Aquí llego con un fic cortito que se ha escrito casi solo en una bocanada de de inspiración musical. Espero que les guste!

Cantabile

Se estiró como un gato entre las sabanas de su cama y soltó un suspiro de placer ante aquella agradable sensación. Gradualmente, sus sentidos se fueron activando como si fuera un ordenador iniciándose. No había ruido alguno en la casa; la luz era ínfima, procedente de las pequeñas rendijas de la persiana cerrada; el suave olor a lavanda procedente de las sabanas. Era el paraíso. La luz inundó de golpe el lugar acompañada del sonido rompedor de la persiana al ser subida. Abrió los ojos con pereza y se puso boca arriba mirando el blanco techo mientras se acostumbraba a la claridad. Giró la cabeza con cuidado hacia la ventana abierta. Una delgada figura estaba delante de ésta con la mirada perdida en el infinito. La figura, de mujer, se volteó, quizás al sentirse observada, y sonrió. No mentiría si dijera que aquel gesto era tan hermoso como el de la Gioconda.

Allí de pié, con la suave brisa moviendo el casi inexistente vuelo de su camisón rosa, él solo podía más que contemplarla deslizase a su alrededor como el mismo aire que mecía su camisón, como los rayos de sol que iluminaban cada mechón de su azabache cabello, como el sonido de las palabras más hermosas sacadas de las obras literarias más bellas de la historia. La vio cerrar los ojos como si estuviera deleitándose de una imagen tan hermosa como la que él contemplaba, y al abrirlos, dos ventanas al cielo le mostraban los misterios y recodos del mundo. Se acercó a él, con unas pisadas parecidas al aleteo de miles de mariposas, y le perfiló cada uno de los rasgos de su rostro como si tratara de guardarse para ella cada arruga, cada gesto, cada poro. Lo hacía con la concentración del escultor que está creando su David. De repente se detuvo, clavó en él sus ojos y divertida le sacó la lengua para luego alejarse de la habitación sin mediar palabra. Él amaba esa manera que tenía ella de comunicarse. No hacían falta muchas palabras para componer el poema más bonito del mundo. Ella le miraba y le trataba como si compartieran un secreto que cambiaría el mundo, como si supiera que lo suyo era especial, tan mágico como una pieza musical de la que solo su compositor es capaz de tocar y hacer de ella su musa.

En el silencio que ella había dejado tras su ida, irrumpieron unas finas notas musicales procedentes de un piano de cola. Él cerró los ojos para intentar reconocer la melodía que componían aquellos sonidos. Sonata para piano nº 8 de Beethoven, adagio cantábile. La canción preferida de ella, y tocada de una manera curiosa y personal. Llevado a lo mejor por una gravedad tan grande como la que atrae a los objetos al suelo, se levantó de la cama y se fue hacia el salón para quedarse apoyado en el marco de la puerta. Ella estaba sentada en la silla del piano, aún en camisón, tocando con los ojos cerrados y la cabeza echada para atrás, como si se estuviera emborrachando con la melodía. En ese momento él pensó que ella era como ese segundo movimiento. Era caprichosa como el vaivén de las notas, inconstante como el ritmo de la pieza, libre de forma como la misma sinfonía. Al final, llegó a los últimos acordes, y el silencio volvió a sonar. Y como si aquello fuera algo de cada día, se giró para encararlo y le dijo… "hazme café". Su voz, su piel de canela… toda ella era Cantábile…