Sus ojos vuelven a mirarme. Yo no volteó a verle, pero sé que lo hace por la pausa que hacen sus pasos. Un, dos, tres segundos y retoma su andar. La madera cruje bajo sus pies. El silencio es tal que incluso logro escuchar el roce de sus dedos sobre la cubierta de un libro.
La primera vez que sucedió, apenas noté su presencia, demasiado concentrada en apuntes y deberes. Cuando finalmente levanté la mirada y vi su figura alta y oscura aparecer tras una estantería de libros, casi me sobresalté. Tal vez, si la guerra no hubiera acabado por completo con mi capacidad para sorprenderme, lo hubiera hecho.
Me miró fijo, su rostro inexpresivo y muy pálido. Fue la primera vez en muchísimo tiempo que lo veía a la cara, y se sintió como si fuese la primera. ¿Siempre había tenido los ojos de ese color?
No sé si habrán sido minutos o segundos, pero el momento pasó rápido. Su rostro se tensó de pronto y apartó la mirada bruscamente, encaminando sus pasos a la salida de la biblioteca. No fue hasta que se perdió de vista que mi pluma retomó su propio camino hasta el pergamino amarillento sobre la mesa, decidida a no perder tiempo analizando cosas que no podría comprender.
No volví a pensar en el asunto hasta que horas después su rostro reapareció en mis sueños, con dos cuencas oscuras en vez de ojos. Estábamos muy cerca el uno del otro, encerrados en un espacio asfixiante, él abría la boca y una serpiente negra y brillante salía de entre sus labios.
Desperté jadeando y cubierta de sudor frío, no logré conciliar un sueño tranquilo hasta el amanecer.
Ahora, semanas lejos de esa noche, su presencia se ha vuelto una constante. Empezó con apariciones aleatorias, una o dos veces cada semana, llegando siempre después de mi. Luego aumentó la frecuencia, hasta que sus visitas se volvieron diarias, igual que las mías.
Los últimos cinco días, soy yo la que lo ha encontrado al llegar. He llegado a dudar de que haya dejado la biblioteca en absoluto.
Podría dormir entre los estantes, o en las sombras, apoyando la cabeza sobre una torre de libros polvorientos.
Sacudo la cabeza intentando alejar esos pensamientos. Tengo que concentrarme en lo que debo hacer.
¿Y qué debes hacer, Hermione?
Nada, realmente. Es difícil poder negarlo. Cumpliendo con mi papel usual, ya he terminado con todas las tareas asignadas, y sin Harry ni Ron en el castillo, mi tiempo libre sólo se consume en largas horas de lectura, visitas a la cabaña de Hagrid o caminatas sin dirección por el castillo y sus alrededores. Cualquier cosa para evitar pensar.
Para no recordar.
Ha funcionado bien, hasta ahora.
Él, con su cabello platinado y sus constantes y lentas caminatas a mi alrededor
(Siempre a mi alrededor), han logrado distraerme al punto de no poder avanzar ni una sola línea en mi lectura del día.
¿Qué es lo que quiere?
No, no quiero saberlo.
¿Por qué me observa? Siempre desde lejos. Siempre sin intentar acercarse.
Nada de lo que él haga es de importancia para mi. No desde que terminó la guerra.
¿Por qué volvió?, ¿Cómo puede siquiera estar en el mismo lugar que yo sin sentir vergüenza?
Mis manos se cierran sin que lo note, las páginas del libro que sostenía juntándose en un sonido fuerte y seco. Cierro los ojos y respiro profundo. Será mejor que me vaya.
Con rapidez recojo pergaminos, tinta y pluma. Tomo un montón de libros entre mis brazos y camino hacia las estanterías para devolverlos a su lugar, aliviada de poder alejarme del sonido de sus pasos.
Afuera comienza a oscurecer. Siempre dejo la biblioteca antes de que anochezca. No me gusta caminar por el castillo en la oscuridad.
No desde la guerra.
Súbitamente ansiosa, me apresuro hacia la salida.
Mientras me alejo por el pasillo, estoy casi segura de verlo, sus ojos grises siguiendo cada uno de mis pasos.
