Preámbulo a las instrucciones para cargar el smartphone

Piensa en esto: cuando te regalan un smartphone, te regalan un diminuta prisión dorada, un grillete enjoyado, una jaula de humo.

No te dan solamente el teléfono celular, que los cumplas muy felices y esperamos que te dure porque cómo nos costó comprarlo, es de buena marca, con carcasa de Kevlar y pantalla de zafiro; no te regalan esa endeble calculadora que llevarás en el bolsillo pero cargarás en tu subconsciente. Te regalan -no lo saben, lo terrible es que no lo saben- un nuevo pedazo etéreo y lábil de ti mismo, algo que es tuyo pero no es tu cuerpo, que no puedes ni atar siquiera a tu cuerpo, y aún así lleva la mitad de tu vida dentro, flotando como una boya perpetua, oscilando entre el bolsillo, la mesa y tu mano. Te regalan la necesidad cargarlo todo el tiempo, cargarlo para que siga siendo un smartphone; la obsesión de estar conectado, de atender al marasmo inefable de sus pitidos, al difuso concepto de gente que sentimos del otro lado y queremos pensar que existe. Te regalan el miedo de perderlo, de que te lo roben, de que se caiga al suelo y se rompa o se moje. Te regalan su marca y la seguridad de que es una marca mejor que las otras, te regalan el acto reflejo de comparar tu celular con los demás celulares.

No te regalan un smartphone, tú eres el regalado, a ti te ofrecen para el cumpleaños del smartphone.