Harry Potter y la Cacería de Brujas

Año 8 en el mundo de Harry Potter. Retoma la historia luego de los eventos de Las Reliquias de la Muerte. Harry quiere vivir una vida normal: graduarse y asistir a la entrega de diplomas en Hogwarts, continuar sus estudios para convertirse en auror, disfrutar de unas merecidas vacaciones con los Weasley e intentar jugar Quidditch profesional, además de abrir su propia tienda en el Callejón Diagon. Sin embargo, un oscuro y misterioso mago con máscara lo ataca y lo desarma para luego desaparecer. Harry no comprende por qué ha hecho eso y quiere restarle importancia al hecho, hasta que oye las noticias de que han profanado una vez más la tumba de Dumbledore y un mago misterioso ha robado la Varita de Saúco… Parece que, aunque no quiera, una vez más Harry tendrá que descifrar un nuevo misterio.

Únete a la octava entrega de la historia de Harry Potter, retomando la saga y la historia del joven mago; donde descubrirás los secretos que algunos personajes se han guardado desde entregas anteriores, respuestas a preguntas que habían quedado abiertas, y la identidad del misterioso Cazador de Brujas.

Capítulo 1. El Cazador de Brujas

Oculto por las sombras, caminó a zancadas a través del césped que bordeaba la altísima mansión. La luna se alzaba en lo alto, pero solo ocupaba el manto del frío cielo breves instantes antes de que las espesas nubes la quitaran de la vista. El hombre avanzó a través de los setos y la hierba y se adelantó hasta alcanzar la alta puerta frontal. Entonces alzó una mano y golpeó tres veces en el llamador. El sonido de sus golpes irrumpió en el silencio de la noche y resonó en la distancia. Parecía no haber nada ni nadie a varios kilómetros a la redonda, todo ocupado simplemente por su presencia, la de la inmensa y antigua mansión, y la de la oscuridad de la noche y los amplios terrenos que la rodeaban. Hasta que entonces, un chirrido anunció una segunda presencia humana abriendo la pesada puerta de entrada y recibiéndolo con una expresión de temor y sorpresa.

-¿Hola? ¿Quién es usted? ¿A quién busca a estas horas? –dijo casi en un susurro el hombre que había abierto la puerta, un mago avanzado en edad y canoso vistiendo una túnica negra y blanca. Tenía apariencia de ser un mayordomo, pero sus buenos modales no podían disfrazar el disgusto que le ocasionaba aquella inesperada visita a deshoras, en especial cuando el visitante era un mago que no quería mostrar su rostro y lo ocultaba bajo una oscura capucha.

-Mi nombre es Vincent McGreggor, vengo de parte de Herby Dippet –dijo hoscamente, desde el interior de su oscura capucha-. Necesito ver al señor Granger.

Hubo un dejo de sorpresa y confusión en la cara del mayordomo. Desde luego, no esperaba eso. Aun así, no era extraño, pero sí inesperado. Algo fuera de lo común que no habría sido sorpresivo de no ser por el contexto: la fría noche en medio del verano, el cielo oscuro, las altas horas de la noche.

-Lamento el horario –agregó el visitante, interpretando los pensamientos de su interlocutor-. Tuve un desafortunado retraso en mi viaje aquí. Verá usted, uno de mis hipogrifos se descompuso.

Señaló detrás de sí, y el mayordomo alcanzó a ver en la distancia, más allá de la verja de entrada al camino que conducía a la puerta principal de la mansión, a una carroza jalada por dos hipogrifos. Aparentemente, el visitante había llegado allí volando en ella.

-Ya veo –dijo el mayordomo-. Bien, si gusta pasar…

No estaba del todo convencido de que esa fuera la acción correcta, había algo que no le gustaba en ese visitante. De seguro tenía algo que ver con la capucha, el ocultamiento de su rostro no hacía más que añadir desconfianza en su tardía visita. Pero ya no sabía qué más decir que pudiera mantener al extraño fuera de la propiedad sin parecer descortés. Lo hizo pasar y lo condujo al recibidor, y ni siquiera las llamas de las velas apostadas en las paredes le permitieron divisar el rostro del mago visitante.

-Tome asiento, por favor –le indicó, señalando las butacas-. Iré a buscar al señor Granger y regresaré enseguida.

El mayordomo abandonó la habitación y caminó a largos pasos a través de la mansión. Quería apresurarse tanto como fuera posible, no le gustaba que ese hombre estuviera solo y sin custodia dentro de la casa. Atravesó las diferentes salas de la mansión tan rápido como pudo hasta que encontró al señor Granger donde supuso que estaría, en la misma habitación donde pasaba la mayor parte del día y de la noche. Al llegar, golpeó la puerta y esperó.

-¿Sí? –dijo una voz desde dentro, sin invitarlo a pasar.

-Dis… Disculpe, señor –dijo el mayordomo, tartamudeando un poco. Los años de servicio a aquella familia no habían hecho que entrara ni un poco en confianza con el dueño de la propiedad. De hecho, casi no lo veía en todo el día. Aún lo intimidaba su escurridiza presencia. –Alguien lo busca. Un mago. Viene de parte de Herby Dippet. Dijo que su nombre era Vincent. Vincent McGreggor.

Se quedó esperando una respuesta, pero no la obtuvo. Esperó un poco más, y siguió el silencio. Finalmente, se atrevió a hablar nuevamente.

-¿Señor? ¿Está ahí?

-Sí, aquí estoy –repuso el señor Granger desde dentro, aún sin salir ni parecer haberse movido de donde estaba en un comienzo, sin invitar a su mayordomo a pasar para oírlo mejor ni mostrando sorpresa ni ninguna otra emoción ante las noticias. –No conozco a ningún Herby Dippet.

Pasaron unos segundos más, y no hubo otra respuesta. El mayordomo esperó. No le extrañaba aquel comportamiento de parte del señor Granger, pero el hecho de que se demorara tanto tiempo en indicarle cómo proseguir no hacía más que inquietarlo cada vez más. Aquel extraño estaba solo y sin supervisión dentro de la casa, y cada vez le gustaba menos, teniendo ahora en cuenta que el señor Granger no lo conocía.

-¿Desea que lo eche, señor?

Luego de varios segundos, le llegó otra poco clara respuesta desde el interior del cuarto:

-No lo conozco, no sé quién es.

El mayordomo esperó un poco más por si su amo decía algo más, pero al ver que no parecía que fuera a haber otra contestación por parte suya, decidió retirarse de regreso al recibidor. Aquella respuesta no aclaraba qué acción seguir, pero estaba acostumbrado a que las pocas interacciones que tenía con él fueran así. La decisión era por lo tanto suya, así que se armaría de valor e iría a decirle al extraño que se fuera de la casa de inmediato. Desde luego, no le producía ningún placer tener que tomar aquella medida, pero el señor Granger había sido claro en qué no lo conocía, y evidentemente no deseaba recibirlo. En caso de que el visitante insistiera, podía inventar alguna excusa, ya que no deseaba tener que volver a ir a molestar a su amo con alguna contestación. Luego de la respuesta que le había dado, pasara lo que pasara no volvería a golpearle la puerta. Se inventaría alguna historia, como que el señor Granger estaba enfermo, o algo así, en caso de ser necesario. Sí, eso debería funcionar para que el extraño se fuera y lo dejara en paz.

Finalmente, el mayordomo llegó a la sala contigua al recibidor, la atravesó a grandes zancadas y abrió la puerta que conducía a la sala, respirando hondo y tomando coraje para echar al extraño. Entonces caminó hacia adentro decidido, y se detuvo de golpe.

El visitante ya no estaba.

Desconcertado, el mayordomo recorrió la habitación con la mirada. Escudriñó cada rincón, y luego caminó a pasos largos pero inseguros. La puerta de entrada no estaba abierta, sino cerrada tal y como él la había dejado luego de invitar a pasar al hombre. La única segunda puerta que conducía a otra habitación estaba también cerrada. No había ninguna huella de barro, ni de césped ni nada que indicara pasos en ninguna dirección. El extraño debía haber tenido sus zapatos limpios al entrar, o haber eliminado sus rastros con la varita tras de sí, un comportamiento para nada inusual en un mago cortés que visita una casa ajena; pero también desconcertante por la falta de indicios de por qué ya no estaba allí, y a dónde había ido. La noche, si bien estaban en julio, estaba fresca y había caído rocío. El césped había sido cortado esa misma tarde y el jardinero aún no había tenido tiempo de limpiarlo del camino de entrada.

El mayordomo atravesó la habitación y abrió la puerta de entrada a la mansión, para espiar en la noche en busca del visitante. Nada. No había nada.

Pero entonces algo lo hizo cambiar su expresión de desconcierto por una de temor: la carroza y los dos hipogrifos seguían allí, en la distancia.

Eso significaba que el visitante no se había ido. Seguía allí, en alguna parte. Quizás dentro de la casa. Pero entonces, si estaba aún allí, eso eliminaba cualquier tipo de cordialidad fuera del juego. Era hora de pasar a un plano de acción hostil: el extraño había pasado, sin invitación, a alguna otra sala de la casa o lugar de la propiedad. Esa actitud merecía estar alerta.

Sacó su varita y empezó a registrar la casa. Habitación por habitación, se aseguró de registrar cada rincón en detalle en busca del extraño. Su trabajo incluía la parte de seguridad, en la que estaba formado, ya que la familia no contaba con personal de seguridad adicional. Sabía defenderse bastante bien en batalla, y sabía que estaba preparado para prestarle una buena lucha al intruso.

-¡Señor McGreggor! –gritó, mientras registraba una sala cercana al recibidor-. ¿Está ahí?

Pasó un rato más buscando y no obtuvo respuesta. Desconcertado y agitado por los nervios y el cansancio del registro, se dejó caer en una butaca, solo unos instantes.

Había querido dilatar el momento lo más posible, pero la realidad era concreta: un extraño había entrado en la casa y no podía encontrarlo. Su carruaje seguía en la entrada, lo que indicaba que no había ido a ninguna parte, y por más que hubiera registrado todo el piso inferior de la mansión no había podido encontrarlo. Era hora de alertar al señor Granger que estaba en peligro.

Subió las escaleras que conducían al piso superior y camino a pasos largos, atravesando varias salas más, sin dejar de registrar cada rincón alumbrándolo con su varita y encendiendo las velas de cada cuarto con movimientos de varita; hasta llegar a la misma sala anterior donde el señor Granger no había mostrado señales de perturbación.

Golpeó nuevamente y aguardó.

-¿Señor? –preguntó, sin poder disimular sus nervios-. Señor, tengo que advertirlo, tengo razones para creer que corre peligro.

Aguardó unos instantes, con el corazón latiéndole deprisa.

Nadie contestó.

-¿Señor?

El terror empezó a invadirlo. Su amo no le contestaba. Tendría que entrar. Tendría que entrar a la habitación para ver si estaba bien, si algo le había pasado. Y el resto de la familia también estaba allí, en peligro…

Entonces, la puerta se abrió por fin, y lo recibió el señor Granger con expresión de fastidio y aburrimiento.

-¿Qué ocurre?

-Lo siento mucho, señor –se apresuró a decir-. Es este extraño que vino a buscarlo. Estaba en el recibidor, y entonces…

-¿Dejaste entrar a un extraño a mi casa, a altas horas de la noche, y ahora no lo encuentras?

El asco y desprecio conque la hablaba hizo avergonzarse al mayordomo, que sintió como si lo trataran de idiota, como si su amo insinuara que era un inútil.

-Su carroza aún está en la entrada, pero no sé donde pudo meterse. Ya registré la casa sin éxito. Creo que lo más prudente es alertarlo, en caso de que…

No supo que más decir. ¿En caso de que qué? ¿De que se tratara de un asesino? ¿De un mago tenebroso?

-¿Has llamado ya a los aurores?

El mayordomo se sintió un estúpido más que nunca. Aún no lo había hecho. ¿Por qué no lo había hecho?

-No… Lo s- Lo siento, señor.

-En estos casos, lo primero que debes hacer es ponerlos sobre aviso –le dijo su amo, sin perder la calma pero tampoco el tono de desprecio.

-Si. Si, señor. Les mandaré una lechuza urgentemente.

-No, no les envíes una lechuza. Usa la red flu, o para cuando reciban el mensaje podríamos estar ya todos muertos.

Lo decía con una naturalidad y tranquilidad excepcionales para la situación, y sus palabras hacían que el mayordomo se sintiera cada vez más tarado.

-Claro, señor.

-Luego –continuó este-, ve a buscar al resto de mi familia y ponlos a resguardo en la sala del pánico hasta que ellos lleguen, para eso tenemos esa sala.

Lo decía con tanta tranquilidad, que parecía que realmente no le importaba en lo más mínimo la seguridad del resto de su familia, sino más bien humillar más y más al mayordomo.

-Cuando hayas terminado con eso, si aún no hay señales del intruso, espera la llegada de los aurores. Ese es el procedimiento a seguir. Ahora ve, y ya no pierdas el tiempo.

-Enseguida, señor.

Se dio la vuelta, y empezó a cumplir sus órdenes. Fue hacia la chimenea más cercana y usó la red flu para asomar su cabeza hacia una chimenea de aurores del Ministerio destinada a emergencias. Luego de dar aviso, le comunicaron que enseguida irían dos aurores hacia la casa, y le pidieron que mantuviera la conexión de esa chimenea abierta para que pudieran ingresar por allí, ya que normalmente solo la tenían habilitada para realizar llamados, y no para recibir. Él obedeció y le aplicó un encantamiento a la chimenea que permitió el ingreso de personas por medio de la red flu. Luego, se apresuró hacia la habitación de la mujer e hijas del señor Granger, que debían estar durmiendo ya, para despertarlas y llevarlas a la sala del pánico. Pero, mientras iba hacia allí, un sonido tras él lo sobresaltó. Asustado, se dio vuelta y apuntó con su varita hacia el lugar de donde había salido el sonido. Alguien abrió una puerta tras él, y dos figuras aparecieron por el pasillo.

-¡Alto! –gritó, aterrado-. ¡¿Quiénes son ustedes?!

-Tranquilo –dijo uno de los dos, un mago alto y pelirrojo-. Soy Ronald Weasley, usted pidió dos aurores, ¿verdad?

-Oh, si, claro –el mago respirió aliviado, a pesar de la intrepidez del pelirrojo. La forma en que había dicho aquello había sonado similar a si hubiera ingresado a la casa para entregar un pedido de pizza. –Sospecho que hay un extraño en la casa. Su carruaje sigue en la puerta, hace rato ya y… y… -se quedó en silencio al contemplar al segundo mago, y la cicatriz en su frente-. ¿Usted es Harry Potter?

-Así es, señor –dijo el segundo mago-. Somos futuros estudiantes de aurores y nos enviaron para registrar la casa.

-Harry Potter… -repitió el mayordomo para sí mismo, preocupado-. Sé que derrotaste al Innombrable recientemente, y todo, pero… ¿cuántos años tienes? No te habrán dado aún el título de auror…

-Como le decía, no somos aurores –repitió Harry Potter, ahora algo molesto-. Solo somos aspirantes de aurores. Su caso no fue considerado lo suficientemente grave para el Ministerio, por lo que por ahora nos encargamos nosotros, que estamos haciendo una práctica de verano. En caso de tornarse en una situación más peligrosa, no se preocupe que el Ministerio enviará algún auror experto de inmediato.

-De acuerdo –dijo el mayordomo, no muy convencido.

-Dígannos, ¿hay más gente en la casa? –preguntó Ronald, con la varita en alto y expresión audaz.

-No –dijo entonces el mayordomo, con el semblante imperturbable-. Esta es mi casa, y soy el único aquí, vivo solo.

-Bien –Harry le echó un vistazo rápido al hombre, con algo de desconfianza-. Vamos, Ron. Registremos la casa.

-Comiencen por la parte sudeste –dijo entonces el mayordomo, señalando en dirección opuesta hacia donde se dirigía instantes atrás-. Es la que aún no pude registrar con detenimiento. Yo debo ir a resguardar unas pertenencias importantes, por si acaso.

-No se aleje demasiado de nosotros, nuestro deber es protegerlo –le alertó Ronald, mientras el hombre se alejaba de ellos.

-No se preocupes. Si corro peligro, gritaré.

Y dicho esto, el mago desapareció tras una puerta.

-Bien, Ron, ¿estás listo para nuestra primera misión? –dijo Harry, entusiasmado.

-Listo –dijo Ron, con una sonrisa algo nerviosa.

-Vamos allá.

Ambos jóvenes empezaron a recorrer la casa, juntos, en busca del intruso. Fueron de habitación en habitación, con las varitas en alto, y registraron toda la casa varias veces. Pasaron los minutos y finalmente, casi una hora después, decidieron que no había nadie allí.

-¿No deberíamos haber utilizado el encantamiento revelador de presencia humana? –sugirió Harry entonces.

-Diablos, tienes razón, Harry. Era algo básico, qué idiotas fuimos. ¡Homenum revelio!

Un marcador mágico salió de la varita de Ron para indicar en dirección norte. Ambos magos alzaron la varita justo en el momento en el que la puerta se abría y aparecía el mayordomo nuevamente. La bajaron, decepcionados.

-¿Y bien? –preguntó el mago.

-Nada –dijo Ron-. Quien quiera que haya entrado en su casa, ya no está. Solo hemos detectado su presencia, señor. Quédese tranquilo, está solo aquí.

-En cuanto a quién era el extraño, o cuáles eran sus intenciones al ingresar en su casa, si no le molesta le haremos unas preguntas para poder iniciar una investigación –dijo Harry, un tanto nervioso, tratando de aparentar más profesionalismo del que sentía.

-Bien –dijo el mago-. Adelante.

-Sí, claro –nervioso, Harry rebuscó en los bolsillos de su túnica por su libreta. ¿Dónde la había metido? –Ron, ¿tienes un pergamino? –añadió avergonzado, al darse cuenta que había olvidado su libreta de notas. El mago ante ellos revoleó los ojos, cruzado de brazos.

-Diantres, no tengo nada, Harry.

-Toma –el mayordomo abrió un cajón de una cómoda cercana y sacó un pergamino y una pluma.

-Gracias –dijo Harry, ya sin poder disimular sus nervios, mientras le sonreía y abandonaba por completo el papel de auror que había intentado transmitir-. Lo siento, esta es nuestra primera misión.

Ron se aclaró, aun echando vistazos alrededor, preocupado de que el intruso apareciera ante ellos de pronto.

-Bien –dijo Harry por fin-. ¿Cómo era el hombre que entró en su casa?

-Estatura mediana, no muy robusto –dijo el mago, pensativo-. No pude ver su rostro, usaba una capucha. Su presencia me pareció muy extraña, no esperaba a nadie a estas horas.

-Y usted dice que vive solo aquí.

-Exactamente, soy un mago retirado… Supongo que querrán saber mi nombre, ¿verdad?

-Oh, claro –Harry se dio una palmada en la frente-. Lo siento. Sí, dígame. ¿Su nombre?

-Augusto Clevermole. Ex personal de limpieza del Ministerio de la Magia. Actualmente retirado. Heredé esta casa de un tío adinerado hace muchos años.

-Bien –dijo Harry, mientras tomaba nota. Ahora Ron lo miraba serio y cruzado de brazos también. -¿Algún otro detalle que pueda darnos del intruso?

-Dijo que su nombre era Vincent McGreggor, y que venía de parte de un tal Herby Dippet. No conozco a ninguno de ellos. Y pues no sé nada más, solo que entró diciendo que tenía un mensaje que darme del tal Dippet, le ofrecí un vaso de agua, y cuando regresé a traérselo ya no estaba.

-Correcto –Harry terminó de tomar nota-. Entonces, señor Clevermole, ya no lo molestaremos. Iremos a registrar la carroza y continuaremos puertas afuera. Le haremos saber cualquier novedad.

-Perfecto, gracias.

El mago los acompañó a la puerta y los despidió. Mientras se alejaban por el camino de entrada, Ron se rascaba la barbilla.

-Caray, creo que debí decir esto antes, Harry, pero es que no sé si me dio vergüenza o qué…

-¿Cómo dices? ¿Qué cosa?

-Algo me pareció extraño de este tal Clevermole, Harry. No pude evitar notar una… ¿cómo se llamaba? Una diferencia, digamos, entre lo que dijo y lo que vi.

-¿De qué hablas? –quiso saber Harry, interesado.

Pero entonces Harry se detuvo en seco. Y Ron también.

La carroza ya no estaba.

-Demonios, ¿dónde se fue?

Harry sacó la varita nuevamente y empezó a correr hacia la entrada de la mansión. Ron no le perdió el paso. Ambos registraron los alrededores, pero no había señales ni huellas de ruedas de carroza ni de hipogrifos. Se había desvanecido todo en el aire.

-¡Pero si hace cinco minutos la había visto por la ventana!

-Este es un pésimo comienzo de las prácticas de verano.

-Bien, será mejor que volvamos y le comentemos al profesor Shacklebolt lo ocurrido –dijo Harry, alejándose con Ron de la entrada, en dirección al pueblo que se alzaba más allá de la mansión-. Creo que aquí ya podremos aparecernos. ¿Qué era eso que notaste y te dio vergüenza decir, Ron?

-Es que… -dijo él, perspicaz pero aún novato para tener confianza en sí mismo-. Dijo que el momento en que perdió de vista al intruso fue cuando salió para servirle un vaso de agua. Pues bien… registramos toda la casa, y no he visto un vaso de agua servido en ninguna parte.

De regreso en la mansión, el mayordomo se reunió con su amo.

-Señor, los aurores ya se han retirado.

-¿Y bien?

-No han encontrado nada. El intruso escapó. No hallaron señales de él ni pistas de quién era. Iniciarán una investigación…

-Bien –el señor Granger asintió, pensativo-. Es suficiente para mí. Estate alerta, Edward. Dile a mi familia que anden con precaución y eviten ser vistos. No deshagas los encantamientos de seguridad aún.

El señor Granger cerró la puerta de su estudio y se internó nuevamente ante su escritorio, pensativo. No había ventanas en aquella habitación, y la luz de una vela brillaba en su escritorio.

¿Qué habría significado todo aquello? Un intruso que ingresaba en su casa y desaparecía de la nada no podía significar nada bueno. Era claro que eso debía tener alguna relación con su secreto, sin ninguna duda. Quizás era hora de mudarse nuevamente…

Mientras estaba sumido en esos pensamientos, algo lo sobresaltó: un grito acuchilló la noche de pronto.

Instintivamente, el mago agarró su varita y apuntó hacia la puerta de su estudio.

No había ninguna duda: aquello había sido la voz de su mayordomo, Edward.

Se puso de pie y cruzó la habitación a zancadas. Abrió la puerta y salió al pasillo, sin hacer ruido, con la varita en alto.

-¿Qué fue eso? –pronunció la voz de una mujer.

-Vuelve a la sala del pánico, querida. Llévate a las niñas.

Sin decir nada más, el señor Granger bajó las escaleras, pero casi resbala al llegar hacia el final:

Allí, ante él, colgado de una araña de oro del s. XIV, estaba su mayordomo Edward, aún retorciéndose. Chorreaba sangre abundantemente, y en torno a su cuello había una especie de látigo.

-Señor… Se… Señor.

El ahogo le impedía pronunciar las palabras. El señor Granger no alzó la varita ni lo bajó de allí. Contempló alrededor, en busca de una trampa. Luego de unos segundos, al ver que nadie aparecía, bajó a su mayordomo con un movimiento de varita. Pero ya era tarde para él.

-¿Quién te hizo esto? –le preguntó, mientras el mayordomo agonizaba en un charco de su propia sangre.

Pareció que el mayordomo intentaba responder, pero jamás lo logró. Sus ojos abandonaron este mundo antes de que sus labios pudieran moverse.

El señor Granger se quedó allí, algo conmocionado, pero también alerta. No fue hasta varios instantes después que notó el mensaje escrito con sangre en la pared:

"NO HAY ESCAPATORIA, GRANGER. PAGARÁS POR LO QUE HAS HECHO. Y ESTO ES SOLO EL COMIENZO".

Y bajo el mensaje, una firma:

"El Cazador de Brujas".