto Jefferson me dijo que volver rompería aquel hechizo. Tracé una sonrisa infantil en mi aniñado rostro y negué rápidamente.

_ No digas tonterías Jefferson. ¡Estoy en nunca jamás! ¿No ves que tengo que conseguir polvo de hada?_ Le espeté, como si la idea de volver fuese completamente absurda.

_ ¿Polvo de hada? ¿Para qué?_ me preguntó, arqueando una ceja.

_ Pues para volar, tonto. ¿Cómo voy a hacerlo si no? Si quieres volver puedes hacerlo tú sólo.

_ Muy bien vale, iré contigo, pero antes deja que encuentre algo más adecuado para que te vistas. ¿Hacemos el trato?

Yo asentí a regañadientes, pues lo cierto es que quería ir a buscar a las hadas antes de nada. Sin embargo no pude ahogar una mueca de asombro cuando sacó un vestidito blanco del sombrero de copa. Como a casi todos los niños, me fascinaba la magia, y por ello le perdoné el hacerme esperar. Me vestí y le di mis prendas originales a Jefferson, que tuvo el acierto de meterlas en su mágico sombrero. Creo que si no me hubiese acompañado hubiese tardado apenas unas horas en morir de una causa u otra. De haberme visto me hubiese recordado a Sherezade. Una muchacha activa y curiosa, siempre con la larga melena roja suelta y despeinada.

En esos momentos me sentí extremadamente feliz. Ser adulta supone tener responsabilidades, responsabilidades que en el fondo nadie desea, o al menos yo no deseaba. Es por ello que prefería buscar polvo de hadas que volver a ser la mujer que había sido. Aunque cada minuto su recuerdo me era más difuso, tenía una cosa clara, y era que no quería volver a serlo, porque era una mujer mezquina y cruel. Me recordaba a mí misma como a una persona enfermiza, y no me faltaba razón.

Es por ello que para mí adaptarme a nunca jamás fue muy fácil. No tanto para Jefferson, que se encontraba fuera de su elemento. En cualquier caso yo había perdido la prisa, y por supuesto la noción del tiempo. ¿Cómo tenerla en un lugar en el que el tiempo no pasa, en el que no envejece nadie? Además, yo había sido inmortal antes, y el tiempo había dejado de preocuparme bastante antes de convertirme en niña.

Aunque sí había otras cosas de las que preocuparme, como el hecho de despertar un día con una espada sobre la garganta, situación que como adulta habría sabido resolver, pero ante la que como niña no tenía ni idea de qué hacer aparte de aterrorizarme por completo. Mis ojos pasaron del arma a su dueño, un hombre desaliñado y de olor pestilente, que sonrió ladinamente al comprobar que le escrutaba.

_ Chicos he encontrado a una. ¡Informad al capitán de que ya tenemos carnada para atraer a Pan!

Piratas, sucios, desaliñados, violentos. En mi vida había tratado con ellos en ocasiones, y normalmente los despachaba con facilidad. Ahora, sin embargo, tenía que observar cómo me ataban sin poder evitarlo. Y cómo me tapaban la cabeza con un saco para que me mantuviese callada.

Mientras me llevaban cargada como si fuese un saco de patatas llamé a Jefferson varias veces, pero no acudió en mi ayuda. Pensé que quizás le hubiesen capturado también, aunque en cualquier caso él sólo probablemente no hubiese podido reducir a aquellos piratas, pues no parecía tener pinta de guerrero.

No sé cuánto tiempo estuvieron transportándome, quizás incluso me durmiese en el camino, porque juraría que no estaba consciente cuando me arrojaron directamente al suelo de madera de un navío y me quitaron la bolsa de la cabeza, tan sólo para cambiar mis ataduras por unas más cómodas, que tan sólo me sujetaban las manos a la espalda. Me quedé agazapada en el suelo, contra el palo mayor, como ellos me ordenaron.

Y entonces fue cuando escuché pasos desde el interior del barco, nítidos, pues todo parecía haber acallado, incluso las bromas de los piratas sobre mí. Todos parecían estar expectantes, ansiosos. Yo tragué saliva al escuchar el sonido que produce un objeto afilado de acero al tocar una banda del mismo material. Comprendí que el capitán del barco iba a hacer acto de presencia, y que mi destino estaría en sus manos.

La puerta se abrió, y el hombre salió por ella. En aquellos momentos me pareció altísimo, una altura a juego con la del ego que mostraban sus andares. El temor que yo sentí en aquellos momentos sería difícil de describir. El capitán acalló a sus hombres con su mirada, sin necesidad de hablar, y luego me miró. Me fijé entonces en sus manos, comprobando que le faltaba una. Y en lugar de aquella mano se encontraba imponente un garfio de acero, que resplandecía bajo el sol. Tragué saliva y le miró a los ojos, sintiendo como estos se clavaban en mí y acompañaban a su cínica sonrisa.

_ Sí, tú nos servirás muy bien para atraer a ese pequeño demonio. ¿Hace cuanto que te ha traído, mocosa?

_ No le entiendo…_ dije, con la voz tan baja que pensé que no me oiría.

_ ¿Me tomas por un estúpido? ¿Crees que puedes hacerme creer que no conoces a esa rata voladora?

Se acercó a mí, y noté como el garfio subía por mi garganta, haciendo una leve presión. Aquel hombre sabía provocar el terror, tanto en esa niña que era yo en aquel momento como en cualquier otro. Notaba el temor que flotaba en el ambiente, como si los hombres temiesen que el hecho de que yo no le dijese lo que quería saber fuese a suponer algo terrible para ellos. Pero el caso es que yo no lo sabía. No tenía idea de a quién podía estar estarse refiriendo.

Pero la respuesta llegó sola. Un grito de guerra atravesó el cielo y el capitán miró arriba, separando su garfio de mí. Nunca pensé que algo con forma tan parecida a una percha pudiese aterrar tanto. Aquello me dio ocasión de subir la vista y contemplar a aquel que había dado el grito. Junto al barco se hallaba un niño, no mucho mayor que yo, cuyos pies no tocaban el suelo. Volaba, y aquello sólo podía ser cosa del polvo de las hadas que yo estaba buscando.

_ ¿Cuántas veces voy a tener que decirte que atar a la gente está mal, viejo bacalao?_ dijo el recién llegado, encarando al capitán, sacándole la lengua en un gesto infantil, que probablemente me hubiese hecho reír si no estuviese tan asustada.

El capitán dijo algo que yo no entendí, y los piratas se lanzaron al ataque, como una manada de animales rabiosos y enfurecidos, que no dudaron en atacar sin piedad al indefenso chiquillo, aunque este, entre risas y burlas, los esquivaba una y otra vez. Yo lo observaba, y me encontraba dispuesta a vitorearle cuando noté una mano tapar mi boca. Por un momento pensé que sería uno de los piratas, pero aquella mano era de niño, y me susurró que me callase si quería salir de allí.

Me limité a asentir, y el niño me cortó las cuerdas. Me pregunté cómo íbamos a salir de allí si estábamos en mitad del mar. Antes de animarme a hacer la pregunta en voz alta él me cogió y nos elevamos por los aires. Justo a tiempo para que el capitán maldijese por el hecho de que su enemigo se le escapase otra vez. Aunque a mí aquello por el momento me daba igual, pues estaba volando, sintiendo el viento en mi rostro, moviendo mi melena pelirroja, haciéndome olvidarme de todo. De más cosas de las que debiese en realidad.

_ ¡Soltadme! ¡La reina me envía! Si se entera de que estáis entorpeciendo nuestra misión no quiero ni imaginarme lo que os hará._ exclamó Jefferson por enésima vez.

Aunque lo cierto es que para el sombrerero las amenazas no parecían demostrar el menor índice de éxito. Decididamente no era lo suyo, él no era un hombre combativo y mucho menos podía mostrarse fiero ante alguien como el capitán de aquel navío.

_ No me importa tu reina, ni esa bruja de la que hablas._ dijo el capitán, consiguiendo disuadirlo de volver a mencionar a la reina o a maléfica._ Eres un hombre patético que se escuda detrás de un par de mujeres. ¿Con quién vas a amenazarme después? Con esa niñita que te acompañaba.

Aquello era muy irónico pues apenas una semana antes probablemente aquella niñita hubiese podido acabar con toda la tripulación del capitán, aunque eso era algo que Jefferson desconocía por completo, para bien o para mal. Temía por su vida, o por lo que aquel hombre podría hacerle si encontraba su sombrero.

También sentía pena por mí, pues me veía como a alguien desvalido, y no quería condenarme a ser una niña para siempre. Si hubiese sabido quien era yo en realidad quizás hubiese usado su sombrero antes y se hubiese marchado, librando al mundo de la amenaza que representaba.

Volviendo a mí misma, Peter Pan me llevó con el resto de sus chicos, a su escondite secreto. Yo me comportaba como una más, por lo que no tuvo motivo para desconfiar de mí. De hecho, la única que lo hacía era el hada llamada campanilla, probablemente producto de los celos más que de verdadera sospecha. Debo reconocer que volar fue para mí una grata experiencia.

Aunque una vez pasó la euforia inicial, recordé que no había venido sola, y le conté a Peter Pan mis inquietudes. Él sólo sonrió, asegurando que rescataríamos a Jefferson. Lo cierto es que de tener mi mente adulta su plan me hubiese parecido de lo más simplón. Sin embargo, dadas las circunstancias, me resultaba imposible verle un fallo a tal ataque directo y completamente frontal.

No éramos más que un escuadrón de niños que se lanzaron en picado contra un grupo de piratas armados y peligrosos. Peter tenía fe en la victoria, pero una cosa era rescatar a una niña de una cubierta mientras los piratas estaban distraídos, y otra muy distinta era lanzarse sobre ellos cuando nos estaban esperando. Y fracasamos, estrepitosamente para más señas.

Sólo Peter y yo escapamos, él herido por el capitán. Y por si aquello no fuese suficiente, el cielo amenazaba tormenta. No sabía qué hacer, estábamos solos, y nuestros amigos atrapados. El tiempo del que disponíamos era escaso, y yo sólo podía llorar. No estaba preparada para enfrentarme a semejante reto. Pero lo estaría, y cuando lo estuviese, las cosas serían distintas, o al menos, eso esperaba.