Corríamos como adolescentes que éramos por lo pasillos, yo llevaba una rosa roja que me había regalado él. Había esperado tanto tiempo este momento.

Llegamos al patio de atrás, en esos momentos, no había nadie que nos pudiera molestar. Me gustaba mucho el patio, rodeado de varios árboles y arbustos y, en el medio, una pista de fútbol con unas gradas fabricadas con cemento.

Fuimos bajo la copa de un árbol y me dediqué a observar todo como si fuera la primera vez mientras él me observava con una sonrisa y esos ojos miel que me derretían interiormente. Me cogió mi barbilla con delicadeza, temiendo que me fuera a romper. Levanté la mirada para mirarlo profundamente a los ojos mientras que en mi panza, sentía aquellas famosas mariposas.

Se fue acercando a mis labios, lentamente, como si pidiera permiso. Ya no aguantaba más, terminé de acortar distancia y juntó sus labios con los del chico en una danza, succionaba sus labios y a veces los mordía con cariño, él hacía lo mismo.

Seguí moviendo mis labios, en un baile nuevo, un baile que repetetiría todas las veces de mi vida si por fuera. Su lengua entró en mi cavidad por sospresa, haciéndose hueco entre mi boca y incitando a la mía a participar, la mía, aceptó gustosa.

Pasaron los minutos y yo sentía falta de aire en mis pulmones y me separé de él, con los labios enrojecidos y cohibida por todos los sentimientos que tenía en ese instante ¿estaría él tan feliz como yo? ¿estaría él tan feliz como yo? o ¿solo yo era la que estaba jodidamente feliz de que estar aquí, con él?

Su sonrisa amable y el abrazo que prosiguió al beso, me quitaron mis dudas. Él me amaba y yo a él ¿qué más daba lo demás? ¿qué más daba que nadie entendiera nuestro amor? Porque eso era, un amor prohibido.

Volvimos al instituto cogidos de la mano, él me miraba y me daba ánimos con sus ojos y yo asentía, como si estuviera convencida y... lo estaba. De alguna manera estaba convencida de que lo amaba más que a mi propia vida, estaba convencida de que lucharía contra todo lo que quisiera separarle de él pero ¿hasta dónde tendría que llegar? ¿Estaría él dispuesto a hacer lo mismo?

Todas estas preguntas se agolpaban en mi mente como cuchillos afilados. Me dolía pensar así, pero era lo había.

En esta época, que dos hermanastros se amaran, eran como la escoria ¿no sabían que éramos hermanos? Pues sí, lo somos. Mi padres se separaron y yo me fui con mi madre, poco después del divorcio mi madre se volvió a casar y yo, me enojé ¿cómo olvidó a mi padre tan pronto? Cogí mis cosas y me fui con mi padre, no quería saber nada de la ''familia'' que mi madre se había buscado.

Entré a otro instituto, otros compañeros, pero me adapté rápidamente, allí lo conocí, desde el primer momento me enamoré de él y... un día mi madre me dijo que fuera a casa, que ya era hora de conocer a mi ''nueva familia'' ¿ya os podéis imaginar el resto no? Él es mi hermanastro.

Dejé de ir al instituto, dejé de hablarle, dejé de comer. Dejé de ser yo ¿cómo te tomas que a quién amas es tu hermanastro?

No sé si esto llegará a ser aceptaba como una relación normal, pero lo que si es normal, es que lo amo como a nadie podré amar a nadie.