Prólogo: Vuelo 25

—Pasajeros del vuelo 48 con destino a Dubai, favor de abordar por la puerta 8. Pasajeros del vuelo 48…—

Otro vuelo que se iba. Otro avión que no abordaría. Respiré cansinamente y verifiqué la hora en mi reloj de pulso: 01:50am. Ni siquiera podía precisar cuántas horas llevaba sentada en la sala de espera, acechando un vuelo que no sabía cuando llegaría.

—Pasajeros del vuelo 34 con destino a Londres, favor de abordar por la puerta 6. Pasajeros del vuelo 34…—

¿Cuánto tiempo más estaría ahí? ¿Cuántos vuelos más necesitaban pasar para que al final yo me decidiese a tomarlo? Llevaba horas (o al menos eso yo creía) tratando de decidir cuál sería mi último destino. Y aunque los aviones despegaban con rumbos definidos, yo no tenía aún el mío.

—Pasajeros del vuelo 12 con destino a España, favor de abordar por la puerta 4. Pasajeros del vuelo…—

Una punzada dolorosa me acometió en cuanto escuché el último destino. Esa voz uniforme, carente de emoción o elegancia, acababa de darme una estocada que ni se imaginaba haberme dado. Me levanté de la banca plástica de la sala de espera del aeropuerto de Boston y fui hacia uno de los tantos expendios de Starbucks que llenaban el lugar.

—Un expresso lungo, por favor. — Murmuré con desgana al chico malencarado que atendía el mostrador. Y su expresión no era para menos: atender un Starbucks en mitad de la noche no era lo ideal en sábado.

En cuanto obtuve la orden, deambulé por todo el lugar, sin detenerme en ningún lugar en especial. Librerías, tiendas de souvenirs, expendios con distintas clases de comida, guías… todo se me antojaba tan innecesario, tan superfluo, tan poco adecuado. Apurando sin necesidad alguna el café, entré al Barnes & Noble del aeropuerto y fui directa a la zona de novelas. Tal vez debería comprar algo para el camino, después de todo lo único que traje conmigo fue mi libreta de anotaciones, iPod y mi mensajera de cuero. No había más.

Grandes Esperanzas, A Sangre Fría, Las Edades de Lulú, El Retrato de Dorian Grey… decenas de novelas se apilaban en perfecto orden, no sólo por autor, sino por tamaño de volumen. En este momento me invadió una nostalgia particular y caí en cuenta de que había dejado todo en Ceremonials. Todo: mis libros, mis lps, mi ropa, mi vida. Pero lo que más dolor podía causarme, era haberla dejado a ella: Santana López.

Apenas siendo conciente de lo que hacía, tomé entre mis manos un volumen que ya me era de sobra conocido y que había leído tantas veces que las pastas de mi propio volumen estaban gastadas. Era Sauce Ciego, Mujer Dormida de Haruki Murakami. Pasar los dedos por algo remotamente conocido era un alivio, una especie de salvación. Recordé como mis volúmenes casi nadie tenía el valor de cogerlos en Ceremonials, pues estaban atiborrados de pestañas que separaban citas, párrafos de importancia o simplemente fragmentos a considerar en la obra.

Casi mecánicamente encontré lo que buscaba, la cita que colmaba de verdad todas mis acciones. O al menos así lo creí:

"—Yo no estoy desanimado — replicó mi primo

—¿Harto, entonces?—

—Pues sí, la verdad — suspiró —. Lo peor es el miedo. Lo más horrible, lo que más miedo me da, no es el dolor en sí, es imaginar el daño que pueden llegar a hacerme. ¿Me entiendes?

—Creo que sí — le respondí."

¿A qué le tenía miedo yo? Yo que aparentemente tenía todo, que al fin había encontrado una verdadera razón para 'avanzar', ¿a qué le tenía miedo? La respuesta tampoco tenía que pensarla mucho: tenía miedo a que ella me hiciese daño. Por desgracia para mí, lo hizo… y no quise objetarle nada.

—Pasajeros del vuelo 26 con destino a Nueva York, favor de abordar por la puerta 2. Pasajeros del vuelo 26…—

Con el poco cambio suelto que aún me sobraba, pagué por cuatro volúmenes que seguro leería de un tirón y terminaría olvidando en cualquier lugar; entre ellos no pude resistirme y puse en la canastilla Sauce Ciego, Mujer Dormida.

Con la bolsa de papel marrón bajo mi brazo y un inútil vasito del Starbucks en mi mano, fui hasta el área de espera. De nuevo. Y otra vez esperé.

Quizá sólo necesitaba regresar, hablar con ella y tratar de clarificar todo en lo que estábamos (o estamos envueltas). Y con mucha suerte ella terminaría lanzándose hacía mí, me arrancaría la ropa y volvería a pedirme disculpas. Como siempre.

Claro está, esa era una versión bastante ingenua de la situación. No era posible que ello ocurriese, por más ganas que yo tuviese de que así fuera. Y lo único que tenía seguro en este momento, era que sería casi un suicidio regresar. Regresar significaba afrontar todo por lo que estaba huyendo.

—Pasajeros del vuelo 18 con destino a Florida, favor de abordar por la puerta 3. Pasajeros con destino a Florida…—

Tal vez lo más hilarante de la situación es que ella ni siquiera se habría dado cuenta aún de que había desaparecido. Después de todo, aunque Ceremonials fuese una academia pequeña y la población no fuese más allá de 300 'alumnos' (reclusos, en realidad), yo solía abstraerme tanto en mi trabajo que a veces desaparecía por semanas enteras y la única forma en que nos comunicábamos era por mensajes de móvil.

O tal vez había notado mi ausencia de primera mano y ahora se sentía más aliviada que nunca. A fin de cuentas, su petición había sido de lo más claro posible: "no me busques".

Suspiré y me masajeé las sienes como suelo hacer cuando caigo en cuenta de que mis pensamientos no me van a llevar a ninguna parte y sólo me están llenando la cabeza de estupideces. Darle vuelta al asunto (una y otra vez) es mi especialidad, pero también mi punto débil.

—Pasajeros del vuelo 36 con destino a Singapur, favor de abordar por la puerta 10. Pasajeros del vuelo…—

Tampoco es que esperase una epifanía religiosa o un mensaje divino, pero tenía la necesidad de encontrar algo remotamente atrayente para mí en… en algún punto del mundo. Algo que me dijese que 'ese' era el 'Destino'… por más cursi que se escuchase, era lo que tenía en mente y había mascullado durante todo el viaje de Dalton a Boston.

Una tarde especialmente nublada, fría y melancólica había sido el preámbulo a mi 'huida'. Y puedo dudar que fuese una huida, pues mi estancia en Ceremonials era poco más que voluntaria. El lugar que tenía huéspedes indeseados por su familia y catalogados como de 'cierta peligrosidad para la sociedad', era el refugio perfecto para alguien con mis problemas.

—Pasajeros del vuelo 25 con destino a…—

Ese era mi vuelo.

Tomé la mensajera de cuero que me acompañaba y decidí en ese preciso momento que ese era el vuelo indicado. El vuelo que me sacaría de ahí. A falta de equipaje, el registro fue sencillo y corrí con suerte: un pasajero de clase ejecutiva había perdido el vuelo y su asiento estaba vacante. Pagué con mi tarjeta en la taquilla principal, pasé el control en un santiamén y cuando menos lo vi ya estaba en la fila para que sellasen mi pasaporte.

—Señorita… — una amable empleada del aeropuerto cogió mi pasaporte en sus manos y selló en la pequeña casilla. —Lucy Quinn Fabray, ¿cierto? — asentí con parsimonía y esperé a que el documento regresase a mis manos. —Bienvenida a nuestra aerolínea, le deseamos un grato viaje. Aborde por la puerta 8, por favor.—