¡Buenos días a todos!
I bet you thought you'd seen the last of me lol Es broma, siempre había querido decir esa frase xD
No me voy a andar por las ramas porque siempre acabo con una nota de autor del tamaño de la biblia, así que, os vengo a dejar un nuevo mini fic que se me ocurrió el año pasado (sí, diréis que no fue hace tanto, que solo estamos en febrero, pero es que esto se me ocurrió en marzo de 2013 xD) o al menos, la idea se me ocurrió en ese momento, luego ponerme a escribirlo me llevó dos semanas (con descansos, porque soy un desastre y me pongo a hacer otras cosas y no avanzo). Es un AU como casi todas mis historias, y es muy Angst, os lo aviso por si queréis cerrar la página y no empezar a leer. Quería tenerlo listo para los cumples de mis babies, pero como lo voy a partir en tres capítulos, decidí publicar hoy el primero, así de paso celebramos que ayer por fin después de tanto tiempo intentando conseguirlo "We Want Samcedes Back" fue Trending Topic Mundial en twitter (llegó a estar en la primera posición de TT's lo que me hizo llorar como una niña pequeña omg!). ¿A que pensasteis que no iba a ser posible conseguirlo? Lol Yo casi me caigo de la silla xD Pero eso ya es otro cuento, a lo que iba, RIB puede que no nos los devuelva, pero yo estoy orgullosa de dónde hemos llegado y lo que hemos tenido (excepto el bendito closure que llevo esperando casi tres años T.T), y si me dan una friendship bonita en NY (si es que Mercedes al final se va para allí) yo me agarraré a ella con uñas y dientes (also, necesito un noviete para Mercy, alguien como Derek Hough no estaría nada mal xDD). Y creo que no tengo nada más que decir, ojalá os guste la historia y, nos vemos la semana que viene con el segundo capítulo.
Que alguien me explique cómo me arreglo siempre para que mis notas de autor sean kilométricas D:
Como siempre, los pensamientos de los personajes van en letra cursiva.
Disclaimer: Glee no me pertenece. De lo contrario ya sabríais qué pasaría xD
Bésala:
—De todas las historias que escribí a lo largo de mi vida, ésta siempre será para mí la más hermosa y triste —oyeron decir al hombre, al tiempo que éste abría el libro del que hablaba y lo sostenía entre sus manos, buscando las primeras palabras.
-.-.-.-.-.-.-.-
Volvía a estar allí, un día más, debajo de su torre. Con la mirada perdida en algún libro y su cuerpo semioculto por aquel bañador. Cientos de personas le rodeaban, pero él no podía dejar de mirarla.
Lo hacía cada vez que perdía de vista el horizonte y aquel mar lleno de gente.
Y eso estaba mal. Muy mal.
Sam Evans se lo recordaba a sí mismo cada vez que sus ojos se detenían para mirarla de nuevo. Estaba trabajando. Le pagaban por observar aquella playa, y evitar que las personas que disfrutaban de un buen día perdiesen sus vidas ahogándose en aquella gran masa de agua traicionera. Él era uno de los tantos socorristas que vigilaban desde las torres que recorrían la playa de Santa Mónica. Adoraba su trabajo, y acudía todos los días a él con una sonrisa, no debido al hecho de poder ver hermosas chicas en bikini cada uno de ellos, sino porque aquel trabajo había sido también realizado antes por su padre y por su abuelo. Ellos le habían inculcado el amor y la pasión por su carrera y el chico había seguido sus pasos.
Todavía recordaba aquellos días en los que pensaba que no iba a poder superar las pruebas físicas que se requerían para el puesto, pero éstas habían terminado siendo pan comido y ahora, años después, el chico había conseguido que le cambiasen a una torre más concurrida. Quería ser el mejor y lo estaba consiguiendo.
Hasta que ella había aparecido una tarde hacía dos meses y se había colocado en el lado este de su torre, estirando su toalla y entonando una melodía que él no podía descifrar.
Dos meses después, todavía seguía sin saber cuál era aquella canción, y si hablase con alguien de ello, probablemente le aconsejarían bajar de aquella torre en la que se pasaba los días, y hablar con ella. Pero no. No podía. Su lugar estaba allí arriba, en su torre, y no debía abandonarlo si no era realmente necesario. Y no, echarles bronceador solar a las chicas que rodeaban aquella torre no entraba dentro de lo realmente necesario. No sería la primera vez que alguna de ellas se lo hubiese preguntado, o todavía peor, que hubiese subido por la rampa de la torre para buscarle, obteniendo un no rotundo por parte de él. Las hacía bajar de nuevo, disgustadas, mientras él respiraba aliviado y trataba de no pensar en lo que se estaba perdiendo por darles un no como respuesta. No faltaban tampoco las que simulaban llevarse un golpe o sufrir un esguince solo para reclamar que él les diese los primeros auxilios. Lástima que lo que él les ofrecía no tenía nada que ver con lo que ellas esperaban. Vendas, reposo y si de verdad se habían hecho daño, una ambulancia que las llevase al hospital. Ahogarse para conseguir que él les hiciese la respiración boca a boca también era muy común. Sam ya estaba cansado de todos aquellos jueguecitos.
Así que por un lado estaban aquellas chicas que se valían de todas las artimañas posibles para llamar su atención, y por el otro, estaba ella, que no le hacía el más mínimo caso. Aunque en realidad él tampoco había intentado ver si aquello era de verdad así. No esperaba que hiciese todo lo que las otras hacían para acercarse a él, pues ya le había quedado más que claro en aquellos dos meses, que ella no era así. O quizás eran sus ansias de que ella no se pareciese en absoluto a las demás. El hecho era que la chica no había simulado que se ahogaba para besarle, ni le había pedido que le echase crema en su espalda, ni se había quejado de que su pie le dolía. No había hecho nada en absoluto. Solo aparecer todas las tardes junto a su torre, extender su toalla y quitarse su camiseta y su pantalón para poder tumbarse al sol con uno de los distintos bañadores que tenía. Si al menos se pusiese un bikini... Él quería ver sus curvas y sus pechos fuera de aquellos bañadores. A poder ser, fuera de cualquier prenda que la chica llevase puesta. Sus pies le llamaban a gritos para que fuese hacia ella, y su risa, extremadamente contagiosa, le hacía perder la capacidad de mantener su mirada en el horizonte, impidiéndole cumplir con su trabajo.
Y eso estaba mal. Muy mal.
Se repetía todo el tiempo.
Estaba perdiendo la cabeza por una chica a la que no conocía en absoluto y a la que daría lo que fuese por llegar a conocer. Ni siquiera sabía su nombre. Aunque seguramente éste fuese tan hermoso como ella.
¡Si al menos le dijese cuál era la jodida canción que ella tarareaba todo el tiempo!
El chico suspiró profundamente, buscando los prismáticos de nuevo para observar la arena y las primeras filas de olas. Todo estaba en orden y esperaba que nada sucediese aquel día como así llevaba siendo toda la semana.
Mirando su teléfono móvil luego, comprobó la hora que era, y que aún le faltaban unas horas para acabar su turno. Quizás ese día ella se fuese más tarde a casa y él pudiese bajar de su torre para decirle un "Hola, ¿qué tal?", "¿Cuál es tu nombre?", "¿Edad?","¿A qué te dedicas?","¿Tienes novio?".
Wow. ¡No, no!
Le parecería un loco desquiciado.
Y un acosador, eso también. Un acosador que no podía dejar de mirarla. Tenía que darle un sí a Chloe y dejarse de dar tantas vueltas. Olvidarse de aquella chica y centrarse en su trabajo o lo acabaría perdiendo.
Sí, esa noche aceptaría la oferta de Chloe para cenar y ya verían que pasaría de ahí en adelante. Ambos habían estado juntos más de una vez, pero ella no había querido ir en serio hasta ahora, y quizás, aquel era el mejor momento para intentarlo, ¿verdad?
Las horas pasaron lentas. Demasiado para él, que no veía la hora de salir de allí. Su turno había transcurrido sin ningún contratiempo, lo que realmente había agradecido, y la gente ya empezaba a recoger sus cosas para irse. Pronto, el cielo oscurecería y nada se vería en aquella playa.
Todos parecían estarse yendo menos ella. La chica cantarina todavía seguía allí, viendo cómo todos se iban sin ninguna intención de levantarse. Quizás estuviese esperando a alguien. O quizás le estuviese esperando a él.
Sí, claro.
Pensó, empezando a cerrar las ventanas de su torre, completamente seguro de que antes de acabar de hacerlo, ella se habría marchado ya.
Pero ella todavía seguía allí, cuando Sam se puso su chaqueta y buscó sus llaves para cerrar su torre. Seguía aún allí, y lloraba. La chica estaba llorando.
¿Era otro de aquellos estúpidos juegos para ligárselo? No, ella no era como las demás. No lo era.
El ruido que él había hecho al cerrar la puerta debió haberla devuelto a la realidad, porque, por primera vez en dos meses, ella le miró, y luego, comenzó a guardar sus cosas para salir de allí lo más pronto posible.
¿Pensaba irse?
Se preguntaba Sam, todavía clavado en la entrada de aquella torre. No quería detenerla, pero tampoco quería que se fuera así, sin saber si ella se encontraba bien.
Bajó corriendo la rampa, dispuesto a detenerla. Ella no estaba bien. No lo estaba.
—Espera por favor. ¿Te encuentras bien? —Preguntó, rozando su brazo y provocando que ella se diese la vuelta al oírle. Señor... Tenía los ojos oscuros más bonitos que había visto nunca. Y su pelo... Su nariz, sus orejas... Sam estaba soñando por tenerla tan cerca de él. Su mano dejó de tocar su brazo en ese momento, y la falta de contacto hizo que echase ya de menos su piel.
—Sí... —Susurró ella, asintiendo con la cabeza y esbozando una pequeña sonrisa—. No... No has cerrado con llave —le dijo, señalando la torre.
—Oh... —Sam se fijó en las llaves que tenía en su mano y luego volvió a mirarla a ella—. Tienes razón.
Ambos sostuvieron sus miradas durante unos segundos, sin hablarse, ni apenas moverse. Él no quería cerrar aquella puerta. No ahora que la tenía enfrente de él. Si subía esa rampa, ella saldría de allí y él habría perdido la oportunidad de hablarle.
—Dime... ¿Te duele algo? —Preguntó, preocupado.
Ella negó con la cabeza, sin responder.
—Estabas llorando y creí que...
—Estoy bien —sonrió, más que hacía unos segundos, pero no lo suficiente como para que el chico dejase de preocuparse.
—Lo siento. Siento si me he metido en lo que no—
—No, no. Yo siento haberte asustado. Lo siento —repitió—. Mírame, soy un verdadero desastre. Eres socorrista, te estoy quitando tiempo y ni siquiera me he ahogado —rió, secando sus lágrimas con sus dedos.
—Y espero que no lo hagas —respondió él.
—Me refería a... Déjalo, da igual —La chica negó con la cabeza—. Y no te preocupes, no podría ahogarme nunca, ya que nunca piso el agua.
—¿Por qué? —Sam no le diría que esa era una de las preguntas que se había hecho todos los días durante aquellos dos meses.
—Porque no sé nadar —La chica se encogió de hombros al responderle.
—¿Ni siquiera al estilo perrito? —Preguntó él, esperando que ella no le viese el doble sentido a la pregunta.
—No —respondió, sonrojándose sin poder evitarlo.
—Yo podría enseñarte. Soy un experto en esto, como puedes ver —Se vanaglorió, sin contemplación. Le enseñaría aquello y muchas cosas más si ella así se lo permitía.
—La verdad es que... No sé si eso sea buena idea.
—Oh, vamos... No puedes venir a la playa y no meterte en el agua, es una ofensa.
La chica rió al oírle. Las lágrimas que había derramado habían quedado olvidadas ya y solo se advertían en su rostro las marcas y el cansancio por haberlas dejado salir.
—No tengo dinero para—
—Serían gratis —le aseguró—. Aunque si aceptas, solo te pediría una cosa.
—¿Qué cosa? —Preguntó, temerosa. "No hables con extraños" le había dicho siempre su madre, aunque él no parecía una mala persona. No lo parecía en absoluto.
—Tu nombre —rió—. Todavía no me lo has dicho.
—Oh — La chica sonrió, sonrojándose de nuevo, elevando su mano derecha para presentarse—. Me llamo Mercedes. Mercedes Jones.
—Encantado, Mercedes. Yo soy Sam... Samuel Evans. Tu nuevo profesor de natación —respondió él, aceptando su mano y haciéndoles reír. Oh... su risa... Se había acostumbrado tan pronto a ella...
—Todavía no he aceptado —protestó ella, risueña.
—Pero lo harás, sé que lo harás —le guiñó un ojo, sin soltar su mano todavía. Ella tampoco hizo amago de separarla. Ninguno de los dos quería y eso hizo que sus mejillas subiesen de temperatura.
—¿Puedo pedirte otra cosa más? —Preguntó él, nervioso.
—¿Otra? —Rió, soltando ya la mano de él, y echando de menos el contacto de ambas.
Sam asintió con la cabeza, metiendo sus manos en los bolsillos del pantalón, intentando que éstas dejasen de sudarle.
—¿Cuál es la canción que siempre te oigo cantar? —Preguntó, sin darse cuenta de que con aquella frase le había dejado más que claro que la espiaba.
—Si consigues enseñarme a nadar, quizás te lo cuente.
—Hecho —respondió él, rápidamente, extendiendo de nuevo su mano para sellar el trato.
—Hecho —sonrió ella, aceptándola.
Con el tiempo, Sam supo que ella había viajado desde Lima con la esperanza de triunfar en el mundo de la música. A Mercedes le gustaba leer, tal y como había podido ver él mismo durante aquellos dos meses, y cuando llegaba a casa, se encerraba en su habitación para componer nuevas canciones que tiempo después serían rechazadas por cada una de las discográficas. No era fácil, ella lo sabía. Pero tampoco imposible. Así se lo decía Sam y así lo seguía intentando ella una y otra vez.
El miedo a que la chica no volviese a aparecer a la mañana siguiente al lado de su torre casi le había quitado el sueño, pero ella lo había hecho. Estirando su toalla como los demás días, y recostándose sobre ella mientras él le observaba con una sonrisa torcida. Había vuelto y con ello, habían empezado las clases de natación.
Clases a las que ella acudía siempre con aquellos bañadores que él deseaba poder hacer desaparecer. Clases en las que tenía que actuar fríamente si quería que ella volviese al día siguiente para seguir aprendiendo. Se reunían en su casa, en la que tenía una pequeña piscina, lo suficientemente grande para poder enseñarle todas aquellas técnicas que el chico conocía. En una ocasión ella le había recordado el estilo perrito, y Sam le había respondido entre risas, que una vez supiese nadar, el estilo perrito le saldría de diez.
El tiempo transcurría demasiado rápido cuando estaban juntos y, pronto, ambos se hicieron inseparables. Eran amigos, algo que el chico no había planeado que sucedería, pues él quería más. Deseaba mucho más, pero todo su valor desaparecía cuando la tenía delante. ¿Quién podría decirle que aquella chica cantarina que había observado por dos meses haría que sus manos le temblasen solo por el hecho de pedirle una oportunidad? ¿Y si le decía que no? ¿Y si la perdía? Mercedes Jones ya se había convertido, sin darse cuenta, en una de las personas más importantes de su vida.
Sus mensajes de texto le hacían reír. Y él no podía dejar de respondérselos, aun estando la chica a dos metros de él, tomando el sol en su toalla, debajo de aquella torre. Las demás seguían tratando de acercársele, llegando incluso hasta intentar besarle, pero él las rechazaba, y ella se reía, escondiendo su sonrisa detrás de uno de sus libros.
"¿Lo pasas bien?"
Le mandaba él en un mensaje.
"¡Claro!"
Respondía ella después, sin poder parar de reír.
Él intentaba dejar el teléfono a un lado, mantener su mirada en el horizonte, pero no podía. No cuando sabía que los mensajes que le llegaban eran de ella.
"No deben quererse mucho a sí mismas, si tienen que recurrir a estrategias tan bajas para conseguir llevarte a la cama".
"Lol no te burles. Al menos ellas se atreven a ponerse un bikini."
"¡Hey! Yo no me pongo bikini porque no me guste como me quede, no lo pongo porque sé que todos caerían a mis pies xD"
"Eso es muy cierto"
"Lo sé"
Respondía Mercedes. Y él la miraba desde su torre, durante unos segundos, queriendo sacarle aquel bañador y prohibirle que ella volviese a ponérselo jamás. Pero ella no le devolvía la mirada, la chica agachaba la cabeza y simulaba seguir leyendo, hasta que tiempo después no aguantaba las ganas de volver a mandarle un mensaje.
Días después, Mercedes acudía a una de sus clases vestida con un bikini negro y Sam se arrepentía totalmente de habérselo pedido.
—No fue una buena idea —fueron sus palabras, cuando la tuvo a su lado, por fin, como había querido tenerla durante tantos meses.
—No fue una buena idea —respondió ella, notando en los ojos de él un fuego que la chica no había deseado. Había querido probarle que ella también podía atreverse a ello. Que también podía vestir como ellas lo hacían, pero con ello había comprobado también que el chico había caído a sus pies como había dicho que pasaría—. No lo hagas, Sam —le pidió, empezando a nadar hacia las escaleras de la piscina. Había cometido un error y huir era su única solución.
—¿Por qué no? Debes de saber perfectamente lo que provocas en mí —dijo él, deteniéndola a la altura de las escaleras.
—No... No lo sé. Solo enséñame a nadar. Estoy aquí para aprender a nadar —le recordó, notando las escaleras detrás de su espalda y cómo el chico se recostaba sobre ella, eliminando el espacio que quedaba entre ambos.
—Ya sabes nadar. Hace semanas que sabes, y no sigues aquí por eso —Sam se había cansado de jugar, había decidido ir a por todas, sin miedo ya a lo que pudiese pasar. Ella había hecho que sus temores se fueran después de haberla visto con aquella pieza de ropa. Sin saberlo, le había animado a luchar, y él ya no pensaba dejar de intentarlo.
—No lo hagas, Sam. No... —repitió, antes de sentir cómo el chico cubría sus labios con los suyos por fin, y la besaba con todo el amor y cariño del mundo. Una lágrima resbaló por su mejilla mientras intentaba apartarle, casi sin conseguirlo—. Por favor, no.
—¿Por qué? —Preguntó él, mirándola a los ojos, notando la tristeza que había en ellos.
—No puedo —era lo único que ella podía decir.
—¿Por qué no? —Él no lo entendía. Estaba tan cerca, podía tocarla, acariciarla, hacerla feliz. Pero ella no lo era—. ¿Por qué no me dejas que te demuestre cómo me siento? Yo quiero más, Mercy. Mucho más. Dame una oportunidad.
—No puedo... Sam, yo... —La chica se mordió el labio, intentando separarse un poco más de él—. Creí que así bastaba. ¿Por qué tuviste que hacerlo? Lo has estropeado —Le dijo, empujándole un poco más fuerte para empezar a subir la escalera. Tenía que irse de allí, antes de que él volviese a besarla y ella ya no tuviese las fuerzas para rechazarle—. Lo has estropeado todo —repitió, recogiendo su toalla del suelo y dirigiéndose hacia la salida.
—Por favor, no te vayas —La había atrapado antes incluso de poder salir y no le permitía irse.
—Déjame ir, Sam, deja que me vaya —le pidió, tratando de deshacerse de su agarre, al tiempo que él le sacaba el gorro que cubría su pelo y éste resbalaba por sus hombros, acariciándolo por primera y última vez.
—Por favor, no quiero que te vayas —le dijo, acariciando también sus mejillas, borrando aquellas lágrimas que la chica había dejado salir—. Lo siento. Lo siento mucho. No volverá a suceder. No volveré a... No lo haré. Solo... No te vayas.
—Sam...
—Amigos. Somos amigos —repitió, haciéndoselo creer a él también—. Lo somos, ¿verdad?
Mercedes asintió con la cabeza, colocando su mano sobre las de él y deslizándolas de sus mejillas hasta dejarlas libres.
—Tengo que irme —sonrió, girándose esta vez sin ser detenida.
—Te veo mañana —respondió él, antes de verla marcharse.
Pero ella no volvió al día siguiente. Ni al otro, y pronto Sam comprendió, que aquel error que había cometido, había sido el peor de toda su vida. Había probado el sabor de su boca, había podido estrecharla entre sus brazos. Había podido acariciar sus mejillas y sus hermosos rizos. Pero ella se había ido y él la había perdido.
—Has invitado a Chloe a la fiesta —le oyó decir a Puck, días después. Era el cumpleaños de su mejor amigo y Sam se odiaba por no poder dejar de pensar en ella ni en un día como ese—. Creí que invitarías a Mercedes.
—La besé —respondió como si nada, mientras daba un trago a su bebida y dejaba el vaso encima de la mesa de la cocina. Había ido allí para huir del estruendo de la música y ahora Puck, se sentaba a su lado, intrigado por sus palabras—. Lo jodí todo.
—Qué mierda, tío —El chico llenó su vaso de whisky y el de Sam, y ambos bebieron hasta la última gota sin detenerse.
—No quiere verme —Siguió hablando, mientras sus dedos jugaban con el vaso vacío.
—¿La has llamado?
—No.
—¿Entonces cómo sabes que no quiere verte? —El chico frunció el ceño, sin entender nada.
—Porque no ha vuelto a la playa —respondió Sam, volviendo a llenar su vaso.
No había vuelto allí, ni a su casa. No había vuelto a llamarle, ni a mandarle mensajes de texto. Aquellos que le hacían reír, y pensar, que algo más que una amistad podía estar creciendo entre ellos.
—Vamos, volvamos a la fiesta —le animó Puck, levantándole de la silla y empujándole hacia la puerta.
Media hora después, Sam había dejado de beber y bailaba con Chloe, mientras hacía lo posible para no imaginarse que era Mercedes la que ocupaba su lugar entre sus brazos.
—Sam —Puck le llamó, tocándole ligeramente en el hombro para que se girase. Señalar era de mala educación, pero el chico lo hizo, mostrándole que enfrente de él, a lo lejos, estaba Mercedes esperándole—. Lo siento, si tú no te ponías en contacto con ella, alguien tenía que hacerlo.
Sam casi lo arrolló, cuando pasó a su lado directo hacia la chica. Puck nunca llegaría a saber cuánto le agradecería aquella llamada realizada. La que la había devuelto a su vida.
El alcohol había hecho estragos en él aquella noche, pero éste empezaba a disiparse, y las ganas de besarla volvían a aflorar debajo de su piel, como si durante un segundo, el chico hubiese olvidado por completo cuál era la verdadera razón por la que Mercedes se había alejado.
—Por favor, por favor. No vuelvas a irte —le pidió, llegando hasta dónde ella lo estaba esperando, y sonriendo como un tonto ilusionado.
—Todo está bien, Sam. Somos amigos —Ella le sonrió, notando el cariño que el chico sentía por ella en sus ojos. Estos le brillaban y sus manos se levantaban ahora para apretarla contra él en el mayor de los abrazos.
—No, no lo somos. No somos amigos —decía, mientras la estrujaba sin querer soltarla—. Estoy enamorado de ti, Mercedes —se declaró, atrapando sus mejillas entre sus manos, pidiéndole que le mirase.
—No Sam, Chloe...
—Chloe no es nada para mí, no lo es —El chico negaba con la cabeza, sin poder callar—. Te quiero. Me enamoré de ti. Desde el momento en que pusiste tu toalla al lado de mi torre, desde el momento en el que empezaste a cantar esa canción que no consigo sacar de mi cabeza. Hace meses que no puedo dejar de pensar en ti —sonrió, acariciando sus mejillas y sus rizos de nuevo—. Quiero besarte, quiero abrazarte. Quiero estar contigo, solo contigo.
—Sam, no... Voy a irme, no voy a volver —dijo ella, consiguiendo con aquellas palabras que él se callase por fin.
—¿Es por eso? ¿Por qué no vas a volver? —Preguntó, sin obtener ninguna respuesta por parte de la chica—. Dame tiempo, solo eso, te pido tiempo.
—¿Para qué Sam? —La chica lo miraba triste, sin saber qué hacer.
—Para prepararlo todo. Tengo que hacer mil cosas antes de irnos. Tengo que preparar la maleta, contárselo a mis padres y a mis hermanos. Dios, les voy a echar muchísimo de menos. Aunque volveremos, claro. De vez en cuando. Tengo que despedirme de Puck y—
—No puedes venir conmigo, Sam. ¿Te has vuelto loco? —La chica no podía creerse lo que estaba escuchando.
—Loco por ti. Estoy loco por ti, y te seguiría hasta el fin del mundo —sonrió, creyendo estar a punto de alcanzar su sueño—. Solo dime que me quieres. Dime que me amas y me marcharé de California. A la mierda el mar. Hay piscinas en Lima, ¿verdad? Y si no las hay no importa, solo quiero estar contigo —Las palabras salían atropelladas de su boca, sin poder detenerlas—. Mercedes, dime que me quieres —le pidió, esperando una respuesta que no llegaría—. ¿Mercedes?
Sam sintió que todo el mundo se le venía abajo en tan solo segundos. Ella se estaba volviendo a ir de su vida.
—Mírame —le pidió, levantando su rostro para buscar sus ojos—. Por favor, dime que me quieres.
—No —fue su respuesta final. Aquella que terminaría de romper el corazón del chico en mil pedazos.
—¿No? —Sam la miró, esperanzado, rogando porque aquella no fuese una respuesta verdadera.
—No —respondió ella de nuevo, agachando la cabeza. No quería romperle el corazón, pero lo estaba haciendo y aquello la estaba matando por dentro.
—Mientes... —le reprochó, negando con la cabeza—. Estás mintiendo.
—No lo hago, Sam.
—Mírame a los ojos y dime que no me quieres —le pidió otra vez, levantando su rostro de nuevo y haciendo que le mirase a aquellos ojos verdes que habían empezado a aguarse.
Y ella lo hizo.
—¡Mientes! ¿Por qué quieres hacerme daño? Yo lo dejaría todo por ti. ¡Todo! —Le reprochó, dejándola libre y separándose de ella.
—No te quiero —repitió Mercedes, sintiendo cómo su propio corazón también se rompía por dentro.
—¡Deja de decirlo! ¡Para! No lo repitas.
—Yo... No siento lo mismo, Sam.
—No por favor, deja de decirlo —Dolía demasiado. Oh Dios, el chico sentía cómo si le hubiesen abierto el corazón en dos. Él se lo había dado sin reservas y ella se lo había devuelto completamente roto.
—Lo siento, yo...
—Te deseo lo mejor, Mercedes Jones —dijo, dejando un beso en su pelo, el último que ella no podría prohibirle —. Lo mejor.
—Lo siento —repetía ella entre lágrimas, sintiendo cómo él dejaba de acariciar su pelo y se alejaba de su lado—. Lo siento mucho.
Continuará
Y bien, ¿qué os ha parecido? Hacédmelo saber en un review ^.^ Recordad que acepto todo tipo de frutas y verduras excepto los kiwis xDD Hasta la semana que viene. Un besito a todos.
Syl
