Hey! Cómo están? Bueno, esto es un poco distinto a lo que generalmente escribo, así que espero que les guste. Como siempre, R & R.

Disclaimer: Glee no me pertence. La idea original y los personajes son propiedad de Ryan Murphy.

I

Yo creo en una clase de amor que trae a los marineros a casa desde el mar.

Que compensa segundos y años en el inexistente espacio entre las manos y la piel.

No puedo creer cuanto ocurre allí.

No puedo siquiera cortar suficientes rojos corazones para seguirle el paso.

Sarah Mimnaugh

Las pequeñas piedras del parquizado rebotan contra el viejo auto de su padre, como un reloj contando los segundos que les quedan juntos. Va a extrañar eso, piensa. No las piedras. No. El cómodo silencio, la mirada cálida y familiar, el olor al dulce recién hecho… sí, va a extrañarlo. Pero lo hace por él, porque sólo él se preocupa por ella, y si algo llegara a pasarle él no podría reponerse. Es extraño (y no lo es tanto) que la vida de otro le importe más que la propia. Tal vez aquí, en este lugar, ella pueda revertir la situación. Se detienen abruptamente, porque el vehículo no permite otra cosa, y ella siente que parte de su alma no se logra bajar del auto, como si se hubiera quedado aferrada al gastado tapizado de cuero. Una mujer esbelta y de cabello castaño los recibe cordialmente, mientras un hombre con rasgos algo femeninos toma sus cosas y las coloca en un carrito. Es extraño como toda su vida cabe en esas dos valijas. O en el interior del auto. O entre los brazos de su padre.

- Nos vemos en Navidad, ¿eh?- dice él, acomodándole el desprolijo abrigo. Rachel ni siquiera puede contestarle

-oo-

Si se sincera un poco, el McKingley no está del todo mal. La residencia es enorme y tiene unos lindos y cuidados jardines. Dos veces a la semana los llevan a este pequeño lago a un par de kilómetros, o hacen caminatas por el bosquecito de la propiedad. Rachel comparte la pequeña habitación con una muchacha llamada Tina, de ojos oscuros y profundos que intentan esconderse todo el tiempo, y siempre lleva el largo cabello negro trenzado hacia un costado, cayendo sobre su hombro. No sabe porqué Tina está allí, pero tampoco le interesa mucho. A veces, su padre le manda una pequeña cajita de bombones, y ella suele dejarle uno o dos a Rachel en la mesa de luz entre sus camas, como si se tratara de una especie de ofrenda de paz. Es difícil que haya paz adonde nunca hubo guerra, piensa ella. En todo caso, al principio sólo se manejan con una relación de indiferencia, fría, distante. Cada una tiene sus problemas. No tienen tiempo para ocuparse de otros. Tina parece siempre estar incómoda, pero Rachel nota enseguida que no es sólo con ella, si no una actitud general, hacia la vida misma. Más bien, es como si la chica sintiera constantemente que está incomodando, que es un estorbo. Rachel encuentra eso bastante triste, pero en ese lugar la tristeza parece ser moneda corriente. Siendo extremadamente egoísta y patética como es, eso la reconforta. Sí, es interesante estar en un lugar en el que está bien sentirse miserable y que nadie te juzgue por eso o te obligue a hacer otra cosa.

Tienen tres comidas al día y una película todas las noches. Hay torneos de cartas y de baile y cientos de talleres a los que Rachel ni se asoma. La sala de música, sin embargo, se convierte rápidamente en su favorita. Tiene un lindo piano de cola y un toca discos, y Rachel se pasa allí l mayor parte de sus ratos libres, escuchando música, repitiendo las mismas melodías de Sondheim, intentando que el peso de sus propios problemas no la derrumbe. Una vez al día la doctora Pillsbury la recibe para un chequeo en su despacho, y para la tercera visita Rachel ya puede recitar las preguntas (y las respuestas) de memoria. Una vez al día, Kurt (el enfermero) le deja un vasito con sus medicamentos al lado del desayuno, y no se despega de su lado hasta que ella se los traga. Una vez al día, Tina llora hasta quedarse dormida. Lo hace en silencio, sin emitir una sola palabra, en la penetrante oscuridad de su habitación compartida. A veces, en los días largos, Rachel llora a la par.

-oo-

Lo ve por primera vez en una tarde lluviosa y fría de Agosto, cuando está por cumplir dos meses de residencia en el McKingley. Está perdida, en realidad. Intentando llegar a la sala de música sin tener que cruzar el inundado patio termina por perderse en una parte del tercer piso en la que nunca había estado. Entra en una habitación que considera vacía para mirar por la ventana y así tratar de ubicarse, y entonces lo ve. Es joven. No debe ser mucho más grande que ella. Está acostado en la única cama de la habitación, con un par de monitores encendidos a su alrededor y las sábanas subidas hasta el cuello. Parece estar dormido. Al menos tiene los ojos cerrados y respira muy pausado. Sabe que debería irse en silencio, sin despertarlo, que lo que está haciendo es extremadamente indebido, que no debería acercarse tanto o sentirse tan atraída por la expresión pacífica de su rostro, pero no puede evitarlo. Él tiene el cabello muy largo, por debajo de los hombros, y una barba de varios días. Sin embargo, Rachel puede ver una brillante cicatriz que se extiende desde su coronilla hasta su oído derecho, brillando contra su cabello castaño oscuro. ¿Cuál es su nombre? Se pregunta. A simple vista no hay nada que lo identifique. Ni siquiera lleva la pulsera de color azul que los residentes son obligados a ponerse todos los días.

- ¿Rachel?- inquiere una voz. Ella se sobresalta, tropezándose con la cama de hierro y cayéndose sobre las piernas del extraño. Él ni siquiera se inmuta.

- Me perdí.- le explica a Kurt, que le devuelve una mirada inquisidora mientras intenta contener la sonrisa que se forma en sus labios.

- Ya veo. No habías conocido a Finn todavía, entonces.- ¿Ese es su nombre? Es lindo. Tiene carácter. Rachel se pone de pie torpemente, y observa mientras Kurt imprime los informes de los monitores y los coloca en una carpeta. De pronto se siente muy triste. Increíblemente triste. Más triste que en sus días más patéticos, o que en sus noches de llanto silencioso y compartido con Tina.

- ¿Está en coma?- le pregunta, tratando de ocultar la angustia que súbitamente la embarga.

- Desde hace casi tres meses. Llegó un par de días antes que tú. Tuvo un accidente de auto bastante severo, sobretodo porque no llevaba el cinturón de seguridad puesto.- explica Kurt, mientras le cambia las bolsitas que cuelgan del poste de la cama y llegan hasta la aguja inyectada en su brazo.- Estas cosas pasan.- agrega, como intentando consolarla, y Rachel no puede evitar pensar que el tono triste de la voz de Kurt oculta algo más. Sí, piensa ella, esas cosas le pasan… a los conductores ebrios o a los delincuentes. Y ella sinceramente no cree que Finn sea nada de eso. Kurt se quita los guantes descartables y los tira en el pequeño basurero que reposa al lado de la cama, y por un momento ninguno de las dos habla.

- Es mi medio hermano.- le explica, acomodándole las sábanas, y Rachel ve como sus claros ojos azules se nublan por un segundo.

- Lo lamento mucho. Parece… parece un buen chico.- murmura ella, colocándole una mano en su hombro. Kurt suelta una risita.

- Lo es. Finn es… es el mejor hermano que uno podría tener.- confiesa, y un par de lágrimas se escurren por sus mejillas. Kurt se seca con el dorso de su mano y le sonríe, casi con gratitud.- ¿Sabes? Le haría bien un poco de compañía. Yo vengo siempre a esta hora y a hacerle las tareas de estimulación antes de irme a la cama, pero el resto del día… se lo pasa bastante solo.- le dice al pasar, con un brillo en los ojos que Rachel no puede definir del todo, y le devuelve la palmadita casi cariñosa en el hombro. Rachel también sonríe, pero sólo porque le agrada Kurt. Es dulce y amable y a veces le da la llave de la sala de música cuando ella quiere entrar fuera del horario. Sí, Kurt es su enfermero favorito.

-oo-

Ella traza un pequeño mapa en una servilleta, para poder llegar hasta su habitación sin problemas. El método le dura sólo un par de días (para la tercera visita, podría caminar por esos pasillos aún con los ojos cerrados y llegar hasta Finn ilesa).

Kurt la deja entrar en la parte de la enfermería en que guardan los libros de medicina, y Rachel se pasa un fin de semana entero leyendo acerca de los distintos tipos de coma, del estado vegetativo, de las formas de estimulación y demás. Para cuando llega el lunes, Rachel puede recitar de memoria los distintos tratados o convenciones acerca de la muerte cerebral (si se pone a pensarlo en detenimiento, nunca ha estado tan entusiasmada en su vida).

Investiga un poco sobre él, también, llenando a Kurt de preguntas cada vez que se cruzan en los pasillos o que les asignan una tarea juntos. Finn tiene 22 años y es jugador de Football. Estaba becado en una conocida Universidad y jugaba para su equipo, pero además es baterista amateur y estaba estudiando para convertirse en Coach de Football. Su padre biológico falleció cuando él era sólo un bebé y su madre se casó con el padre de Kurt cuando ellos estaban en la preparatoria. Kurt estaba con él en la noche del accidente pero sólo se quebró una pierna. Nunca se lo ha dicho, pero Rachel sabe que Kurt se siente algo culpable. De hecho, él abandonó su trabajo (y toda su vida) en uno de los hospitales más prestigiosos de Nueva York para poder cuidar a su hermano más de cerca.

Rachel trata de visitar a Finn al menos una vez por día, y en principio todo lo que hace es leer en silencio a su lado. Pero entonces, Kurt le muestra un par de artículos en la computadora que hablan sobre personas que vuelven del coma después de muchos años y que recuerdan ciertos flashes, momentos. No pierde nada con intentar algo nuevo, ¿no? Así que comienza de a poco. Otros pacientes aprenden a tejer al crochet o a pintar sobre tela o cosas así, pero a Rachel le parece que dedicarle su tiempo a él es mucho más productivo que el curso de jardinería. Así que comienza a poner algo de música o a leerle algo en voz alta, y a veces miran una película o un documental sobre la Segunda Guerra Mundial o algo por el estilo. No es… no es que él valla a despertarse porque ella le pase una película de Barbra Strainsend, ¿no? Pero si se despierta… tal vez alguno de esos flashes, de esos recuerdos, tengan que ver con ella.

-oo-

- ¿Estás tomando tus medicinas?- inquiere la Dra. Pillsbury, mientras repasa las planillas que Rachel le llevó.

- Si.- responde ella, automáticamente.

- El Doctor Schuester dice que llevas al día los pesajes. Así que podríamos decir que vas bastante bien. ¿Cómo te sientes?

- Bien.

- ¿Has estado haciendo algo interesante?- le pregunta, sin levantar la vista, pero sus labios se curvan un poco, como conteniendo una sonrisa de complicidad. Rachel lo medita por un segundo.

- No, nada del otro mundo.- contesta. Sabe que la doctora sabe de Finn, de la cantidad de tiempo que Rachel pasa encerrada en su habitación, pero no quiere contárselo. Por algún motivo no quiere contarle. Sabe que es su trabajo, que el trabajo de la Dra Pillsbury es indagar, escarbar hasta conseguir la última gota de información, saberlo todo. Y de hecho, ya sabe prácticamente todo. Las dosis de los medicamentos, su historia clínica y personal, sus tics nerviosos. No, algo de ella debe quedar en secreto, aún para la psiquiatra.

- ¿Qué me dices de tu compañera de cuarto?- le dice, al ver que no conseguirá nada más por parte de Rachel.

- ¿Tina? Es una buena chica. No habla mucho.

- Tina… es especial. ¿Te ha comentado algo acerca de por qué está aquí?

- No mucho. Sólo que su madre murió y que su padre se volvió a casar. No hablamos, en realidad.

- ¿Porqué no intentas acercarte un poco más?- dice, usando de nuevo esa sonrisa cómplice y empalagosa que Rachel odia. Ella se frunce de hombros, sin contestarle, y la Doctora firma las planillas y se las devuelve, dando por finalizada la visita.- Sabes, Rachel, a veces conocer o contemplar los problemas de los otros nos ayuda a mirar mejor hacia los nuestros.- le aconseja, acompañándola hasta la puerta. Rachel no contesta. No quiere discutir con ella. Sabe que si hay alguien con quien tiene que llevarse bien en ese lugar es con la Doctora. Así que solo asiente y sonríe, como si realmente estuviera tomando en cuenta la cantidad inigualable de paparruchadas que le dice.

- Nos vemos mañana. Y… piensa bien en lo de Tina. Después de todo, Santana te eligió como su compañera de cuarto. Algo en ti debe haber visto, ¿no?- dice al cerrar la puerta. Sólo entonces, Rachel lo medita. Santana, la enfermera que la recibió el primer día, es muy buena con ellas. Tiene una forma extraña de ser buena, de hecho. Ella insulta mucho y casi nunca sonríe. Y, sin embargo, con Tina y Rachel es distinta. Es casi como si quisiera agradarles. Rachel cree que, tal vez, se deba a que Santana tiene la misma edad que ellas. Tal vez se siente sola. Tal vez quiere una amiga. Lo real y lo concreto es que las deja dormir hasta más tarde y les guarda los mejores trozos de tarta de frutilla. Todos los martes invita a Rachel al torneo de damas de las enfermeras, adonde se reúnen y toman licores de frutas y cuentan las historias de los pacientes más descabellados, y ella lo disfruta bastante. Es una de sus partes favoritas de la semana. Y también la ayuda bastante con Finn y… Sí, Santana es especial. Ella sí sabe lo que hace.

-oo-

- Su mamá era alcohólica. Intentó suicidarse varias veces, hasta que un día… lo logró.- le explica Santana en un susurro cómplice, mientras ambas pelan naranjas para la cena. Rachel suspira.

- ¿Y ella… ella vio eso?- pregunta, consciente de que ya sabe la respuesta.

- Si. No habla desde entonces. El padre realmente la quiere pero es un hombre… es duro. No tiene paciencia. No hace mucho que está aquí. Tal vez menos de un año. No tiene a nadie, la pobrecita.- finaliza la enfermera, apenada, volcando las naranjas con el resto de las frutas. Rachel siente, de pronto, como si todas las lágrimas de Tina se le hubieran caído encima.

-oo-

- ¿Tina?- le pregunta a su compañera, cuando la encuentra leyendo en su habitación compartida. Ella no responde, pero la mira fijamente a los ojos, expectante. Rachel carraspea nerviosa.- ¿Estás ocupada? ¿Puedes venir conmigo?- inquiere, intentando sonreírle. Tina se pone de pie y se arregla un poco la camisa. Caminan en silencio por los poblados pasillos, como si a las dos les pareciera que aquello es más sabio que emitir palabra. Cuando llegan a la puerta del 7 B, Rachel se gira para mirarla.

- Quiero presentarte a un amigo mío. Él está… está aquí dentro. Si quieres podemos pasar.- le explica. La chica asiente, aún sin hablar, y Rachel le abre la puerta para que ella entre primero. Los ojos de Tina se vuelven enormes en cuanto lo ve. Está asustada, piensa Rachel.

- Él es Finn. No te asustes, él no está… no está muerto, solo está en coma. Está bien. Probablemente está mejor que nosotras.- bromea, acercándose hasta la ventana y abriéndola para que dejar entrar algo del frío (y revitalizante) aire de septiembre en la habitación. Tina se sienta en el sillón que Rachel suele usar, y ella hace lo propio en el borde de la cama de Finn, con cuidado de no aplastarle los pies. Vuelven a quedarse en silencio. Eso es lo que hacen, después de todo. Callan juntas.

- ¿Quieres que le cortemos el cabello?- inquiere ella, poniéndose de pie y buscando las tijeras que Kurt le prestó. Hace unos días que decidió que el cabello largo tiene que irse. Tina la ayuda teniéndole la cabeza y limpiando los rizos que caen al suelo, y Rachel aprovecha la situación para acariciarlo un poco, para descubrirlo un poco más. Finn tiene la mandíbula fuerte y el cabello muy suave, y ella abandona la idea de raparlo por completo en cuanto lo siente fluir entre sus dedos. Le deja unos cortos rizos y le afeita la barba, y Tina responde con una sonrisa cuando ella le pregunta si así está bien. Es la primera vez que Rachel ve a su compañera sonreír. Posiblemente tenga que ver con que es la primera vez en que ella misma le sonríe.

-oo-

- Mi padre… mi padre se suicidó hace un año.- le comenta a Tina después de la cena, cuando ambas vuelven caminando en silencio a su habitación. No le ha dicho eso a nadie, ni siquiera a Kurt. Y, sin embargo, a Rachel le parece que Tina necesita oírlo (tal vez aún más de lo que ella necesita contarlo). - Yo tenía dos padres, ¿sabes? Homosexuales. Y mi padre… bueno, él no toleró la presión. Es extraño porque, si tu lo veías, nunca podías imaginarte que iba a terminar suicidándose. No, el era un hombre… positivo. Siempre sonreía. Usaba estas corbatas con dibujos graciosos y miraba "Los Tres Chiflados". En perspectiva… creo que todo eso era una especie de disfraz, ¿no crees?- inquiere ella, y Tina simplemente asiente con la cabeza, sin decir una sola palabra. Vuelven a quedarse en silencio mientras se colocan los pijamas y se meten a la cama, y Rachel está por quedarse dormida cuando oye la voz de Tina en la oscuridad.

- ¿R-Rachel?- le murmura su compañera, incorporándose en su cama y encendiendo la luz. Es la primera vez que ella le dice una palabra, y Rachel se incorpora también para mirarla los ojos, intentando asegurarse de que no está soñando eso.

-¿Si?- responde en cuanto llega a la conclusión de que Tina está esperando algún tipo de respuesta. (Se odia a sí misma en cuanto se da cuenta de que está utilizando la sonrisa dulce y cómplice que la gente de allí suele usar con ellas).

- ¿Crees que… podrías ayudarme a preparar mi disfraz para el baile de primavera?- le pregunta, mirando a sus estampadas sábanas, con las manos firmemente aferradas a la pequeña biblia que lee todas las noches. Rachel odia eso también, esa mirada triste y culpable que Tina lleva en su rostro las veinticuatro horas del día. ¿Qué le han hecho creer? ¿Cuánto daño puede hacer una joven de su edad para sentirse así de culpable, de inútil? Ha estado leyendo bastante sobre casos como el de Tina. Posiblemente su culpa provenga de las idioteces que su madre le debe haber gritado al estar alcoholizada. O tal vez la culpa tenga que ver con el hecho de que la muchacha se reprocha a sí misma el no haber podido hacer nada por su madre. Rachel piensa que no importa del todo la causa, que Tina no debería sentirse culpable por cosas que escapaban de sus manos, por decisiones que otros tomaron. Esas cosas no debían pasarle a chicas como ellas.

- Claro que te ayudaré.- le contesta Rachel, entre entusiasmada y emocionada, sonriéndole brillantemente. Tina le devuelve la sonrisa. De hecho, es lo último que Rachel ve antes de que ella apague la luz. No es una sonrisa empalagosa ni falsa. Es, quizás, el tipo de sonrisa que se dedican los amigos en los tiempos malos.

-oo-

Está lloviendo afuera. Como aquella primera tarde en que lo vio. Es uno de esos días en que nada puede salir bien, piensa ella. Tina tuvo una recaída esa mañana, cuando se enteró de que su padre va a tener otro bebé con su nueva mujer. Rachel podía sentir los gritos desde el tercer piso, y sabían que eran de ella sólo porque… porque le dolían. A veces la gente allí grita. Muchas veces. Sobre todo los del primer piso. Pero los gritos de Tina… de eso uno no se repone con facilidad. Así que Rachel sólo mira por la empañada ventana mientras escuchan una vieja grabación de Fleetwood Mac que Kurt le dejó. Le gusta. Tiene algo de tristeza y de ira y de… de todas esas cosas que se ven a diario en el McKingley pero de las que nadie habla. Como Tina. O como Kurt. O como ella misma.

- ¿Cuándo vas a despertarte?- le pregunta. A veces hace eso. Hablarle como si él estuviera allí. Como si él también pudiera sentir el olor de la lluvia sobre los jazmines y los gritos de los del primer piso. Como si él también sintiera intriga por conocerla, por saber de qué color son sus ojos, o por conocer el sonido de su risa. Ella quita la vista de la ventana para mirarlo por un segundo. Está temblando. Seguramente debe tener frío, piensa. Busca en el pequeño armario la manta a cuadros que todos tienen en sus cuatros, y se la despliega sobre el cuerpo, tapándole bien los pies. Es difícil, porque Finn mide casi dos metros. De hecho, casi no entra en la cama del hospital. Él sigue temblando. No hay más mantas. Tal vez no es frío lo que siente. Tal vez es esta especie de desasosiego, de impaciencia, de comezón en los huesos que ella ha estado sintiendo. Se anima a hacer algo entonces, algo que no ha hecho, y le acaricia la tibia mejilla con su mano. Es suave, tersa. Lo es porque ella lo ha afeitado varias veces. O tal vez así ha sido siempre. Finn se mueve un poco, acercándose más a la tibia palma de su mano, y Rachel siente como si, de repente, alguien hubiera encendido una luz muy cálida en la habitación.

- Hey… no te asustes, Finn. Yo estoy aquí.- le murmura, besándole la frente. Es increíblemente indebido. Está traspasando una línea. Y, sin embargo, se siente tan natural que no puede impedirlo. No quiere dejarlo. Finn le hace sentir… cosas, cosas que ella no ha sentido nunca. Estar con él, aún cuando él está dormido, es la mejor parte de su día. Aunque ese simple contacto es suficiente para ella, no parece serlo para él, puesto que sigue temblando. Rachel recuerda entonces como su padre solía cantarle en las noches de tormenta para hacerla sentir mejor, y se acomoda en la cama dispuesta a catarle algo a Finn (el disco de Fleetwood Mac terminó hace ya un tiempo). Se aclara la garganta. Antes de que su padre muriera, todo lo que Rachel hacía era cantar. Todo el tiempo, en todos los lugares. Pero cuando él se fue, una parte de Rachel murió con él, una parte de su juventud, de su alegría. Rachel nunca se sintió completa, no hasta que lo conoció a Finn. Sólo ahora entiende, cuando se siente capaz de cantar nuevamente, cuanto… cuando significa Finn para ella. Elige una de sus canciones favoritas, y se acerca hasta el oído de él, para cantársela tan dulcemente como puede.

- "En el medio de esta nada, de esta escusa de vida, siento este deseo de verte pasar. Es casi como amarte, por triste que suene. Puede que no sea fantástico, pero es todo adonde yo vivo. Es como si fuera tu amante, o más como tu sombra. Me paso el día pensando que haces y adonde va. Intento olvidarlo pero ¿Qué puedo hacer? Todos tenemos nuestra droga, y mi droga eres tu. Y me acuesto pensando, planeando escenas, llenándome de esperanzas y sueños. Tal vez estoy dejando de lado las cosas que debería hacer, pero todos tenemos nuestra droga y mi droga eres tu. Verás, tu y yo seguimos hablando aún cuando tu no estás, sigues conmigo ahí, me siento tan bien en tus brazos. Dicen que el amor ciega, pero… ¿Qué más puedo hacer? Todos tenemos nuestra droga, y mi droga eres tu."- finaliza ella. Se siente nueva, en cierta forma. Había olvidado el sonido de su propia voz. Está tan ensimismada por eso que, por un segundo, se olvida de Finn. Pero él sigue ahí. Él ha dejado de temblar en cuanto ella comenzó a cantarle. Rachel llora. Él duerme, con una pequeña sonrisa en el rostro. Y todo lo demás… desaparece.

-oo-

El padre de Tina la busca un domingo para llevársela por un par de semanas. Ella no quiere ir, y Rachel lo sabe. Ella no quiere ir porque de seguro conseguirá más sonrisas falsas, más expresiones de lástima, y un par de regalos debajo del árbol con notas amorosas escritas con detenimiento pero en las que nadie cree. Rachel la entiende, en cierto punto. Así que en la noche anterior a la partida, intercambian regalos por adelantado. Tina le da un pequeño brazalete que ella misma armó con unas cuentas color coral, y Rachel le entrega su vieja copia de "Funny Girl".

- Es mi película favorita de todos los tiempos.- le dice ella, mientras se prende su nuevo brazalete en la muñeca. Tina le echa un vistazo a la gastada tapa del video, con los ojos brillándole de la emoción. Rachel no sabe muy bien qué es lo que ocurre pero en un momento la chica la está abrazando con fuerza y al siguiente ya está de nuevo en su cama, apagando la luz y murmurando un "Buenas Noches" casi imperceptible. Para otro habría pasado desapercibido, pero Rachel lo escucha. Ha aprendido a leer tan bien los silencios de Tina que cuando esos silencios se rompen, por mínima que sea la grieta, ella puede sentirlo. Esa noche Tina no llora, aún cuando al día siguiente debe marcharse contra su voluntad. De hecho, no vuelve a llorar más, ni siquiera cuando regresa de su horrible estadía en el nuevo hogar de su padre. Ni en los días más largos, mas grises, más tristes. Si lloran cuando, recostadas en una misma cama, terminan de ver "Funny Girl" juntas en el pequeño televisor que Santana les instaló (con la condición de que, de vez en cuando, la inviten a sus pijamadas). Es sólo por un momento. Sólo por el tiempo que Rachel demora en quitar la película y poner "Singing in the Rain".

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- Me alegro tanto de verte.- le dice su padre un par de días después, mientras suben sus cosas en el baúl del auto. Luce más viejo, más cansado. Ella le sonríe y se sienta a su lado. También se alegra de verlo, eso es seguro. Pero… no va a mentir: va a extrañar a Finn. Su mirada se detiene un momento en la pequeña ventana del tercer piso que corresponde a su habitación, y siente un dejo de culpa a pensar que él estará allí solo por un buen tiempo, sin ella. Y ella sin él. Es extraño, piensa Rachel, como toda su vida puede caber en el sillón de ese cuarto. O en los brazos de su padre. O en la cama de Tina. Inconscientemente, se prende el cinturón de seguridad.

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- ¡No sabes todo lo que te perdiste!- grita Santana cuando ella regresa un par de semanas después. Kurt y Mercedes, la ama de llaves, asienten.

- ¿Qué pasó?- inquiere Rachel, sentándose en la pequeña mesa y arreglando el tablero de damas. El elenco de hoy es reducido, puesto que más de la mitad de los enfermeros se fueron a sus casas a pasar las fiestas y aún no han vuelto.

- La madre de Finn quiso llevárselo.- explica Santana. Rachel se sobresalta, dejando caer todas las fichas negras al suelo.

- ¿Adónde?

- A otra clínica, en el sur del país en donde están implementando otro tratamiento.- explica Kurt.

- ¿Y que van a hacer?

- Tranquila, cariño, van a dejarlo. Kurt logró persuadirlos. De hecho, el Doctor Schuester sugirió que esos mismos procedimientos podían ser implementados aquí. - la calma Santana, dándole una palmada en la espalda. Rachel se relaja entonces, más aliviada, sintiendo como de a poco el alma le vuelve al cuerpo.

- Entonces… ¿todo sigue igual?- les pregunta. En realidad, la pregunta va más dirigida a Kurt.

- No del todo.- dice él, con una sonrisa casi maléfica en los labios.- Mi madre preguntó si debían pagarnos más por todo el… "trato especial" que Finn está recibiendo.- le dice, con un dejo de diversión en su voz. Rachel se sonroja, y las mujeres irrumpen en una carcajada. Ella también se ríe. Puede que sea por el vino o por la vergüenza o, simplemente, porque se siente de nuevo en casa.

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Su padre muere en una tarde de viernes. Al parecer, ha tenido cáncer desde hace seis meses y no quise decirle nada a ella para no asustarla. Pero entonces muere, dejándola sola en el mundo y ella… ella no llora. No logra hacerlo. Kurt la acompaña y juntos vacían la casa, juntando las pocas cosas que ella quiere llevarse y poniéndolas en una caja de cartón. Aparentemente, su vida ahora cabe allí dentro, el mismo pedazo de vida que antes cabía a la perfección en los brazos de su padre. Pone la casa en venta sin muchas expectativas, y se queda con el viejo auto. No sabe para qué va a usarlo, pero no tiene las agallas como para venderlo. Kurt la deja guardarlo en el establo que hay detrás de la residencia, y ella se sienta allí por un buen rato, aún cuando el sol y los asientos de cuero le están quemando la piel. Se siente enferma, débil, como si estuviera por contraer una fuerte gripe en pleno febrero. No es hasta entrada la noche que vuelve al edificio, entrando por una de las puertas de atrás y corriendo hasta la habitación 7 B del tercer piso. Se sienta a su lado, en la vieja silla con estampado escocés, y le toma la tibia mano entre las suyas. Está tibia, limpia, sin uso. La estudia por un momento antes de entrelazar sus dedos y comenzar a jugar con sus huesudos nudillos. No tiene ganas de leerle. Ni de cantarle. Ni de escuchar música o mirar una película. Hoy no está allí por él, está allí porque ella lo necesita. No tiene ganas de oír palabras ajenas, pero el silencio le pesa demasiado como para sostenerlo. Llora entonces, por primera vez en el día, intentando en vano contener los temblores que la invaden. Acerca la silla un poco más a la cama y apoya la inerte mano de Finn contra su propia mejilla. Él está ahí y no está, y es lo mejor que ella tiene.

- Soy Rachel. Soy Rachel Barbra Berry.- le dice ella, entre lágrimas. Siente que es injusto que ella sepa tanto de él y que él no sepa nada de ella. Sí, eso compensa. Hoy a perdido a un hombre que la conocía y hoy va a dejar que otro la conozca.- Tengo 22 años y cumpliré 23 en diciembre. Soy profesora de Música, y le tengo fobia a los caballos. Soy… soy anoréxica. Por eso me pusieron en este lugar. Nunca conocí a mi madre. Tenía… tenía dos padres, en realidad. Hiram, a quien yo llamaba papá, murió hace casi dos años. Y Leroy, mi papi, murió ayer. Y no fue mi culpa, lo sé. Sé que no lo fue. Pero no puedo dejar de pensar en que él estaba solo y que yo debería haber estado allí y… ese tipo de cosas. A veces me muerdo las uñas, y uso zapatillas sin cordones sólo porque no me gusta atarlos. Cuando era pequeña llenaba de estrellas doradas todo lo que encontraba. Solía decir que eran una metáfora de mi inminente futuro como estrella, y que las metáforas eran importantes. Es extraño como los sueños… se pierden, se cambian. Porque ahora… ahora, Finn, no me interesa Broadway. Ahora me conformaría con que te despiertes. Por sobre todo… me gustaría que te despertaras.- le dice, limpiándose la nariz con un viejo pañuelo a rayas. Se recuesta a su lado en la cama, apoyando su cabeza en el firme pecho del muchacho, colocando sus aún entrelazadas manos sobre su pecho también. Hay algo en el sonido del corazón de Finn latiendo contra su oído que la calma al instante. Se siente pesada. Sus párpados se cierran.- Despiértate, Finn.- le ruega antes de quedarse dormida. No puede volver a su habitación. No puede volver a un lugar en el que ya no se llora a menos que Barbra lo haga. Ella duerme y sueña y no siente nada. Ni siquiera el leve movimiento que los dedos de él hacen contra los propios, aferrándose más a su mano.

Y, ¿Qué les pareció? La canción que Rachel canta es "My Junk" del Musical Spring Awakening. Es muy fácil imaginárselo, puesto que la versión original está cantada por Lea Michele. :)

Nos vemos en próximos capítulos.