El reloj marcaba las diez de la noche. En la pequeña habitación donde sólo había una mesa y varias sillas, con una bombilla que alumbraba el sitio, un hombre esperaba impaciente. Sus dedos jugaban nerviosamente en la madera del inmueble. Cerca de él, otro personaje se paseaba intranquilo, esperando.

-¿Podrías sentarte? Me impacientas –le dijo por fin.

-Es tarde, ya debería de estar aquí –fue su respuesta, deteniéndose en el acto.

-¡Eso ya lo sé! –gritó molesto.

El hombre sentado debía de tener entre 30 y cuarenta años de edad, su cabello era negro azabache y sus ojos cafés, su traje lucía impecable. En contraste con él, el otro era un joven de no más de 20 años y su apariencia era descuidada, tenía cierto parecido con él. De pronto, la puerta se abrió, penetrando un joven de 24 o 25, usaba un saco negro y pantalón del mismo color, su cabello azabache estaba algo desordenado, contrastando con sus ojos azules. Tranquilamente le miró y sonrió.

-¿Por qué tardaste tanto? –preguntó molesto el primer sujeto.

-Tenía que encargarme de unos asuntos –respondió tranquilamente, sentándose y colocando los pies encima de la mesa.

El recién llegado sacó una cajetilla de cigarrillos y le ofreció a su interlocutor, quien rechazó la oferta. Tranquilamente lo prendió y exhaló el humo.

-¿Dónde estabas? –le interrogó el joven, aún parado.

-Eso no te incumbe –fue su contestación, viéndolo de soslayo.

El aludido pareció molestarse y dirigió su mano derecha a su cinto, sin embargo se detuvo al ver cómo el otro hacía lo mismo. Todo pasó frente a los ojos del otro sujeto, quien ni se inmutó. Consultó su reloj y descubrió que ya tenía media hora de retraso, así que maldijo por lo bajo.

-Jefe, no debería de molestarse. En cuanto la rata aparezca, me encargaré de ella –dijo el más joven.

-De ninguna manera; necesitamos que nos de la información de la persona. No se atrevan a tocarle –fue su respuesta.

El de ojos azules sonrió, volteando a ver al otro, sonriendo ante él. Esta acción le molestó, ya que desde tiempo atrás entre ellos dos había cierta rivalidad. Nuevamente la puerta se abrió, entrando por ella un hombre gordo de 50 años o más, usaba un traje gris y fumaba un puro, su cabello poseía algunas canas. Detrás de él penetraron cuatro sujetos jóvenes vestidos de negro. Con un movimiento de la mano, el primer hombre le indicó que tomase asiento.

-Cebulski, te estaba esperando –repuso.

-Haagen, tan impaciente como siempre –contesto, sentándose-. Mis muchachos y yo tuvimos un impedimento y recién nos desocupamos.

El hombre llamó a uno de sus subordinados, quien sacó un pañuelo de un bolsillo y lo mostró lleno de sangre. Sin reflejar emoción alguna se lo pasó a su anfitrión, notando que en una de sus esquinas había una inicial bordada.

-B.K. –leyó.

-Ya no debemos de molestarnos por esos mosquitos –confirmó-. Mis muchachos se encargaron de ello.

-No vine a leer pañuelos de señoritas –recalcó-. Hablemos de negocios, ¿ya localizaron al objetivo?

-Ciertamente –respondió, exhalando una bocanada de humo-. Será muy fácil acercarse, ¿tienes mi paga?

Haagen chasqueó los dedos, por lo que el muchacho de ojos azules fue a la parte de atrás, de donde regresó con un maletín, que abrió sobre la mesa, mostrando su contenido a todos.

-500 000 dólares en efectivo –recalcó el hombre.

-Espero que esté completo –murmuró Cebulski, haciendo el ademán de acercarse.

-Lo está –respondió molesto el joven, cerrando el maletín.

-Deberías de cuidar la lengua de tus hombres –masculló molesto.

-Al menos sus manos son más rápidas, es muy bueno con las armas –fue la respuesta de su negociante.

-Entonces te será de ayuda en esta empresa –fue su respuesta-. Digamos que el objetivo es algo… "diferente" a lo esperado.

-Supongo que por su edad la misión será sencilla. Y si tiene el carácter de su padre, el chico nos será de gran ayuda.

El hombre de gris exhaló dos o tres bocanadas de humo y comenzó a reír, molestándole esta actitud al otro sujeto. Los dos jóvenes que estaban con él miraron confundidos. Finalmente el invitado sacó un fólder, que aventó sobre la mesa y se puso de pie.

-Creo que te llevarás una sorpresa –dijo antes de salir-. Estaremos en contacto.

Sólo cuando él y el último de los que le acompañaban atravesaron la puerta, Haagen se atrevió a tomar el fólder, abriéndolo. En la primera hoja había una fotografía de la persona a la que buscaba y no disimuló su enfado al darse cuenta de lo que Cebulski se había burlado. Sus ojos recorrieron las letras, revisando el nombre, memorizándolo de inmediato. Sin más, pasó los documentos al ojiceleste.

-Mickins… –le llamó- Tú te encargarás de esto.

El aludido tomó el archivo, leyendo lo que su jefe ya había hecho y mostró una cara de descontento. Sin más, cerró el fólder y le miró.

-Debe de ser una broma…

-Cebulski no bromea con el trabajo. Ahora entiendo porqué jamás le encontramos. Esto cambia totalmente mis planes –contestó, dándole la espalda-. Quiero que tú y Stidham comiencen desde mañana.

El otro joven se acercó a Mickins, quien le pasó de mala manera los documentos, molestándole con su actitud.

-Puedo encargarme yo solo –recalcó el aludido.

-Dije que lo harán juntos –fue la respuesta-. Y espero que no haya más quejas.

-Sí, jefe –contestaron al unísono.

Sin más qué agregar, el de negro salió del cuarto. Caminó por el pasillo hasta llegar a un cuarto en un extremo y penetró por él. Era pequeño, contando apenas con una cama individual y un pequeño ropero, además de una silla. La cama estaba pegada a la pared, junto a la ventana, desde donde se veía un callejón de mala muerte. El chico cerró las sucias cortinas y se sentó en la cama.

-Maldición… –renegó.

-¿Qué sucede, Mickins? ¿Asustado por el "trabajito"? –le hizo burla Stidham, recargado en la puerta.

-¿Qué haces aquí, imbécil? –respondió molesto, ya que no había advertido cuando llegó.

-Cuida tu lengua, no porque seas el favorito del jefe eres mejor que yo –contraatacó.

-Y tú, no porque él sea tu tío, te sientas tan seguro –fue su respuesta.

El joven sonrió de medio lado, sin agregar nada, ya se las cobraría después, simplemente dio media vuelta y salió tan pronto como llegó. Apenas hizo lo anterior cuando el otro pateó fuertemente la puerta, molesto con la actitud prepotente de su compañero. Notó entonces que estaba perdiendo el control y se revolvió los cabellos, tratando de tranquilizarse. Finalmente se acostó sobre la cama, sin destenderla, el día había sido agotador y mañana sería peor.

o0o

-¡Nos vemos mañana!

-No, tengo que hacer tarea de Sociales, no puedo ir a tu casa.

-Creo que el examen estuvo muy difícil.

-Podemos reunirnos en casa de mi prima.

Estas y otras voces se escuchaban por doquier. Era obvio ello, puesto que los dos jóvenes se encontraban a las afueras de un Colegio. Habían estacionado el carro a media cuadra para no ser tan obvios, y también para tener una buena visión. Stidham estaba en el asiento del conductor, chocado con la situación, mientras que Mickins, en el del copiloto, miraba aburrido el ir y venir de los estudiantes. Las manecillas del reloj marcaban ya las 3:15 p.m.

-¿Cuánto tiempo más estaremos aquí? –preguntó molesto el más joven.

-Hasta que salga… –fue la respuesta del otro.

-Genial… –murmuró con sarcasmo.

De pronto, los ojos celestes vieron salir por la puerta del edificio a la persona que buscaban, con un movimiento de la cabeza le indicó a su acompañante a dónde debía de mirar y, sin decir palabra, salió del automóvil. Stidham encendió el motor, para acercarse hasta la entrada sin pérdida de tiempo en cuanto fuese necesario. Por su parte, Mickins caminó seguro hasta el plantel, acercándose al alumnado.

-Entonces, creo que lo mejor será que convenzamos a la maestra de Arte.

-Sí, opino lo mismo.

-¿Estudiaremos esta tarde?

-No lo creo… tengo algunas cosas qué hacer.

-De acuerdo, entonces, supongo que nos veremos después. Bye.

-Bye.

La despedida fue corta, facilitando el trabajo del chico. Seguramente llegó hasta su lado y. antes de que se retirara, le llamó por su apellido.

-¿Jacklin?

-Sí, ¿qué se le ofrece? –preguntó sin sospechar nada.

-Acompáñeme, por favor –pidió.

-¿Por qué? –inquirió con desconfianza.

-No es seguro aquí… –murmuró.

-¿De qué está hablando? –le miró con extrañeza.

El carro donde había llegado se acercó, quedando a unos pasos, Stidham descendió por él, caminando directo hacia ellos; de pronto, otros autos negros se acercaron y unos hombres se asomaron por la ventana, sacando ametralladoras y comenzando a disparar. Stidham regresó al vehículo y arrancó.

-Maldito… –murmuró Mickins.

El chico aventó a la persona al piso, sacando su arma y comenzando el contraataque. Debido a sus rápidos reflejos pudo herir a uno, aún en movimiento, mas ellos parecieron centrarse en perseguir a su compañero, al menos ese era el plan que idearon entre ambos. Los gritos de las mujeres se escucharon desgarradores, hubo una gran confusión, como pudo tomó a su objetivo y le arrastró consigo hasta un callejón cercano, comenzando a correr.

-¿Qué está ocurriendo? –preguntó con miedo- ¿Quiénes son esos hombres? ¿A dónde vamos? ¿Quién eres tú?

-¡Cállate! –pidió molesto.

Rápidamente dieron la vuelta del otro lado y le obligó a subir por la parte de atrás a una camioneta negra, con los vidrios polarizados. El conductor les miró y, asintiendo la cabeza, arrancó lejos de allí. El chico suspiró cansado.

-¿Qué está pasando? –volvió a interrogar.

-Lamento mucho que todo halla pasado así. Me presento, soy el agente Eagans –se presentó el copiloto, luego señaló al conductor-. Él es el agente Podolski, y creo que ya conoce a nuestro mejor agente, el policía S…

-No son necesarias las presentaciones –replicó al chico-. El plan se arruinó, los demás nos descubrieron y estoy seguro de que alcanzaron a Stidham, deben de haberle matado. Ahora ya no puedo volver a infiltrarme, ¡me llevó tres años ganarme la confianza de Haagen!

Las sirenas de patrulla se escucharon, dando a entender que los oficiales se encargarían del resto. A pesar de la actitud del joven oficial, el detective Eagans sonrió sinceramente a la chica que en ese momento iba con ellos.

-Lo lamento mucho, señorita Jacklin. No estaba en nuestros planes que esto ocurriera así. A decir verdad, estamos tan sorprendidos como usted.

La chica miró a su interlocutor un poco más tranquila desde que se enteró que no estaba con unos desconocidos, sino en compañía de la policía, pudiendo corroborarlo la placa que colgaba de su cuello. En contraste con el arrogante sujeto que le había interceptado, el agente lucía muy amable y tranquilo.

Pronto, el vehículo llegó hasta la jefatura de policía por la parte de atrás. El muchacho le entregó a la joven una capa negra para cubrirla y los cuatro llegaron hasta una oficina, donde ya les esperaba un equipo. Al verla entrar, todos se sorprendieron.

-Ya veo, así que tú eres la chica que nos ha dado tantos problemas –mencionó una joven de cabello castaño recogido en una coleta.

-Nunca nos esperamos que todo terminaría así –dijo un chico con rasgos orientales, quien se encontraba sentado en una silla giratoria.

-Los presentaré. Señorita Jacklin, éste es el equipo del cuerpo de policía que está a cargo de su caso. Nuestra médico forense, la Doctora Boreson. Nuestro psiquiatra, el Doctor Huang. Los agentes de campo son Podolski y Stabler, a quienes ya conoce. Y un servidor, el agente Eagans. Sé que ahora está muy confundida, por favor siéntese.

La chica lo hizo, siendo observada por todos, lo que le incomodó. No era para menos, debía de tener 15 o 16 años, con un buen cuerpo. Su cabello era negro y largo, tenía ojos del color del jade. En ese instante usaba el uniforme del Colegio Privado para Señoritas "Santa Catalina", el cual consistía en una falda tableada corta y saco negro, con calcetas del mismo color. Los botones y el escudo bordado del lado izquierdo eran dorados.

-Desde hace años que hemos estado observando a un grupo de… hombres del mundo bajo –comenzó el agente, tratando de encontrar las palabras adecuadas-. Este grupo formó varios bandos, debido al asesinato de su cabecilla. Se cree que fue cometido por la banda rival. Sin embargo, el motivo de tal crimen fue, en realidad, una conspiración para acabar con "ciertas personas". Señorita Jacklin… lamento informarle… que usted se ha visto involucrada.

-No lo entiendo… –murmuró confundida- ¿Por qué alguien estaría interesado en mí?

-Lamentablemente por su pasado –respondió el psicólogo-. Muchas veces las personas no pueden recordar algunos hechos de su vida ya que su mente, por considerarlos traumantes, como medida defensiva, simplemente los suprime. Eso no quiere decir que sean eliminados, los recuerdos quedan almacenados y guardados en una parte del subconsciente a la cual es difícil acceder…

-Suficiente, Huang… –pidió su superior- Señorita Jacklin, en este momento mis mejores hombres han puesto a salvo a sus familiares. Lamentablemente no podemos hacer lo mismo con usted, ya que su cerebro contiene información de gran valor que no podemos arriesgar a poner en las manos incorrectas.

-No entiendo nada, soy sólo una chica de preparatoria –recalcó, parándose de su asiento.

-Por favor, conserve la calma –pidió la Doctora.

-Escúchame bien –dijo molesto el agente Stabler-. Aunque para ti la misión no sea importante, debes de entender que esto no es un juego ¡La vida de varias personas depende de ti!

-¡Stabler! –le regañó sus superior- Suficiente, no necesitamos de agresiones en este momento. Eres tan impulsivo como tu padre, sino guardarás la clama, retírate.

El chico miró molesto a los demás y simplemente salió dando un portazo. La adolescente dirigió su vista al detective Eagans, quien sonrió y dijo:

-No se preocupe, él es así todo el tiempo.

-¿A qué se refería con ello? –preguntó.

-No quisiera alarmarla, pero lo que dijo es verdad. Quizás usted no lo sepa, pero su madre fue una agente de la CIA –contestó.

-Algo así escuché de pequeña –murmuró.

-Y supongo que nunca le dijeron dónde trabajaba su padre –comentó el Dr. Huang.

-No… sólo sé que tenía un trabajo que le mantenía ocupado todo el tiempo –fue su respuesta.

-Quizás no pueda aceptarlo y, de hecho, nos cuesta trabajo creerlo a nosotros… pero su padre… –comenzó el detective Eagans, deteniéndose, sin saber cómo continuar.

-¿Qué ocurre? –preguntó.

-Su padre pertenecía a la mafia italiana –completó el agente Stabler, penetrando por la puerta.

-Debe de ser una broma –contestó.

-Ojalá así fuera. Puede entender lo peligrosa de esta unión. El que una agente de la CIA y un… integrante de una banda italiana se casaran, nos pone en un gran predicamento. Su vida está siendo amenazada por ambas partes, tanto del mundo bajo como de los Oficiales de nuestro país, que no dudarán en matarla si lo consideran necesario –finalizó el agente Eagans.

-Pero… ¿por qué? –preguntó temerosa, incrédula ante esta situación.

-Porque cuando era pequeña, sus padres debieron de depositar información de vital interés en sus manos –continuó el psicólogo.

-Eso es imposible…

-No lo harían de manera directa. Lo más probable es que por medio de juegos, canciones o cuentos hayan podido guardar datos importantes, esperando que los recordase en el futuro –continuó.

-Eso es imposible, ellos jamás hicieron algo como eso –justificó.

-Sabe karate, esgrima, maneja el arco y la flecha –comenzó la Doctora-. Todo esto fue con el fin de que se pudiese defender.

-No, eran sólo deportes… –murmuró asombrada.

-Habla cinco idiomas: inglés, español, francés, italiano y japonés –prosiguió el psicólogo.

-Era… por las vacaciones… los sitios a los que íbamos… –trató de explicar.

-Sabe conducir motocicleta, automóvil, bote, así como volar avión y helicóptero. Practica alpinismo y conoce de primeros auxilios –finalizó el Superior.

-Eran… actividades extra… –dijo, entendiendo mejor.

-Ellos estaban entrenándola –mencionó el detective Stabler.

-Como podrá notar, no puedo dejarla ir. Si ellos llegasen a tener algún contacto con usted… no sé de lo que serían capaces. Por ello, los detectives Stabler y Podolski estarán a su cargo, al menos hasta que logremos resolver este caso. Confíe en nosotros.

-Exactamente… ¿qué es lo que investigan? –preguntó dudosa.

-Es confidencial, lo siento –finalizó.

-Ya que no puede volver a su casa ni al colegio, deberá de quedarse en un edificio cercano, en donde estará siempre en compañía de alguien del equipo, por favor, no confíe en nadie más, así le muestre una placa –explicó la Doctora.

-Entiendo… –dijo con un hilo de voz.

-Podolski, llévala al inmueble –ordenó el detective-. Los demás pueden retirarse, excepto tú, Stabler.

Los oficiales y Doctores obedecieron. Una vez se quedaron solos, el detective Eagans se pasó los dedos por el cabello y soltó un suspiro. Miró directamente a su subordinado, quien le sostuvo la mirada.

-Stabler… eres uno de mis mejores hombres y de no ser por tu carácter tan impulsivo estoy seguro que ya serías capitán de Policía, a pesar de tu corta edad.

-Gracias, Superior –contestó, de brazos cruzados.

-Sin embargo, te falta algo de "tacto" al momento de tratar a las víctimas. Tu padre fue un gran policía y todos esperan que sigas sus pasos. Por favor, no te olvides de ello.

-Sí, señor.

-Es todo, retírate… y Stabler… esa chica queda especialmente a tu cuidado –finalizó.

El joven policía salió de la habitación, molesto con la misión, ¿desde cuándo su trabajo incluía el ser niñera? No podía cuidar de una niña malcriada sólo porque sus padres fuesen tan peligrosos juntos. Sabía que ambos habían sido asesinados, sin esclarecerse todavía quién fue el responsable: la mafia italiana o el Gobierno norteamericano. Era por ello que desde pequeña había sido mandado lejos, con una mujer que se hizo pasar por su "tía" tantos años.

-¡Elliot! –llamó una voz.

El aludido se dio media vuelta, sólo para toparse con una chica de aproximadamente su edad, que era una compañera de trabajo. Ella era bonita, con un hermoso cabello rubio recogido en media coleta y ojos color chocolate. Despreocupadamente le sonrió y acercó cargando unos papeles.

-¿Qué ocurre, Sarah? –preguntó.

-Dijiste que hoy iríamos a comer juntos –contestó.

-Es cierto, lo olvidé, lo siento –se disculpó.

-¿Un caso difícil? –inquirió.

-Mucho…

-De acuerdo, no te preocupes.

-Nos vemos después.

-Está bien, te espero esta noche en mi casa.

Él sonrió y marchó de allí, en dirección al edificio que compartiría de ahora en adelante con su compañero y esa chica. La oficial de policía le miró hasta que se perdió de vista.

-¡Benson! –gritó una voz.

-Voy, Capitán –contestó la rubia.