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Capitulo uno: Que yo no eh sido.
– ¡Ay ya Renee, ni siquiera fue un incidente tan escandaloso! De verdad necesitas parar tu drama. – Afirmo una joven de cabello corto y negro con aspecto rebelde y desenfadado ondulando hasta su nuca y quijada, bellas facciones tan finas que le daban un aire de belleza clásica y etérea a pesar de su preferencia en el corte algo masculino. Y ojos entre grises y verdes, únicos, mirando su perfecta manicura color borgoña como si fuese lo más interesante del mundo, sentada desde el sofá en la casa de su madre, sitio donde no solía pasar mucho de su preciado tiempo pues desde hacía casi 5 años no se sentía ni medianamente bienvenida en aquel lugar.
– ¿¡Que…QUE NO!? La mitad de los bomberos acudieron a ayudar, y no estoy hablando de los bomberos de una sola estación ¡SI NO DE LA CIUDAD! Le prendiste fuego al estudio de ballet más antiguo de Phoenix… Antes te gustaba tanto ¿Pero en qué demonios te convertiste? – Chillo Renee, su madre, apunto de entrar en una crisis neurótica, su dulce y hermosa niña "Bells" se había convertido en una bestia sin que hubiese hecho algo para evitarlo. Isabella por su parte se tomó dos segundos para observar a su progenitora con atención.
Renee Lilith Dwyer Ataej siempre había sido notoriamente bonita, con esa apariencia de 23 a 25 años a pesar del paso del tiempo, con ojos de un único ámbar verdoso y ese cabello entre rubio oscuro y castaño claro por debajo de los hombros medianamente ondulado. Sus cejas siempre perfectas y pobladas delataban su estado de ánimo. Mientras que sus mejillas rozadas por la delicadeza de su piel blanca no le hacían lucir ni de cerca amenazante. Ella cada vez era más altanera, engreída, grosera, critica y muchísimo más manipuladora pues algo debió de haber aprendido de toda esa bola de idiotas a los que ella llamaba sus ex´s.
– ¿De verdad? Y me adjudicas ese honor ¿Por qué? La policía ha dejado más que en claro, por mucho que intentaras lo contrario al coquetearles, que ha sido un maldito accidente inevitable, Renee. Aunque no lo creas ¡A veces pasan! – Chillo la menor de regreso, defendiéndose a capa y espada tan solo para no perder la costumbre. Ella siempre seria la culpable en opinión de Renee. Siempre que su madre y ella "hablaban" la mayor terminaba odiándola aún más y ella estúpidamente desesperanzada y furiosa.
Lilith apretó los puños, sintiendo como le picaban las manos en un deseo casi indecoroso por pegarle a Isabella, ella ya no se encontraba al borde de la histeria se había aferrado con brazos y piernas.
– ¡AH! Un accidente repleto de fuego mágico, ¡SEGURO! ¿Crees que soy idiota, que no reconozco tu magia? Niña imprudente. – Gruño aún más furiosa de lo que Bella recordó haberle visto alguna vez, pero no por ello daría su brazo a torcer.
– ¿Y? ¿Acaso soy la única con magia en Phoenix? – Inquirió intentando no reírse, casi lográndolo. A pesar de su casi nulo sentido de preservación sabía que reírse no era lo indicado en ese momento aunque una sonrisa sarcástica se instaló en su rostro.
– Oh, la desgracia se apoderaría de la ciudad si fuese así, niña. ¿¡Me crees incapaz de reconocer tu maldito fuego!? Eres la única puñetera bruja que puede darle matices violetas a la magia. Es TU MALDITO COLOR. – Exclamo con aspavientos para darle énfasis.
– Eso no es verdad. ¡Tú niñita perfecta también puede lograrlo! ¿Se te olvida acaso que si alguien se acerca, ligeramente, a mi nivel de magia, es ella? – Regreso alzando tan solo un poco la voz, cansándose de la cantaleta de su madre.
– ¡OH NO! No meterás a Nessie en tu mierda, Isabella, ¿o se te ha olvidado a ti que cuando tu hermana intenta hacer lo que tú puedes su núcleo enérgico se acaba? Maldigo el día, mocosa insufrible, en el que Hécate fue tan generosa contigo. Ojala existiese la forma de atar tu magia pues de ser posible haría lo necesario para que nunca volvieses a usarla. Así ya no serias un completo desastre ni nos arrastrarías a Ness y a MÍ a tu asquerosa mierda. – Gruño tan furica que su cabello rubio oscuro se tornó café chocolate, como el chocolate amargo, casi negro.
– BIEN, por fin dices algo real. Hubiese preferido que ella naciera antes ¿No? Así la futura líder seria alguien a quien puedes lavarle el cerebro, ella, y no estarías obligada a obedecerle, contrario a mi caso o al de la abuela. Lástima nenita, me alegra tanto saber que ya no puedes tener un primogénito con el estúpido de Phil regalando dones a bastarditos con la idea de quitarme el derecho y la obligación que me corresponde de nacimiento. Intento de bruja. – Insulto mostrando todo el rencor que guardaba hacia Renee, furiosa ante uno de los peores recuerdos de su vida.
Lo cierto era que Renee, en algún punto si intento amarrar su magia, robarla incluso, impidiendo su desarrollo común, hasta los 14 y ahora Isabella tenía que recuperar tres años de pubertad.
Renee Dwyer no supo en que momento pero ya se había puesto en pie, con sus ojos verdes brillando en fría indiferencia y con un par de cabellos erizados cual gato apunto de atacar. Cualquier extraño juraría que sus pupilas se habían rasgado un poco, acentuando esa actitud felina que todo el aquelarre podía mostrar.
– Listo, me has cansado. Por fin lo lograste Isabella. TU YA NO eres bienvenida en mi casa, niña malagradecida. – Gruño pero la sonrisa sarcástica de la adolecente que en ese momento se cruzaba de brazos, altanera, la saco de quicio, aún más si era posible. – IRAS A VIVIR CON TU PADRE, una temporada muy larga. Yo no voy a seguir aguantando tu mierda. Él sabrá disciplinarte como corresponde, siempre ha tenido el don de corregir todo lo que considera incorrecto y TÚ eres lo más incorrecto que tenemos en nuestras vidas. – Grito decidida, consiguiendo que la joven de 17 años retomara el control sobre sí misma y su lengua, limitándose a apretar los dientes y tensar la mandíbula.
Eso sí que le había dolido.
– Tengo 3 años, Reina ¡TRES! Que no he pisado ni la misma cuadra de ese lugar, Renee. No fui yo. – Confeso completamente sincera, aguantando el nudo en la garganta o la irritación de sus ojos y apretando los dientes para no estallar.
Phoenix era su hogar, era lo que más quería en el mundo, además de su hermana, abuela y primas.
– Llamare a tu padre ahora, rogando que le intereses aunque sea un poco para que no te deje botada en cualquier calle. De ser el, yo lo haría. – Le ignoro completamente, marcando el número de su ex marido con un extraño placer apoderándose de su pecho al notar la preocupación en la adolescente. Por primera vez en años tenía el control sobre Isabella. – Charlie. – Saludo tras el tercer tono y que el estúpido de su ex contestara la llamada con voz dura.
Como si ella le llamara por gusto cuando ni siquiera habían podido vivir en el mismo estado del país tras separarse…
– Mami. – Llamo alguien de voz tenue, entrando a la sala con paso tímido. Se trataba de una hermosa pero algo estirada joven de ojos entre azules y verdes, con largo cabello lacio de un tono castaño sujeto en una media coleta. Ella tenía una apariencia frágil y era fácil creer que se rompería con cualquier cosa pero no por ello sus facciones eran tan delicadas como las de la otra joven en la habitación. Por el contrario, ella tenía una mandíbula un poco más ancha y cuadrada, con pómulos altos y nariz menos respingona. Su piel sin embargo era igual de nívea y de apariencia suave pero que en ese momento se encontraba más blanca de lo normal.
Ella estaba pálida y su madre creyó rápidamente que era el dolor que aquel desastre, mismo que Isabella le había causado. Nessie, su nena, adoraba por completo aquel viejo estudio de ballet.
– Renee, Renee ¿Qué ha pasado? – Preguntaron por el teléfono. Una voz varonil pero notablemente cansada. Era Charlie Swan, quien siempre que cruzaba palabra con su ex mujer sabía de antemano que era para pelear.
– Dame un maldito segundo, Charlie. – Comento la mujer tapando la bocina del celular justo después de haber sido grosera, como si no hubiese sido ella quien había comenzado la llamada. – Ness, cielo ¿Que tienes? – Pregunto muchísimo más sutil, tan suave que Isabella no tuvo más opción que recordar cuando fue la última vez que su madre le hablo en ese tono tan cariñoso y comprensivo a ella. ¿11 años? ¿12 años?
– He sido yo, mami. El fuego en ese lugar era mío. Yo… lo siento tanto. No pude controlarme, me salí de control. Yo no pude… – Susurro rota. Esa mañana al llegar al estudio comprendió después de años por qué su hermana abandono su lugar favorito y en el proceso una de las cosas que más amaba hacer.
– ¡JA! – Sonrió Isabella, victoriosa.
– Pero…pero tu… tu poder no… – Susurro la madre de las mellizas Ataej más pálida de lo saludable, comprendiendo cuanto la había liado en los minutos anteriores.
– Estaba TAN furiosa. Yo… quería consumir todo a mí alrededor. Perdí el control, no podía… no podía pensar en nada mamá. Bella no tuvo nada que ver… tan solo mis emociones me sobrepasaron. – Confeso agachando la cabeza y en cuestión de segundos Isabella había arrebatado el celular a su madre, la ojiambar supuso que para colgar pero en lugar de eso se pegó el teléfono a la oreja.
– Hola princesa. – Escucho Renee con su fino oído y ella aun pálida por fin asimilo lo que tenía que hacer, su recuento de daños había terminado y ahora solo tenía que comenzar a arreglarlos.
– Bella yo… – Trato de disculparse.
– No me interesa Renee, nada que salga de tu boca me interesa. No solo eres una pésima madre, de esas que Walt Disney usaría en sus películas, sino que eres una pésima bruja. No tienes nada dentro de ti que me gustaría aprender y no planeo tolerar más el desastre que haces con mi familia. – Escupió la ojiverde en aparente calma, en completo control sobre ella y su lengua viperina y por otra parte la rubia ceniza le observo fijamente dos segundos haciendo notar como las lágrimas se acumulaban en los ojos ámbar.
– Bella, cariño, lo siento tanto. Yo. – Intento de vuelta solo consiguiendo que su hija mayor le interrumpiera.
– No deseo escucharte más Renee, no me interesa nada, ni mínimamente, lo que tengas que decir. Y yo soy Isabella para ti. – Cortó, honesta. – Papá, planeo ir a vivir contigo una temporada ¿Te agrada la idea? ¿Te sentirías cómodo conmigo allí? – Se dirigió a su padre lo más cordial que aquella situación le permitía. Ella adoraba a Charlie y si a cambio de verlo un poco más se alejaba de la psicótica de su madre, era como ganar la lotería todos los días por un mes, aunque claro, estaría dejando detrás muchas cosas.
Pero la realidad era que estaba hasta la coronilla de su madre y sus malos tratos, siempre llevándole la contra como si ella fuese la adulta en la relación.
– Por supuesto, cielo. Siempre serás bienvenida en Forks, esta es tu casa… aunque no estoy seguro de que tu habitación siga siendo de tu agrado. – Sonrió del otro lado de la línea y Bella sintió como el alma le venía al cuerpo. Alguien tan diferente a Renee, sencillo, carismático, divertido pero no invasivo, le vendría tan bien…
– NO PUEDES. La abuela Marie no lo permitiría, eres su "bebe" ¿lo olvidas? – Replico la ojiambar arrepentida, siendo consiente, por su horrible relación, que el único motivo por el cual su hija mayor se marcharía de Phoenix adorando tanto el sol el calor y la luz seria alejarse de ella.
La diecisiete añera adoraba además a sus primas, a su melliza y a su abuela. De no ser por su desastrosa relación ni siquiera lo hubiese planteado.
– Déjame a mí decidir eso. – Sonrió la abuela Marie desde el pie de la escalera.
¿Ella había estado en la casa desde el principio? Carajo ¿Lo había escuchado todo? Renee tardo dos segundos en empalidecer.
– Ma…mamá. – Tartamudeo la semi rubia cual adolescente encontrada en una situación comprometedora.
– Agradezco la paciencia, Gran matriarca, al decidir intervenir hasta ahora. – Saludo Isabella con una leve reverencia mientras Ness hacia lo mismo, la primera sabiendo de antemano que la abuela les había estado esperando arriba desde antes de que la batalla de la sala comenzara.
– Cuelga el teléfono, querida, tendrás tiempo de avisar al padre de mis nietas, el día de tu arribo, si ese es realmente tu deseo. – Sentencio en todo su precioso esplendor pues a pesar de ser ya toda una anciana lucia tremendamente joven, 30-35 años, con unos brillantes ojos azules, manteniendo solamente el cabello blanco platinado, gracias a su cabellera llena de canas. Por otra parte la ojiverde no lo dudó ni un instante.
Renee se abstuvo de replicar esta vez, ahora que sabía que Marie estaba allí. El destino mágico de su hija mayor era ser la sucesora de su madre, tomando el puesto de matriarca en un futuro no tan lejano por lo que resultaba obvio que ambas sabían entenderse a la perfección.
Y eso no era lo peor, sino que "la abuela Marie" era la única persona a la que Bella parecía escuchar sin dudar ni un instante.
– ¿Significa eso que puedo marcharme a vivir con mi padre una temporada? – Deseo confirmar y la anciana reflejando su edad tan solo en su blanco cabello y en la sabiduría de sus ojos azul turquesa, le sonrió con dulzura a su nieta.
– Le encuentro menos inconvenientes en comparación a que permanezcas en esta casa, Bella. – Asintió convencida.
– ¿¡QUE!? NO mamá, Bella aun es menor de edad y no viajara sola y sin mi permiso como tutor legal. No puedes hacer nada para obligarme a firmar. – Respondió Renee rápidamente poco dispuesta a dejar que Isabella se marchara de esa casa. Ya pasaba el suficiente tiempo fuera de ella, día a día. En un principio la idea de llamar a Charlie era que su hija confesara, no que realmente se fuera.
Había supuesto, mal para rematar, que ella no querría irse lejos de sus amigas.
Maldición. Todo el día había sido un completo desastre. ¡Y eso que apenas eran las 5!
– No puedes obligarle a permanecer en un lugar en el que no quiere estar, menos si es solo para cumplir tu capricho de poderío inexistente sobre ella, Renee. – Susurro la matriarca con voz tan suave que de forma ilógica le hacía ver imponente.
La gran matriarca tenía noción de una sola cosa en aquel instante: Si el destino de su nieta era realmente el ser su sucesora convocaría el "Ceart diadhaidh air an t-saoghal fhosgailte" o derecho divino de mundo abierto, que no solo lograría marcarla como matriarca actual antes de ser "gran matriarca", sino que mágicamente hablando se emanciparía de su madre sin tener la obligación de obedecer, ni mágica ni moralmente.
Este era un derecho, una habilidad, que solo la destinada conocería y desarrollaría sin la necesidad de que alguien se lo hubiese enseñado. La magia en Isabella debería ser lo suficiente fuerte como para marcarle el camino además de lo emocional en su núcleo que conseguiría llevarla a buen término marcaria a su tribu en un ritual que nadie fuera de la familia real conocería o parecía recordar. Ella apenas y se daría cuenta, por el mínimo esfuerzo que debería provocarle con sus niveles mágicos actuales.
– NO Madre, ella se quedara aquí por el simple hecho de ser una inmadura menor de edad que se empeña en complicarnos la vida con sus caprichos. – Sentencio Renee Lilith sin pensar ni por un segundo en sus palabras para lo que su hija menor le observo profundamente, tratando de conectar sus pensamientos con los ojos ámbar.
De nada sirvió pues su madre no parecía entender que obligar a Bella a hacer cualquier cosa lejos de su propia voluntad siempre traía cosas impresionantes, mágicas y significativas que solían marcar un antes y un después en la vida de todos sus allegados.
– Perfecto. De ser así… – Sonrió Isabella de repente, relativamente dispuesta a participar de vuelta en aquella discusión, con esa mezcla de sonrisa y mueca que la hacía lucir engreída e imponente, era un gesto que le caracterizaba cuando se encontraba frente a un adversario. Ness trago pesado al verle mientras que Renee a diferencia de la abuela Marie y la pequeña melliza de Bells, no reconoció aquel gesto como victoria sino más bien como una derrota cantada.
En opinión de Renee, Isabella no lograría hacer nada para escaparse de aquella realidad.
– Ahora, llamaras a tu padre y… – Comenzó siendo rápidamente interrumpida por el escudo de Isabella, o su ya desarrollada telequinesia, o ambas…mismas habilidades que alejaron a Renee de ella, igual que a los muebles y a la gran matriarca quien se había sorprendido por el notable estallido de magia. Nessie, en cambio, había estado a una distancia más prudente desde el principio.
– Tierra mi cuerpo. – Ordeno, notando enseguida como su núcleo mágico vibraba con fuerza antes de que su magia corriera hacia sus pies, rozando el suelo, con un peso tan llamativo que creyó que la tierra le llamaba, en el sentido natural de la frase. – Agua mi sangre. – Sonrió la pelinegra, enajenada, cortando su palma con una de sus uñas y dejando que las pequeñas gotas de sangre cayeran al suelo justo frente a ella, tan solo a un paso. Mismo que procedió a dar, cubriendo la mancha con la planta de sus pies. – Aire a mi aliento. – Elevo los brazos, notando como la herida antes hecha ya había cerrado y provocando con sus aspavientos controlados que todas las puertas y ventanas se abrieran como si un huracán atacara la casa.
Para ese punto del ritual un circulo de 1 ½ metro de diámetro se había extendido en un rojo escarlata se había dibujado a la perfección en el suelo, alrededor de Isabella, comenzando a cerrarse a cada segundo que pasaba como si estuviese creando un laberinto. Lento pero con notoria gracia, hasta llegar a los pies de la joven de ojos verdes grisáceos.
Las tres brujas presentes reconocieron en ese momento el símbolo de la Diosa Hécate, rodeando a la joven, despidiendo un leve brillo que estaban seguras no las dejaría acercarse. Bella, seria y pausada, casi en un trance, coloco su mano izquierda, lugar donde el brazalete mágico de la tribu descansaba dibujado en su piel.
Ella observo detenidamente el hermoso dibujo que comenzaba una cuarta arriba de la muñeca. Una línea de un cm rodeaba su brazo allí, y otra un dedo arriba de la muñeca, mientras que en ese espacio un grupo de flores, un tulipán, algunos nardos, hojas de lo que parecía laurel y un vástago en crecimiento aprovechaban el espacio vacío. Mientras que debajo de la línea más cerca en su muñeca un desvanecido de negro a piel abarcaba unos 3 cm de su piel. Terminando con lo que bien podría ser "el detalle gargantilla" del tatuaje. Era la marca que había adornado su piel desde los 9 años, y joder que la extrañaría mucho.
Pero había llegado la hora de despedirse de ella. De la marca de Marie en su cuerpo.
– Y fuego mi espíritu. – Apretó el puño sintiendo por un segundo como si el azúcar le hubiese bajado. Sentimiento que no supo, su abuela compartió con ella. Bella estiro la mano izquierda hacia enfrente notando que gotas de tinta caían al piso, llevándose consigo la marca. Y de reojo noto como su abuela hacia lo mismo, solo que su propia marca no desaparecía al caer la tinta.
En el lugar donde ambas tintas habían caído un cofrecito de tono caoba comenzó a materializarse y ambas supieron que era. Bella oficialmente no podía tener la marca de alguien más sobre ella y Marie no aceptaría perder la suya.
Isabella soporto el dolor en silencio mientras su hermana y su madre tuvieron que sentarse, dolía como el infierno. La gran matriarca sin embargo, soporto en completo silencio.
– Yo, Isabella Hahahel Swan Ataej reclamo mi derecho divino de mundo abierto en petición y respuesta a prepararme para aceptar mi futuro. Como adulta responsable y matriarca prometida. – Sello al final en un fluido gaélico escoses observando como el símbolo en el suelo hecho con su sangre se volvía tan negro y brillante que parecían llamas, subiendo por ella poco a poco hasta llegar a su pecho, insertándose con suavidad junto al esternón consiguiendo un grito ahogado que pareció resonar a lo largo de la sala.
Pero no había terminado a pesar de que había dolido a una intensidad que jamás había sentido, con una patada al piso, el símbolo negro brillante creció en llamas rojas antes de extinguirse por completo, dejando una marca permanente no solo en la alfombra sino en el piso también.
Todo volvió a la aparente calma de antes y fue entonces que ambas, la gran matriarca y la matriarca actual recibieron el regalo de la otra, el pequeño cofre a un mazo de distancia, respectivamente, que se había formado con magia.
Dentro de este había dos preciosas gargantillas para cada una con especificaciones tan únicas y perfectas que solo la magistral magia sería capaz de haberlas presentado ante ellas tan perfectas.
– Iré a vivir con mi padre una temporada. – Afirmo Isabella confiando en que Renee ya no podría decir nada, la magia sobre su nueva marca no se lo permitiría porque ese era su deseo.
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