Primer Día.

Una noche en una vasta pradera de Londres, dos jóvenes contemplaban las millones de estrellas del firmamento.

- Alfred...

- ¿Si Artie?

- Cuando me casé, prométeme que nunca, nunca, nos dejaremos de lado.

- ¿Por qué me dices eso? - preguntó el de sangre americana mientras giraba su rostro hacia él.

- Al... somos grandes, el próximo año entraremos a la universidad y encontraremos a... tu sabes - dijo con una mueca incomoda - chicas.

Alfred rió por sus palabras.

- Artie, nunca te dejaría de lado - le aclaró amigablemente.

- ¿Lo prometes? - preguntó viéndolo con seguridad.

- Lo prometo - aclaró Alfred dedicándole una cálida sonrisa.


¡Hicimos una promesa!

Arthur se limpió las lágrimas mientras se abrazaba a sí mismo. Se sentía un monstruo cruel y malvado. Le hizo daño a su mejor amigo y aunque le costó arrepentirse, lo hizo, y ahora... lo extrañaba.

Prométeme que nunca, nunca, nos dejaremos de lado.

Tantas promesas vacías. Juramentos que el creador mismo rompió.

Un sollozo brotó de sus finos.

- Al... I miss you.

Y todo comenzó una fría mañana de invierno.

- Definitivamente odio Buffalo - se quejó un gruñón Arthur con una bufanda atada al cuello.

- ¡Pero Artie! ¡Es hermoso! Puedes hacer muñecos de nieve, guerrillas de bolas de nieve, comer nieve... - decía el menor entusiasmado.

- ¿Hay algo aquí que no lleve la palabra nieve?

- Mmm... helados - habló como si ante sus ojos se abriera un mágico arco iris.

Arthur suspiró sintiéndose condenado a morir congelado. En sus tierras inglesas llovía muy seguido, pero al menos lo que caía era lluvia y no nieve.

- Vamos Artie, llegaremos tarde a clases.

La prestigiosa escuela tenía de pasillos blancos y patios enormes. Arthur contemplaba con sorpresa el lugar. Su antigua escuela, aquella que quedaba en aquel pequeño pueblito llamado Rye, no tenía comparación con aquella secundaria de porte monumental.

Alfred parecía muy emocionado enseñándole cada lugar de la Escuela Rullen. En algún momento Arthur dejó de poner atención, hasta que ya dentro del salón de clases en el que hacían matemáticas Alfred le dio un codazo acercándose a su oído. Despabilándose de su ensueño Arthur escuchó su susurro:

- Aquella chica vez ahí, la de ojos azules como el hielo, es la chica que me gusta.

Arthur la miró, tenía una cintura pequeña, nariz respingada, y en fino cabello platinado. Sin embargo encontró su perfección aburrida, sin emoción, y no le prestó más de su atención.


- Ahí viene - susurró el menor emocionado.

Arthur rodó los ojos, lo único que Alfred había hecho era hablar de la "hermosa" bielorrusa. Creyó que hablarían de sus vacaciones, de lo que habían echo en esos cinco años que estuvieron separados, como hacían los amigos.

Pero no, la fría chica se robaba toda su atención.

- Al...

- ¿Si Artie? - preguntó el menor comiéndose su colación.

- Dime, ¿que le ves? - preguntó con una leve mueca de molestia.

Alfred dejó de morder su colación, dejó el sandwich a la mitad.

- ¿Que dijiste?

- Que no entiendo, es una chica más... algo pesada, por si fuera poco.

- Natasha es inteligente, astuta, fuerte y a la vez delicada... es el cielo - sus ojos celestes brillaron en admiración, que rápidamente hicieron un cambio a la seriedad - Te pediré que no vuelvas a hablar así de ella.

Arthur se descolocó ante sus palabras, ¿Alfie, su pequeño Alfie siendo serio por una chica? Bajó la cabeza, confundido, y en el fondo, sintiéndose levemente despechado.

- ¿Por qué la quieres tanto? - susurro al aire.

- ¿Qué?

- Nada Alfred... olvídalo.


Y el menor olvidó su conversación, como si hubiese sido un susurro llevado por viento. Alfred no comentó ni una palabra de lo hablado, y lo siguió tratando como los casi hermanos que eran.

Pero el problema seguía latente...

Y Arthur estaba a un ápice de estallar.

Un día como todos Alfred y Arthur caminaban hacia sus salas, cuando la chica bielorrusa se interpuso entre ellos

- ¡Cuidado!

El enamorado Alfred sujetó por la cintura a la chica que casi se golpea contra el suelo. Sus mejillas teñidas de rosado acompañaron el suave aliento de la menor.

- ¿Te encuentras bien? - fue la angustiada pregunta del americano.

Más su respuesta fue inesperada... para algunos.

- Tienes tres segundos para soltarme - advirtió la mujer apretando los dientes.

Alfred quitó los brazos de su cintura, disculpándose por su equivocación.

- No fue mi intención incomodarte...

- No vuelvas a manosearme nunca más, necio, preferiría haber caído al suelo antes de ser tocado por sus sucias manos.

Arthur, rabiado, lo escuchaba todo, y al notar la tristeza de su mejor amigo ante las hirientes palabras de la menor, dejó de contenerse.

El fuerte y agudo impacto de una cachetada se escuchó por todo el pasillo. Arthur respiraba con agitación, enrojecido.

- ¡Vuelves a llamar así a Alfred y te juro que la próxima será más fuerte!

Alfred vió la escena con conmoción, los chicos presentes habían detenido sus actividades para observar con asombro la escena.

- ¿Te atreviste... a golpearme?

Arthur sonrió de medio lado sintiéndose orgulloso de colocar en su lugar a esa chica.

- Tenían que haberlo hecho hace mucho tiempo, perra.

Para su propia sorpresa, la chica se arregló las ropas y siguió con su camino, con todas las miradas de los presentes sobre ella. Natasha no dijo nada... ya hablaría con su hermano.

- Arthur...

- Al - dijo acercándose a él con una mirada de preocupación - No la sigas persiguiendo más...

- Eres un estúpido - dijo él con la vista ennegrecida.

Arthur pestañeó un par de veces, sin lograrlo entender.

- Alfred... t-te estaba haciendo daño.

- ¡Lo arruinaste! ¡Todas las oportunidades que podía tener con ellas se esfumaron!

Arthur seguía sin entender, el apoyo que Alfred le daba a Natasha lo estaba rompiendo por dentro.

- P-pero creí... - sus ojos comenzaron a humedecerse, ¿no vio que solo le hacía más daño a su interior?

- ¡Te equivocaste Arthur!

- L-lo siento...

- ¿Acaso crees que tus disculpas ahora sirven de algo?

Arthur se quedó sin aliento, con las lágrimas rebosando en la esquina de sus ojos.

- Fue lo que pensé.

Ambos jóevenes sintieron como algo se quebraba en el instante que Alfred le dio la espalda.

Alfred ¿recuerdas cuando dijiste que... nunca me dejarías de lado?

Extraño esos tiempos.