Desde hace mucho tiempo se ha creído que lo que le sucedía a una persona ya estaba planeado con antelación por los entes divinos; Dioses, santos, ángeles, etc., pero no es así. Ellos sólo observan y actúan según las consecuencias de los actos de los humanos, quienes son los responsables de sus propias vidas. En este caso, nos centraremos en los entes divinos de una etapa del ser humano en concreto; La muerte. La muerte es esa etapa al final de la vida a la que todas las personas y el resto de seres vivos temen. Morir significa abandonar de una vez por todas todo lo que tienes en tu vida: dinero, familia, propiedades, amigos y demás relaciones sociales, etc. y no hay absolutamente nada que pueda evitar que llegue. Quizá el dinero para pagar operaciones costosas para mejorar la calidad del resto de vida que puede quedar, pero tarde o temprano la muerte nos llega a todos de una forma más o menos dolorosa que a los otros.
La vida de cada persona está regulada por unos ángeles que son bastantes en número y juntos forman la "Orden del Descanso", cuyo objetivo es recolectar las almas de los seres humanos que están al borde de la muerte, aunque hay casos especiales en los que el tiempo estimado para la muerte de una persona no está claro. Poseen relojes de arena con el nombre de cada persona que cuando llegan al final y toda la arena se concentra en la cúpula inferior, emiten un sonido de campanas indicando que le ha llegado la hora al usuario del reloj, aunque hay algunos en los que la arena sube de una cúpula a otra y vuelve a bajar repentinamente, pero sin haber llegado la hora de la muerte aún, dado a algunas acciones de los usuarios cuando mejoraban o perjudicaban sus propios estados. Esta asociación se divide según los territorios y, al ser una orden de vital importancia, esta alrededor del mundo y cuenta con millones de miembros.
No hace mucho tiempo, un caso de estos ocurrió en un pequeño pueblo costero de Italia, concretamente a una joven que vivía en un acantilado cerca de un faro que aún funcionaba a pesar de lo antiguo que era, pues un hombre anciano vivía en él y lo encendía cada noche para precaver a los barcos que pasaban por ahí, aunque eran pocos. La joven padecía una extraña enfermedad que aquellos ángeles aún no habían logrado determinar, y por eso se mudó lejos de la gran urbe, para estar más tranquila y sin estrés ni contaminación, para ver si esa enfermedad mejoraba aunque fuera poco a poco. Debido a que su reloj de arena no era como los demás, la orden que se encargaba de ese territorio decidió mandar a un ángel para averiguar a qué se debía esos repentinos cambios.
-Ángel de la muerte número 56826, ¿está presente en la reunión?- dijo el ángel más importante del gremio del lugar. A pesar de haber vivido tanto tiempo tenía el aspecto de un hombre joven. Tenía una melena rubia con una pequeña trenza en su lado izquierdo y los dos mechones de las patillas le descansaban sobre sus hombros. Sus ojos eran azules y algo oscuros, y llevaba una elegante túnica blanca de color marfil. De su espalda salían dos majestuosas y grandes alas blancas, pobladas de bastantes plumas, y su cabeza estaba coronada por un hermoso halo dorado y brillante. Todos los ángeles del gremio de la zona se encontraban reunidos en una gran habitación en forma de cúpula con asientos en todas las paredes para acomodar a los que se reunían y, en el centro de la blanca e iluminada sala, una gran columna de mármol y sobre ella un altar desde donde hablaba el ángel superior antes descrito. Esta habitación carecía de puerta, sin embrago, poseía un gran ventanal que comunicaba con un pasillo en el techo, que actuaba como la puerta pues, al ser ángeles, no importaba qué tan alto estuviera la entrada, podían volar.
-Sí, presente.- se levantó firmemente y lo miró esperando recibir sus órdenes. Llevaba un elegante traje blanco con la camisa y algunos adornos azules claros. Llevaba el pelo recogido hacia atrás y era rubio, con preciosos ojos azules más claros que los del ángel superior. A decir verdad, los dos se parecían bastante.
-Se le ha encomendado vigilar a la huésped del reloj número 5986 de esta zona.- dijo firmemente mirándolo bastante serio.
-¿Y qué he de hacer, Santidad?- preguntó respetuosamente.
-Verá, lo que debe hacer es bajar al mundo de los humanos y conocer al sujeto en cuestión hasta descifrar lo que le ocurre. Cuando lo haga, debe ejecutarla y recolectar su alma.- miró el pergamino que tenía entre sus manos.
-¿Cuánto tiempo he de estar en el mundo humano, Santidad?-
-El que necesite hasta encontrar la causa. Eso sí, dese prisa porque si no la haya en menos de dieciocho meses como máximo, habrá fallado y se le desterrará al mundo humano con su memoria perdida y sin ningún recuerdo, pues habrá fallado en su deber como ángel que es.- se sentó en un trono dorado decorado con piedras extrañas y brillantes que había detrás de él tras concluir la explicación, sin apartarle el ojo de encima.
-Creo que me bastará con tanto tiempo, acabaré lo antes posible.- se levantó de su sitio con cuidado.
-Aún así, tenga en cuenta que no puede desvelarle a ningún humano su verdadera naturaleza divina ni encapricharse de ninguno. No deje que la "humanidad" crezca en su interior.-
-Lo tendré en cuenta, no se preocupe.- le hizo una reverencia.
-Concluido su caso, puede ir al Hoyo Pangeónico. Puede prepararse antes, pero no tarde mucho. Ha de empezar cuanto antes. Te doy mi bendición, hijo mío.- le hizo unas señas religiosas desde su trono.
-Gracias, santidad.- le hizo una reverencia de nuevo y esperó a que terminara de hacer los gestos para poder irse.
Antes de ir al Hoyo Pangeónico, fue al cuarto que había en ese mismo edificio, donde sólo los familiares del Gran Ángel podían vivir. Se estiró abriendo las alas y se sentó sobre su cama recapacitando en la tarea que le encomendaron. Tenía algo de pánico por si en el momento en que bajara y se relacionara con los humanos, cometía algún error o desvelaría información secreta y lo expulsarían del paraíso.
Mientras razonaba y pensaba la situación se le un buen rato, por lo que la reunión angelical acabó y cada uno fue a sus aposentos y a emprender sus misiones y cargos que le encomendaron. El Gran Ángel también acabó sus quehaceres y fue a pasarse por el cuarto de su nieto.
-¿Vas a ir?- entró por la entrada del techo y la selló.
-¡Santidad!- se levantó rápidamente de la cama y se arqueó.- ¡Por supuesto, no puedo negarme a su palabra!-
El Gran Ángel se quedó mirándole y rió levemente mientras le acariciaba el pelo echándoselo para atrás. –Louis, ahora no soy nada más que tu abuelo.- A pesar de ser un ente tan importante, el Gran Ángel dejó bien claro a sus nietos que cuando no estuvieran trabajando, lo trataran como era en realidad, como su abuelo.
-L-Lo siento, abuelo…- se incorporó de nuevo y le miró avergonzado.
-Veo que te crié muy bien, eres muy disciplinado. Ojalá tu hermano mayor fuera igual…- echó la cabeza para un lado y suspiró.
-Gracias, pero ya verás como acaba aprendiendo.- le sonrió levemente.
-Y gracias a esa disciplina y educación sé que la misión que te he encomendado la cumplirás en un abrir y cerrar de ojos como nieto mío que eres.-
-Pero tengo miedo de meter la pata…-
-No temas.- le abrazó. –Sólo anda con pies de plomos y no des nunca tu verdadera identidad. Tampoco te encariñes con ningún humano, ¿de acuerdo?- le besó en la mejilla. –No me gustaría mandar a alguien de mi propia sangre a ahí abajo ni desterrarlo al Purgatorio.- descansó su cabeza sobre el hombro de su nieto mientras le abrazaba.
-De acuerdo...- dijo nervioso pensando en la tortura que sería el hecho de ser desterrado él sólo sin volver a ver a nadie en el Purgatorio, sitio donde moraban las almas en pena y bestias de color ceniza con enormes dientes y ojo rojizos que las devoraban cruelmente.
-Sé que lo harás bien.- le sonrió acariciándole la mejilla.
-Gracias por todo, abuelo.- le abrazó.
-Uh, ¡parece que interrumpo algo!- dijo el hermano mayor de Louis alzando la voz e irrumpiendo en la habitación, que había roto el sello que su abuelo puso en la entrada a la habitación.
-¡Ya has vuelto a quitar mi sello!- gritó el Gran Ángel enfadado mientras apartaba a Louis con cuidado. -¡Ojalá emplearas ese poder tan inmenso que tienes para hacer cosas de utilidad y no estupideces!-
-¡Y lo hago!- rió de forma molesta. –He capturado 48 almas en esta semana.-
-Sí, pero aún les quedaban oportunidades para salvarse de la muerte.- le dio un capón en la cabeza.
-¡Ay!- se apartó tocándose la zona donde le golpeó. -¡La mayoría eran vejestorios o con enfermedades terminales!-
-¡Da igual, nosotros no colectamos almas cuando queremos, si no cuando el momento llega!-
-Tsk, es imposible hablar contigo, sólo tienes ojos para alabar a Louis, que es bastante más débil que nosotros dos.- se giró molesto y salió del cuarto volviendo a poner un sello tras echarle una mirada celosa a su hermano menor.
Louis se quedó cabizbajo bastante serio y triste, y su abuelo trató de animarlo. –No le hagas caso.- le alzó el rostro. –Aunque tu poder sea escaso, eres mi nieto y no me importa. Además, cada uno tiene su especialidad sin la necesidad de emplear magia ni milagros, así que no te derrumbes.-
-Gracias de nuevo, abuelo.- le sonrió y le abrazó.
-Bueno, mucha suerte en el mundo humano.- dijo al rato tras estar abrazándolo fuertemente por última vez, pues seguro que tendría que esperar una larga temporada para volver a verlo. Se apartó y le sonrió dulcemente dándole confianza.
-La tendré.- le besó en la mejilla.
Su abuelo le abrió el sello que anteriormente colocó Gilbert, el hermano mayor de Ludwig, que era bastante fuerte para él, y le dejó volar hacia el Hoyo Pangeónico mientras él se quedaba observando con una mirada melancólica y algo triste cómo volaba por todo el edificio hasta encontrar la salida e irse hacia el portal.
Era un gran agujero en una amplia pradera bucólica con verdes pastos, aunque no había señales de vida en ella. Dentro de ese hoyo había como una especie de tela grisácea que se movía. Se estiró abriendo sus alas ampliamente y se tiró por él impregnándose de un viscoso líquido gris, mientras que la brisa y el aire le acariciaban el rostro y, antes de poder darse cuenta, ya se encontraba en el mundo humano. Al llegar a él, sus alas desaparecieron junto con su halo, su traje se convirtió en unos viejos harapos deteriorados y su pelo se descolocó.
