Cuando los ángeles lloran
Por Nochedeinvierno13
Disclaimer: Todo el universo de Canción de Hielo y Fuego es propiedad de George R. R Martin.
Este fic participa del Reto #55: "El primer amor" del Foro "Alas negras, Palabras negras".
I
Promesa con fecha de caducidad
El atardecer huele a los pétalos de las prímulas que se desprenden ante la sutil caricia del viento. Las copas de los árboles se mecen lentamente, de un lado al otro, mientras los dedos de Naerys se deslizan suavemente por las cuerdas del arpa. Del instrumento emana un sonido tan puro y tan perfecto que cautiva la atención de quien se encuentre en los alrededores. Las doncellas hacen a un lado las tareas domésticas para detenerse a escuchar, y hasta las aves acompañan la melodía con un ligero silbido. Las tardes de otoño le permiten salir a recibir la caricia del sol y dejarse perder entre la nostalgia que siempre la embarga cuando rasga las cuerdas.
«Nostalgia y añoranza —Recuerda que cuando era pequeña, y su confianza en sí misma alcanzaba las estrellas, soñaba con viajar por los Siete Reinos para llenar cada rincón con la melodía de su arpa y recitar poemas. Pero la realidad se presentó frente a sus ojos y disipó cada uno de sus sueños. Las niñas de salud delicada deben permanecer en los castillos, donde se encuentran protegidas—. No puedo viajar y tampoco puedo convertirme en septa.»
El arpa sirve como consuelo para sus anhelos frustrados; el arpa es su confidente silencioso que le guarda cada uno de sus secretos. A veces, a Naerys le gusta fantasear con las posibilidades de un futuro que no se encuentra a su alcance. Si otra niña hubiera nacido del vientre de su madre, ella no estaría condenada a contraer matrimonio con su hermano mayor para proveer de un heredero que continúe con la dinastía Targaryen.
«Fuego y sangre —la voz de su padre le tintinea en los oídos—. Por nuestras venas corre la sangre de la Antigua Valyria. Aegon el Conquistador tuvo la ambición de conquistar el continente y, nosotros como sus descendientes, debemos continuar con su legado. Te unirás en matrimonio con tu hermano Aegon el año entrante —Naerys le suplicó una y otra vez, con los ojos inundados de lágrimas, para que el enlace no tenga lugar. Se dejó caer de rodillas ante él y volvió a suplicar, pero ni siquiera sus ruegos sirvieron para ablandar el corazón del su padre—. Eres mi única hija y cumplirás tu deber como tal.»
—Hubiera preferido nacer en el seno de una familia campesina y vivir de forma humilde —susurra con los labios apretados, es un murmullo apenas audible, casi inexistente. No es la primera vez que Naerys piensa de ese modo. Por alguna extraña razón, se refugia en ese pensamiento cada vez que rememora ese instante—. Una vida sencilla pero alegre.
Antes de que pueda darse cuenta, una lágrima solitaria rueda por su mejilla y muere en sus labios.
—¿Por qué está llorando, mi princesa? —es la voz de Aemon. Solamente Aemon es capaz de referirse a ella con ese apelativo tan cariñoso y tan íntimo al mismo tiempo. Sus mejillas se tiñen de rosado siempre que le habla de esa forma. Él le acaricia el rostro con una ternura infinita, como si su piel se pudiera derretir bajo el contacto de sus dedos—. Eres muy hermosa como para llorar.
—Lo dices solamente porque eres mi hermano.
—El ser familia no es un impedimento para apreciar la realidad. Eres hermosa a tu manera. Con tu sencillez, con tu naturalidad, con esa sonrisa que encandila el alma —Naerys sabe que lo dice para animarlo y para también animarse a sí mismo. Ella no es la única que llora en soledad por el compromiso. Su hermano Aemon también llora por el casamiento, aunque jamás lo haga frente a ella—. No te preguntaré por qué lloras porque lo intuyo.
—No quiero casarme con Aegon. No lo quiero —sus palabras son una confesión camuflada. El jardín de la Fortaleza Roja tiene demasiados ojos y demasiados oídos como para decirlo con voz cantante, pero el sentimiento está allí. El sentimiento vibra en ese mar de angustia y frustración. Aemon lo sabe. Siempre lo supo—. Me hará daño. Aegon siempre lástima todo lo que tiene a su alcance.
La prueba más factible de ello es Megette. Aegon consiguió a la muchacha por siete dragones de oro y las amenazas de Ser Joffrey Staunton de la Guardia Real, cuando su caballo perdió las herraduras de una de sus patas y se vio forzado a ir con el herrero local. El hombre no tuvo otra alternativa que entregar a su esposa al joven y terco príncipe. Ella le dio cuatro saludables y hermosas niñas, que fueron entregadas a la fe cuando Viserys se cansó de mirar hacia el costado y puso fin al capricho de su primogénito. Megette fue regresada a su esposo, el herrero, quien acabó con su vida a golpes de puños.
No quiere terminar como Megette. No quiere compartir el lecho con Aegon y tampoco llevar en el vientre un niño producto de su semilla. Lo único que quiere es perderse entre los brazos de Aemon; contar estrellas hasta quedarse dormidos, encontrarle formas a las nubes, que él la escuche leer pasajes de La estrella de siete puntas, cabalgar abrazados hasta el atardecer y perderse en un infinito lejos de la tempestad de sus vidas.
—No te casarás con él —Aemon se lo promete con solemnidad. En sus pupilas aparece la sinceridad, y Naerys sabe que su hermano cumple cada una de sus promesas. No recuerda ninguna ocasión donde haya prometido algo que no pudo cumplir—. Te llevaré a las Ciudades Libres si es necesario, lejos de su alcance, pero no te casarás con Aegon.
Esa es la primera promesa que Aemon el Caballero Dragón no puede cumplir.
