Disclaimer: Frozen no me pertenece.

[como espuma en el mar]

Lejos, muy lejos de donde el agua es azul como los pétalos de la más hermosa flor y tan clara como el vidrio más puro. Muy en lo profundo, tan profundo que ninguna ancla podría alcanzarlo. Muchas torres de iglesias serían colocadas las unas sobre las otras, desde el fondo hasta la superficie del agua. Es allí abajo donde viven las sirenas.

[Hans Christian Andersen – La sirenita]

— ¿Dónde está? — preguntó Elsa preocupada.

— No lo sabemos majestad — dijo Gerda preocupada.

— Ella sabe cuán importante es esta noche, no puedo creer que sea tan irresponsable como para desaparecer hoy— se quejó la reina.

— ¡Elsa! — exclamó Anna mientras nadaba dentro del salón del trono.

— ¡Anna! — respondió Elsa — ¿dónde se supone que estabas? — preguntó la mayor quien no podía creer que su hermana hubiera olvidado un evento tan importante.

— Lo lamento, me distraje. Fui con Olaf a ver las luces del… — comenzó Anna a toda velocidad, pero fue interrumpida por su hermana, quien no se hallaba de humor para escuchar excusas.

— No importa — dijo Elsa bruscamente mientras se frotaba las sienes — quiero que te prepares y estés lista en 10 minutos, de lo contrario, tu y yo vamos a tener serios problemas — la amenazó la reina. Anna asintió, bajó la cabeza y se fue directo a su cuarto.

Anna cepilló rápidamente su cabello y lo arregló en un complicado peinado que de seguro complacería a su hermana. Mientras lo hacía, ella no podía dejar de pensar en Elsa. Lo único que deseaba era llevarse bien con ella, pero las dos eran tan diferentes que no había ninguna posibilidad de que encontraran un punto en común que las uniera. Elsa era la reina perfecta, siempre conservaba su compostura, todo el reino la admiraba y la quería, mientras que ella no era más que su remplazo, probablemente, era por eso que no deseaba pasar tiempo con ella.

— Alteza, ¿Qué es esto? — preguntó Gerda mientras sacaba un artefacto que Anna había recogido aquella mañana en la playa.

— Nada — mintió la chica.

— Es otro de esos cachivaches de los humanos ¿no es verdad? — preguntó Gerda con un gesto reprobatorio.

— Por favor no le digas a Elsa — pidió Anna mientras se volteaba en su silla y juntaba las manos en señal de súplica.

— Su alteza…

— Por favor — insistió Anna.

— Esta bien — murmuró la ama de llaves de mala gana.

Este era otro aspecto en el que su hermana y ella no estaban de acuerdo. Anna amaba todo lo que tuviera que ver con el mundo de los humanos, mientras que Elsa los odiaba, y no quería saber nada de ellos. La mayor incluso los culpaba de la muerte de sus padres.

Anna tomó el bolso que llevaba cuando exploraba la cercanía de la playa, y sacó un objeto que parecía una almeja cerrada. La princesa lo abrió y vio que tenía una especie de signos pintados en su interior y un par de palitos. Ella inspeccionó aquel artefacto con curiosidad, mientras pensaba que no podía creer que un mundo que era capaz de producir tanta belleza fuera tan malo como creía su hermana.

Los humanos comían pescado, eso era cierto, pero las sirenas y los tritones también, por lo que no podía entender porqué tanto escandalo. Ella solo quería conocer más del mundo de los humanos, pero Elsa no la entendía.

Anna nadó al salón, y se preparó para recibir a todos los dignatarios y nobles del reino, mientras que trataba de exhibir su mejor comportamiento. Elsa también los recibió con los mejores modales, y una expresión austera. Tras soportar aquella rutina por más de una hora, Anna comenzó a impacientarse. Quería salir de allí, aunque sabía a la perfección que su hermana no la dejaría.

— Trata de mantenerte despierta, Anna — dijo Elsa quien se estaba dando cuenta que su hermana comenzaba a dormirse.

— Si, si— contestó Anna.

Finalmente, aquella aburrida reunión llegó a su final, pero tal y como Anna lo había anticipado, Elsa no la dejó salir.

— Olvídalo — le dijo Elsa — es muy peligroso salir a esta hora, los humanos andan rondando por ahí. Cuando es de día se pueden ver sus botes, pero de noche es imposible saber donde se encuentran— explicó la reina.

Anna tuvo que conformarse con aquello, mientras veía las enormes puertas de la ciudad cerrarse desde la ventana de su habitación. Estaba harta de vivir de aquella manera, siempre escondida, y siempre resguardada temiendo una amenaza que nunca iba a llegar o que era altamente improbable. La princesa se mordió el labio, y tomó nuevamente su bolso, pues iba a salir aquella noche, no importaba lo que pensara su hermana.

La princesa del reino submarino de Arandelle aleteo hasta el valle en donde los barcos humanos solían pasar. De repente, el sonido de estallidos en la superficie la alertó. El sentido común de Anna le dijo que se volteara y nadara en dirección contraria, pero su curiosidad fue más fuerte. Ella aleteó con todas sus fuerzas hasta que dejó la protección de la suavidad del mar, y se enfrentó al aire frio de la noche. El cielo estaba estrellado y la luna brillaba en el firmamento. De repente, una lluvia de luces de todos los colores rayó el cielo. Anna sabía que aquello no era un fenómeno natural, sino que venía de un barco que flotaba cerca de allí.

La felicidad que sintió fue incomparable, jamás había visto algo tan hermoso como aquel espectáculo de luces de colores que bailaban en el firmamento. Elsa estaba equivocada, no había nada malo en el mundo de los humanos, pues aquello era demasiado hermoso como para que quienes lo hubieran creado fuesen esos monstruos que su hermana siempre describía.

Anna nadó rápidamente hacía el barco, y escuchó música salir de él. Después, trepó por los apliques y las tablas hasta una especie de cornisa que daba contra una ranura que le dejó ver la cubierta. Allí se encontraban un sin numero de hombres bailando y bebiendo de enormes frascos un liquido ambarino que la princesa no pudo identificar. Ella se encontraba muy emocionada, pues jamás había visto humanos a tan corta distancia.

En aquel instante, un humano de su edad caminó frente a ella sin percatarse de su presencia. Anna supo en cuanto lo vio que debía ser el humano más guapo de todos, su cabello era rojizo, y sus ojos verdes.

— Un brindis por el cumpleaños del príncipe Hans — dijo otro de los humanos de mayor edad.

— Feliz cumpleaños su alteza — dijeron los demás al unísono. Los hombres a su alrededor levantaron la copa en señal de celebración — por el almirante más joven que halla tenido nuestra armada — gritaron otros.

— Feliz cumpleaños patán petulante e engreído — masculló un hombre que estaba sentado junto a la obertura por la que Anna se encontraba mirando. La chica, trató de ver de quien se trataba. Después de todo, ella también era una princesa y no le hubiera gustado que unos de sus súbditos hablara así de ella. Sin embargo, lo único que alcanzó a distinguir fue un par de botas sucias.

Anna estaba tan ocupada mirando al sujeto, que no vio al gigantesco animal peludo y café que se acercaba y le daba un húmedo lengüetazo en la cara.

— Sven — Llamó el humano que se había burlado del príncipe — ¿Qué es lo que encontraste? — preguntó el sujeto, mientras que Anna hacía lo posible por quitarse al animal de encima.

— Pero que… — comenzó el humano. Anna se quedó petrificada al encontrarse a un joven que la miraba a los ojos completamente estupefacto. Él era rubio, sus pupilas cafés y reflejaba su sorpresa en cada una de sus expresiones. La princesa trató de escapar, pero el muchacho fue más rápido y tomó firmemente su muñeca.

— ¿Quién eres? — preguntó el joven molesto.

— Por favor déjame ir — pidió Anna desesperada.

— No, hasta que me digas quien eres — repitió el muchacho. De repente, su mirada se fue hacía abajo, y se mostró aún más sorprendido al ver una cola de pescado que salía del torso de la chica.

— ¡Eres una sirena! — exclamó. — ¡por dios, eres una sirena!.

— Déjame ir por favor — pidió Anna nuevamente.

— ¡Hey! — llamó alguien desde el barco — ¿qué es lo que sucede allí? — preguntó el príncipe mientras se acercaba al sitio en donde se encontraba el muchacho arrodillado.

— Kristoff Bjorgman, te ordeno que me contestes — gritó el príncipe Hans.

— No es nada — dijo despreocupadamente Kristoff quien soltó la muñeca de Anna y se puso rápidamente de pie para cubrir con su cuerpo la ventanilla en donde se hallaba escondida la princesa.

—Sven volvió a matar una gaviota — dijo refiriéndose al animal café — este perro es un tonto — mintió.

— No lo niego — respondió el príncipe con desprecio.

Kristoff no volvió a asomarse a la ventanilla, pero Anna si lo hizo. Ella siguió observando la escena por unos minutos más. Sabía que el muchacho rubio seguía allí pues sus botas no desaparecieron. De repente, el viento comenzó a soplar cada vez más fuerte. La princesa no sabía que pudo haber ocasionado aquel cambio de temperatura, pero pasó muy poco tiempo antes de que la chica viera a todos los marineros correr de un lado al otro, mientras se preparaban para la tormenta.

Anna tuvo que dejarse caer al mar, por lo que no pudo ver que sucedió después, lo único que supo, fue que cuando volvió a subir a la superficie vio un enorme rayo alcanzar el barco. La princesa siempre soñó con ver y tocar el fuego, pero no quería que su sueño se manifestara de aquella espeluznante manera. Pequeños botes comenzaron a caer de los costados, llevando a los marinos en su interior.

— ¡Falta el príncipe Hans! — exclamó Kristoff alarmado — ¿dónde está el príncipe Hans? — preguntó el marino. El muchacho corrió nuevamente hacía la cubierta del barco, la que se hallaba en llamas.

El marinero no entendió como lo logró, solo supo que levantó a Hans y lo llevó en sus espaldas hasta que alcanzó el extremo del bote. Kristoff miró el oleaje, pues tenía dos opciones, dejarse caer al furioso mar, o quemarse en aquel barco. El muchacho decidió saltar, mientras mantenía la esperanza de que alguien los rescatara.

Con el paso del tiempo, Kristoff perdió las esperanzas. Había tomado demasiada agua y Hans amenazaba con hacerlos hundir a los dos. En aquel momento, justo cuando el marinero se había hecho a la idea de ahogarse en las profundidades marinas, alguien lo tomó firmemente de la camisa y los haló a él y a Hans hasta la seguridad de la playa.

Ya era de día cuando Kristoff y Hans alcanzaron la costa. Kristoff abrió los ojos lentamente y se deslumbró con el brillo del sol. Una vez se acostumbró a la luz, el marinero se sentó en la playa y tuvo la visión más bizarra y hermosa de su vida. La sirena que había visto en la ventanilla del barco estaba tendida junto a Hans, se notaba que estaba preocupada, y quería saber si seguía con vida. De repente, la chica abrió la boca y comenzó a cantar.

Kristoff no supo como describir aquella música, era casi sobrenatural. Él había escuchado infinidad de cuentos de hermosas sirenas que cantaban para atrapar a los humanos y devorar su carne, pero nunca pensó que fueran más que leyendas. De repente, Hans abrió levemente los ojos y tomó la mano que la chica tenía sobre su mejilla. El gesto fue dulce, y el marino se atrevería a decir que casi romántico. Sin embargo, el príncipe volvió a dormir prontamente.

— Esta vivo, que alivio, está vivo — dijo la sirena. Kristoff se quedó mirándola estupefacto, pues no sabía que fueran capaces de hablar su lenguaje, pero no estaba de humor para prestarle atención a pequeñeces, después de todo, no todos los días se ve una criatura mitológica.

— Tu nos salvaste — comentó Kristoff mientras se levantaba y caminaba hacía ella. El marinero se arrodilló junto a la sirena.

— Tengo que irme, mi hermana va a matarme si me descubre hablando con algún humano. — dijo la chica mientras comenzaba a arrastrarse de vuelta al mar.

— Espera — dijo Kristoff tomando su muñeca — quiero saber tu nombre, quiero saber que esto es un sueño, que no estoy loco — pidió mientras detallaba su hermosa cola tornasolada que reflejaba brillos mientras era golpeada por el sol.

— Yo me llamo Anna, soy la hermana de la Reina Elsa de Arandelle — respondió.

— Eres una princesa entre las sirenas — comentó el chico estupefacto, en tanto le dirigía una breve mirada a Hans. Ella era una princesa, esa era la razón por la cual se había fijado en un príncipe como ella.

— Ya entiendo… — murmuró Kristoff casi con amargura, pues quien iba a pensar que los humanos y las sirenas tuvieran tanto en común.

— Por favor, no le digas a nadie que me viste, me meteré en enormes problemas— pidió la chica tomando sus manos. Kristoff la miró a los ojos, no podía creer que ella lo estuviera tocando, aquel no era un sueño, era la realidad.

— No le diré a nadie — dijo Kristoff — es lo mínimo que te debo por salvarnos la vida. — comentó. La sirena le dedicó una leve sonrisa.

— Tu nombre es Kristoff ¿no es verdad? — preguntó la chica emocionada, a lo que él solo asintió con la cabeza — nunca había hablado con un humano, estoy tan feliz — dijo alegremente, y de una manera tan rápida que a Kristoff le costó procesar las palabras. En ese momento, ella tomó su mano y la sacudió en un torpe saludo.

— Una gaviota amiga mía me dijo que así es como los humanos se saludan — comentó. Kristoff decidió ignorar el hecho de que ella hablara con gaviotas, para concentrarse en la mirada llena de emoción y curiosidad que le dirigió. Esta sirena era particular, ella parecía encantada con el mundo de los humanos.

— Sí, así es como hacemos amigos — dijo Kristoff respondiéndole el apretón de manos. A lo que Anna le dedicó una brillante sonrisa.

— Fue todo un placer conocerte Kristoff, pero tengo que volver a mi casa, mi hermana ya debió notar mi ausencia, y me meteré en graves problemas. — dijo. Después, la chica miró a Hans, — por favor cuídalo, me dolería mucho si algo le pasa — comentó. El marinero también observó al príncipe y no pudo evitar sentir una punzada de celos.

— Claro, yo lo cuidaré — asintió Kristoff.

— Adiós — dijo la sirena mientras aleteaba alegremente de vuelta al mar. A Kristoff le costó trabajo recuperarse de la impresión. El muchacho se agachó y palmeó fuertemente el rostro de Hans. Él no entendía porque la sirena había visto algo especial en el príncipe, si no era más que un patán egoísta y ambicioso que pavoneaba su dinero por todo el reino, pero, así no le gustara, él seguía siendo su responsabilidad.

Hans se levantó y Kristoff lo ayudó a llegar al castillo en donde lo esperaba un plato de sopa caliente y su fiel perro Sven.

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Cuando Anna llegó a Arandelle supo que estaba en grandes problemas. La expresión de su hermana era más fría que el hielo, ella parecía dispuesta a usar sus poderes en contra de ella.

— En donde se supone que estuviste toda la noche— dijo la reina completamente furiosa. Anna se puso nerviosa al ver la expresión de su hermana, incluso juraría que la vena le brotaba ligeramente en la frente.

— Solo fui a dar una vuelta, a recoger corales, y a buscar perlas — mintió Anna.

— Fuiste a recoger corales a mitad de la noche, supongo que habrás tenido éxito, considerando que apenas hay luz — dijo Elsa aún más molesta. Anna se puso nerviosa, pues su mentira no había sido la mejor.

— Sí tuve éxito, y también logré hablar con alguien. ¿Y que crees? Me respondió eso es mucho más de lo que hacen algunas personas — contestó Anna con resentimiento.

— ¿Con quien hablaste? — preguntó Elsa cruzándose de brazos.

— Eso no importa, me voy a mi habitación— dijo Anna frustrada.

—Tienes toda la razón, eso no importa, mañana vamos a cerrar las puertas de este castillo y no volverás a salir, fue un error pensar que serías lo suficientemente responsable para manejar tanta libertad — respondió Elsa subiendo el tono de voz.

— ¿Libertad? — preguntó Anna quien estaba perdiendo sus estribos. — ¿Qué libertad? Tan solo hemos tenido las puertas abiertas por una semana. Pero antes de ello, pasamos casi trece años encerradas aquí. Yo lo abría soportado si siquiera te dignaras a darme una palabra, pero tan solo me rechazas una y otra vez. — gritó.

— ¿Con quien hablaste esta noche? — preguntó Elsa quien temía cada vez más la respuesta. Anna jamás le reprochaba nada, algo debió haber pasado.

— ¡Con un humano! — gritó Anna — ya tienes tu respuesta ¿estás contenta? — preguntó la princesa.

— No — suspiró Elsa mientras se tapaba la boca con las manos. — Eres una niña tonta ¿Sabes cuanta suerte tienes de no haber sido asesinada por alguno de esos barbaros? — preguntó Elsa.

— No todos son barbaros— negó Anna. — los dos humanos que conocí eran muy simpáticos. Uno es mi amigo, y estoy enamorada del otro.

— No te puedes enamorar tan pronto — dijo Elsa altivamente ante la ingenuidad de su tonta hermana pequeña.

— Claro que sí, cuando es amor de verdad — contestó Anna.

— Anna, ¿tu que sabes del amor de verdad? — preguntó Elsa.

— Más que tu. Tu solo sabes rechazar a las personas — respondió Anna lanzándole todo el veneno que llevaba dentro. Elsa sintió esto como un golpe bajo. Su hermana no sabía cuanto había tenido que pasar al tener que hacerse cargo de un reino siendo tan joven, y lo mucho que luchaba por controlar sus poderes.

— Desde que mamá y papá murieron, soy la encargada de cuidar de ti, solo estoy tratando de cumplir mi deber — dijo Elsa seriamente.

— Vaya, así que así es como me vez, ni siquiera me quieres realmente, tan solo soy un estorbo. No quiero seguir siendo una carga para ti — gritó Anna.

— ¡Si quieres hacerme feliz, vete de aquí! — gritó Elsa. — No sé cuando vas a comenzar a usar la cabeza, Anna, pero espero que sea pronto, ya me tienes harta, no te soporto, ¡lárgate de aquí!— En cuanto la reina dijo aquellas palabras, supo que había cometido un grave error.

— Elsa… — murmuró Anna estupefacta.

— Anna, vamos a calmarnos, las dos… — dijo Elsa bajando la voz, pero no pudo terminar la frase, ya que Anna salió nadando por la puerta.

La reina no tuvo corazón para detenerla, ya había hecho demasiado daño en un solo día, lo mejor sería dejarla nadar y despejar su mente por un rato. Probablemente, Anna usaría la oportunidad para subir a la superficie. La chica crujió los dientes al pensar en aquella posibilidad, no quería que nada le sucediese a su hermanita, pero no la mataría dejar que fuera a hablar con las gaviotas para espantar su mal humor.

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Anna atravesó el valle de los abismos, mientras que dejaba que las lagrimas salieran libremente. La princesa no estaba sorprendida por las palabras de Elsa, después de todo, ella nunca había parecido quererla, siempre la rechazaba, incluso cuando murieron sus padres. La sirena se detuvo de repente, y miró hacía su alrededor, pues no tenía sitio a donde ir, no quería volver al palacio, pero tampoco le interesaba pasar la noche en mar abierto.

De repente, Anna recordó la existencia de una serie de barrancos rocosos cerca de allí. Las leyendas decían que aquellos lugares estaban poblados por trolls marinos y brujas. Ese lugar sería el sitio indicado para buscar ayuda. La chica bajó hasta las profundidades del valle.

— ¿Estás buscando a alguien? — preguntó una voz carrasposa que salió de una de las rocas del valle.

— Yo… no lo sé — balbuceó Anna.

— Desde aquí puedo ver que tienes un enorme deseo, tan enorme, que solo se puede obtener a través de la magia— dijo la misteriosa voz desde las profundidades de la caverna.

— ¿Magia? — preguntó Anna asustada — tal vez sería mejor que me vaya. — dijo la princesa dando media vuelta. Sin embargo, antes de que pudiera irse, se arrepintió y decidió entrar.

La caverna era enorme, y tenía una extraña forma circular que asemejaba a un anfiteatro. En aquel momento, las rocas a su alrededor comenzaron a rodar como si tuvieran vida propia. Anna estaba lívida por el miedo, pero permaneció de pie en medio de la cueva. Las piedras tomaron la forma de unas pequeñas criaturas con grandes orejas y bocas. La princesa se dio cuenta de que se trataba de trolls.

— Ustedes son trolls— dijo Anna sorprendida.

— Sí, lo somos — asintió tranquilamente un anciano troll que flotó hacía Anna y le dedicó una breve sonrisa — y tu eres la princesa de Arandelle. Si alguien como tu decide nadar tan lejos para vernos, es porque tienes un asunto importante — comentó tranquilamente el troll.

— Lo tengo — afirmó Anna — yo deseo ser humana, deseo poder vivir en el mundo exterior para estar con la persona que amo. — dijo la chica, mientras escuchaba murmullos a su alrededor.

— Aquel deseo es demasiado caro, el precio que tendrás que pagar es muy alto — dijo el troll sorprendido por la magnitud de magia que requería.

— ¿Cuál es? — preguntó Anna.

— Sí te trasformo en humana para que puedas estar con tu persona amada, debes demostrar que tu amor es puro, eso no es fácil. — dijo el troll.

— Y si no lo hago, ¿qué pasará? — preguntó Anna.

— Si pasan dos meses, sin un acto de amor verdadero, tendrás que regresar al mar, pero no podrás volver a ser una sirena, te convertirás en espuma marina y te disolverás en el mar— dijo el troll. Anna palideció al oír aquello, pero pronto se armó de valor al recordar el rostro del príncipe que conoció la noche anterior.

— Esta bien — dijo valientemente la princesa — ¿algo más? — preguntó.

— Mientras estés allá arriba, debes tener cuidado, tu cuerpo no debe tocar el agua marina de lo contrario, la ilusión se perderá y podrán ver tu verdadera forma hasta que te alejes de ella. Pero nunca deberás permanecer más de unos minutos en el agua, esto sería el equivalente de negar tu nueva naturaleza humana, y te desharás en el mar si lo haces— dijo el troll.

— Entiendo — asintió Anna — si no tengo un acto de amor verdadero en dos meses, me muero, y si toco el agua marina me convierto en sirena, y si lo hago por mucho tiempo, me convertiré en espuma — dijo la princesa tratando de resumir todo.

— Esa es una forma de decirlo… — dijo el troll preocupado por la tranquilidad de Anna.

— Princesa, debes entender que un acto de amor verdadero no es fácil de conseguir. El amor es una de las fuerzas más misteriosas del mundo, ni siquiera la magia puede alcanzar su poder, no será sencillo — explicó el troll.

— Prefiero tener una oportunidad de ser feliz que permanecer aquí abajo por el resto de mi vida, prefiero disolverme en el mar que seguir encerrada sin nadie a quien yo le importe, sin ser nada más que un estorbo— aseguró Anna con pasión en su voz.

— Bien — aceptó el troll — a partir de hoy, serás humana, tienes dos meses para que el hechizo se conserve, de lo contrario, te disolverás en el mar.

— Sí — aceptó Anna.

Lo que pasó después fue confuso, una enorme burbuja la envolvió, mientras que el peor dolor que hubiera sentido en su vida atacó su aleta. Parecía que la estuvieran cortando por la mitad, y como si una decena de cuchillos se enterraran debajo sus recién salidos pies. Anna pensó que moriría. Sin embargo, la princesa se despertó de su sueño con dificultad, mientras sentía que la luz del sol le golpeaba el rostro.

Anna abrió los ojos lentamente y se dio cuenta de que se hallaba sobre la cálida y seca arena de la playa. La chica no sabía cuantas veces había soñado con aquel momento, en que podría tomar el sol sobre la arena, lejos de la oscuridad del mundo submarino donde había vivido hasta entonces. La princesa tomó una gran bocanada de aire mientras disfrutaba su frescura. Este era un sueño hecho realidad.

Lentamente, la chica se levantó y miró atentamente su cuerpo, lo único que había cambiado en él estaba de la cintura para abajo. Con mucha dificultad, Anna se paró en sus dos piernas mientras trataba de mantener el balance. La princesa recordó cada una de las historias que su madre solía contarle acerca del mundo de los humanos, y finalmente tuvo la maravillosa suerte de pararse sobre dos piernas humanas como siempre soñó. Anna dio un paso, pero cayó al piso sin la menor ceremonia.

La chica repitió el mismo proceso una y otra vez hasta que logró dar un paso. Anna estaba muy emocionada, se sentía como la primera mujer sobre la tierra que hubiera podido realizar semejante hazaña.

— ¿Quién está allí? — preguntó una voz masculina. Anna podría jurar que se trataba del príncipe Hans.

— Mejor vámonos alteza — dijo otro que caminaba junto a él. En ese momento, Anna se asustó al ver el mismo gigantesco perro de una noche atrás saltando y meneando su cola en su dirección, como si se hallara contento por verla. La princesa se asustó y cayó nuevamente al suelo.

— Oh, pero nada más mira lo que tu estúpido perro encontró — comentó el príncipe mientras le dedicaba una breve mirada a Anna. La princesa sonrió débilmente mientras se apartaba su desordenado cabello de la cara — ¿Quién eres? — preguntó Hans arrodillándose junto a ella y estirando su mano para que la tomara.

— Mi nombre es Anna— respondió la chica tímidamente.

— Tu nombre es Anna — repitió el príncipe mientras la ayudaba a ponerse de pie.

— Su alteza, en donde se encuen… — comenzó Kristoff, pero la frase murió en su garganta, ya que se encontró con la hermosa sirena pelirroja de la noche anterior, completamente desnuda y parada en un par de piernas, en vez de la cola torna soleada que él mismo había tenido la suerte de tocar.

— Anna… — murmuró Kristoff.

— Así que la conoces— dijo Hans dirigiéndole una mirada curiosa a Kristoff.

— Sí, yo la conozco — respondió el muchacho quien se quitó rápidamente su voluminoso abrigo y lo puso sobre la chica. Anna se sorprendió de lo grande que era, ya que le quedaba a la altura de las rodillas.

— Vamos Anna, yo te pondré a salvo — dijo Kristoff — ya tendrás tiempo de explicarme que le pasó.

— ¡Espera! — lo detuvo Hans — puedes llevarla al palacio, allá tendrá el cuidado que requiere — dijo el príncipe, quien quería impedir que Kristoff alejara a la desconocida de él, pues se parecía mucho a la chica que los había rescatado la noche anterior.

— No tiene porque tomarse tantas molestias, alteza, yo me haré cargo de ella — dijo firmemente Kristoff mientras la tomaba por los hombros e intentaba alejarla del príncipe.

— He dicho que se quedará en el castillo — sentenció el príncipe Hans. Anna se sorprendió al oírlo hablar así, Elsa solo usaba ese tono cuando quería que sus ordenes fueran obedecidas a como diera lugar.

— Su alteza, la hermana de esta chica es alguien muy importante, ella es una princesa, si algo llegara a pasarle… — comenzó Kristoff.

— ¿Y tu como sabes que es una princesa? — preguntó Hans cruzándose de brazos y dirigiéndole una mirada desconfiada.

— Yo… yo trabajé en su castillo antes de venir a las Islas del Sur. Su hermana no estará feliz si algo le llegase a suceder— dijo el muchacho tomando con más fuerza los hombros de la chica como si con ello la pudiera proteger.

— Oh, ya veo — asintió Hans contemplativamente — ¿y que hace aquí desnuda y en la mitad de la nada? — preguntó el príncipe.

— No lo sé, probablemente su barco naufragó — dijo el muchacho — ¿no es verdad que eso fue lo que sucedió Anna? — preguntó Kristoff. Anna entendió de inmediato que él no quería contarle la verdad al príncipe, la chica no entendía porque tanta desconfianza, pero decidió seguirle el juego.

— Sí, mi barco naufrago — dijo Anna suavemente.

— Que voz más linda — comentó el príncipe en tanto le dirigía una sonrisa.

— Voy a llevarla al palacio por usted alteza — dijo Kristoff.

Mientras conducía a la chica al palacio, Kristoff no podía dejar de preguntarse como había sucedido aquello. Un día conocía aquella hermosa sirena en la playa y pensaba que solo era un producto de su imaginación, y al siguiente, la tenía en frente de él caminando en dos piernas, como una humana corriente.

— ¿Qué es lo que hiciste? ¿por qué es que estás acá? — preguntó Kristoff alarmado — es una locura.

— No es una locura — negó Anna molesta. — mi hermana y no me quería en el castillo, y yo siempre he soñado con ser humana, ¿por qué no iba a perseguir mi sueño? — preguntó la princesa.

— Anna… — comenzó Kristoff preocupado — sé que crees estás enamorada de Hans, pero a penas lo conoces. Él no es la persona que tu piensas.

— No obstante, si él se enamora de mi, podré seguir siendo humana para siempre, no tengo otro lugar a donde ir — dijo Anna. Al escuchar aquellas palabras, el marino se alarmó. Kristoff había escuchado un sin fin de historias acerca de magia y brujas, y todas terminaban en el mismo punto. La magia no era barata, siempre requería que el beneficiado diera algo a cambio, y el muchacho no dejaba de preguntarse que precio había pagado la sirenita por sus piernas humanas.

— Anna, ¿qué fue lo que hiciste? — preguntó asustado — dime que no fuiste a una bruja o algo parecido— dijo el marino.

— ¡Kristoff! — exclamó el príncipe quien iba atrás de ellos. — llévala con la ama de llaves, diles que la vistan y le den una habitación decente. Después de todo, ella es una princesa.

— Muchas gracias por todo — dijo Anna torpemente y trastabillando en cada silaba.

— No tienes que agradecérmelo, solo cuídate.

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La noche cayó, y la luna se reflejaba en la superficie marina. Pero en aquel reino perdido en lo profundo del mar, la reina seguía dando vueltas en el salón del trono mientras frotaba sus manos de una manera casi compulsiva.

— ¿Alguna noticia de ella?— preguntó la chica mientras levantaba la mirada al capitán de su guardia.

— No, su majestad — dijo Kai haciendo una reverencia.

Elsa estaba mortificada, pues ya era muy tarde y Anna aún no aparecía. A la reina le dolía pensar que ella se hubiera ido creyendo que la odiaba, que la consideraba un estorbo, cuando la realidad era muy diferente. La chica entrelazó los dedos y se sentó en la gigantesca ostra que hacía las veces de trono.

— Por favor, por favor, que esté bien, que nada le pase — pidió la reina mientras apretaba los ojos.

Elsa levantó la cabeza y observó el salón del trono a su alrededor. La reina se dio cuenta de que finalmente tenía lo que había querido: estar sola, ser libre y vivir sin miedo de herir a Anna, pero se preguntaba que si aquello era lo que deseaba ¿por qué se sentía tan miserable?

— Anna, regresa, por favor — pidió antes de ahogarse en sollozos.

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Anna se sentó en la suave y acolchonada cama que le dieron aquella tarde. Después, se puso de pie y se observó en el espejo atentamente. La princesa trataba de recordar cada una de las historias que había escuchado y leído acerca del mundo de los humanos. Todo era nuevo y emocionante, pero no entendía porque tenían que usar tanta ropa incómoda, aunque fuera muy bonita.

Una mucama apareció para llevarla hasta el comedor en donde tan solo se encontraba el príncipe y un par de hombres mayores. Todos fueron muy amables y Anna se entusiasmó al notar que Hans la miraba atentamente. En ese momento, Kristoff entró sin mayor reverencia.

— Algunos de los invitados ya llegaron. La señora Carlota me dijo que le informara que ya están en el salón— dijo Kristoff de una forma tan fría que Anna habría podido llamar grosera.

— Oh, lo olvidaba — comentó Hans — Anna — comenzó tomándole la mano sobre la mesa — había invitado a unos amigos a una pequeña fiesta esta noche. Se que debes estar cansada, ha sido un día difícil para ti, pero espero que no te importe.

— Claro que no me importa— respondió la chica dirigiéndole una leve sonrisa. A decir verdad, Anna estaba emocionada como nunca. Ella jamás había visto tantos humanos juntos, ni asistir a una de sus fiestas, esto era más de lo que ella nunca hubiera deseado.

Kristoff dejó la habitación sin siquiera pedir permiso para hacerlo. La verdad es que las costumbres de los humanos eran muy diferentes en lo que se relacionaba con la realeza, pues su hermana jamás habría permitido que uno de sus sirvientes la tratara así.

— No sé como le permites que te trate así — dijo uno de los hombres mayores que comía con ellos. — es solo un marinero, escuché que antes era una especie de leñador.

— Recolector de Hielo — corrigió Hans mientras se llevaba un bocado de comida a la boca.

—Eso no importa, lo que importa es no tiene modales, no sabe tratar a sus superiores. Frecuentemente, él olvida su posición — dijo el sujeto.

— Me temo que tiene razón Teniente Carter — aceptó Hans mientras cortaba un poco de su filete. Anna lo observó con atención, y decidió imitarlo lo mejor que pudo — Kristoff no tiene el menor grado de cortesía, pero eso significa que no es un buen mentiroso. Además, me salvo la vida y estoy agradecido. Él me desprecia, pero considero que es un hombre al que es más conveniente tener de tu lado, que en contra tuya— comentó el príncipe. En aquel momento, la princesa sintió las miradas de los presentes caer sobre ella.

— Señores, les presento a la señorita… — comenzó Hans quien intuyó que sus hombres querían una explicación.

— Anna, princesa de Arandelle — dijo la chica.

— ¡Princesa! — exclamó Carter — es un placer conocerla, me temo que nunca he estado en su reino, pero debe ser un lugar encantador.

—Lo es, muchas gracias — dijo la chica. Anna sonrió. Al parecer, los modales no eran del todo diferente en aquel lugar.

— Caballeros — empezó Hans con elegancia — creo que debemos darnos prisa, los invitados nos esperan — advirtió el príncipe.

Tras terminar de cenar, todos los presentes caminaron hasta un salón circular. Anna se emocionó cuando Hans le ofreció su brazo. Si ella seguía teniendo aquella suerte, era probable que pudiera sobrevivir y no tuviera que convertirse en espuma. La fiesta comenzó, y las personas comenzaron a hablar animadamente mientras que una banda de música comenzó a tocar. Anna estaba tan emocionada como feliz. Este era su sueño, y ella lo estaba viviendo.

— Anna — dijo una voz masculina que la abordó por la espalda.

— Oh, hola Kristoff. No te vi, estaba muy ocupada viendo los "miolines" — dijo la chica sin despegar la mirada de las cuerdas.

— Se llaman violines — corrigió Kristoff. — pero eso no importa, necesito hablar contigo en privado — dijo el muchacho tomándola del codo, y con una expresión severa en el rostro. Anna hubiera querido negarse, pues estaba demasiado emocionada como para querer perderse de algo.

— Esta bien — aceptó resignada. Anna y Kristoff caminaron hasta un pequeño quiosco que se alzaba en una de las torres del castillo. La princesa se emocionó al ver el atardecer y las enredaderas en flor. Ella tomó una de estas diminutas flores moradas entre sus manos y comenzó a inspeccionarlas con atención, pues sus pétalos y sus colores eran completamente diferentes a los que había en el fondo del mar.

— Mira esto Kristoff, ¿no es lo más hermoso que has visto? — preguntó — su centro es amarillo, nunca había visto algo así — comentó la chica.

— Anna — la llamó Kristoff tratando de que le prestara atención.

— Y mira el cielo, se ve muy diferente, no se ve borroso, el atardecer es muy lindo ¿no lo crees? — volvió a preguntar Anna. Kristoff rodó los ojos al ver que ella no tenía intención de ponerle atención.

— ¡Anna! — insistió Kristoff levantando la voz. — Necesito que me expliques que es lo que sucede aquí— dijo el muchacho.

— Me trasformé en humana, no hay nada más que explicar — respondió la chica encogiéndose de hombros.

— lo sé, pero ¿Cómo? ¿a cambio de qué?— preguntó Kristoff cada vez más preocupado al ver la forma en la que Anna se mordía el labio y se reacomodaba el flequillo.

— Yo… — comenzó Anna. Ella tomó una gran bocanada de aire y comenzó a narrarle la historia al marinero. La chica se impresionó al ver como los ojos de Kristoff se abrían cada vez más al escuchar sus palabras.

— ¿Cómo pudiste hacer semejante trato? — preguntó Kristoff levantando la voz, tomándola por los hombros y sacudiéndola ligeramente. — nunca más podrás volver a ser una sirena, ni a ver a tu hermana, ni a tus amigos. Pusiste tu vida en manos de un sujeto que no lo merece. Tu no conoces a Hans como lo hago yo. Eres una niña estúpida— dijo el marinero preocupado.

— Ya sé que tengo muy pocas posibilidades de sobrevivir— contestó Anna soltándose de su agarre— eso lo sé, pero no tengo más lugar a donde ir. Mi hermana me odia, me dijo que quería que me fuera, y yo no soporto vivir encerrada como Elsa, tenía que hacerlo, era la única manera de vivir como un humano, aunque fuera por un corto tiempo — respondió la princesa con la voz temblorosa y los ojos llorosos.

— Anna… — murmuró Kristoff sin saber que decir.

— No voy a regresar, esta es la única manera — dijo Anna.

La princesa y el marinero guardaron silencio por algunos minutos, mientras que la chica recordaba como había iniciado toda aquella situación. Trece años antes, Elsa y Anna eran las mejores amigas, siempre estaban juntas. Sin embargo, un día cualquiera, Elsa tomó la decisión de no volverle a dirigir la palabra. La mayor se encerró en su habitación, y no importaba cuanto tratara Anna de acercarse a ella, la futura reina se negaba hacerlo. La situación empeoró cuando sus padres murieron, pues si bien Elsa nunca trató de mantener una relación normal con ella, fue a partir de este acontecimiento que se volvió más y más fría, tanto, que en ocasiones era innecesariamente brusca con ella.

Anna soportó todo aquello en silencio. Después de todo, ella no tenía derecho a quejarse, tan solo era el remplazo de su hermana, y aún así, ella vivía en medio de grandes lujos. La princesa sabía que Elsa debía tener una razón para comportarse de aquella manera, así que todo estaría bien si ella ponía su mejor actitud ante el asunto. No obstante, la discusión de la noche anterior puso de presente lo que Anna siempre supo: Elsa la odiaba.

— No puedo volver, ella no me quiere allí, me dijo que todo estaría bien si me marchaba — comentó Anna. Muy en el fondo, ella quería que su hermana fuera feliz, era increíble que ella pudiera desear algo como esto en sus circunstancias, pero esa era la verdad.

— Da igual, ya no tiene solución. Tienes que hacer que Hans se enamore de ti, tienes que conseguir tu acto de amor verdadero— dijo Kristoff resuelto. En ese momento, Anna le dedicó una sonrisa.

— Gracias por ser mi amigo Kristoff, aparte de Olaf, eres el primero que tengo— dijo la chica conmovida.

— ¿Quién es Olaf? — preguntó el muchacho.

— Un pez — respondió Anna. Kristoff quedó impresionado, primero las gaviotas y ahora los peces, definitivamente, eso era demasiado para sus pobres nervios.

— Hey Kristoff, no acapares la atención de la princesa — dijo Hans mientras salía al balcón. Anna se emocionó. Él había notado su ausencia, nunca le habían brindado tanta atención.

Anna tomó nuevamente el brazo de Hans y lo acompañó hasta el salón en donde todos los invitados bebían y charlaban emocionados. La princesa estaba extasiada al ver todo aquel movimiento, era tan diferente al palacio de Arandelle en donde solo había silencio. De repente, unas de las nobles comenzaron a tocar el piano y a cantar para entretenerse. A Anna no le gustaba cantar, pero ella había sido una sirena, así que tenía aquella habilidad.

— ¿Usted sabe cantar, princesa? — preguntó la chica que estaba sentada junto a ella.

— Lo sé hacer, pero no lo disfruto — respondió Anna.

— Vamos, solo una tonada, será divertido — dijo la chica alegremente. La princesa realmente no quería hacerlo en frente de toda aquella gente, pero la posibilidad de tener una nueva amiga era demasiado tentadora como para dejarla escapar.

— Está bien — aceptó Anna alegremente. La chica caminó hasta al el piano mientras lo miraba con curiosidad, era una maravilla, lleno de cuerdas y teclas que ella no comprendía.

— ¿Qué canción quiere cantar? — preguntó la mujer que estaba sentada en el instrumento. Anna palideció al escuchar aquella pregunta, pues no conocía ninguna canción humana que pudiera entonar. En ese momento, los recuerdos de su niñez volvieron a su memoria, pues su madre si conocía un par de tonadas que les cantaba a Elsa y ella cuando eran niñas. La princesa susurró el nombre de la canción esperando que no se hubiere equivocado.

— Buena elección — le dijo la chica en el piano dirigiéndole una sonrisa.

El piano comenzó a sonar y Anna a cantar. Ella sabía que su voz no era tan especial como la de Elsa, pero estaba segura de que sería lo suficiente para complacer a su publico. De repente, la chica se dio cuenta de que un pequeño grupo se había formado junto al piano. Todos la miraban con ojos expectantes, incluso Hans y Kristoff, aunque el marinero prefirió quedarse en las sombras, el príncipe se encontraba en primera fila. Anna se preguntó si él habría podido reconocerla, o si tan solo se habría olvidado de aquella sirena que lo rescató.

— Bravo — la felicitó Hans mientras que él y los demás presentes comenzaban a aplaudir. Anna se sonrojó, si ella llegaba a deshacerse como espuma en el mar, por lo menos tendría los recuerdos, de aquella tarde en la que había brillado en medio de los humanos, y eso sería algo que nadie podría quitarle, no importaba cuanta magia hubiera de por medio, ese precioso momento, era suyo y de nadie más.

— Realmente hermoso.

— Tiene mucho talento — dijeron un par de voces alrededor del salón mientras que Anna volvía a su asiento.

— Y pensar que dijo que no le gustaba cantar — comentó la chica que la había convidado a hacerlo. — Mi nombre es Celeste — se presentó la mujer.

— Anna. Es un gusto conocerla — el resto de la noche pasó de la misma manera agradable de la que había iniciado. La fiesta terminó muy tarde. Era casi media noche cuando pudo retirarse a su cuarto. Sin embargo, Anna tuvo una agradable sorpresa cuando Hans se ofreció a acompañarla.

— Déjame entrar a tu cuarto esta noche — dijo el príncipe sin ninguna vergüenza una vez se encontraron junto a la entrada de la habitación.

— ¿Disculpa? — preguntó — claro que puedes entrar, esta es tu casa, yo tan solo soy una invitada — dijo Anna quien no entendía aquella costumbre humana. Hans solo rió suavemente.

— Tu sabes bien a lo que me refiero — dijo el príncipe acercándose más a ella.

— No, realmente no lo sé, si quieres entrar a la habitación hazlo, no te lo impediré — contestó la princesa como si fuera lo más obvio del mundo. — no tienes porque pedirme permiso. — comentó. Hans se apartó ligeramente de Anna, la miró a los ojos y se dio cuenta de que ella era honesta, la pobre chica no tenía la menor idea de que estaba hablando.

— Anna tu no… — empezó Hans dudoso— no tienes ni la menor idea de lo que estoy hablando ¿no es verdad?.

— P-por su puesto que sí — tartamudeó Anna — tu quieres ver la habitación — dijo muy segura. Hans no pudo evitar reírse, ya que era completamente inútil tratar de ganarse aquella chica con comentarios sutiles y de doble sentido. Si quería algo de ella tendría que pedírselo directamente.

— Entonces, ¿puedo pasar? — preguntó Hans.

— Si, claro — asintió Anna. Hans y Anna entraron a la habitación. Mientras que veía a la chica deshacerse de sus zapatos sin ninguna vergüenza.

— Ahhh… son tan incomodos, no sé como usan esto todo el tiempo — se quejó Anna.

— ¿Acaso tu no los usas? — preguntó el príncipe levantando una ceja.

— Por su puesto que sí — respondió Anna con nerviosismo — pero no los llevo todo el tiempo. Anna hubiera querido deshacerse del resto de ropa, en especial del apretado corpiño que le comprimía el pecho, pero la forma en la que él la miró cuando se deshizo de los zapatos la puso nerviosa, bien parecía que pensaba que se había vuelto loca.

— Esta cama es tan cómoda— dijo Anna mientras se lanzaba al colchón con todas su fuerzas. Hans sonrió de lado.

— Sí, es muy cómoda — asintió mientras se sentaba junto a ella, y como era de esperarse, a Anna no importó que lo hiciera. Hans pensó que aquel era su día de suerte, así que decidió arriesgarse aún más, por lo que se inclinó hacía ella y le dio un beso en los labios.

Anna contuvo el aliento cuando sintió sus manos sobre sus mejillas y su aliento junto a su piel, pero se sorprendió al darse cuenta de que él dejaba caer todo su peso sobre ella. Anna perdió el balance y cayó sobre el colchón mientras sentía que su respiración se dificultaba. En ese momento, se preguntó si aquel sería algún tipo de ritual entre los humanos. Pero, fuera lo que fuera, no le gustaba.

Hans siguió besándola en el cuello, por lo que Anna tuvo aun más problemas para respirar, incrementado por la presión de su corpiño. Ella se asustó al sentir que él separaba sus piernas y se ubicaba entre ellas, pero perdió los estribos cuando sintió que tomaba el extremo de la falda y la alzaba hasta la cintura. Anna no sabía nada de "actos amor verdadero" pero estaba segura de que este no era uno de ellos.

— No más — dijo Anna molesta empujándolo para se moviera, pero él no le hizo caso — ¡No más! — gritó moviéndolo con más fuerza.

— Déjame — pidió Anna mientras trataba de soltarse con más fuerza. — ¡No más! ¡Basta! — gritó. Al escucharla, Hans se alejo de ella y alzó sus manos .

— Ya, ya, tranquila, ya te solté — dijo Hans al ver que ella estaba entrando en pánico. En ese momento, el príncipe entendió que iba a tener que esforzase un poco más antes de que ella aceptara pasar la noche con él.

— Tranquila — insistió Hans. — será mejor que me vaya — afirmó el príncipe antes de levantarse de la cama y de comenzar a caminar hacía la puerta.

— Espera por favor, lo lamento, no quise ofenderte, yo… — trató de decir Anna, pero la puerta ya se había cerrado tras ella.

Anna pasó la peor noche de su vida. No dejaba de pensar una y otra vez en lo que debería hacer, pues de seguro había arruinado la única oportunidad de ganarse su cariño y obtener el acto de amor verdadero que tanto necesitaba. La princesa se sentía estúpida, debió haberse callado y soportar todo aquello en silencio, mientras dejaba que él hiciera lo que quisiera con ella. Pero no, Anna había decidido hacer su voluntad a pesar de que sabía que el tiempo la apremiaba. Y con este pensamiento en mente, se sentó en su cama a esperar el amanecer mientras terminaba su primer día como humana.

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Hola a todos, la verdad es que no tengo excusa para esto, bueno sí. El día después de mi operación me levanté y estaban dando la sirenita en el canal de Disney. Se me había olvidado lo mucho que me encantaba esta película, en serio, es lo mejor.

Y para agravar la situación, el fandom Kristanna en tumbrl está recuperándose de una obsesión con las sirenas, hace dos semanas, todo el mundo escribía acerca de sirenas, hacían fanarts, etc. Generalmente, yo soy muy escéptica en emocionarme con cualquier cosa que le guste a la gente en tumbrl, he tenido experiencias terribles en otros fandoms, y sé que esta red social está llena de tonterías disfrazadas como "justicia social", pero tengo que reconocer que las personas en el fandom de Frozen no son tan extremas y despegadas de la realidad como en otros, (a pesar de que ellos mismos crean lo contrario) por lo que me contagiaron de su emoción y decidí escribir esto, espero que les halla gustado.

En fin, este fic no va a ser tan largo cuando mucho tendrá otro par de capítulos, pero tengo que reconocer que me sacó lagrimas, literalmente, porque para escribirlo volví a leer el cuento original de Andersen y a ver una versión japonesa del cuento (cabe decir que es demasiado parecida a la Disney. La japonesa salió en 1975 y la Disney en 1989, pero no soy quien para emitir juicios) y me hizo llorar, literalmente. Yo no soy llorona pero esto tocó mi sensibilidad.